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¿Brasil es tan digestivo…?

¿Brasil es tan digestivo…?
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Este domingo fueron las elecciones en nuestro vecino norteño, a la luz de los resultados cabe analizar las perspectivas para ese país y el resto del continente. ¿Cómo se afectará la situación interna brasileña? ¿Estamos frente a un gobierno débil? ¿Peligra la democracia en ese país? ¿Cómo se sale de semejante polarización? ¿Qué se puede esperar para el futuro del Brasil y del Mercosur? ¿Cómo repercute en nuestro país el resultado?

La razón ya no es suficiente por Roberto Elissalde
Sólo para no deprimirse de entrada: la victoria de Lula es una alegría para los brasileños y los ciudadanos progresistas y honestos del mundo. La llegada al poder de gente como Jair Bolsonaro, Donald Trump, Boris Johnson, Giorgia Meloni y otros no parece ser una casualidad y cualquier corte en sus trayectorias es una victoria valiosa.
Pero esta alegría también hace pensar en el tipo de sociedades en que vivimos: sociedades partidas en mitades casi irreconciliables que, si bien compiten más o menos democráticamente por el acceso al poder estatal, quedan sujetas a una lógica de ellos contra nosotros que lo único que hace es profundizar las diferencias. Es lo que en Argentina comenzó a llamarse “la grieta”: la separación de dos campos no sólo con posiciones políticas diferentes sino con sensibilidades diferentes, con interpretaciones del mundo divergentes y con la sensación de que es casi imposible integrar el punto de vista ajeno a la vida democrática tolerable.
Este punto de vista ha beneficiado históricamente a la derecha política. Con el nacimiento de los partidos de ideas y de clase en el siglo XIX, los sectores dominantes corrían el riesgo de perder el control de sus sociedades si es que los campesinos o los obreros votaban un gobierno que representase sus intereses. El populismo y el nacionalismo han sido los dos caminos para neutralizar las alineaciones de clase.
Cuando digo clase no quiero que se entienda que si los trabajadores votaran a los trabajadores implantarían un régimen comunista compulsivo. Quiero decir que implantarían un gobierno que permita que los malla oro colaboren con el pelotón y no para que se escapen solos, a costas del esfuerzo de todos. Sería razonable que construyeran un gobierno basado en la solidaridad, en el cuidado de lo que es de todos, como el ambiente y el derecho a vivir de acuerdo al gusto de cada uno. Por supuesto sería un gobierno que se basaría en el respeto por los derechos de las mayorías, pero también un respeto extremo por el de las minorías.
Las elecciones en Brasil muestran un mapa en el que se ve una consistente mayoría de pobres votando por el candidato de la izquierda. Pero también una millonada de brasileños que votan por los enemigos de sus intereses a partir de visiones construidas por supuestos mandatos de dios, por el odio a los homosexuales y a los comunistas. Estas personas, que intentan defender un “estilo de vida” (descrito por sus pastores) que no se preocupa tanto por las injusticias de esta tierra sino por la consecuencia de los pecados en el más allá, son capaces de votar por quien los somete. En términos uruguayos, sería como que un ciclista que está en el camión de los rezagados votara por darle una bonificación al malla oro.
A caballo de las redes sociales, la política de los sentimientos se ha superpuesto victoriosamente a la de los intereses colectivos. La derecha política del mundo ha sabido juntar religión, nacionalismo, xenofobia, miedo a la inseguridad y proyección de todos los males en “el otro”, mientras que a la izquierda le cuesta lograr construir un nosotros, un sujeto político comprensivo que se base en la razón de sus argumentos, pero le dé un lugar importante a lo irracional, lo sensible, lo afectivo.
La construcción de ese sujeto complejo, contradictorio, cambiante pero bien rumbeado al amparo de un líder a la vez razonable y sensible, con una organización y una política de alianzas flexible, es lo que los izquierdistas del mundo festejamos con nuestros hermanos brasileños (incluso con los millones que votaron contra sus intereses, pero serán beneficiados por las políticas del nuevo gobierno). En algún momento habrá que convertir esos sentimientos en razón, pero ahora se puede respirar un poco aliviados.

