Home Opinión Barra de desaliento por Gerardo Tagliaferro
0

Barra de desaliento por Gerardo Tagliaferro

Barra de desaliento  por Gerardo Tagliaferro
0

El sábado 23 de abril volví al Estadio Centenario a ver a Peñarol después de seis años. Lo más probable es que no vuelva más.

El partido Peñarol – Montevideo City Torque fue una aburridísima anécdota. Casi que apenas la excusa de turno para que una de las tribus que ha colonizado el fútbol local tuviera su ritual semanal.

Las barras de aliento de los equipos de fútbol uruguayo son un fenómeno que rastrea sus orígenes allá por la década del 70. Emulando lo que sucedía en Argentina, grupos de hinchas de Peñarol y Nacional comenzaron a organizarse para alentar con cantos y banderas. Durante unos cuantos años, lo hicieron ambos desde la tribuna Amsterdam: los de Nacional abajo, contra la Olímpica, y los de Peñarol abajo también, pero contra la América. Eran algunas decenas de jóvenes, y en los clásicos algún centenar.

La barra de Peñarol inventó un día la gracia de recorrer la tribuna de este a oeste y de norte a sur en procesión, cantando y agitando. Una tarde de clásico, cuando se arrimaron a la Olímpica, los de Nacional no se la bancaron y se armó una gran piñata. Fue el principio del fin, la primera escaramuza que prologó lo que tiempo después sería la separación de hinchadas, cuando a las piñas sucedieron las balas.

En la prehistoria de esto que vivimos hoy, las barras de aliento hacían eso: alentaban al equipo al que seguían. Las letras de sus canciones buscaban ser un estímulo para los jugadores, vivaban los colores, ponderaban hazañas del club. Pero lentamente, se fueron corriendo de la periferia al centro. Su repertorio viró en un sentido autorreferencial, casi onanístico.

Los partidos de los equipos más importantes del país se convirtieron, ya hace bastante tiempo, en el escenario para luchas tribales donde miles sacan a relucir sus proclamas bélicas, dirigidas no a alentar a sus jugadores sino a insultar y amenazar al otro y, lo que es realmente novedoso, a exaltarse a sí mismos.

Su presencia en los estadios pasó a tener razón de ser en una lucha contra la tribu enemiga, y en ese marco, el centro de sus miradas y de sus cantos dejó de ser lo que hacen los futbolistas en el campo para pasar a ser sus propias hazañas. Para usar una metáfora que ellos entenderían bien, medir quien la tiene más larga.

Así, el hincha que solo quiere ver un partido de fútbol y sufrir o gozar con lo que hace su equipo, queda enredado durante dos horas entre atomizantes autogratificaciones del tipo “siempre estamos” o “tenemos más aguante” –como si a alguien que no fuera ellos, eso le importara- y coloridas agresiones, la mayoría focalizadas en un fantaseado sometimiento sexual al otro.

“La banda del Parque me chupa la pija” se escuchaba el sábado 23, coreado no por una decena de desubicados sino por miles de gargantas, y no solo en la Amsterdam. La banda del parque, para los desprevenidos, es el núcleo de la barra de Nacional. Lo significativo es que Nacional ni siquiera jugaba el sábado, jugaban Peñarol y Torque. Las apelaciones a “cogerse a las gallinas” no faltaron tampoco, obviamente. Otras veces, ya lo sabemos, son menos lúdicos y hablan de matar, directamente.

Ya a nadie parece preocuparle esto, es “parte del folclore”, como diría el presidente de Peñarol, un individuo que encarna paradigmáticamente esta mentalidad. Ignacio Ruglio dijo hace poco en un programa de televisión (“Algo que decir”, La Tele): “yo no miro fútbol”. Es como si el dueño de un diario dijera “yo no leo diarios” o el director de una compañía teatral reconociera “no me interesa el teatro”. “Solo me interesa Peñarol”, coronó.

En otro programa, “Fanáticos” de VTV, aportó más información sustanciosa: dijo no solo que no le mueve nada la selección uruguaya, sino que nunca había visto un partido de ella. Lo cito de memoria: “En la Copa América del 95 íbamos con amigos hasta la puerta del Centenario, algunos entraban y otros nos volvíamos”. Y esta perla de cultivo: “El partido contra Ghana en Sudáfrica no lo vi; mientras todo el Uruguay estaba frente al televisor yo estaba paseando por la rambla desierta de Piriápolis”.

