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Adelanto del libro e Marcel Lhermitte  La campaña del plebiscito de 1980

Adelanto del libro e Marcel Lhermitte  La campaña del plebiscito de 1980
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La victoria contra el miedo

La campaña

No se puede analizar esta campaña como una más. Lo primero a tener en cuenta es que se trata de un proceso electoral en un período de dictadura cívico-militar, hacía nueve años y dos días que no se celebraban elecciones en Uruguay, las libertades civiles estaban recortadas, había censura y existían partidos y actores políticos proscriptos, presos, exiliados e incluso desaparecidos.

Existía una campaña por el SI, que era liderada por el gobierno de facto y que tenía apoyos en algunos pocos sectores de los partidos tradicionales. Dentro del Partido Colorado respaldaron el proyecto constitucional, entre otros, el expresidente Jorge Pacheco Areco, el Comité Ejecutivo Nacional Provisorio que presidía Carlos Pirán y el movimiento político Por la Concordia Nacional y la Unión del Partido Colorado; en el Partido Nacional eran partidarios de la opción promovida por la dictadura el grupo de Alberto Gallinal y el expresidente del Consejo Nacional de Gobierno, Alberto Heber Usher, además de algunas agrupaciones, fundamentalmente vinculadas al herrerismo.

El NO no contaba con una campaña formal. Además los principales referentes que se oponían a la reforma constitucional estaban presos, exiliados o proscriptos: el líder blanco Wilson Ferreira Aldunate estaba en el exterior, el colorado Jorge Batlle inhibido por el régimen de hacer política y el líder frenteamplista, el general Liber Seregni se encontraba en prisión, mientras que todo el Frente Amplio estaba proscripto.

La gran mayoría de los sectores e integrantes de los partidos políticos rechazaban el proyecto constitucional. Entre ellos se destacaron todos los sectores batllistas –liderados por Enrique Tarigo, Julio María Sanguinetti y el mismo Jorge Batlle en forma clandestina–, los colectivos de Manuel Flores Silva y Amílcar Vasconcellos, la Unión Renovadora Colorada y la Corriente Batllista Independiente; en tiendas blancas respaldaban el Movimiento Nacional de Rocha –con Carlos Julio Pereyra a la cabeza–, el Movimiento Por la Patria –con Wilson Ferreira Aldunate desde el exilio–, el Consejo Nacional Herrerista, Patria y Ley y la Divisa Blanca 400; en el Frente Amplio todos los sectores apoyaban el NO, pero por su estructura y organización se destacaron más en la campaña el Partido Comunista, el Partido Socialista y el Partido Demócrata Cristiano.

Recuerda Manuel Flores Silva que “la campaña del SI era muy inocentona”, a pesar de contar con todo el apoyo del Estado, “era gente feliz pidiendo votar” la reforma constitucional. En cambio, el NO, no podía tener una campaña formal, no podía hacer publicidad prácticamente –solo algunos escasos avisos en prensa–, pero desde la clandestinidad se puso en marcha una maquinaria que resultó sumamente efectiva.

 Los mítines

Importa si el partido estaba ilegalizado, si poseía una estructura precaria, si tenía una larga tradición o si estaba comenzando a dar sus primeros pasos en la clandestinidad. Nada de eso importaba. Todo grupo político en el Uruguay del año 80 tenía áreas de trabajo definidas: propaganda, finanzas y organización, y generalmente un responsable que se ocupaba de ellas, por más que se tratara de colectivos que no tenían alcance nacional. En noviembre algunas de estas estructuras internas de los partidos comenzaron a tener mayor actividad, incluso tuvieron que volver a hacer frente a tareas que ya no constaban en la memoria institucional, entre ellas la organización de mítines, algo que no acontecía desde las elecciones de 1971. Había una gran inexperiencia de los militantes, además, porque quienes producto de las circunstancias habían asumido responsabilidades partidarias en su mayoría eran jóvenes que no habían tenido participación activa en la organización de los últimos actos celebrados. Pero ese conocimiento acumulado tampoco era tan importante después de siete años de dictadura. Las cosas habían cambiado, todo se hacía de otra forma. Montevideo, noviembre de 1980. Le tocó a José el viaje de arena gruesa. Había que ir a Jefatura a pedir permiso para hacer un acto partidario por el NO. ¿Garantías? Ninguna. El solo hecho de ir a la dependencia policial constituía un trago amargo. Era sinónimo de pasar un mal momento y de tener que soportar impertinencias o maltratos; y al mismo tiempo era condición imprescindible mantener la calma y no responder provocaciones. Poco después de salir el sol sonó el despertador. Se levantó en forma inmediata. Un baño reparador, desayunar tranquilo, leer los diarios matinales y luego salir a gestionar el permiso para hacer el acto.