Brasil un tembladeral por Camilo Márquez
Al momento de redactarse estas líneas Jair Mesías Bolsonaro guarda silencio. Este mutismo no es simbólico como se empeñan en señalar varios analistas, amparándose en que, al fin de cuentas, es el Tribunal Electoral el que entrega el poder al ganador. Lula ya cuenta con la proclamación de este organismo desde el mismo domingo a la noche, pero la negativa de Bolsonaro a aceptar el resultado tiene como complemento desde el vamos la movilización callejera, hasta el momento, de los camioneros, que montan piquetes en 16 estados, mostrando una capacidad de despliegue eficaz y de alcance vasto.
En una elección extremadamente peleada, el fascista logró captar nada menos que siete millones de votos entre la primera vuelta y el balotaje, contra tres millones de su contrincante. Sus aliados se quedaron con las gobernaciones de los tres estados mas poblados y exhiben también musculo en el congreso, aunque todavía esta por verse si constituye un obstáculo real en las cámaras donde el llamado “centrão” (partidos bisagra) tienen un peso decisivo. Según Folha de Sao Paulo, la suma de fuerzas con inclinación a Lula Da Silva reuniría 228 escaños, contra unos 200 del bolsonarismo. Independientemente de esto el PT aparece más diluido que nunca en una suerte de federación de federaciones partidarias: “Vamos juntos por Brasil”, que amontonó desde el PSB de Alckmin hasta el PSOL. Sea como sea la gravitación del parlamento pasa a un segundo plano cuando se plantea la movilización y la acción directa. Brasil ha pasado a una etapa muy crítica. Las advertencias reiteradas de distintos observadores sobre un “6 de enero” carioca, en referencia a la fecha de la toma del Capitolio por parte de los seguidores fascistoides de Trump en 2021, se proyecta con mas fuerza con el correr de las horas. La respuesta del candidato vencedor soslaya las acciones de los grupos reaccionarios, y multiplica las señales hacia la derecha. Lula inmediatamente conocidos los resultados ha remarcado, por si cabían dudas, que el suyo “no será un gobierno del Partido de los Trabajadores” sino un “gobierno de brasileños”. Lula sube en condiciones económicas internacionales harto más desfavorables que sus anteriores mandatos, y con una debilidad política mas pronunciada. No se puede subestimar que quien acompaña a Lula como vice presidente y a quien también se maneja como posible ministro de economía (algo que la legislación brasileña permite bajo la denominación de acumulación de cargos) fue unos de los principales promotores del golpe contra Dilma en 2016. En el PT declaran “off the record” que “Alckmin se ha comprometido” en el sentido de que no existirán pedidos de juicio ni impeachments. Con todo, la dinámica la marca el bolsonarismo y su movilización extraparlamentaria y paraestatal, que ya deja ver con que armas pretende dar la lucha política en la siguiente etapa.
El escenario pasadas las elecciones es incierto. La transición de gobierno también es excepcional, como ocurre en época de crisis. Lejos de sus mandatos anteriores, el que debe encabezar en la próxima etapa no se distingue por los altos precios de las materias primas sino de una exacerbación de la lucha entre todas las potencias por el mercado mundial. La nueva coalición armada por la centroizquierda está plagada de banqueros y políticos de confianza del gran capital. Mujica, invitado de honor de Lula, se limitó a una defensa abstracta de la democracia y a señalar los excesos verbales de Bolsonaro. La cantinela de la batalla contra el odio es repetida a nivel continental por fuerzas que capitulan ante los “odiadores” sistemáticamente. El trasfondo de todo este manoseo conceptual es que los explotados deben bancar todas las agachadas, porque si sacas a los moderados vienen los que “te odian”.
La izquierda y el movimiento obrero en Brasil tienen que discutir urgentemente una campaña de movilización política, que no puede esperar ni de la burocracia sindical ni de los aparatos pequeñoburgueses que permitieron que un aventurero reclutado en el bajo fondo fascista reuniera más de 58 millones de votos.

