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Con Alicia Cano entre la radio Vilardevoz y el Bella Vista

Con Alicia Cano entre la radio Vilardevoz y el Bella Vista
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Es una de las cineastas jóvenes más prestigiosas del país. Nació en Salto en 1982. Estudió comunicación y se decantó por el audiovisual. Su espíritu aventurero la llevó a hacer una maestría en Italia, donde se quedó tres años haciendo la serie documental Pabellón Maternidad, tarea que definió como “una escuela impresionante”. Lo demás es conocido: obtuvo enorme destaque por El Bella Vista (2012) y ahora regresa junto a su colega Leticia Cuba con Locura al aire, que hoy se estrena en Uruguay.

¿Cómo surge la idea de hacer cine con la gente de la “radio loca”?

Yo conocía la radio desde hacía tiempo porque me habían entrevistado por El Bella Vista. Además conocía a Cecilia, la psicóloga protagonista, y un día nos contó que ellos mismos se habían inventado un viaje a México para ir a un encuentro de “radios locas”. Eso coincidió con que a mí y a Leticia Cuba nos interesaba mucho la Radio Vilardevoz, entonces fuimos juntas a ver si ése era el momento de iniciar un posible rodaje, y nos encontramos con los que luego serían los protagonistas de Locura al aire. Vimos que esos viajeros planificaban todo desde los temores y las emociones, y supimos que era una ocasión única porque eso los alejaba del cuadro cotidiano-costumbrista para poder volcarlos en pantalla como la proyección de un sueño. Recuerdo que ese día con Leticia llamamos a Fernando Epstein, que había sido editor de El Bella Vista, le contamos todo y de inmediato nos dijo que la hiciéramos. Y no esperamos ningún fondo ni nada, nos pusimos a filmar de inmediato, porque faltaba solamente un mes para el viaje y no había tiempo que perder. Por eso el material de investigación terminó integrado a la propia película, ya que todo se hizo sobre la marcha.

Supongo que si hubo guion fue mínimo, teniendo en cuenta que uno nunca puede prever cómo será el día a día en casos como este, ¿no?

Una cosa interesante fue que al ser Radio Vilardevoz un medio de comunicación, esta gente estaba predispuesta naturalmente a recibir cámaras, micrófonos, fotos o invitados. Ellos mismos están todo el tiempo exponiendo sus vidas al aire. Por eso para ellos todo fue muy natural. Por supuesto, primero fuimos a una reunión y les planteamos que queríamos hacer una película sobre los sueños de la radio, pero una vez que arrancamos con el rodaje se olvidaron que estábamos allí. Se dio como una cadena de confianza entre todos. Es obvio que el rodaje implica una invasión a sus espacios, que encima son pequeños. Por eso este documental se rige por la norma de un constante seguimiento observacional, para no intervenir ni interrumpir sus vidas cotidianas con preguntas. Sobre todo, fuimos testigos que nos movimos entre ellos intentando no influir en casi nada. Hay que decir que tuvieron una paciencia increíble, porque hay cosas que no podés evitar: que los equipos estén colocados allí, que por un motivo de encuadre les muevas tal o cual objeto de lugar, pero siempre cuidando que no se sintieran invadidos por nosotros. También ayudó que filmamos en dos períodos distintos. Rodamos un mes en 2014 y otro mes en 2015, sobre todo porque el primer mes fue sólo el seguimiento del viaje. Pero a Leticia y a mí nos interesaba hablar más allá del evento mexicano, que fue la excusa para meternos en el universo de la locura, del Vilardebó en Uruguay y de Vilardevoz como alternativa terapéutica, como forma de abordar la salud mental más allá de la psiquiatría y como factor de interrelación con nosotros los supuestamente “normales”. La película busca tender un puente para restituir la locura a la sociedad. En definitiva la locura es un fenómeno social y una consecuencia de lo que somos. En el Vilardebó se cruzan la locura y la pobreza, y muchas veces lo que te enloquece más es esa pobreza justamente, la calle, las condiciones de los refugios, donde se dan cosas espantosas, regidas por una lógica similar a la del encierro carcelario u hospitalario. Es esa violencia la que termina enloqueciéndonos, y de eso todos somos responsables. Con la película, al acercarnos a ellos, intentamos hablar de temas más universales como el amor, la pérdida, los temores, tendiendo una línea de diálogo horizontal entre las partes.

¿Cómo se dividieron el trabajo con Leticia?

Aprendimos sobre la marcha, y terminamos dirigiendo por momentos una y otra. No nos encargarnos cada una de algo específico, fue todo conversado y consensuado.

Tanto aquí como en El Bella Vista hay historias puntuales que merecerían una película entera. ¿Tenés intención de profundizar más adelante en ellas, o salieron así por la manera en que se dieron los rodajes?

