Home Política Cambios en el mapa latinoamericano: ¿por qué “segunda ola” y por qué “progresista”? por Ángel Arellano
0

Cambios en el mapa latinoamericano: ¿por qué “segunda ola” y por qué “progresista”? por Ángel Arellano

Cambios en el mapa latinoamericano: ¿por qué “segunda ola” y por qué “progresista”?  por    Ángel Arellano
0

El nombre “ola progresista” (también “marea rosa” o en inglés “pink tide”) ha sido ampliamente usado por la ciencia política y la prensa para referirse al ciclo de gobiernos de centro-izquierda e izquierda que gobernaron la mayoría de los países latinoamericanos durante los primeros tres lustros del siglo XXI. En el contexto político de la región se ha producido una sinonimia genérica entre los términos “progresismo”, “centro-izquierda” e “izquierda”. Históricamente los sectores políticos que se encuentran en este lado del espectro, no han estado alineados con los partidos tradicionales (en su mayoría liberales o conservadores) y se han diferenciado del resto.

Reconfiguraciones

Diversas discusiones histórico-teóricas refieren que no existe izquierda sin una raíz marxista. Sin embargo, con el cierre del siglo XX y la caída de la Unión Soviética, la utopía socialista experimentó reconfiguraciones vinculadas a las realidades políticas y culturales nacionales al calor de la hegemonía del modelo neoliberal. El nuevo siglo evidenció el surgimiento de una impronta posneoliberal donde se posicionaron nuevas izquierdas cuyos estilos políticos tuvieron similitudes con rasgos de los regímenes nacional-populares que encabezaron procesos de democratización.

Hay consenso en indicar que lo que conocemos como “progresismo” no es una etapa concreta en la historia, sino más bien un fenómeno que ha producido una reconfiguración de las fuerzas políticas. Los mexicanos Jaime Peña y Blanca Rubio explican lo siguiente en referencia a la región:

“el progresismo es un fenómeno histórico que corresponde a la transición capitalista de la hegemonía norteamericana y del régimen neoliberal […] así como el declive del poder de Estados Unidos y los organismos multilaterales sobre los países de América Latina, que permite el ascenso de gobiernos no alineados, sostenidos sobre masas populares, que impulsan procesos de nacionalización de los recursos naturales así como políticas redistributivas del gasto público, con una visión antiimperialista.”

El discurso progresista rescata la promoción de la justicia y el progreso social, la equidad, la participación, la democracia, y da al Estado un rol esencial como actor garante de la disminución de la desigualdad y las discriminaciones de las minorías apoyado en una nueva lógica de la distribución de los recursos públicos. Este fenómeno en la región, en tanto diverso y heterogéneo, también reposiciona la vieja tradición populista latinoamericana con el antagonismo débiles versus poderosos (nosotros/ellos), presente de forma transversal en el liderazgo político de todo el espectro con escasas excepciones. A nivel hemisférico esto tuvo un contexto promisorio por el auge de las exportaciones de materias primas que caracterizó el inicio del siglo y dio paso al neoextractivismo, base estratégica no solo de los gobiernos progresistas, sino de toda la sociedad latinoamericana, coherente con el antecedente ancestral regional de saberse dueños de una riqueza natural que exige ser aprovechada.

Dentro de este progresismo latinoamericano existe una gran pluralidad derivada de las distintas trayectorias históricas, ideológicas e institucionales presentes en los respectivos sistemas políticos, y, que grosso modo, se puede resumir en izquierdas autoritarias e izquierdas democráticas, o izquierdas contestatarias e izquierdas moderadas. Ambas tendencias pueden ser tomadas de forma superficial como una misma familia por sus diversos vasos comunicantes.

Cabe decir que la primera “ola progresista” no fue un momento coyuntural o un episodio pasajero. Por el contrario, representó un ciclo extendido durante una década con importantes implicancias políticas que marcaron el inicio del siglo. Distinta es la segunda ola que ahora se avizora desde 2021, y por tanto aún incipiente. No existen elementos suficientes para elaborar una hipótesis sobre su posible duración y el impacto que tendrá en la región. Responde a un momento político que, así como llegó, puede desaparecer y dar paso a otro. Hay señales que dan cuenta de una mayor debilidad estructural respecto de la anterior ola y un contexto adverso distinto de la promisoria bonanza de los primeros tres lustros del siglo. Sin embargo, en 2022 se nota un cambio sustancial en el mapa político de la región con una inclinación favorable hacia la centro-izquierda e izquierda, y este es el aspecto que permite sostener que efectivamente Latinoamérica está en presencia de una segunda ola de gobiernos progresistas y que es propicio aproximarse a mirar la coyuntura política perspectiva. Esta segunda ola presenta más diferencias que semejanzas respecto de la primera porque al día de hoy hay señales que indican que es más moderada, pragmática y heterogénea que la anterior.

