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CELESTE Por Hoenir Sarthou

CELESTE  Por Hoenir Sarthou
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La cabeza de Nández persigue a la pelota sobre el pasto, es rozada por los zapatos claveteados  del jugador ruso, pero el uruguayo no afloja en su intento de impedirle al rival controlar la pelota. Delanteros mundialmente consagrados se desviven por hacer un gol y los encargados de la defensa dejan el alma por detener los ataques rusos. El festejo de los goles lo dice todo: ahí hay un equipo, un colectivo con un objetivo común y dispuesto a hacer lo necesario para lograrlo.

La emoción y el clima se transmite por la pantalla. Millones de uruguayos nos emocionamos el lunes. Incluso algunos, como yo, que no somos muy conocedores del fútbol e intentamos cuidarnos de las emociones colectivas, sobre todo si vienen de la tele y tienen detrás muchos millones de dólares en contratos y en publicidad.

Pero a lo que me refiero va bastante más allá del fútbol y de los resultados. Ganar un partido significa poco si se logra por casualidad, o mediante maquinaciones organizativas, o si responde a mérito de estrellas individuales, más preoocupadas de su lucimiento personal que del equipo. Lo que emocionó del equipo de Tabárez fue la cohesión, el esfuerzo colectivo y luego la alegría compartida. Y -¿por qué no decirlo?- el juego considerablemente limpio al que apostaron, al punto que sólo tuvieron una tarjeta amarilla.

¿Esa imagen que la Celeste le brinda al mundo tiene alguna relación con el clima real de la sociedad uruguaya?

Si uno se fija en las cuestiones por las que discutimos día a día, todo indica que la respuesta es “No”. Y si nos fijamos en las que no discutimos, es peor aun.

Cifras de criminalidad y de violencia en notorio aumento, indicadores de pobreza, marginalidad y educación maquillados para mejorar su apariencia, una deuda pública cada vez más grande, cárceles inhumanas y lugares de reclusión de menores inaceptables, de los que casi no se habla, un feroz corporativismo por el que cada sector de la sociedad llora sus males –reales o supuestos- esperando obtener una ley propia o una tajada mayor en el presupuesto, una marcada intolerancia en los debates públicos y un sistema político (gobierno y oposición) ciego ante esos problemas, entretenido en hacerse mutuas zancadillas electorales.

Sería un error creer que todo está estancado en el Uruguay. Hay cosas que marchan a toda máquina. Por ejemplo la bancarización, la ley de riego y la instalación de la segunda planta de UPM en el Rio Negro.

¿Por qué me vienen a la mente esos tres temas al pensar en la Celeste?

Sencillo: porque la contradicción no puede ser más evidente.

Mientras nuestros niños aprenden a emocionarse con nuestra camiseta y a sentirse uruguayos (no hay caso, nuestra identidad parece estar determinada por el fútbol), los tres grandes proyectos en marcha en el Uruguay son la negación de nuestra libertad como sociedad y de nuestra independencia como país.

¿Por qué razón  –caso único en el mundo- se nos obliga por ley a entrar al sistema bancario y a darles de ganar a los bancos? ¿Por qué el Estado hace rebajas discriminatorias del IVA para premiar a quienes hacen compras chicas con tarjeta y castigar a quienes preferimos no hacerlo?  ¿No es evidente que el Estado está trabajando para el sistema bancario?

Una reforma constitucional de 2004 –plebiscito mediante- estableció democráticamente que las aguas, tanto superficiales como subterráneas, forman parte del dominio público estatal, por lo que, como recurso, no puede ser privatizado ni sometido a intereses particulares. Sin embargo, la llamada Ley de Riego hace exactamente eso, permite que el agua se transforme en un recurso controlado por particulares y concedido a cambio de dinero, con la obvia probabilidad de que poderosos intereses privados extranacionales obtengan su control.

El acuerdo para la instalación de la segunda planta de UPM (UPM 2) no puede ser más violatorio de la Constitución y negador de nuestrar autonomía como país. El Estado se compromete con una empresa privada extranjera a hacer y mantener, a su costo, un sistema  ferroviario entre Montevideo y Paso de los Toros, un viaducto en la Rambla y un puerto en Montevideo, a concederle una zona franca, el suministro de energía eléctrica y exoneraciones tributarias enormes, a comprarle a la empresa la energía electrica que le sobre y –“aunque Ud. no lo crea”- a asegurarle cierto flujo de agua del Río Negro en forma gratuita. Tambien se compromete a convertir en normas nacionales los acuerdos laborales que se establezcan con UPM (lo que convierte a UPM en co-legislador en materia laboral) y a someterle los programas de enseñanza técnico profesional de varios departamentos del País.

A cambio de todo eso, UPM se compromete a decidir dentro de dos años si instalará su segunda planta en Uruguay o no. Mientras tanto, supervisará la realización de las obras y contratará para ello asesoramientos técnicos que pagará Uruguay (según el “contrato” ya le debemos dos millones y medio de dólares por ese concepto y nos comprometemos a pagarle además otro tanto).

¡Pobre Nández! Arriesgando su cabeza mientras que otros, con más poder, meten las suyas en las cajas de los bancos y en los bolsillos de las transnacionales del agua y de la celulosa.

A riesgo de abusar de la metáfora, ¿se imaginan si en estos días Tabárez estuviera negociando para asesorar a los portugueses?

¿Cuántos Nández hay en el Uruguay, trabajando y arriesgándose por la salud, la educación, la seguridad, la alimentación  y el bienestar de los uruguayos? ¿Cuánto apoyo reciben, cuántas exoneraciones tributarias, cuánto reconocimiento?

Un país puede ser un proyecto colectivo o un “Sálvese quien pueda”. En el medio no hay muchas alternativas. Cuando cada cual sólo mira por sí y los de arriba miran hacia afuera, sólo queda el “Sálvese quien pueda”. Y es muy triste vivir en un país que se parece a un naufragio.

Hay en el Uruguay gente que está organizándose y trabajando denodadamente para revertir la ley de bancarización, la ley de riego y el proyecto UPM2.

Revertir esas tres decisiones políticas es necesario para seguir siendo una república y una sociedad que se gobierna a sí misma. No es que revertirlas solucione todo, pero es indispensable para empezar, para que nuestros recursos y nuestras decisiones sigan siendo nuestros.

En estos momentos la pelota está en los pies y en la cabeza de cada uno de nosotros. Sólo es necesario decidir. Aceptamos que se nos siga endeudando y entregando nuestros recursos para mal nuestro y de las futuras generaciones, o damos una clara señal ciudadana y decimos “¡BASTA!”. Las vías para hacerlo están abiertas. Sólo es necesario informarse y actuar.

Hasta la semana que viene.  ¡URUGUAY NOMÁ!

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