Un desafiante panorama por Alfredo Asti
Obviamente este 30 de octubre tendrá un lugar especial en la historia de Brasil y de la región toda, con repercusiones a nivel global, como el día que la alegría venció a la tristeza, como el día del regreso de Lula.
El resultado de las elecciones en Brasil tiene diversas lecturas y particularidades:
1) Un giro de la conducción del país que pasa de una alianza Bolsonarista con ribetes fascistas y poco apego a la Democracia, sus instituciones, a la separación de poderes y a la Paz, a manos de un PT progresista y sus aliados de amplio espectro. Nos encontraremos seguramente un PT distinto al que conocimos durante el anterior doble mandato de Lula y el, tempranamente abortado periodo de Dilma. Creo que la clave del cambio no debe leerse solo en términos de izquierda y derecha, sino en respeto a la Democracia y al Dialogo Pacifico contra el autoritarismo.

2) La “sorpresiva” escasa diferencia y el no menos sorpresivo aumento de la votación de Bolsonaro en segunda vuelta, pese a los apoyos recibido por Lula en esta instancia desde el arco de partidos democráticos de izquierda a derecha (José Sarney, Fernando Henrique Cardoso, Ciro Gomes, Simone Tebet, Marina Silva, etc.), lo que muestra a un país dividido a la mitad más por razones de rechazo que de apoyo a cada uno de los contendientes, quizás características de “grieta” a la brasileña. También significativo es que Bolsonaro es el primer presidente en funciones en Brasil que pierde una elección, pese a todo el aparato oficial puesto a su favor y Lula el primero en ganar por tercera vez una elección presidencial.

3) La resiliencia de Lula que le permitió superar, pese a su edad, los fallos adversos de la Justicia hasta su absolución, su enfermedad, las pérdidas familiares, etc. para volver a convertirse en una esperanza para la mitad del pueblo norteño, en base a lo mucho y muy bueno realizado por sus Gobiernos anteriormente.

4) Un escenario de difícil gobernabilidad con un Congreso divido sin mayorías, ni siquiera la minoría necesaria de 1/3 para bloquear intentos de juicio políticos desestabilizadores. El PT y Lula ya pasaron por escenarios parecidos en el pasado (aunque no tan extremos) y consiguieron, hasta el “golpe parlamentario” contra Dilma, manejar la situación, pero muchas veces recurriendo a concesiones rayanas en la corruptela generalizada y tradicional en ese país, a través de prebendas para comprar apoyos de sus aliados.

5) Un esperanzador mensaje de Lula, llamando a la Unidad de todo el país, al rescate de valores de las políticas sociales (lucha contra el hambre, vivienda salud y trabajo) y de inclusión de todos los brasileros, que caracterizaron sus periodos anteriores. La vuelta al Brasil del protagonismo a nivel regional y global que había perdido en manos del actual aislacionismo de Bolsonaro (réplica del Trumpismo); su reivindicación de la defensa del medio ambiente y en particular de la biodiversidad de la Amazonia y fundamentalmente un llamado a la Paz en Brasil y el mundo.
Podemos concluir que se abre en la región y para nuestro país un interesante y desafiante panorama. En primer lugar, cambia la correlación de fuerzas a nivel regional y puede presumirse un mayor peso de América Latina a nivel global, si Brasil reconquista el protagonismo perdido en el relacionamiento de los BRICS, el G20, la UNASUR y CELAC y las cuestiones ambientales que podrían dar un vuelco significativo en las relaciones con la Unión Europea que involucre además a todo el Mercosur.
Bienvenido el cambio, satisfacción por lo obtenido y algo de incertidumbre por lo que resultará del nuevo escenario y sus actores.
“A partir del 1º de enero de 2023, gobernaré para 215 millones de brasileños, no solo para los que votaron por mí. No hay dos Brasiles. Somos un país, un pueblo, una gran nación.”
¡Que así sea querido país hermano, que así sea querido Lula!!!