La primera ola

La “ola progresista” de 2005-2015 comienza a configurarse con el ascenso del chavismo y la revolución bolivariana en Venezuela en 1999, el Partido de los Trabajadores en Brasil y el Frente para la Victoria en Argentina en 2003, el Partido de la Liberación Dominicana en República Dominicana y el Partido Revolucionario Democrático de Panamá en 2004. Le siguieron gobiernos de izquierda en Bolivia y Uruguay en 2005, Chile y Honduras en 2006, Ecuador y Nicaragua en 2007, Paraguay y Guatemala en 2008, El Salvador en 2009, y Perú en 2011. Como figuras internacionales más resaltantes de esta ola destacan Hugo Chávez (Venezuela), Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner (Argentina), Lula da Silva (Brasil), Evo Morales (Bolivia) y Rafael Correa (Ecuador). Todos llegaron al poder nacional por primera vez, obtuvieron mayorías parlamentarias (lo que les permitió gobernabilidad para introducir reformas y articular sus proyectos nacionales), y esbozaron una actitud integracionista basada en el latinoamericanismo.

Estos gobiernos tuvieron en común la validación del régimen de Cuba como actor esencial de la izquierda regional, aunque la compatibilidad ideológica con el régimen comunista de los Castro tuvo matices dependiendo del caso. En términos generales, los gobiernos actuaron como un bloque durante el punto álgido de esta ola, o “época de oro”, entre 2008 y 2013. Contaron con el auge del precio de las materias primas (o boom de los commodities) en una región históricamente dependiente del comercio en ese rubro, la consolidación de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba, fundada en 2004) donde se concentró el núcleo duro de los gobiernos bolivarianos, y la concreción de un mayor espacio de integración y coordinación como la Unión de Américas del Sur (Unasur, fundada en 2008).

El declive de este ciclo llegó en 2015 con la derrota del chavismo en las elecciones parlamentarias de Venezuela y de Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, el impeachment a Dilma Roussef en Brasil el año siguiente, el fin de la década de gobierno de Rafael Correa en Ecuador en 2017, y el recambio en buena parte del resto de los países.

La segunda ola

La segunda “ola progresista” se abrió paso con el ascenso de Andrés López Obrador en México en 2018, a lo que se le sumaron Argentina con Alberto Fernández y Panamá con Laurentino Cortizo en 2019, Bolivia con Luis Arce en 2020, Perú con Pedro Castillo y Chile con Gabriel Boric en 2021, y Honduras con Xiomara Castro en 2022. Esta marea alta para la izquierda apareció mientras en Cuba, Venezuela y Nicaragua se han mantenido los mismos regímenes con los que interactuó su ola antecesora, incluso en condiciones más desfavorables para la democracia, en tanto Venezuela y Nicaragua pasaron de ser autoritarismos competitivos para convertirse en autoritarismos hegemónicos.

Por otro lado, y esta vez sí en el terreno democrático, el regreso de la izquierda en la región ha encontrado referentes bien posicionados en un país sin antecedentes de gobiernos de ese signo, como el caso de Gustavo Petro, líder del progresista Pacto Histórico, favorito en las presidenciales de Colombia en 2022. También la vuelta del ex presidente brasileño Lula da Silva del Partido de los Trabajadores, que encabeza los sondeos en las elecciones de su país para este año.

En la actualidad se han dado los cambios políticos que evidencian nítidamente el nuevo repunte de la izquierda en la región. Sin embargo, a diferencia de la primera ola, caracterizada por su aparición inaugural al frente de gobiernos nacionales en varios países luego de décadas de competencia y pujas, esta segunda temporada no tuvo un efecto sorpresa. De la misma manera, el repliegue de la izquierda en algunas naciones marca una distinción elemental: ahora los partidos de este signo, generalmente bien posicionados en la tabla electoral de sus países, cuentan con un historial de gobierno -y de nostalgia de la bonanza- del que echar mano. No obstante, los gobiernos actuales deben lidiar con un contexto radicalmente diferente: el impacto de la pandemia, su consecuente crisis económica y el choque autoritarismo/democracia a la luz de la invasión rusa a Ucrania. Ante esta realidad, ¿hacia dónde apunta esta nueva “ola”? Las claves para aproximarnos a esta respuesta están en las similitudes y diferencias con la anterior en los siguientes aspectos: trayectorias históricas de los partidos o movimientos en el poder, aspiración refundacional, reelección presidencial indefinida, base de apoyo político, relacionamiento con Estados Unidos, posición con respecto a Cuba, Nicaragua y Venezuela, y asociación internacional. Las acciones de los gobiernos que van por la mitad del periodo (AMLO en México, Fernández en Argentina, Arce en Bolivia) y por los que acaban de iniciar (Castillo en Perú, Castro en Honduras, Boric en Chile) ya han permitido identificar contrastes en algunas de estos asuntos y matices en otros.