Para el presidente de una de las dos instituciones deportivas más importantes del país no existe fútbol más allá de su club, ni tampoco selección uruguaya. Ojo, Ruglio es –por lo que se ve- una persona inteligente, creativa y muy trabajadora. Pero su forma de vivir esta pasión es la misma que la de los barras de la Amsterdam: fuera de lo mío, la nada misma. Cuando se habla de que el público que alienta a la selección (familias, gente del interior, adolescentes y niños que van a vibrar junto a sus ídolos) es completamente diferente al de los partidos locales, sobre todo de los grandes (violencia simbólica, verbal y a veces física), queda claro dónde se ubica uno de los principales dirigentes del país. Y en el otro “bando” hay espejos, no cabe duda, solo que son menos francos en sus declaraciones.

La mentalidad barra brava, aquella para la cual la competencia en un campo de juego es apenas una excusa para trenzarse en una lucha contra ese otro que está fuera de la cancha, no solo copó los estadios y echó de ellos al resto, sino que, al parecer, ya se expresa en la dirección de los clubes más importantes.

¿Dónde va a terminar esto? Nadie lo sabe. Pero lo peor es que a nadie parece importarle demasiado. El fútbol de cabotaje se hunde cada vez más –cuando escribo esto los equipos uruguayos solo superan a los bolivianos en puntos ganados en las dos copas de Conmebol- mientras el público futbolero ha sido expulsado de las canchas y éstas están en manos de mentalidades a las que les interesa otra cosa, no la competencia deportiva.

Cámaras de vigilancia, reconocimiento facial, controles exhaustivos, centenares de policías en las calles parecen haber corrido la violencia de las tribunas. La corrieron para afuera, porque ahora matan a un pibe que va en bicicleta por la calle, o los malandras se agarran a tiros en una feria. En los estadios sí, hay una especie de tensa calma, al menos hace tiempo que no tiran una garrafa. Mientras tanto, las referencias a los favores sexuales que la “banda enemiga” deberá proveer cada vez se naturalizan más, los jugadores repiten, aplauden y ríen y Ruglio y compañía hablan de folclore.

A nadie pueden hacer creer que mientras en la tribuna avisan que van a coger al otro –en el sentido de someter, de humillar, de violentar en su dignidad, de causar daño- en la calle esas cabecitas van a tomarse unas copas fraternalmente. Ya vimos que no. Mientras tanto, los que tendrían que pensar a dónde nos lleva todo esto, en el mejor de los casos miran para otro lado. Porque en el peor, son parte de esta mala película, medio terrorífica, medio patética.

 

POR MÁS PERIODISMO, APOYÁ VOCES

Nunca negamos nuestra línea editorial, pero tenemos un dogma: la absoluta amplitud para publicar a todos los que piensan diferente. Mantuvimos la independencia de partidos o gobiernos y nunca respondimos a intereses corporativos de ningún tipo de ideología. Hablemos claro, como siempre: necesitamos ayuda para sobrevivir.

Todas las semanas imprimimos 2500 ejemplares y vamos colgando en nuestra web todas las notas que son de libre acceso sin límite. Decenas de miles, nos leen en forma digital cada semana. No vamos a hacer suscripciones ni restringir nuestros contenidos.

Pensamos que el periodismo igual que la libertad, debe ser libre. Y es por eso que lanzamos una campaña de apoyo financiero y esperamos tu aporte solidario.
Si alguna vez te hicimos pensar con una nota, apoyá a VOCES.
Si muchas veces te enojaste con una opinión, apoyá a VOCES.
Si en alguna ocasión te encantó una entrevista, apoyá a VOCES.
Si encontraste algo novedoso en nuestras páginas, apoyá a VOCES
Si creés que la información confiable y el debate de ideas son fundamentales para tener una democracia plena, contá con VOCES.

Sin ti, no es posible el periodismo independiente; contamos contigo. Conozca aquí las opciones de apoyo.

//pagead2.googlesyndication.com/pagead/js/adsbygoogle.js
temas:
Semanario Voces Simplemente Voces. Nos interesa el debate de ideas. Ser capaces de generar nuevas líneas de pensamiento para perfeccionar la democracia uruguaya. Somos intransigentes defensores de la libertad de expresión y opinión. No tememos la lucha ideológica, por el contrario nos motiva a aprender más, a estudiar más y a no considerarnos dueños de la verdad.