Brasil: el dramático juego del poder por Isabel Viana
Brasil, como algunos otros países de América Latina todavía no terminó de conquistar sus riquísimos espacios interiores. La población de 215 millones de habitantes, integra desde tribus que no han tenido contacto con la cultura occidental, hasta grupos muy minoritarios de alto poder económico, político y cultural. La conquista del territorio se realizó desde la costa al interior e intervinieron desde las etapas iniciales actores de distinto tipo, desde los conquistadores a los bandeirantes a emprendedores agrícolas y su mano de obra.
La población se concentra en las costas, con mayor densidad desde San Pablo al sur y vacíos territoriales en las tierras del área occidental, parte de las que ocupa aún la foresta amazónica.
Las colonias españolas proporcionaron metales desde el comienzo de la colonización. Brasil fue, hasta mediados del S XVII el mayor productor mundial de azúcar y principal mercado de esclavos. Los centros productivos se radicaron inicialmente en la costa. El descubrimiento de oro en Minas Gerais llevó explotaciones al interior, cuyos recursos habían detectado incursiones de los bandeirantes – bandas armadas que recorrían el territorio buscando bienes comercializables y esclavos.
Las tierras fueron cedidas a fazendeiros por la corona portuguesa inicialmente y por el estado después, en enormes extensiones, a “capitanes”, que agotada rápidamente la mano de obra indígena, usaron mano de obra esclava o inmigrante. La esclavitud fue abolida en Brasil en 1888, pero los campesinos siguieron siendo explotados en condiciones de sujeción y pobreza similares a las de los esclavos. La población trabajadora vivía subnutrida: nunca interesó plantar alimentos.
Como siguen haciendo en la Amazonia, generaron espacios para la agricultura mediante grandes incendios de la mata. Organizaron la producción de bienes que llevaron a los mercados internacionales, como el cacao, el caucho, el café, el algodón, las maderas finas
El cuadro se mantiene hoy. Usando las más sofisticadas tecnologías se buscan riquezas inexplotadas y los grandes capitales internacionales, a los que se suman hoy los del narcotráfico, usan todos los medios posibles para apropiarse de las tierras a explotar: que han incluido desde la corrupción generalizada hasta los asesinatos de políticos, periodistas o activistas ambientales, pasando por la expulsión de indígenas de sus tierras ancestrales.
Como en el resto de Iberoamérica, Brasil ha sufrido y sufre una rapiña sistemática, de la que los gobiernos han sido en general cómplices, Entre las consecuencias de esta explotación y del inequitativo reparto de sus beneficios, la sociedad brasilera tiene sectores con niveles altísimos riqueza y multitudes que viven extremos de pobreza. Las grandes ciudades, sedes de poder político y económico exhiben esas desigualdades.
Hoy los habitantes de Brasil están divididos entre dos mitades iguales: ganó las elecciones, por una diferencia mínima, la coalición de partidos encabezada por Lula, cuyo discurso habló de la construcción de un país más justo. Propuso en primer término, volver a su programa “Hambre Cero” con el que intentará nuevamente eliminar el hambre en uno de los países más ricos del mundo. Prometió también la construcción de una sociedad más justa y cuidar la Amazonia y los recursos naturales.
El otro medio país votó por un populismo de corte fascista, cómplice de la explotación salvaje de los recursos naturales de Brasil. Esa situación interna, es de fuerte raíz histórica y gobernarla implica una alta complejidad de gestión, a la que suma la intervención encubierta de las grandes corporaciones empresariales. Las fuerzas presentes del imperialismo económico no suelen detenerse ante violaciones de la legalidad para obtener sus fines de enriquecimiento sin límite.
La historia del último siglo, desde Getulio Vargas y la instalación del populismo que pretendió acordar con las élites y los trabajadores, hasta el reciente golpe de estado disfrazado que sufrió Dilma Roussef o los años de prisión que sufrió el propio Lula, así como los vínculos de Bolsonaro con los empresarios internacionales y las fuerzas armadas, son ciertamente preocupantes.
El gobierno de Lula no deberá enfrentar sólo a partidos políticos brasileros: la riqueza de Brasil y sus potencialidades de futuro atraen al ruedo a las fuerzas más negras del juego de poder político y económico global, a las que ya se ha visto intervenir desembozadamente en la sucia campaña pre electoral.
Brasil permite visibilizar hoy el drama político y económico de todos los países de América del Sur, condenados a la explotación salvaje de sus bienes naturales, a la desindustrialización y producción de commodities, a ser mercado de consumo de la producción global, a a la migración de sus expertos formados atraídos por el capital global. En suma, la amenaza es la dependencia político-económica de los invisibles centros de poder globales.
Desear éxito a Lula en esas circunstancias es resultado del deseo de que se pueda encontrar un nuevo camino para toda América Latina. Podría abrir el camino para la sutura de las venas abiertas de nuestro continente. Pero su éxito no dependerá sólo del juego de las fuerzas internas: deberá enfrentar a todo el sistema de enriquecimiento desmedido de las élites globales.
NOTA: Sabemos muy poco de lo que sucede en Brasil. Agradezco especialmente a TV Ciudad, único canal abierto que trasmitió en vivo el resultado de las elecciones en Brasil y el discurso completo de Lula. El resto de los canales locales tenían su programación habitual.

