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Brecht, parodia y sátira social

Brecht, parodia y sátira social
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Con Bertolt Brecht sucede algo paradójico, el inmenso legado teórico y político de su trabajo muchas veces parece opacar el carácter popular de algunos de sus espectáculos. En palabras de Jacques Desuché: “La crítica brechtiana insistió sobre las técnicas, la forma y la doctrina de la función social del teatro, sobre lo que el actor y el espectador deben experimentar (…) la crítica marxista insiste sobre el contenido político y dialéctico (…) Las dos simplifican la obra de Brecht aumentando únicamente uno de sus aspectos múltiples (…) dejan de lado la belleza y la poesía, y las implicaciones dialécticas de la poesía, técnica y política; finalmente sacrifican las obras en provecho de las doctrinas”.

Lo anterior es particularmente visible en La ópera de los dos centavos. Estrenada en Alemania en agosto de 1928 en el teatro Am Schiffbauerdamm, La ópera se convirtió en el espectáculo más taquillero de la escena alemana. Dos años más tarde se estrenó en Francia, en el Théatre Montparnasse dirigida por Gastón Baty. Jean Paul Sartre, en una entrevista del año 1955, recordaba así aquellas funciones: “Hoy sabemos qué es Brecht. Pero cuando la vimos antes de la guerra con Simone de Beauvoir vimos eso que llamamos una sátira social. Muy entretenida, encantadora. Bueno; pero el verdadero propósito de Brecht se nos escapó totalmente. Cuando salí del teatro -y hace más de veinte años- me pareció que la pieza era anarquista pues los burgueses son todos corruptos, el jefe de policía es un bandolero y, por el otro lado, la pieza nos presenta a las masas como un hato de pordioseros y a sus jefes como rapaces que los engañan. El lado positivo de la doble crítica se me escapó como a todo el público por entonces…” Uno se queda con la sensación de que Sartre, luego de “saber” qué es Brecht, dejó de interesarse por el espectáculo, “por la entretenida y encantadora” sátira social. Por otro lado, en 1954 se montó La ópera en el Theater de Lys del Greenwich  Village de Nueva York bajo la dirección de Marc Blitztein. El montaje fue un éxito, alcanzando las dos mil funciones, pero el crítico Francis Ferguson describió la obra como “una representación moderna que alimenta el esnobismo de públicos compuestos de gente pudiente”

Lo primero a destacar es que las funciones en los tres países fueron exitosas a nivel de público, pero parece haber un problema para calibrar el alcance de la propuesta política de los espectáculos, una propuesta política que ha ido quedando a la vista en la medida en que los escritos teóricos de Brecht empezaron a estar a disposición. Lamentablemente esto ha generado muchas veces que se esté más atento a los postulados teóricos que a continuar la capacidad de comunicarse con el público. Esto no parece suceder, sin embargo, en la versión que se estrenó la semana pasada en el Teatro Stella bajo la dirección de Diego Araújo.

No está demás recordar que La ópera de los dos centavos es una versión de un texto del siglo XVIII: La ópera de los mendigos, del británico John Gay. Gay escribe en un género popular que parodiaba las grandes óperas. Ya allí había una distancia entre la representación paródica y el objeto parodiado que permitía la reflexión además de divertir a los espectadores. Y la parodia sigue siendo una de las claves de la reformulación que hace Brecht, salvo que en vez de parodiar otro tipo de espectáculos, parodia el comportamiento de la burguesía decadente de la Alemania de su época. Solo así se entiende el monólogo inicial del señor Peachum: “Mi negocio es demasiado
difícil, pues mi negocio consiste en excitar la compasión humana. Es verdad que hay

algunas cosas que estremecen al hombre —unas pocas cosas—; pero lo malo es que,

apenas aplicadas unas cuantas veces, ya no surten efecto (…) Ocurre, por ejemplo, que

un hombre que ve a otro hombre en una esquina, exhibiendo el muñón de su brazo, la

primera vez, por el susto, le da diez peniques; la segunda, solamente cinco, y la tercera

vez lo entrega sin contemplaciones a la policía.” Peachum es un pícaro-mafioso que controla las zonas para pedir limosna y expide licencias para hacerlo. Pero también es un empresario que sabe de eslóganes y de publicidad. También en clave paródica puede entenderse el comportamiento de Mackie Navaja, un ladrón que ha ascendido en el mundo del hampa y tiene, cual burgués advenedizo, gestos aristocráticos. Los enredos de la trama que enfrentan a Peachum con Mackie ya tienen mucho del anecdotario de historias populares, lo mismo que el desenlace “feliz” artificial producto del beneplácito real. La decadencia de la burguesía alemana de los años veinte, el mundo de burdeles y cabarets y los espectáculos que buscan la evasión son parodiados en una “sátira social”, al decir de Sartre, muy efectiva. Y justamente la distancia entre la “realidad” parodiada y el hecho estético parodiante permitía reflexiones del tipo: “Señores que pretenden reformarnos,/ venciendo nuestro instinto criminal;/ primero traten de alimentarnos:/ ¡comer primero, luego la moral!”

Desde nuestro punto de vista el gran acierto en la dirección de Diego Araújo es buscar ese tono de sátira y parodia que es central en la propuesta de La ópera de los dos centavos, algo que justamente permite estar conscientes de lo artificial del hecho artístico, y atentos a la crítica social que emerge de los intersticios, cuando no de consignas claras como “¿Qué es robar un banco al lado de fundar un banco?” Los carteles a modo de marquesinas, junto a otros elementos de la escenografía y vestuario contribuyen a ese tono paródico que el elenco de forma uniforme sostiene en el escenario. Particularmente efectivos en ese sentido son los trabajos de Fernando Amaral y Cristina Cabrera como el señor y la señora Peachum, y de Mauricio Chiessa como Mackie Navaja.

Lo que se podría cuestionar es la elección musical. La orquesta ejecuta la música original de forma certera, pero uno tiende a pensar que si Brecht pidió a Kurt Weill que compusiera una música que abrevara en el jazz y la música de cabaret de los años 20 berlineses, hoy en Montevideo buscaría otros sonidos. Así como, aún manteniendo la estructura narrativa linkearía muchas situaciones con su presente actual. Brecht hablaba de su época, y seguimos pensando que hacer a Brecht sin hacerlo dialogar con el presente en que se lo representa no es serle fiel. Más allá de este detalle, Diego Araujo, junto a su equipo, asume un gran riesgo con esta versión, riesgo del que sale airoso merced a un trabajo serio y profesional. Totalmente recomendable.

La ópera de los dos centavos. Autor: Bertolt Brecht. Dirección: Diego Araújo. Elenco: Cindy Jara, Javier Martínez Barzi, Fernando Amaral, Iván Swamson, Cristina Cabrera, Sebastián Silvera, Mauricio Chiessa, Dulce Elina Marighetti, María Emilia Pé, Vic Quimbo, Carlos Sorriba, Ignacio Duarte, Camila Dotta y Facu Santo Remedio.

Funciones: sábados 21:00. Teatro Stella (Mercedes 1805)

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.