Home ARTES VISUALES Alberto Greco, 55 años después por Nelson Di Maggio
0

Alberto Greco, 55 años después por Nelson Di Maggio

Alberto Greco, 55 años después por Nelson Di Maggio
0

El 12 de octubre de 1965 en su apartamento de Barcelona Alberto Greco escribió la palabra fin en una mano, tomó un montón de barbitúricos y quiso registrar su muerte. Tenía 34 años. Nacido en Buenos Aires, hijo de un matrimonio desavenido, padre de poco carácter y madre autoritaria, que prefirió al hermano mayor y odió al menor. Pésimo estudiante en primaria, apenas cursó secundaria para estudiar bellas artes y soportar allí apenas seis meses. No le importó la historia ni las teorías. Quería pintar. De inteligencia natural, hizo lo que quiso. Toda su vida. Lo importante era experimentar. Todo y cualquier cosa. El divorcio de sus padres lo obligó a vivir con su aborrecida madre, a la que hasta intentó estrangular. Se fue a vivir solo. Sin trabajo, desordenado lector, visitaba librerías y el Jockey Club, famoso café de los intelectuales porteños donde se hizo famoso por sus delirantes narrativas, con voz aflautada y tartamuda. Escribió en 1950 su primer libro de poesía, Fiesta, que entregó irrumpiendo en un homenaje de la embajada francesa a Jean-Louis Barrault. Una de las primeras incursiones audaces que jalonan su breve trayectoria existencial, desacralizadora de lugares comunes, indiferente al bien y el mal, a la ética, la moral y la estética. Algunas de relaciones ambiguas —con mujeres y hombres aristocráticos que lo mantuvieron económicamente, y de los bajos fondos—, interesado en el mundo marginal, las consideró relaciones de ser a ser. Personalidad versátil y cambiante, podía ser tierna y seductora o repulsiva y peligrosa con la misma intensidad. De amistad fácil y distanciamiento fácil. Además era un creador nato. Imaginación desbordante, dibujante sutil e ingenioso inventor de formas, de maneras de escribir y representar. Actor de teatro, hizo en Roma Cristo 63 en un teatro en territorio del Vaticano, desnudo de la cintura para abajo; considerado blasfemo y tuvo que escapar de Italia. Conoció a Marcel Duchamp en Nueva York y a Yves Klein en París, entre otros numerosos artistas. Mimado por sus colegas mayores, críticos y galeristas madrileños, pasó su errante vida en permanente inestabilidad emocional en la búsqueda febril de sí mismo al tratar de vivir y descubrirse en los otros.

Dejó un centenar de trabajos y documentos exhibidos en varias ciudades en catálogos minuciosos, con testimonios de importantes personalidades y anécdotas descacharrantes por su sentido del humor negro. Una: llevar desde Roma cajas de ratones y soltarlos ante el presidente de la República en el acto inaugural de la Bienal de Venecia de 1962 y el consiguiente alboroto. Greco era un torbellino de emotividad y egotismo irritante. Hizo estallar los parámetros de comportamiento en plena España franquista. En su taller, con Antonio Saura, realizó una instalación, El cuarto del crimen, de repudio al fusilamiento de Julián Grimau. Arbitrario y caprichoso, con momentos de euforia y angustiosas depresiones, su itinerario existencial era una búsqueda desesperada y desesperante de sí mismo. Debió concluir, inevitablemente, en el suicidio. Pocas veces hubo una producción artística tan ligada a la subjetividad de un creador. Una lectura de sus cuadros del año 1963, con frases escritas y nombres repartidos en toda la superficie, sería incomprensible sin el apoyo testimonial de algunos que estuvieron en el taller en el momento de ejecución de sus trabajos y saber que la alusión a Olga Ramos está referida a la directora de la última orquesta de señoritas que tocaba en el café Universo en la Puerta del Sol, frecuentado por Greco; que parte de la biografía del pintor Adolfo Estrada está anotada en forma abreviada en la tela; que el Camilo a que se refiere es su hijo y no el del comandante Cienfuegos. Lo mejor de Greco está en los años sesenta, de 1963 a 1965, los últimos de su atropellada vida. Inventó el arte vivo dito, el arte señalado con el dedo, apropiándose de personas y objetos haciendo un círculo de carbonilla a su alrededor, influido por las vanguardias eróticas. Cuando visitó las fallas de Valencia, el espectáculo de la quema de los tablados de papel lo llevó a quemar sus propias obras en las estaciones del metro de Madrid. En todos los casos, el espectáculo no era lo que hacía, sino cómo lo hacía: el sensual placer de sentirse rodeado de público, de canalizar una destructividad innata. Hubo ráfagas de poesía no registrada cuando en una noche invernal, atravesando el Parque del Retiro de Madrid con un par de amigos, comenzó a firmar todos los árboles en un acto de apropiación estética. O cuando se conmovía (y se entretenía) con los clientes de las tascas de la tenebrosa calle Etchegaray, inventando historias y compaginando libretos dignos de los hermanos Marx. Los años madrileños fueron la edad de oro de Greco. Esa atmósfera inapresable de una vida alocada, las cenas en los restaurantes de Corredera Baja, y las detonantes recorridas por las inauguraciones de galerías donde amistó y conquistó el pintoresquismo más variado y otros aspectos de su ajetreado deambular, es lo que no puede dar una retrospectiva. Lo mismo sucede con el dadaísmo o el situacionismo. Greco es significativo e importa en su extraña proyección humana que muy oblicuamente atraviesa sus cuadros. Fue sobre todo un inconformista, un fabulador, interruptor de códigos complacientes. Algo tan breve y efímero como su muerte joven a la que puso un acento dramático y teatral como a su propia y agitada vida.

POR MÁS PERIODISMO, APOYÁ VOCES

Nunca negamos nuestra línea editorial, pero tenemos un dogma: la absoluta amplitud para publicar a todos los que piensan diferente. Mantuvimos la independencia de partidos o gobiernos y nunca respondimos a intereses corporativos de ningún tipo de ideología. Hablemos claro, como siempre: necesitamos ayuda para sobrevivir.

Todas las semanas imprimimos 2500 ejemplares y vamos colgando en nuestra web todas las notas que son de libre acceso sin límite. Decenas de miles, nos leen en forma digital cada semana. No vamos a hacer suscripciones ni restringir nuestros contenidos.

Pensamos que el periodismo igual que la libertad, debe ser libre. Y es por eso que lanzamos una campaña de apoyo financiero y esperamos tu aporte solidario.
Si alguna vez te hicimos pensar con una nota, apoyá a VOCES.
Si muchas veces te enojaste con una opinión, apoyá a VOCES.
Si en alguna ocasión te encantó una entrevista, apoyá a VOCES.
Si encontraste algo novedoso en nuestras páginas, apoyá a VOCES
Si creés que la información confiable y el debate de ideas son fundamentales para tener una democracia plena, contá con VOCES.

Sin ti, no es posible el periodismo independiente; contamos contigo. Conozca aquí las opciones de apoyo.

//pagead2.googlesyndication.com/pagead/js/adsbygoogle.js
temas:
Semanario Voces Simplemente Voces. Nos interesa el debate de ideas. Ser capaces de generar nuevas líneas de pensamiento para perfeccionar la democracia uruguaya. Somos intransigentes defensores de la libertad de expresión y opinión. No tememos la lucha ideológica, por el contrario nos motiva a aprender más, a estudiar más y a no considerarnos dueños de la verdad.