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Colapsos ideólogicos Por Hoenir Sarthou

Colapsos ideólogicos   Por Hoenir Sarthou
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  • LIBERALISMO SIN LIBERTAD

Más de setenta años han pasado desde que Milton Friedman asumió la cátedra de economía de la Universidad de Chicago, fuertemente financiada por la Fundación Rockefeller, y originó allí la corriente de pensamiento que se ha dado en llamar neoliberalismo económico.

Había terminado la Segunda Guerra Mundial y el mundo retomaba la disputa entre el liberalismo clásico y el modelo marxista soviético. Los teóricos marxistas sostenían que la economía estatizada, centralizada y planificada producía más y distribuía mejor que la difusa “mano invisible del mercado”. El liberalismo clásico pretendía refutar esa tesis blandiendo la idea de libertad, sosteniendo que la intervención en la economía imposibilitaba la libertad individual.

Friedman y sus discípulos vinieron a terciar en el debate subiendo la apuesta. La libertad económica, es decir la no intervención del Estado en la economía, -dijeron- no sólo proporcionaba más libertad, sino también más eficiencia en la producción y distribución de bienes. Esa tesis, que sus discípulos rezaban y rezan con ojos iluminados por una rara mezcla de fe ciega, optimismo y soberbia pedantería,  volvió a Friedman el principal contradictor de los modelos económicos socialistas y socialdemócratas, ya que pasó a competir con la concepción socializante en el terreno de la eficiencia y la capacidad distributiva, y no sólo en el de la libertad.

El éxito de Friedman fue enorme. Siempre con apoyo de los Rockefeller, seleccionó y formó en Chicago a varias generaciones de economistas latinoamericanos, sobre todo chilenos, que luego dirigirían la economía de sus países. Tras la caída de la URSS, en 1989, logró que sus ideas se volvieran una suerte de sentido común compartido (o aplicado en forma tácita) por la academia, los partidos politicos y gobiernos de muy diverso signo. En 1976 obtuvo el premio Nobel de economía y, hasta su muerte, en 2006, asesoró a varios presidentes estadounidenses y fue considerado un pope por economistas y políticos de todo el mundo.

Gracias a su influjo, y el de sus patrocinadores y discípulos, el mundo ha vivido varias décadas de neoliberalismo triunfante, con gobiernos que confían, persiguen y se desesperan por la gran inversión privada y apuestan al supuesto “derrame” de la riqueza, por lo que se niegan a poner límites y a controlar a los grandes inversores privados.

Pues, bien, el mundo en el que vivimos hoy es, en buena medida, resultado de la aplicación del modelo neoliberal. ¿Y qué tenemos? Grandes corporaciones financieras e industriales que han crecido sin controles y tienen más poder y recursos que la mayoría de los Estados; sistemas políticos sometidos a los intereses de esas corporaciones, que tienen también los medios para comprar, coimear o extorsionar a la prensa, a la academia y al propio sistema político, determinando así lo que cree, sabe, consume, vota y piensa gran parte de la población.

No creo que haya habido ingenuidad de parte de Friedman y sus financiadores. Cualquiera percibe que la riqueza, en ausencia de controles e intervenciones, lejos de derramarse, tiende a concentrarse, eliminando a los competidores chicos y multiplicando el poder de los grandes, hasta que al final ya no hay competencia, sino monopolio.

La gran novedad que nos ha deparado el nuevo siglo es que el liberalismo económico, dejado a sus anchas, no sólo no derrama riqueza, sino que termina atacando a la libertad, tanto la individual, como la política y la de expresión del pensamiento.

Lo que va de este siglo ha consolidado el matrimonio entre la mayor acumulación de riqueza de la Historia y un salto tecnológico sin precedentes. Esos dos factores –estoy convencido- definen nuestro tiempo. ¿Por qué?

Sencillo: porque el salto tecnológico hace posibles dos cosas. Por un lado, que el trabajo humano sea cada vez menos necesario, lo que, desde el punto de vista económico, vuelve prescindible a gran parte de la población del mundo. Ya no viviremos en un mundo de grandes fábricas, sino en uno de alta tecnificación, en que el poder y la riqueza estarán determinados por el control de la tecnología y de recursos naturales valiosos y escasos. Por otro lado, la tecnología permite también el control casi absoluto de las vidas públicas y privadas. La información que recibimos, la publicidad que consumimos, los mensajes que intercambiamos, la enseñanza que se nos imparte, los movimientos que hacemos, las mercaderías que compramos, todo es conocido y controlado a través de las máquinas de las que nos valemos en la vida diaria. Y esa información es control y es poder.

