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25 años de «Bajos Instintos», un clásico del erotismo

25 años de «Bajos Instintos», un clásico del erotismo
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CLÁSICO. Cierto día Jorge Abbondanza dijo con su habitual precisión: “Los clásicos son obras que se atesoran por algún valor testimonial, o por haber cambiado de una u otra forma la manera de realizar o percibir un hecho artístico. Eso es lo que ocurre con ciertos films que tienen méritos y defectos, superados por esas otras cualidades”. La aclaración es necesaria ya que la mayor parte de la gente cree que clásico y obra maestra son una misma cosa. Por lo general sí, aunque no necesariamente. Nadie puede negar que Fiebre de sábado a la noche y Calígula son clásicos: una cambió para siempre el género musical, y la otra sacó al porno de sus oscuras cuevas y lo trasladó a las salas del circuito comercial. Empero, ambas películas son deficitarias como hechos artísticos.

Algo similar ocurre con Bajos instintos, que pese a sus desniveles entre forma y contenido (o debido a ellos) cambió de un plumazo al policial de suspenso, inyectándole una dosis de fuerte erotismo aún no superado en Hollywood. Dudo que a esta altura quede algún potencial espectador que ignore lo que muestra la película, y en especial su blonda protagonista, Sharon Stone, muy generosa a la hora de exhibir su portentosa anatomía. Mientras tanto, el erotismo fluía a flor de piel (valga la redundancia) en esta historia del detective de San Francisco Michael Douglas, que investiga el asesinato de un ex rockero pulverizado con un pica hielo por una dama, en pleno momento de uso de sus facultades sexuales. La principal sospechosa es Sharon Stone, novelista millonaria de costumbres liberales y desafiante bisexualidad. La rubia seduce al protagonista (¿y qué hombre podría negarse?) mientras asoman otras dos factibles candidatas al rol de asesinas: una psicóloga de la policía que oculta un turbio pasado (Jeanne Tripplehorn), y otra rubia muy agresiva (Leilani Sarelle), amante de Stone. Y allí todo se complica a nivel exponencial, porque la primera está enamorada de Douglas, mientras que la segunda se dispone a asesinarlo por celos… muy bien fundados, por cierto.

 

ESCÁNDALOS. El primero tuvo que ver con dinero, como siempre ocurre en la Meca del cine, porque en su momento Bajos instintos disparó a las nubes los salarios de directores, actores y libretistas, lo cual malhumoró al círculo de productores. En 1992 Joe Eszterhas recibió la suma récord de tres millones de dólares por su libreto para la película, mientras Paul Verhoeven se convertía en el cineasta extranjero mejor pago de la temporada. Mientras tanto, Michael Douglas aumentaba su cachet un 60% por encima del cobrado en Atracción fatal, y si bien en aquel momento no se supo la cifra recibida por Sharon Stone, no es difícil suponer que si cobró por centímetro cuadrado de piel expuesta debe haber terminado millonaria a la hora del estreno. Justamente por el lado de la epidermis llegó el segundo escándalo, ya que muchos pacatos (paradoja mediante) se rasgaron las vestiduras al ver a la rubia sin vestiduras, exhibiendo literalmente toda su anatomía, con un lujo de detalles sin precedentes de este lado del porno.

Ese exhibicionismo propició un tercer revuelo llevado a cabo por la GLAAD (Gay and Lesbian Alliance Against Defamation), institución estadounidense que se dedica a preservar de injurias y calumnias a la comunidad gay. Esa asociación protestó porque consideró insultante que una lesbiana pudiera ser una psycho-killer que mataba hombres a mansalva. La verdad es que Bajos instintos no da para tanto: el bisexualismo de sus féminas no determina ningún comportamiento criminal, sino que es un elemento más en un libreto que sólo aspira a épater les bourgeois. De lo contrario, deberían haberse ofendido los fabricantes de ropa interior, ya que Stone visiblemente no la usa, o haberse sentido discriminados los vendedores de droga, porque en el film se ve mucha cocaína pero ningún camello. A lo sumo, podría acusarse a Eszterhas de misógino, porque en Bajos instintos no hay una sola mujer que revele un comportamiento humano estándar.