No se puede negar que al traspasar el umbral de la puerta de Jefatura a uno ya le cambiaba el ritmo cardíaco. Era como que dentro del edificio había menos aire, el oxígeno se espesaba y costaba respirar. José, con voz firme, se presentó al policía que cumplía la función de recepcionista, le entregó su cédula de identidad y le explicó que venía a hablar con el coronel Washington Varela para solicitar un permiso para hacer un mitin. El policía, que era cabo, se sorprendió por la encomienda. ¿A quién se le ocurre hacer un acto político en 1980? Seguro que son comunistas, pensó. Así que lo mandó a esperar un momentito. Terminó lo que estaba haciendo (no estaba haciendo nada), luego se sirvió un café que despedía olor a quemado, lo tomó a su tiempo, y ahí sí, con paso decidido fue hasta el despacho de Varela, tocó dos veces la puerta con sus nudillos, y a la voz de pase, ingresó al despacho. Veintinueve segundos duró el cabo en el despacho del coronel Varela. Salió con gesto adusto y se dirigió, sin mediar palabra, directo a su posición original detrás del mostrador, a seguir haciendo la misma tarea de casi toda la jornada: nada. José buscaba con la mirada alguna señal que le diera a entender que podía pasar o que le había avisado al coronel que lo estaba esperando. No quería perder mucho tiempo, porque tenía muchas cosas que organizar para el acto, así que en forma intempestiva se paró, se acercó al mostrador y antes de emitir sonido, el cabo espetó: ¡espere ahí que ya lo llaman! José dio marcha atrás y volvió a sentarse en silencio.

Las Piedras, departamento de Canelones, noviembre de 1980.

La Plaza había sido fundada en 1979, y justamente en el mes del plebiscito este medio local cumplía su primer año de vida. Motivo más que suficiente para festejar a lo grande, y festejar a lo grande para Marcos y sus compañeros era hacer un acto de masas.

La idea le gustó a todo el equipo en forma inmediata, pero coincidían en que seguramente era demasiado arriesgado, porque no era un secreto para nadie que los futuros organizadores eran de los más fervientes promotores del voto por el NO. Los jóvenes integrantes de la plantilla de la revista no tenían mucha idea de cómo se hacía un acto, perdón, un aniversario de la revista. Pero tampoco podría tener demasiado misterio. Lo primero era conseguir el lugar, así que fueron a hablar al club Solís de Las Piedras, un sitio ideal que seguro lo llenaban. Ya con el sitio definido solo restaba conseguir la amplificación y la logística. Para la difusión se hablaría con Germán Araújo y con Jorge Pasculli, para que invitaran por la radio. Con la 30 siempre se podía contar. Y para la oratoria hacía falta que hubiera figuras que convocaran y dieran un mensaje democrático. Los elegidos fueron Felisberto Carámbula y Luis Hierro Gambardella. Todo listo, solo faltaba el permiso de la comisaría.

Noviembre de 1980.

Más de dos horas después de mantener José sus posaderas sobre la silla ya no había acomodo posible para el esqueleto. Fue en ese momento en que se entreabrió la puerta de la oficina de Varela y escuchó la orden. ¡Pase! Lo segundo que oyó, ya dentro del despacho, fue: ¡Tome asiento! Después vinieron unos segundos eternos de silencio. Varela generaba respeto, o mejor dicho, metía miedo. Era hosco en el trato, seco de palabras y con un temperamento agresivo. Un hombre que imponía sus condiciones en base al poder que ostentaba gracias al régimen de facto.

– Así que van a hacer un acto. Mirá vos…

– Sí, coronel. La idea es…

– ¿Usted sabe que los tupamaros tienen mayor poder de fuerza que el ejército de El Salvador?

– ¿Cómo?

– ¿Si sabe que los sediciosos tienen mayor poder de fuerza que el ejército de El Salvador? ¿No hablo claro yo?

– Sí, coronel. Lo que pasa…

– Entonces ya sabía ese dato. Seguro que sabe muchos más.

– No, coronel. No conocía esa información. Le decía que sí habla claro.

– ¿A usted le parece lógico que en un país como este, con el comunismo intentando infiltrarse, que los tupamaros tengan ese poder de fuerza?

– Coronel, yo soy colorado. No tengo idea del poder de fuerza de los tupamaros. Yo venía a pedirle el permiso para hacer un acto.

– Mire que hay colorados y colorados. Qué lástima que no le importe lo que pasa en el país con los tupamaros y con la sedición.