Sin ilusiones por Gonzalo Pérez del Castillo
Varios comentaristas políticos interpretan la victoria de Lula da Silva sobre Jair Bolsonaro como un renacer de la democracia anti fascista en ese país y una nueva oportunidad para la integración latinoamericana. Una versión menos idílica es que la democracia en Brasil, al igual que la mayoría de las democracias liberales de peso del mundo entero, atraviesa un momento de banalización y de incertidumbre. Los líderes han perdido la brújula. El debate entre los candidatos a la presidencia de este trascendente país fue un auténtico mamarracho.
El resultado de la elección dos días más tarde arrojó que, para los brasileros, Lula es el menos peor, pero por poquito. Significa que Lula toma el gobierno, pero no tiene apoyo parlamentario, con lo que deberá negociar su “modelo de país” con miembros de la oposición que, supuestamente, hubieran preferido “el modelo Bolsonaro”. El resultado termina siendo: ningún modelo y un refrito de acomodos y concesiones que permitan gobernar para ese cortísimo plazo hasta la próxima elección.
Lula buscará, como lo anunció, revertir el hambre de 30 millones de brasileros. En un país tercer mayor exportador de alimentos del mundo y primer exportador de proteína de origen animal, erradicar el hambre de su población no debería necesitar de una revolución. Una sensata administración de sus bienes sería suficiente. Es de esperar que lo intente y lo logre. Otro tema en el que podemos esperar cambios es en la política internacional. Brasil pertenece a los BRICS y al G20. En el mundo era considerado una potencia emergente y amigable. Sin embargo, Bolsonaro, con sus infelices pronunciamientos en una variedad de temas sensibles y su admiración por Donald Trump ha sepultado esa imagen. Lula intentará rescatarla.
Pero no nos hagamos ilusiones. Brasil, aprovechando supuestas afinidades ideológicas con otros gobiernos de “izquierda” en nuestra región, tendría la posibilidad de revitalizar un proceso de integración. Con Lula en Brasilia, 85% de la población regional queda en manos de gobiernos “progresistas”. Aún al más ferviente partidario de la integración le debe asaltar la duda sobre el significado de “progreso”. Ciertamente ni Argentina, ni Cuba, ni Perú, ni Venezuela, con sus poblaciones empobrecidas y sus millones de emigrados y exilados son ejemplos de progreso.
La dura realidad es que la política exterior de Brasil ha sido y seguirá siendo exclusivamente dirigida a favorecer los intereses de Brasil, no del Mercosur, no de la región, sólo de Brasil. Para Brasil el Uruguay no cuenta. Nosotros tenemos mejor democracia, mayor ingreso per cápita, mayor igualdad e integración de la población, mejor calidad de vida, menos corrupción y un largo etc. Itamaraty entiende que no hay justificación para ayuda alguna. Brasil sólo apoyará la política de apertura internacional de Uruguay en la medida que pueda sacar algún beneficio concreto de la misma.
Ya hemos sobrevivido a Celso Amorim y a Bolsonaro. Seguiremos negociando, como hemos hecho siempre, porque nada de lo que se viene es nuevo.

