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COVID19: ¿Jaque al capitalismo?

COVID19: ¿Jaque al capitalismo?
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La aparición de la epidemia del coronavirus a nivel mundial movió la estantería social en varios aspectos. El aumento del desempleo, los problemas sanitarios, la crisis económica, la miseria y el hambre de mucha gente son solo algunos ejemplos. ¿Qué cuestionamientos le hace la pandemia al sistema imperante? ¿Asistimos a una crisis sistémica? ¿El rey estaba desnudo? ¿Cambiará el rol del Estado? ¿Cómo se modificará el trabajo? ¿Es capaz de paliar la situación la economía de mercado? ¿Es el fin de la globalización? ¿Podrá surgir algún cambio que humanice más al sistema? ¿Pone en riesgo a las democracias? ¿Vamos en camino a sistemas autoritarios? ¿Vencerá el miedo al espíritu de la libertad?

 

S A L V A V I D A S por Esteban  Pérez

 

En el 2019 fuertes y prolongados estallidos sociales sacudieron numerosas regiones del mundo y no pocos gobiernos estuvieron acorralados por multitudes enardecidas, a las que sofisticados aparatos represivos no pudieron acallar.

Entre la crisis económica y los pujantes movimientos populares, las estructuras e instituciones del capitalismo en más de un país crujieron como árboles de gran porte sacudidos por fuertes vientos.

Paradójicamente, una epidemia vino como caída del cielo para oficiar de salvavidas a varios gobiernos que ya veían próximo su fin, azotados por sus coléricos ciudadanos. Entonces, utilizando el miedo a la muerte, los mandatarios retomaron el control social enviando a toda la gente para la casa.

Se generó desconcierto, desmovilización y resignación ante ese virus desconocido de supuestas consecuencias imprevisibles.

Otras naciones parecen haber tomado otro camino: dejar desarrollar la peste como forma de “purificación” de su población, apostando a elevada mortandad entre desplazados del sistema y ancianos como efectiva “reforma de la seguridad social” achicando así los gastos del estado.

Quedó en evidencia, además, que países muy poderosos económicamente tienen excelente cobertura en salud para los adinerados y migajas para el pueblo trabajador; mientras que otros, con la economía planificada y los sistemas de salud socializados con la misma calidad de atención para toda la población, parecen haber derrotado en poco tiempo y con pocas pérdidas humanas, la propagación del Covid 19.

Existe una fuerte competencia internacional por quién logra primero desarrollar la vacuna, ya que ésta tiene en perspectiva una clientela equivalente a la población mundial. El capitalismo en su agonía no pierde la oportunidad de lucrar, ya sea con la guerra, la vida o la muerte y las pestes, pues su ética y razón de existir es el lucro constante.

El virus parece ser muy poderoso, pero tiene un flanco muy débil: pudo en primera instancia traer cierta tranquilidad a quienes ejercen el poder, pero no podrá terminar con la lucha de clases; tan sólo se generó una tregua pero ésta sigue latiendo, es intrínseca al capitalismo y ya se vislumbran reverdeceres de resistencias bajo nuevas formas.

Estados Unidos “La Meca del capitalismo”, tiene al momento sus calles en el caos en más de 50 ciudades y 20 estados, con enfrentamientos entre manifestantes y la policía con motivo de repudio a un homicidio racista, pero en el fondo no es otra cosa que la vieja lucha entre el pueblo y los poderosos, en definitiva, otra manifestación de la lucha de clases.

En nuestro país el circo mediático montado en torno al Covid 19 para distraer la atención de la agresión a las libertades y el bolsillo de los trabajadores que contiene la LUC, ya está dando síntomas de desgaste mientras que el movimiento popular, retraído por ahora… late y late…

Desde la economía por Javier de Haedo

Me habré de concentrar en tres de las preguntas que nos plantea VOCES esta semana, aquellas que creo poder responder desde la economía: ¿Cambiará el rol del Estado? ¿Cómo se modificará el trabajo? ¿Es capaz de paliar la situación la economía de mercado?

A diferencia de otras crisis globales, esta no tiene origen económico ni financiero y tampoco son los bancos (como casi siempre lo han sido) originadores o expansores de la crisis. Esta pandemia, en todo caso, ha sido potenciada por la globalización, y en particular por las muy estrechas comunicaciones que hoy existen entre todas las zonas del mundo. Y, ni qué hablar, por la falta aún de una vacuna contra el virus.

En este contexto, la economía pasa a ser parte de la solución y no del problema, al amortiguar sus efectos mediante políticas monetarias y fiscales expansivas a lo largo y ancho del planeta: seguros de desempleo, políticas sociales, preservación de la cadena de pagos, en fin, todo lo que hemos visto a nuestra escala y dentro de nuestras posibilidades, en Uruguay.

Quiero destacar que es función esencial al Estado ocuparse de paliar la crisis cuando ésta se da. Y así está ocurriendo en todos los Estados, con más o menos espalda, dentro de sus respectivas posibilidades. Pero también destaco que el día después, deberá ser el motor privado el que traccione a la economía. Los Estados habrán de quedar exhaustos por el esfuerzo en la etapa actual y no tendrán recursos para la etapa siguiente. Habrán quedado muy endeudados y con altos déficits fiscales y bastante tendrán con atender a las poblaciones que salgan de la crisis, más vulnerables.

