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Chile: cambios, pero solo estéticos por Ruben Montedonico

Chile: cambios, pero solo estéticos  por  Ruben Montedonico
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Hace unas semanas pensaba que la decisión electoral del domingo 4 en Chile era un trámite obligatorio, que la ciudadanía apoyaría el texto de la nueva Constitución y que las posibles cortapisas las introduciría el Legislativo. En el tránsito de opiniones, chilenos que apoyaban el proyecto me mostraron otras caras del momento y en los últimos días estuve seguro de mi error inicial, del triunfo del Rechazo y de las derechas; nunca imaginé que sería por destrozo.

Más allá de los propósitos de la derecha y el concurso de su prensa hegemónica, entiendo que hay que ponderar otros elementos que incidieron en el resultado. Por ejemplo, en una elección previa -no obligatoria- para integrar la Constituyente y la redacción de un texto, concurrió un número porcentual muy alto de votantes jóvenes -56% de los habilitados- mientras que debido a que los comicios se celebraron en medio de una pandemia, los mayores de 50 no concurrieron en forma apreciable: considerados para el pasado domingo (voto obligatorio), lo hicieron en su mayoría por el rechazo. Asimismo, deberá tenerse en cuenta diferencias en la intención de voto de ciudad a ciudad y de estas con zonas de pequeña población o campestres.

Entre la comunidad de observadores chilenos y extranjeros se ha extendido la opinión que tanto la Constitución vigente (sancionada por los militares), reformada muchas veces, como el texto de propuesta actual han sido dejados en la historia. Mi opinión es que desde el punto de vista político esto es posible, pero jurídicamente -normando las autoridades electas- el texto de 1980 está vigente, dándole legalidad (aunque su procure abrogarla) a lo que se haga en el siguiente tiempo y hasta el final -mínimamente- del periodo presente del Ejecutivo y el Legislativo y en tanto los chilenos no se den una Carta Magna sustituta; es de suponer que para 2026 habrá una aprobada.

Si la nueva propuesta de Constitución, a la que se calificó de moderada, hubiese sido aprobada el domingo, habrá sido lento pero -tal vez- más fácil el proceso de acompañarla con leyes sociales que la reglamentaran: sin embargo, el triunfo del Rechazo deja el terreno preparado para volver a tener tensiones como las que hace tres años sacudieron al país, con la diferencia de que el de Piñera era un régimen más desprestigiado que el progresista de Boric hasta ahora. Las revueltas urbanas iniciadas en 2019 tuvieron un alto y la consiguiente distensión -conseguida y suscrita por el gobierno de Piñera- ante la proposición multipartidaria aprobada de cambiar la Constitución.

La propuesta de cambio y la elección de los redactores del texto -en sendos comicios no obligatorios- alentaron en mi la idea que el país se encaminaba a dar debido entierro a la etapa forzada por la dictadura y sus consecuencias y una nueva Constitución constituiría el camino para ir conquistando sus demandas.
Culminado estos procesos y con la redacción factible de una nueva Constitución, formalmente elevada al Ejecutivo gobernante desde el pasado marzo y a ser sancionada en una convocatoria con voto obligatorio, la derecha (opuesta desde siempre al cambio) junto con expresiones partidarias de antiguos concertantes, articularon una campaña mediática, con base en los ataques de la DC, de desprestigio en los mayoritarios medios hegemónicos que controlan.
Entre los elementos más importantes que ocasionaron el Rechazo, no está por demás citar el caso del voto obligatorio, aunque en mi consideración por sí solo no fue decisivo. En todo caso su aporte fue atraer votos que en momentos anteriores no habían tenido. Que esa franja etaria estuvo compuesta por habitantes de las ciudades, de la denominada clase media (mesocracia), que en su niñez y adolescencia fueron atrapados por las ideas emanadas desde el poder, entre las cuales se encontraba el chauvinismo y un expuesto racismo blanco y mestizo que achacaba a individuos de los pueblos originarios los peores males sociales.
Su prédica de aquellos años y la campaña actual amalgamaron tiempos que sirvieron para orientar el voto favorable al Rechazo y promover un cambio “light” que supondrá la próxima Carta Magna. Ese voto general de Rechazo lo es también para frenar modificaciones al régimen de educación, vivienda, salud y pensiones, feudos de los dueños del capital, y no sólo para los multimillonarios explotadores de las florestas mapuches, a las que el actual gobierno ordenó resguardar con militares que las ocupan para favorecer su tala y aserrado.
El actual momento político es similar al de la instalación por la dictadura de los preceptos del Consenso de Washington: primero se “neoliberalizó” al país -dando preeminencia al sector privado- y luego pusieron el cepo constitucional. La derecha s nutre del neoliberalismo de la dictadura que la Concertación y Piñera supieron poner a resguardo (desechando modificaciones aceptadas en otros países por regímenes de signo similar), sumándole algunos de sus conceptos ideológicos, a sabiendas que lo que surgiera como nueva Constitución habría sido moderado por el Legislativo que controlan. Hay quienes concluyen, con desesperación y rabia, que de lo que se trata de que Chile es un país mayoritariamente neoliberal y donde tiene que ver e interviene el poder de la elite, su monopolio mediático y el control de las universidades.
En los siguientes 125 días -que estima la autoridad electoral- se abrirá el espacio para depurar y elaborar el nuevo padrón; elegir un nuevo cuerpo de redacción y recordar que cuando el centro-izquierda negocia, inevitablemente se acerca a la derecha. Lo que no ocurrirá es que el desarmado Ejecutivo vaya a rearmar al pueblo que exige otro andar: lamentándolo, lo único que se puede esperar de los contactos de los poderes es que la siguiente redacción constitucional se adecue de mejor manera a la idealidad de las derechas. Queda para otra ocasión el sueño que en el futuro trabajadores, estudiantes, campesinos e indígenas, mujeres y hombres insurrectos, obliguen -a quienes sean- a cambiar.

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