Ya me han dicho eso. En El Bella Vista supongo que te referís a la historia del chico que tiene dos madres, y acá al naciente romance con adulterio incluido, ¿no? Bueno, esas cosas fueron regalos del dios de los documentales, porque son historias de amor, que tanta falta le hacen al cine uruguayo y al documental. En Locura al aire la historia de amor se planteó sobre la marcha, sin que nadie la previera, pero al verla decidimos de inmediato seguirla hasta las últimas consecuencias. Fue un asunto de intuición, porque vimos que durante ese mes de viaje y a la vuelta podía pasar de todo en ese romance. Pero más allá de lo anecdótico, nos interesó porque al hablar de locura no hay que olvidar que en general sus orígenes están en el abandono. Entonces, cuando a una pareja en formación se le complican las cosas porque aparece un tercero, en la reacción de cada personaje subyace siempre el miedo a un nuevo abandono. Eso le quita al episodio el carácter novelesco y lo transforma en un verdadero drama, del cual nadie está libre. Nos pareció válido indagar ahí, para que cuando nos pase a nosotros sepamos discernir cómo eso afecta nuestro presente de acuerdo a nuestra propia biografía.

¿Habrá continuación? Porque hay un equipo técnico uruguayo y otro mexicano, pero ninguna escena de esta película fue rodada en México.

Lo que pasa que fuimos con ellos en el viaje, rodamos en el avión y también en México, pero después nos dimos cuenta que eso no era lo esencial. Como te dije, fue todo hecho sobre la marcha, y sólo pensamos en cosas muy básicas: que el trabajo tuviera carácter observacional, que fuera cine directo, y que hubiera una unidad de lugar, que no es el interior del Vilardebó sino la Radio Vilardevoz. Esas fueron las decisiones establecidas como punto de partida, pero lo demás fue seguir abiertas a lo que pudiera suceder. Por eso, al volver del viaje y revisar el material, vimos que lo importante era el preparativo, el proceso de realización de un sueño. En México ellos la pasaron muy bien y pudieron comunicarse a la perfección con sus pares, pero era más interesante todo lo que se había solidificado en la previa, desde el ámbito de la propia radio.

Leí que la radio opera en forma independiente al hospital. ¿Cómo es así, si ocupan un espacio dentro del lugar y la integran algunos pacientes?

En realidad es muy interesante este asunto. La radio nació hace veinte años como un proyecto autónomo del Vilardebó. Empezaron a trabajar con un grabador chiquito, con personas internadas, y de allí llevaban los casetes a otras radios para que divulgaran el material. Luego fueron progresando poco a poco. En realidad, quisieron echarlos del Vilardebó, y hasta les robaron los equipos, porque en la radio denunciaban cosas que pasaban dentro del hospital, incluso casos de maltrato. Eso hizo que los funcionarios odiaran Vilardevoz, pero empezaron a tener tanto apoyo de la sociedad que no pudieron echarlos. A estas alturas se han ganado un lugar, y ya no los saca nadie.

¿El programa sale todas las semanas?

Todos los sábados por FM 95.1. Pero quienes no la sintonicen igual pueden escucharlos por internet. Salen online, y se escucha en vivo desde las nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde.

¿Cómo surgió tu pasión por el cine?

Mi vínculo nace en el 2001, al llegar a Montevideo y ver películas en Cinemateca. Allí descubrí un lenguaje que comenzó a interesarme, y fui aceptando al audiovisual como herramienta educativa y medio de comunicación comunitario. Eso me hizo vibrar. Así descubrí que mis caminos iban hacia el documental. Todo eso lo desarrollé durante la maestría en Italia, y hoy creo que este es el género más adecuado para interpelar al espectador con cosas que interesan desde un lado eminentemente humano. Por eso El Bella Vista nos hizo reflexionar sobre las masculinidades, y Locura al aire sobre la fina línea que divide la normalidad de lo que definimos como locura.

Una línea tan delgada como la que hay entre el documental y la ficción. Muchos dicen que hay pocos documentales verdaderos, porque la mayoría se apoyan en libretos previos mediante los cuales la realidad se transforma y termina convertida en ficción. ¿Qué opinás al respecto?

No estoy de acuerdo con eso. Un libreto no cambia la realidad, sólo permite al cineasta volcarla a través de su propia mirada. Pero sigue siendo realidad. Hacer documentales significa medir la distancia entre lo que te une y lo que te separa de lo que rodás. Usar más o menos libreto tiene que ver con la forma en que se realiza un film, pero siempre como documento de una realidad. Por ejemplo: El Bella Vista era una historia pasada, y la hice como la hice porque al contactarme con los protagonistas me di cuenta que lo que me contaban funcionaba mejor desde la acción que usando una “cabeza parlante” frente a la cámara. En cambio en Locura al aire todo pasa sobre la marcha, por eso lo que había que hacer era estar atentas para captar lo importante en el momento exacto. Son dos formas diferentes, pero ambas documentan una determinada realidad.

 

Para El Bella Vista juntaste gente enemistada y los hiciste formar parte de una tarea común. ¿Fue difícil?