– No es que no me importe, coronel. Nosotros estamos a favor de la paz, de la reapertura democrática, tenemos otra visión diferente a la de los tupamaros y los comunistas. Por eso venía a pedirle permiso…

– Pero mire que muchos colorados ayudaron a los tupamaros y colaboraron con el marxismo. Usted lo sabe muy bien. Se decía que los diálogos en el despacho con el coronel Varela –que más adelante en el tiempo sería ascendido a general– podían durar hasta una hora, en la que el jerarca del régimen daba línea e intentaba adoctrinar con su mensaje anticomunista y antitupamaro a cualquier civil que llegara hasta allí. Esta vez fueron cuarenta y cinco minutos. Luego de la lección de moral impartida, de exigir y aclarar todos los detalles que entendía pertinentes sobre la actividad, Varela decretó los términos del mitin.

– El acto empieza a las 19 horas en punto, termina a las 21 en punto. A las 21.30 tiene que estar todo vacío. No pueden hablar, estar presentes, ni ingresar al local ningún político que esté proscripto. En una semana pase nuevamente y le entregaremos el permiso. Buenas tardes.

Las Piedras, departamento de Canelones, noviembre de 1980.

El comisario pedrense era un buen tipo. De esos vecinos que se llevan bien con todo el pueblo. Relativamente simpático, a pesar del cargo que ejercía y del momento que vivía el país. Siempre al servicio de su comunidad. Trataba de involucrarse lo menos posible en los temas políticos. Un día de noviembre Marcos lo fue a buscar a la comisaría. Tenía que pedir el permiso para hacer el acto del aniversario de La Plaza. Caminar por las calles de Las Piedras no es lo mismo que hacerlo por la capital del país. El tránsito humano y vehicular es más lento. Claro, hay que saludar a los que nos cruzamos, preguntar por la familia y en algunas ocasiones parar a conversar. Menos de 500 metros debía andar esa tarde para llegar hasta el despacho policial. Medio kilómetro que bien podían llevar más de tres cuartos de hora de caminata y conversación. Había tiempo. Quiso el destino de esa tarde primaveral que cuando Marcos ya había andado más de 300 metros se encontrase con el comisario, que casualmente había salido a hacer unos mandados que le había pedido su patrona.

– ¿Cómo estás Marcos?

– Muy bien comisario, ¿cómo anda? Yo justo iba a la comisaría para hablar con usted.

– ¿Ah, sí? ¿En qué te puedo servir?

– Sabe que La Plaza cumple un año en noviembre. Queremos que sea una fiesta del pueblo. Así que estamos pensando en hacer una celebración en el club Solís.

– Pero qué bueno, los felicito. ¿Y va a hablar alguien? ¿Van a hacer cantarola?

– Mire, la idea es que alguien diga unas palabras…

– ¿Alguien? ¿Quién?

– Don Felisberto y Hierro Gambardella. El comisario hizo silencio y se le fue la cordial sonrisa de la cara. Miró a Marcos y sin dudarlo le explicó la situación, que era sabida por todos.

– Sabe qué Marcos. Le voy a pedir que no vaya a la comisaría a pedir el permiso. Porque si usted va a pedirlo yo se lo tengo que negar. Así que vamos a hacer lo siguiente. Ustedes hacen el acto, yo no me entero. Me hago el sota. Pero si me llega alguna denuncia tengo que pasar por ahí. El comisario le guiñó un ojo, dijo buenas tardes y siguió su camino a hacer los mandados que le había pedido la patrona.

El casete de Wilson

“Queridos amigos, muchos compañeros se han dirigido a mi últimamente pidiéndome que exprese de forma desarrollada mi opinión sobre los acontecimientos políticos que está viviendo el Uruguay y la actitud que a mi juicio deberá asumir el Partido (Nacional) ante la inminencia del plebiscito constitucional que se desarrollará el último domingo de noviembre”, así comenzaba el primer casete de Wilson. Un mensaje de 83:15 minutos de duración, grabado en el exilio.

…Wilson aludió al comandante en jefe del Ejército, Luis Vicente Queirolo, que había afirmado que a los ganadores no se le ponen condiciones. “Nunca nadie ha podido por grande que sea su fuerza quebrar el pensamiento de un hombre libre que salva su honor y el honor de su patria diciendo simplemente ¡no! Hasta ahí comandante no llega tu poder”.

…Ferreira Aldunate se refirió al espíritu del proyecto propuesto que según su pensamiento establecía, un sistema que “pretende poner para siempre al gobierno, al país entero, bajo la tutela de los mandos de las Fuerzas Armadas”.