Triunfó Lula y la democracia brasileña por Pablo Anzalone

La victoria de Lula en la segunda vuelta de las elecciones brasileñas logró superar la violencia del bolsonarismo y su utilización inconstitucional del aparato del estado. El gobierno de Bolsonaro repartió ilegalmente más de 15 mil millones de dólares (80mil millones de reales) en la campaña para comprar votos. La cantidad de hechos de violencia cometidos por bolsonaristas en esta campaña es muy grande. Asesinatos y agresiones se cometieron en distintos lugares del país. No se trató solo de seguidores anónimos sino casos como Roberto Jefferson o Carla Zambelli son figuras destacadas. Las vinculaciones de los Bolsonaro con las milicias parapoliciales en Río son anteriores y notorias. Pero la campaña electoral superó todo lo anterior en materia de violencias. Más de 560 controles en las rutas para obstaculizar el voto de los nordestinos fueron implementados por la Policía Rodoviaria Federal, en base a una decisión tomada en el Palacio de Planalto, solo revertida cuando el Supremo Tribunal Electoral dio un ultimátum.
Cabe pensar entonces que es una estrategia política de amedrentamiento de la población, de empoderamiento de sus seguidores y de amenaza al régimen democrático. Al escribir estas líneas continúan los bloqueos de rutas por parte de camioneros bolsonaristas, pidiendo una intervención militar. Las fake news y la manipulación han alcanzado niveles extraordinarios.
El autoritarismo tiene raíces profundas en nuestro continente y todavía sufrimos las consecuencias de las dictaduras civico militares que llevaron el terrorismo de Estado a toda la sociedad. Con complicidades sociales, empresariales, mediáticas e institucionales según los períodos. El impeachment contra Dilma Roussef y la prisión de Lula constituyeron un nuevo tipo de ruptura de las reglas democráticas, que hizo posible el triunfo de personajes como Bolsonaro.
El bolsonarismo se ha convertido en un fenómeno particular donde los elementos antidemocráticos y violentistas pesan decisivamente. Más que en otras derechas de la región. Decíamos en 2018 que el apoyo a Bolsonaro era una expresión del poder de los estamentos militares y represivos, de un poder agrario extremadamente reaccionario, de la influencia creciente de iglesias conservadoras, y del peso de las ideologías racistas y misóginas en la sociedad brasileña. Citabamos a Jesse Souza cuando fundamenta que el problema central del Brasil moderno no es la corrupción, sino la esclavitud y sus efectos, el abandono sistemático de las clases humilladas, estigmatizadas y perseguidas, las relaciones de dominación entre clases sociales. Brasil ha sido la mayor sociedad esclavista de la historia de la humanidad, dice Souza, y eso tiene efectos sociales y culturales profundos.
En la crisis actual de la región y el mundo el retroceso del Estado, el debilitamiento de la protección social, el aumento de las desigualdades, del hambre, de la depredación de la Amazonia, las pésimas respuestas a la pandemia con altísimos costos humanos, las políticas económicas neoliberales, muestran a la derecha gobernando para las minorías privilegiadas.
Las estrategias autoritarias y la manipulación no alcanzan, sin embargo, para impedir la movilización popular y los pronunciamientos ciudadanos que han renovado a los progresismos como alternativas de gobierno.
Lula y todo un frente democrático obtuvieron un triunfo ajustado, menor a lo que señalaban las encuestas, pero incuestionable. Se confirma una situación que se ha reiterado en varios países de América Latina: la derecha pudo alcanzar algunos gobiernos en los últimos años, derrotando a las izquierdas, pero no consolidar su hegemonía.
Para las izquierdas la construcción de estructuras y prácticas para una sociedad más democrática y justa es un enorme desafío que no está saldado. La participación social y política de amplias mayorías es un camino ineludible en esa dirección. No hay cambios duraderos sin participación protagónica de la gente. Aprendiendo de los errores anteriores y renovando el pensamiento crítico para democratizar la sociedad.
Con Lula toda América Latina puede tener una incidencia mayor en una situación internacional crítica, donde la guerra, la pobreza, el hambre, la opresión étnica y de género y una serie de crisis acumuladas en lo ambiental, sanitario, alimentario, los cuidados y la protección social, agudizan las desigualdades.

