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Afganistán o cómo encapsular las atrocidades por Ernesto Kreimerman

Afganistán o cómo encapsular las atrocidades por Ernesto Kreimerman
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Afganistán, que significa literalmente “tierra de los afganos”, y afgano significa pastún y pastún es una etnia que habita, precisamente, en Afganistán y Pakistán. La casi totalidad de la población afgana es creyente, y casi todos profesan el islam, y casi todos sunitas. Hay dos pequeñas minorías, sikhs e hindúes.

En los escritos del poeta pastún Jushal Jan Jattak, del siglo XVII, se lee; “saque su espada y mate, eso dicen los pastunes y los afganos, que no son uno! Los árabes conocen esto y también los romanos: ¡los afganos son pastunes, los pastunes son afganos!”.

Afganistán es un país sin salida al mar y montañoso, ubicado en Asia Central y ocupa una superficie de 647 500 km². Cuatro son los ríos importantes; Amu Daria, Hari Rud, Kabul y Helmand.

La economía afgana depende en gran parte de la ayuda internacional. Si bien la principal actividad es la agricultura, menos del 10% de la superficie está cultivada. No se precisan más indicadores para deducir que se trata de una agricultura de subsistencia. Afganistán es el mayor productor de opio, principal producto de exportación. También la heroína, un derivado del opio.

La trama tribal

Todo es particular en aquella tierra. Sin grandes glorias y objeto de algunas obsesiones. Por ello, es reconocida como la tumba de los imperios. Esta cenicienta ha sobrevivido a poderosos: a Ciro el Grande, a Alejandro Magno, a los mongoles, al imperio británico, a la invasión de la URSS y más recientemente a la estadounidense.  Pero éstos no han sido los únicos conflictos bélicos, si los más recordados por los historiadores.

La gran aliada de su dura defensa es su naturaleza hostil: un país de montañas y desiertos, inviernos duros y su precaria estructura de caminos. Pero su mayor arma defensiva es otra, más eficaz: se trata de un país de miles de aldeas y pocas ciudades, y que más inexpugnables que su geografía y su clima, lo es las inexpugnables lealtades al clan. En efecto, Afganistán es un país montañoso con un sistema tribal muy complejo y una variedad de etnias, y por lo tanto, un país casi imposible de gestionar.

Un poco de memoria

Los tiempos de pensamiento único tienen una rara condición: los alineamientos. Así como en el año 2009-2010 todo parecía resolverse con el envío de más soldados. A esas fechas, sólo los exsoviéticos advertían del error conceptual, de la subestimación. El imperio británico y el mundo soviético, al igual que antes Alejandro Magno, no pudieron obtener una victoria militar sólida y mucho menos redirigir los destinos de esos territorios y esos miles de aldeas.

El único victorioso en aquella geografía fue Rambo, y apenas fue una ficción clase B. La mítica de los victoriosos, en verdad, fue agigantada por la vergüenza de los derrotados. El otrora comandante soviético en Afganistán Víctor Yermakov para dignificar su derrota, exuberante en recursos humanos y materiales, toma una afirmación nacionalista de Babur, de la dinastía Mughal del siglo XVI: “Afganistán no ha sido ni será conquistado nunca, y nunca se rendirá”.

En 2009, la idea dominante en el entonces gobierno de los Estados Unidos era que asumir que los talibanes no podían ser derrotados era una tontería; “solo hay que hacer la política correcta”.

El nuevo problema, desde ese punto de vista, era saber cuál era “la política correcta”. A estar a los resultados, a los asuntos anteriores, súmesele no saber cuál es la política correcta.

Trump, oportunista…. qué otra cosa?

Donald Trump no pierde las pocas oportunidades que se le presentan para llamar la atención y descalificar lo que se le pone enfrente. Biden es uno de sus blancos preferidos. Nada novedoso en su discurso, una vez más dijo en tres frases breves que el presidente en ejercicio era un incapaz, que él había dejado todo ordenado y los tenía bajo control. Pero la idea dominante en Washington no es esa. Es muy otra: la parsimonia talibán se fundamentaba en que Trump había aceptado retirar las tropas una vez obtenida la reelección. Y dio, en aquel momento, una señal inequívoca: redujo la presencia de tropas hasta 2.500. Por ello, este antecedente allanaba el camino a Biden para cumplir con su compromiso de retirarse definitivamente de Afganistán. Y ya había fecha: 31 de agosto.

Desde los días de Trump, y aún antes, existía consenso en Washington y también en la OTAN, de que durante dos décadas se había dilapidado una fortuna de recursos sin un solo plan ni objetivo, y que era hora de sincerarse con la realidad.

Quienes tenían responsabilidad con las decisiones del pasado, sobre todo en las fuerzas de seguridad, en el mundo del Pentágono, confiaban que la delicada situación del gobierno afgano podría sostenerse el tiempo suficiente como para generar un relato diferente, que despegara a los Estados Unidos de la derrota, y que todo el peso del fracaso quedaría encerrado en aquella geografía.

En julio, los expertos del Pentágono habían afirmado en el Congreso que la salida de las tropas de Afganistán suponía un riesgo medio de que emerja de nuevo la amenaza de organizaciones terroristas en un horizonte temporal de dos años. Después de miles de muertos tanto combatientes como militares, y de gastar billones de dólares, todo parece volver atrás en el tiempo.

Esta historia comenzó el 7 de octubre de 2001, como respuesta a los atentados del 11 de setiembre de aquel año. La síntesis bélica fue Estados Unidos y Afganistán. Antes, en los años 1978 a 1992, la síntesis bélica fue URSS versus Afganistán. En rigor, este segmento se divide en un período inicial marcado por esa guerra y un tramo final, referido como la guerra civil.

¿Y ahora qué?

Desde la óptica de los ingleses, y así lo ha dicho Ben Wallace, ministro de defensa, este desastre es responsabilidad de Trump y su torpe programa de “paz”. Y fue contundente: “Biden ha heredado un impulso, el que se le ha dado a los talibanes porque se han creído que habían ganado la guerra”.

Para Wallace, «las semillas de lo que está ocurriendo ahora se plantaron antes de que Biden tomara posesión de su cargo. Las semillas eran un acuerdo de paz que se impuso de manera apresurada, que no se hizo en colaboración con la comunidad internacional».

El ministro británico en su enojo con Trump y su “torpeza”, va más allá. Y pone en evidencia que este fracaso obedece a la política unilateral de Trump. ¿Ahora qué? Los talibanes se “conformarán” con encapsular su tormenta a su propia y hostil geografía, o desafiarán a quienes están dispuestos a hacer la vista gorda en tanto todo quede reducido a sus 647.500 km2

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