Si, además, el control de esa tecnología está en manos de quienes concentran la riqueza, que son quienes pueden financiar la investigación tecnológica y apropiarse de sus resultados, está casi todo dicho. No hay que ser vidente para percibir que la cuota de poder de quienes controlan la riqueza y la tecnología ha crecido, y crecerá aún más, en forma exponencial.

Un mercado en que la oferta de bienes se vuelve monopólica, en que la información, la publicidad, el conocimiento científico  y hasta las decisiones políticas pueden manipularse tecnológicamente, no es un ámbito de competencia ni de libertad. ¿Quién puede resistirse? ¿Los gobernantes, que dependen de la financiación empresarial para sus campañas? ¿La academia, que requiere financiación para investigar y debe publicar e interactuar en el campo científico internacional, controlado por fundaciones como la Rockefeller? ¿La prensa y las redes sociales, que pertenecen a las corporaciones o viven de las pautas publicitarias que pagan las corporaciones?

Los individuos de a pie, la gente común, tenía hasta no hace mucho dos grandes herramientas para defenderse. Una era la organización sindical y la posibilidad de huelga; la otra era la participación política, la posibilidad de votar al partido que entendiera que mejor representaba sus intereses.

Si el trabajo pierde importancia, porque es menos necesario, el sindicalismo y la huelga serán instrumentos cada vez menos poderosos. Y, si los partidos, la información y las decisiones políticas son cada vez más manipulables, la participación política requerirá un grado de autonomía informativa y mental de la que hoy carece gran parte de la población del mundo.

Lo que en esencia quiero decir es que el libre juego de las fuerzas económicas ha producido lo contrario de la libertad. Es esta una conclusión que irrita –lo sé- a muchos liberales sinceros. Pero los hechos son los hechos. Setenta años de prédica neoliberal y treinta años de neoliberalismo campante han terminado en lo que tenemos: un mundo pandémico, inflacionario, de crisis energética y alimentaria, recorte de libertades, poderes fácticos incontrolados y manipulación omnipresente.

Parece inevitable tener que repensar la relación entre la economía y la libertad.

  • ¿CHAU, MARX?

Si la realidad es desconcertante para los devotos del liberalismo económico, no lo es menos para los marxistas militantes, que los hay.

¿Qué tipo de dictadura del proletariado, o de emancipación proletaria, podría haber si el trabajo humano pierde importancia en la producción de bienes?

Digo más: ¿qué queda de la concepción marxista del hombre, como sujeto definido por la transformación de la naturaleza mediante el trabajo?  Y, si el trabajo lo realizan máquinas, ¿qué queda de la teoría marxista del valor, del concepto de plusvalía, y del trabajo alienado?

También para el marxismo, al menos en sus expresiones políticamente más operativas, la ingente conjunción de riqueza y tecnología que caracteriza a nuestro tiempo parece dar por tierra con dogmas muy caros y sentidos.

  • NO SE OFENDAN

Por razones de espacio, sólo he mencionado en este artículo al liberalismo económico y al marxismo. Pero la lista de ideas políticas, tesis filosóficas y convicciones religiosas que son interpeladas y expuestas al colapso por el rumbo que están imponiendo el poder económico y la tecnología es enorme.

Nociones como las de “nacionalismo”, “república”, “democracia”, “Estado de derecho”, “libertad individual”, “libre albedrío” y hasta “vida humana” están siendo puestas en entredicho por una mezcla de hechos consumados y discursos ideológicos (a menudo disfrazados de información científica) que nos abruma desde la prensa, la producción académica, las redes sociales y los discursos políticos.

Lo que en verdad quiero decir, lo que me parece imprescindible decir, es que la realidad nos impone analizarla desde otros lugares, que no son el gastado instrumental interpretativo proveniente de los Siglos XIX y XX.

Eso no quiere decir en absoluto que haya que prescindir de las convicciones y de los propósitos que nos han orientado toda la vida. Quiere decir que es necesario interpretar desprejuiciadamente los hechos y ver qué de lo que pensamos permanece vigente y nos permite formular alternativas viables para un mundo en el que valga la pena vivir.

 

 

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