América Latina está podrida y no tiene solución. Por Martín Forischi
Habida cuenta que había ganado la izquierda en Chile, había ganado la izquierda en Perú, Lula dio el pie ganando la segunda vuelta en Brasil, pero no podemos olvidar que, en Brasil, y en el resto de América Latina no hay salida; en serio se los digo.
Viendo las cadenas internacionales días previos al balotaje, valoro el entusiasmo de la juventud brasileña. Valoro sus deseos, sus ganas, porque vivimos en esta parte del mundo, ¿qué más vamos a querer que a la región le vaya bien? Pero no tenemos salida, que la gente sepa, lamentablemente que no va a tener su casa; que no va a poder comprar su auto; que no va a haber créditos normales, flexibles, y no usureros. Que la inflación va a seguir siempre; que los impuestos van a ser cada vez más, es lamentable, pero el que no quiera verlo tiene todo el derecho de no verlo; pero sepamos todos que la gran mayoría de los brasileños, y de los latinoamericanos no puede salir de la crisis económica.
Les cuento: yo me considero un privilegiado, porque tuve la suerte de viajar, y en esos viajes conocí Brasil; y al caminar por los barrios de las ciudades que conocí, vi mucha pobreza. Entonces reflexioné, “que feo país,” gente que labura, como el uruguayo, años y años, décadas de trabajo vivan con la diaria y no pueden acceder a los lujos que ofrecen su país y tiene que depender de otras cosas para poder, no les digo disfrutar, sino vivir dignamente.
Han hambreado a Sudamérica toda la vida, y la van a seguir hambreando, sepan que esa gente humilde, así como también nosotros, es una cuestión de supervivencia, que nos levantamos con el único objetivo de sobrevivir ese día, sin sueños.
Los partidos políticos para sus campañas usan mucho a la juventud para militar, los jóvenes obviamente que sueñan, está bien que así sea.
Yo que voy a cumplir 42 años no me vengan con quimeras, con papelitos de colores, con sueños que serán intangibles, yo les hablo con el corazón en la mano, con el corazón en la mano porque la gente tiene un peso y se lo gasta porque sabe que lo otro es inviable, imposible, ¿qué van a guardar de a 1 dólar para comprar una casa? jamás van a poder acceder a un préstamo normal que pueda afrontar, y así en cada rubro de nuestra vida. Entonces la verdad hay que decir que tenemos la suerte de haber nacido un poco antes y tener la suerte de ser dueños de nuestra propia casa, que la verdad es un privilegio absoluto.
Cada uno en su magnitud, cada uno en donde pueda, pudo obtener su propia casa, porque es muy injusta la vida de un joven trabajador en América Latina. Pero vamos al joven latinoamericano que estudia, se recibe y quiere ver si puede trabajar, es casi indigna su vida para llegar a fin de mes, y nos tenemos que bancar a toda esa clase política peleándose, y el escepticismo que tengo es producto de mi experiencia, así que el que quiera contarme otra historia, como el que la cuenta en Uruguay con la realidad uruguaya que no me cuente, la vida cada día es más indigna, cuando uno era chico te decían que la única forma de crecer es laburando, estudiando, mentira,,, vas a estudiar toda tu vida, te vas a recibir y vas a ganar 2 mangos, entonces la verdad es injusta la vida en Sudamérica. Porque uno escucha a su alrededor a los jóvenes, ejemplo uno decía que estudia, luego ayudan a sus padres abriendo la panadería, y la verdad pienso de corazón ojalá que a las nuevas generaciones les vaya bien, que en Brasil y América Latina no haya hambre; que no haya hambre en el mundo, la verdad que no la veo

Cara o cruz por Esteban Pérez
El pueblo le dio la espalda a Bolsonaro, perdió el hincha Nro. 1 de las dictaduras cívico-militares. Descomprime la angustia de muchos, pero no estamos felices; el adorador de Hitler obtuvo una importante representación parlamentaria y tres gobernadores más que Lula, lo que en un país federado significa mucho poder. Entre ellos nada más y nada menos que San Pablo, ciudad industrial, la que se suponía que con su proletariado organizado sería las espaldas y el ariete de Lula.
Pero no sólo por esto, también por la fortaleza de Bolsonaro y la debilidad del presidente electo es que decimos que no nos sentimos felices. Lo decimos también porque el vicepresidente que fue electo junto a Lula no responde precisamente a los intereses populares, es claramente un representante de los intereses de los empresarios industriales y de los agronegocios, es decir un delegado de la oligarquía brasilera con muchísimo poder en su puño.
¿Quién ganó realmente las elecciones? ¿El PT del Lula proletario y de las masas empobrecidas o la oligarquía? Todo indica que veremos más de lo mismo. Un Lula tibiongo apostando al “mensalão” al “toma y daca” al “te doy para que me des”, lo que en nuestra modesta opinión abre dos puertas: la de la traición a las expectativas populares y la del gusano de la corrupción.
Sin desconocer que probablemente traerá un alivio a las masas hambrientas, difícilmente recorriendo esos caminos podemos esperar algún avance en los necesarios cambios de estructuras, en forzar en algo las columnas del capitalismo.
Recordemos que en el segundo gobierno del Frente Amplio, nosotros tuvimos un representante de los agronegocios como Ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca y padecemos hasta hoy las consecuencias de una reforma agraria exactamente al revés de las que proponían los programas de la izquierda. Se aceleró la acumulación de tierras en pocas manos y miles de hectáreas pasaron a pertenecer a verdaderas financieras multinacionales.
Pensemos entonces lo que puede suceder con un vicepresidente con esos antecedentes quien, según lo anunciado por Lula, será una especie de superministro que jugará en toda la cancha.
No logramos visualizar algún rayito de autocrítica en Lula porque el saldo de sus gobiernos fue la desideologización de las masas y la desmovilización de las mismas. Vuelve a buscar fortalezas en el concubinato con la burguesía menospreciando el trabajo ideológico en el seno del pueblo, una vez más se desprecia lo que pueda inclinar la correlación de fuerzas a favor del pueblo: el movimiento popular consciente, organizado y movilizado. Sin esto no sólo las transformaciones penden de un hilo, sino la propia cabeza de Lula. Esperemos, en la cancha se verán los pingos…