Reflexiones sobre la coyuntura actual

Puede que los partidos que dan soporte a los gobiernos de la nueva ola progresista latinoamericana compartan plataformas donde convivan izquierdas autoritarias con corrientes radicales, hegemónicas y al mismo tiempo otras con tradición de práctica democrática. Puede que apelen a la no intervención para eximirse de criticar la violencia política en países gobernados por sectores afines. Y puede que tengan amigos en común e incluso añoren las mismas luchas pasadas. Pero esta segunda ola se diferencia sustantivamente de la anterior. Esta vez, los gobiernos de centro-izquierda e izquierda se proyectan más moderados y han dado claras señales de apostar más por el pragmatismo que por la afinidad puramente ideológica. Hay indicios de que optarán por el diálogo con las grandes potencias, cualquiera que esta sea, en vez de defender un único bloque en el ajedrez geopolítico. Predomina la gestión de gobierno dentro de los parámetros constitucionales y democráticos establecidos por encima de las aspiraciones refundacionales y/o autoritarias.

Es verdad que el panorama socioeconómico en la región es otro y esto condiciona el accionar de los gobiernos. Las izquierdas ya no se estrenan en el poder, no es tiempo de vacas gordas, y en muchos casos no cuentan con las abrumadoras mayorías populares o los líderes carismáticos que tuvieron en su momento. La pandemia por Coronavirus es un elemento contextual central. Esta crisis puso al límite las economías de la región y también la tolerancia social. No en balde los números de popularidad de la democracia como sistema, y de los partidos políticos como institución democrática principal, siguen cada vez más bajos (Latinobarómetro, 2021; Schiumerini, 2022).

Algunas preguntas que deja este análisis: ¿podrán las izquierdas democráticas formular una condena a las izquierdas autoritarias? ¿Será el pragmatismo la nueva forma de actuación política que prevalecerá en los gobiernos de la región? ¿Podrá colaborar esta nueva ola progresista a disminuir la polarización, fortalecer la institucionalidad democrática y no caer en la deriva populista? El panorama es diverso y en algunos países no luce promisorio. Sin embargo, nuevos liderazgos se han sumado, y este año las elecciones presidenciales en Brasil y Colombia pueden colocar (o no) más actores en el mapa.

Esta ola arrastra los escombros que dejó la primera ola: dos autoritarismos hegemónicos que junto a Cuba hacen el trío de las dictaduras realmente existentes en la región. El principal desafío es mantener una buena relación con la democracia como sistema para no estar a la sombra de las aspiraciones reeleccionistas, refundacionales o de elevada violencia política como los evidenciados en el ciclo predecesor. Existen indicios para afirmar que la nueva ola tendrá un mejor vínculo con la institucionalidad democrática y caminará del lado de la protección de la pluralidad y la alternabilidad en el sistema político. Esperamos que así sea.

POR MÁS PERIODISMO, APOYÁ VOCES

Nunca negamos nuestra línea editorial, pero tenemos un dogma: la absoluta amplitud para publicar a todos los que piensan diferente. Mantuvimos la independencia de partidos o gobiernos y nunca respondimos a intereses corporativos de ningún tipo de ideología. Hablemos claro, como siempre: necesitamos ayuda para sobrevivir.

Todas las semanas imprimimos 2500 ejemplares y vamos colgando en nuestra web todas las notas que son de libre acceso sin límite. Decenas de miles, nos leen en forma digital cada semana. No vamos a hacer suscripciones ni restringir nuestros contenidos.

Pensamos que el periodismo igual que la libertad, debe ser libre. Y es por eso que lanzamos una campaña de apoyo financiero y esperamos tu aporte solidario.
Si alguna vez te hicimos pensar con una nota, apoyá a VOCES.
Si muchas veces te enojaste con una opinión, apoyá a VOCES.
Si en alguna ocasión te encantó una entrevista, apoyá a VOCES.
Si encontraste algo novedoso en nuestras páginas, apoyá a VOCES
Si creés que la información confiable y el debate de ideas son fundamentales para tener una democracia plena, contá con VOCES.

Sin ti, no es posible el periodismo independiente; contamos contigo. Conozca aquí las opciones de apoyo.

//pagead2.googlesyndication.com/pagead/js/adsbygoogle.js
Semanario Voces Simplemente Voces. Nos interesa el debate de ideas. Ser capaces de generar nuevas líneas de pensamiento para perfeccionar la democracia uruguaya. Somos intransigentes defensores de la libertad de expresión y opinión. No tememos la lucha ideológica, por el contrario nos motiva a aprender más, a estudiar más y a no considerarnos dueños de la verdad.