En un documental sobre “tipos” humanos lo más importante es ser muy clara desde el principio. Que todas las cartas estén sobre la mesa con transparencia, sobre todo en El Bella Vista, con gente que no se hablaba y cuyas sensibilidades aún estaban heridas. Cuando los conocí, a todos les dije que me interesaba la historia en forma íntegra, o sea la etapa deportiva, la del prostíbulo gay y la religiosa. Por eso todos podrían contar su versión, y al final volcaría mi mirada sobre la historia. A todos les gustó eso, y a partir de entonces tuve muy en cuenta de rodar el film sin que ellos se vieran: hubo una etapa con el Patón y su gente, y otra con los transexuales. Pero lo más interesante fue cuando vieron la película, porque experimentaron una rara cercanía, como aceptando que todos habían sufrido y las cosas no eran en blanco y negro, o entre malos y buenos. Nadie cambió radicalmente sus opiniones o su sentir acerca de lo ocurrido, por supuesto, pero comenzaron a entender las razones de los otros. El gran valor de El Bella Vista (lo digo sin soberbia) es que obligó a todos a escucharse mutuamente, respetando las distintas humanidades y dolores que estaban en juego.

Y ahí te diste el lujo de reivindicar en cierta forma al personaje más discutible…

Sí, al Patón. Justamente por eso fui criticada. Hubo gente que dijo que al permitirle contar su drama personal (la muerte de su único hijo varón y cómo lo afecta a él, un machista a la vieja usanza) lo reivindiqué mediante el sentimiento de la lástima. Sin embargo esa escena es fundamental para el concepto que manejé desde el inicio, porque muestra mejor que ninguna otra cómo el patriarcado no le sirve a nadie, ni siquiera al machito, que al dolerle el alma por una pérdida terrible tiene que mantenerse estoico delante de los demás y llorar sin que lo vean para no perder el estatus de macho. Si no hubiera puesto esa escena mi película habría alimentado el mismo discurso erróneo de siempre, con buenos de un lado y malos del otro. ¿Qué estaríamos reflexionando de esa manera? ¿A qué nueva forma de relacionarnos llegaríamos? Más allá de esas opiniones adversas estoy tranquila, ya que los propios protagonistas del Bella Vista captaron eso.

Se te ve muy diáfana, sencilla y abierta. ¿A la hora de trabajar seguís siendo así, o sacás a relucir tu Madame Hyde y te convertís en la insoportable señora Kubrick?

Con mis protagonistas sigo siendo esa. Quizá mi equipo de trabajo no diga lo mismo, porque me vuelvo un poco obsesiva. Soy perfeccionista a la hora del rodaje, y bastante rígida en cosas como la puntualidad y el respeto a la palabra dada, porque para mí la instancia de filmar es un momento sagrado.

¿Ya tenés algo nuevo en mente?

Sí, algo totalmente distinto, una especie de documental experimental que tiene que ver con el sentido del origen. Va a estar ambientado en un pueblito de los Apeninos, lugar de donde vinieron mis bisabuelos y donde hoy viven sólo catorce personas. Al pueblo se lo está comiendo literalmente el bosque: ya pueden verse árboles saliendo del interior de ciertas casas. Intentaré lanzar una mirada a todo lo que tenga que ver con los legados. Por allí podré contar la historia de una mujer que vendió su rebaño para cuidar al marido enfermo, pero también las vivencias de la joven que efectúa la compra porque quiere ser pastora. Y todo eso tan actual vinculado a mi abuelo, que tiene 101 años, vive en Salto y me habla del pueblo con un amor que derriba cualquier distancia. Un lugar al cual nunca fue pero que conoce como la palma de su mano, por los relatos que le contaba su propio padre. Me gustaría mucho mezclar esa idea poética, la de poder amar un lugar en el cual nunca estuviste, con un vistazo realista a la inmigración en un momento como el actual, donde eso parece ser mala palabra…

¿Cuándo empezás el rodaje?

En realidad hace mucho que vengo desarrollando esto. Todo comenzó con un impulso muy personal hace doce años, y desde ese momento tengo registros de cada visita mía al pueblo. En 2016 viví cuatro meses allí, porque necesitaba entender si había una película posible en todo eso o si sólo era un deseo de búsqueda personal de mis raíces, de mi identidad. Volví convencida que hay una historia de alcance más universal que el que puede dar mi propia búsqueda. En esos meses rodé mucho, y también hallé abundante material en Súper 8 de cuando en el pueblo vivía mucha gente, allá por los años 60. Va a ser una especie de colección de imágenes, una película más evocativa y poética que todo lo que hice antes. Espero poder terminarla para fines del 2019, porque no puedo olvidar la edad que tiene mi abuelo. Me encantaría que pudiera verla.

¿Qué es el cine para vos, Alicia?

La forma de acercarme a otros mundos. A mí, que soy nómade, me permite tener una puerta de acceso abierta a realidades individuales que forman parte de lo que solemos llamar “la realidad”. El cine es mi vida, es la forma que tengo de hacer emerger lo que soy. Es pulso e impulso constante en la tarea de acercar mundos a mi propio universo.

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Amilcar Nochetti Tiene 58 años. Ha sido colaborador del suplemento Cultural de El País y que desde 1977 ha estado vinculado de muy diversas formas a Cinemateca Uruguaya. Tiene publicado el libro "Un viaje en celuloide: los andenes de mi memoria" (Ediciones de la Plaza) y en breve va a publicar su segundo libro, "Seis rostros para matar: una historia de James Bond".