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Bolsonaro, ordenanza del imperio por Ruben Montedonico

Bolsonaro, ordenanza del imperio por Ruben Montedonico
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En el contexto de cambios en Sudamérica y progresos de la derecha, que anula avances populares de periodos progresistas, a los cuales se suman acciones de cuño neoliberal, es que ubico la visita del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, a Estados Unidos. Más allá de su desafortunado paso por Washington y de concesiones habidas y por hacer que dio en la capital imperial, Bolsonaro -de acuerdo con reseñas periodísticas brasileñas- desató terribles tempestades políticas en su país y afectó el entorno propio: no fue a la visita de Estado con el canciller Ernesto Araújo; el índice de su apoyo popular se redujo en 15 por ciento desde la posesión presidencial del pasado 1º de enero; en el Legislativo objetaron el proyecto de reforma jubilatoria, central en las aspiraciones del gobierno y de su ministro de Economía, el neoliberal Paulo Guedes -al que sí llevó a Estados Unidos-; además, se distanció de Rodrigo Maia, presidente de la Cámara de Diputados, otrora, uno de sus apoyos.

Encima de ir a halagar a Donald Trump, de que a su regreso fue recibido con duras críticas de la ciudadanía y la prensa, partió hacia Chile, donde elogió la pasada dictadura y al finado y execrado Pinochet: Sebastián Piñera no tuvo otro remedio que declarar que los dichos de su colega fueron poco felices. Para colmo de males, pese a que los medios que le son afectos procuraron desviar la atención pública hacia la prisión del ex presidente Michel Temer y su ministro Wellington Moreira Franco -ambos detenidos, junto con otros, por actos de corrupción- con lo que esto también encubría los fracasos legislativos al intentar modificar la política previsional, como una perla político-social más se conoció que Bolsonaro nombra a Carlos -uno de sus delincuentes hijos- “amorosamente” pit bull y que éste muerde con ahínco a Sérgio Moro, miembro del gabinete de su padre (en Justicia y Seguridad Pública), quien como antiguo juez aprehendió, procesó y condenó (descarriló políticamente) a Lula.

La sarta de hechos referidos profundizó, al parecer, la mella en la ya abollada relación de Bolsonaro con la jerarquía militar. Claro está que se debe reconocer que para todo eso no empleó la totalidad de los 90 días de mandato que se cumplen el 31 de marzo: lo realizó en menos de 200 horas.

Sin embargo, si hago centro en el viaje del gobernante para ver a Trump, su poderoso favorito, al tiempo que repaso el calendario electoral, encuentro que en octubre se harán elecciones en tres países fronterizos con Brasil: Argentina, Bolivia y Uruguay. Sin entrar en detalles acerca del significado que esto tenga para Bolsonaro y para la sociedad brasileña, creo que es hora de pensar en las consecuencias que acarreará una genuflexión a Estados Unidos como esa por parte del gobernante de un país de 8.5 millones de km2 -del área de un continente como Oceanía- y más de 210 millones de habitantes.

Al coincidir con el chileno Roberto Pizarro, copiamos su definición acerca de que “Trump y Bolsonaro se han convertido en referentes de una derecha peligrosa y violenta. Les disgusta la diversidad sexual y cultural, exaltan el militarismo y son enemigos de los inmigrantes. Ambos cuestionan el desarme nuclear, no creen en el cambio climático y han sido categóricos en la necesidad de aplastar las ideas de izquierda”.​ Continúa señalando que “la presencia de la extrema derecha a la cabeza de los dos países más grandes de América (Brasil y Argentina) no anuncia nada bueno para nuestra región, ni para el mundo”, y señala que se trata de hechos que asimismo ocurren en otros sitios, como en Europa, para rubricar que “en América Latina la ‘izquierda del siglo XXI’ y los progresismos no fueron capaces de implementar un modelo alternativo al neoliberalismo.

En tanto, el corresponsal en Estados Unidos de La Jornada de México, mi estimado David Brooksescribe que la Casa Blanca se convirtió en un psiquiátrico, por lo que “para muchos de nosotros, como periodistas, el dilema es si reportar todo como lo hacíamos antes de la llegada del bufón peligroso (Trump), y con ello otorgar credibilidad y ‘normalidad’ al rey del manicomio y sus cómplices, sólo porque representan el poder político de esta última superpotencia, o si ya nombrar las cosas como son”.​

Si hago a un lado opiniones y adjetivos -sin cuestionar lo adecuados que son- debo reconocer que una parte esencial del poder del imperio radica en el dominio y control de lo que considera su “patio trasero” y que de diversas maneras Washington -desde antes de Trump y con él también- ha venido remodelando y adecuando a sus intereses. A ello agrego las propias deficiencias e ineficacias acumuladas por progresismos y socialdemocracias latinoamericanas, y lo junto con los implantes que en la ciudadanía hicieron y hacen los numerosos medios de comunicación de la derecha (con cadenas y reproductoras en cada país, además de la acción de empresas locales) se generarán espacios políticos que beneficien a candidatos derechistas. Un ejemplo de las concesiones que se dieron -suponiendo que con ello se obtendrían beneficios de “no agresión” política y económica- lo representa la base de Alcántara en la Amazonia: fue otorgada inicialmente para uso como centro de control espacial, a sabiendas de que su estatuto la perfilaba como estación militar, algo que al final Bolsonaro entregó a Trump y al Pentágono: desde allí vigilarán cercanamente y ofrecerán seguridad a la explotación del Pre-sal de Brasil que adjudicarán a transnacionales estadunidenses.

Al revisar el efecto de los avances de la derecha continental y los comicios de Uruguay, resulta inevitable suponer que el hacer propio estilos de observar las cosas y compartirlo con quienes ven lo mismo; el olvido u ocultamiento de errores del pasado; un estatuto prefabricado para calificar malos servicios públicos, ligado a la costumbre que hace suponer eso como algo común, anida en la definición de estratos sociales que afirman ‘son todos iguales’, lo que auspicia apoyos a un regreso conservador.

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