Política exterior por Cristina De Armas

A principios del presente mandato un periodista preguntó al presidente Pou cuál sería su política exterior y éste contestó: la que convenga al país.

Esa es la política exterior de cada país, existe política exterior en guerra, en pandemia, entre gobiernos de izquierda y de derecha; porque la política exterior es política y comercial. Entre las personas existen relaciones, entre los países, intereses.
Por supuesto nadie va a negar que cuando se juntan países con gobiernos alineados en una misma ideología-como aquellos que aspiran a la Patria Grande- la buena relación de los gobiernos hace las relaciones comerciales más fáciles; pero no siempre.
Es el caso del gobierno de Brasil con Bolsonaro que sorprendió al mundo. Ha sido un presidente que se ha aislado del mundo, siendo un continente en si mismo y por eso de gran relevancia mundial; le dio la espalda a los esfuerzos ambientales que el mundo persigue por necesarios y urgentes, le dio la espalda a las recomendaciones internacionales con respeto a la pandemia, generando la crítica mundial; dentro del Mercosur no se ha decidido enfáticamente a favor de los pedidos de Uruguay de abrirse al exterior con tratados individuales, ha sido un gobierno al que parecía no importarle mayormente su política exterior más allá de exportaciones e importaciones y la política exterior es mucho más.
Esto que digo en nada significa intromisión en los asuntos internos de un país, por el contrario, se podría decir que Bolsonaro pierde el gobierno cuando su economía comienza a crecer.

El mundo entero parecía pedir que ganara Lula y eso no significa olvidar el Mensalao o el Lava Jato y no se trata de aceptar la corrupción o la sospecha de corrupción, aunque como muchas veces he escrito para que lo entienda el lector; no existe la democracia corrupción cero, la corrupción es intrínseca a la democracia. Lo diría Churchill, el peor sistema si no se tiene en cuenta al resto. La seguridad de cómo va a ser éste nuevo gobierno de Lula no lo tiene nadie, especialmente cuando Brasil, como Argentina y Uruguay parecen estar cortados a la mitad políticamente, pero Lula enfrenta a la ultraderecha, a un Bolsonaro que en realidad no aceptó la derrota, que tiene mayorías parlamentarias y que la sombra del impeachment está fresca en la memoria. Pero en lo que más nos importa, Lula está bien relacionado con nuestro país y la región, toma en serio al Mercosur y es un hombre que ha abierto antes a Brasil al mundo.

De nuestra parte cabe destacar el saludo inmediato de nuestro presidente al candidato ganador y la seguridad de que estará presente cuando asuma; una actitud republicana que nuestros mandatarios acostumbran. Por otro lado, se destacó la presencia junto a Lula de nuestro ex presidente Mujica quienes no ocultan larga amistad, pero también junto a quien se considera el próximo candidato a la presidencia de su fuerza política en nuestro país. Ha hecho recordar a la actitud de Vázquez con el actual presidente Pou, con las consabidas diferencias, por supuesto, pero esa sensación de pacífico recambio político generacional es una buena y muy particular señal siempre. ¡Paz!

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