El líder blanco expresaba su posición en términos de unidad nacional, no partidario, pero sin rehuir de su filiación y convocando a figuras señeras e históricas del Uruguay. “Podría decirles estas mismas cosas con palabras de Saravia o de Batlle, de Herrera o de Brum, de Frugoni o de Regules. En mi condición de blanco les podría decir ¿y para qué entonces murió Saravia? ¿Para qué entonces murieron los que cayeron junto a él?, si ahora borramos de un sablazo todo aquello por lo que lucharon. No crean que me pongo partidista o sectario. La hora es demasiado grave para pretender albergar la patria bajo una sola divisa. Yo me amparo en mi tradición nacionalista, pero sé muy bien que el Uruguay que nos quieren arrebatar lo hicieron todos, lo hicimos nosotros y lo hicieron ellos. Los blancos y los colorados y los que no eran ni colorados ni blancos, con los valores que compartían y con el fervor y la saña con que se enfrentaban. Por eso cuando se pretende someter la República a un sistema como este, no acordado sino impuesto, uno tiene que remontarse mucho más atrás y ampararse en Artigas”.

Vehementemente Ferreira afirmaba que también los integrantes del régimen entendían que el proyecto de reforma no era bueno. “Nadie, absolutamente nadie cree que es buena (la reforma). Nadie cree que es buena entre nosotros, pero nadie cree que es buena entre ellos. Que no sirve lo sabemos absolutamente todos. Y esto quizás tenga su explicación. Es un proyecto de constitución dictado por el miedo. Todo, absolutamente todo el sistema está inspirado no solo en el propósito de preservar privilegios, status, todo eso que generalmente rodea la panoplia del poder. (…) Esto está inspirado por el temor de que un gobierno popular y representativo ponga el acento, no en la tarea sagrada de curar las heridas del país, sino en el cobro de las cuentas y en la revancha. Al final de cuentas es privilegio y destino del pequeño pensar en pequeño”.

El líder nacionalista también se refirió a los ciudadanos que consideraban que votar la reforma constituía una forma más rápida de concluir con el proceso dictatorial. “Una de dos o se está haciendo trampa a sí mismo deliberadamente o comete un muy grave error. Porque las cosas son precisamente al revés. Todos, absolutamente todos, coincidimos en que de esto hay que salir, lo que pasa es que el voto afirmativo en el plebiscito por este proyecto o cualquiera similar, no significa salir, sino que es meramente una manera de entrar.

Ferreira Aldunate también hacía mención al rumor existente sobre un posible fraude, al que le añadía la falta de garantías que había implantado el régimen. “Al fraude del recuento, de la urna abierta, de la metida y sacada de votos, al fraude del cuarto secreto, se le va a sumar otro tipo de fraudes, muchos más, algunos ya están funcionando: el fraude de la prohibición del funcionamiento de los partidos, de la usurpación de los bienes de los partidos, de la prohibición de actuar a los dirigentes naturales de los partidos, de la negación del ejercicio efectivo de los derechos de reunión y de expresión, del monopolio del uso de los recursos de la radio, la televisión y la prensa, de la suspensión de las garantías de los ciudadanos, de la destitución de los funcionarios, de la intimidación, el fraude que significa votar bajo una dictadura cuando un hombre vota libremente solo en un régimen de libertad. Pero también es verdad que ante un pueblo decidido todo esto no basta”.

(…) “No hay decisión que pueda impedir que las cifras finales sean las que el gobierno crea o las que el gobierno quiera, pero si estas cifras al final anuncian un resultado favorable a favor del engendro constitucional, los dos protagonistas principales del episodio sabrán la verdad, aquellos que votaron sabrán qué votaron y aquellos que roben los votos de sus conciudadanos sabrán lo que hicieron. Y si lo que se quiere es provocar el cambio el medio más eficaz de impulsarlo es convencer a los dueños del poder, cualesquiera sean las cifras que anuncien, de que el pueblo uruguayo quiere decidir él y él solo su destino y que dijo NO”.

La forma de despedirse de Ferreira Aldunate en esta cinta fue muy emotiva. Por un lado, apeló a la unidad y al sentimiento nacional y destacó que la grabación no se trata de “un mensaje partidista”, pero al mismo tiempo señaló que la enseña de su partido lleva los colores de la bandera nacional y saludó a “los tres que tienen la honrosa tarea de dirigir el partido” Carlos Julio (Pereyra), (Dardo) Ortiz y (Jorge) Silveira Zabala. Por último, dijo “sin gritarlo, casi como rezando” una consigna tradicional de su partido: “viva la patria”.

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