 

DESNIVELES. Por cierto, nada de lo dicho hasta ahora tiene que ver con el cine como arte o como espectáculo, sino como producto de mercado por los bienes que terminó generando en taquilla, que fueron cuantiosos. En cambio, como policial Bajos instintos es tan llamativo como modesto, lo cual una vez más revela que la teoría del autor no es aplicable a Hollywood. Todo lo que tiene que ver con el talentoso y revulsivo director Paul Verhoeven funciona bien aquí, comenzando por la reiteración de un universo visual que le pertenece, en el que se detectan elevadas dosis de sexo (Delicia turca, El cuarto hombre, Showgirls, Elle) y violencia (Los comandos de la reina, Descontrol, Conquista sangrienta, Robocop, El vengador del futuro, Invasión, El hombre sin sombra, El libro negro). Pero además su película es muy pulida en todos los rubros técnicos, y presenta un elenco de estupendo nivel, en especial sus tres mujeres. A favor de Verhoeven hay que destacar además que Bajos instintos dura 129 minutos y no aburre a nadie, ya que está muy bien narrada. Pero Hollywood es una factoría que funciona en forma colectiva, y como Verhoeven no es dueño de su película sino un asalariado más, el libretista se le fue de las manos, y es allí que surgen los desniveles.

El problema de Bajos instintos es que es un film vacío de contenidos. Más allá del ruido, su centro es hueco, porque Eszterhas en ningún momento redondea una historia seria, en parte por la múltiple distracción que para el espectador representa tanta gente linda paseando alegremente por ahí al natural. A esa confusión se suma la que genera un libreto que, con tanta vuelta de tuerca y tanto personaje inverosímil, termina por morderse la cola al punto de no aclarar quién es la asesina. En otras manos esa incógnita pudo generar un inteligente final abierto, pero como Bajos instintos es cualquier cosa menos sutil, su dudoso remate debe achacarse a la desprolijidad de un libretista afecto a los jueguitos desleales, y no a una ambigüedad buscada. La respuesta pudo haber estado en el famoso último encuadre del pica hielo bajo la cama ocupada por Stone, antes del fundido en negro final. Pero suponer que por ello la asesina es Sharon equivale a pasar por alto (en la mitad del film) la muerte violenta de un policía que nada tiene que ver con ella, y sí con la psicóloga Tripplehorn, que como amante habitual de Douglas bien pudo haber dejado el pica hielo en el suelo días atrás, y ser ella la criminal.

 

SHARON. Más allá de esos desniveles, párrafo aparte merece Sharon Stone, que aquí sorprendió a todos no tanto por su arrasadora sexualidad sino por su enorme talento. Había debutado en 1981 con dos papeles ínfimos para Woody Allen (Recuerdos) y Claude Lelouch (Los unos y los otros), y luego no logró despegar hasta 1990, en que llamó la atención como asesina enfrentada a Arnold Schwarzenegger en El vengador del futuro. Lo de Bajos instintos fue muy superior, porque se mostró como una actriz excelente, comunicando el desprejuicio y el anti convencionalismo de su personaje con notable naturalidad. Después repitió su hazaña dramática para cineastas tan dispares como Philip Noyce (Sliver), Martin Scorsese (Casino), Jeremiah Chechik (Diabolique) Sidney Lumet (Gloria), Jim Jarmusch (Flores rotas), John Turturro (Casi un gigoló) y Pupi Avati (El niño de oro). También superó un serio quebranto de salud en 2001, al sufrir un leve derrame cerebral. Sin embargo Sharon se muestra incólume al paso del tiempo, y días atrás impactó al mundo entero revelando en unas fotos su anatomía intacta, en bikini, al borde de una piscina. Está claro que, a los 59 años, el verdadero mito de Bajos instintos sigue siendo ella.

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Amilcar Nochetti Tiene 58 años. Ha sido colaborador del suplemento Cultural de El País y que desde 1977 ha estado vinculado de muy diversas formas a Cinemateca Uruguaya. Tiene publicado el libro "Un viaje en celuloide: los andenes de mi memoria" (Ediciones de la Plaza) y en breve va a publicar su segundo libro, "Seis rostros para matar: una historia de James Bond".