En todo caso, lo que sí deberán hacer, es facilitar las cosas para que el motor privado opere con la mayor potencia, y para ello es clave que se impulsen políticas y reformas pro crecimiento: mayor apertura comercial, mayor competencia en los sectores orientados a la economía doméstica, puesta al día en los sistemas previsionales, entre otras. Además, obviamente, de comenzar el camino de retorno hacia mejores situaciones fiscales.

Lo que sí parece ser una consecuencia inevitable de la pandemia, es el adelantamiento en los tiempos de expansión del teletrabajo. Y, una vez más, es rol del Estado regularlo, no para ahogarlo sino para poder aprovecharlo con toda su potencialidad. En fin, como creo que debe ser, Estado y mercado trabajando en equipo y cada cual en lo suyo.

DAME UN MATE por Miguel Manzi

Evoco un diálogo antológico de “Ben-Hur” (la película posta, con Charlton Heston; la novela no la leí), cuando el impetuoso tribuno Mesala vuelve a Judea a relevar al agotado jefe de la guarnición romana, quien justifica su fracaso en el combate a los judíos revoltosos, inspirados por la causa de la libertad, porque “¿Cómo se puede combatir a una idea?”, pregunta retóricamente el viejo guerrero. “Con otra idea”, replica Mesala. Digo, forzando la analogía: no alcanza con una peste para derrotar al capitalismo, la globalización, la democracia o la libertad; haría falta poner otra cosa en su lugar; y, tras el unánime y estrepitoso fracaso de sus competidores del siglo pasado, no hay nada a la vista. ¿Trump y Bolsonaro? Existían antes de la peste; Xi Jingping y AMLO también. ¿Guerra comercial? Desde los fenicios. ¿Atentados contra la democracia y la libertad? Preguntale a los tupas y a los milicos. Nunca hizo falta una peste para hacer macanas. Y pese a esas macanas, el rumbo general de la especie es una línea más o menos angulada y más o menos aserrada, pero siempre ascendente. En efecto, bajo casi cualquier parámetro medible (incluyendo el acceso a bienes culturales), crecientes porciones del planeta no han dejado de progresar y, desde hace cien años, aceleradamente. No soy negacionista, ni pienso que la tierra es plana, pero tampoco me suena que este virus vaya a cambiar violentamente la manera de ser y estar en el mundo. Preguntale a la gente que al principio no salía ni a la vereda y ahora va al almacén sin tapaboca; o a los millones en el mundo que nunca se enteraron que había una pandemia. Más temprano que tarde habrá vacuna, y los muertos de 2020 serán el testimonio trágico de una mezcla de imprevisión colectiva y mala liga individual. Otra cosa bien distinta es la crisis económica provocada por la suspensión de actividades. Esa sí, creo, tiene y tendrá impacto severo entre los más débiles (como siempre); que por supuesto el mercado, librado a su sola inspiración, no alcanzaría a mitigar. ¿Puede hacerlo el Estado? ¿El mismo Estado que, antes de la peste, no supo solventar los déficits de educación, salud, vivienda y trabajo para esos mismos más débiles? No, seguramente no pueda hacerlo solo; pero debe hacer su parte, aún al costo altísimo al que se mueve ese monstruo anónimo. Es un vicio muy antiguo pensar en términos de opuestos excluyentes. La cuestión no es Estado o mercado, como no es seguridad o libertad, ni sociedad o individuo, ni distribución o crecimiento, ni capital o trabajo, ni altruismo o egoísmo, ni ángeles o demonios; que todito eso somos. La cuestión es la sabia combinación de todos ellos. Diríase que tal cosa es el buen gobierno.

El miedo y la libertad son antitéticos por Hebert Gatto

1) Si la pandemia es tan peligrosa como los epidemiólogos anuncian, no sólo cuestiona sistemas, lo hace con la civilización humana en su conjunto. Por más que a la vista de lo que está ocurriendo solo parece afectar de modo grave a los mayores de cincuenta o sesenta años. Habrá que ver exactamente en qué proporción y porcentaje de riesgo. De todos modos, el problema no es este Corona Virus, sino algún otro que en algún futuro próximo se descargará sobre poblaciones pobres y hacinadas. Megalópolis de más de quince o veinte millones de habitantes, como las que pululan en el planeta. Las condiciones del mundo invitan a los virus.

2) La economía de mercado no estaba preparada para esta situación. Tampoco, en su momento lo estuvo el socialismo. Recordar Chernobyl, el Mar Blanco, el Lago Balatón, las epidemias o los índices de mortalidad y natalidad en el «socialismo real”. Los mejores sistemas de salud (para nada perfectos) se encuentras en los capitalismos de bienestar del Norte de Europa.

3) Las Empresas, aún las mayores de ellas no sustituyen a los estados. Aun así, no creo que los actuales y activos desempeños de éstos modifiquen la economía. Para ello hace falta otra pandemia más grave y duradera.

4) El trabajo cambiará en la senda que señalen los cambios tecnológicos. No la enfermedad.

5) Creo que el capitalismo, excepto retoques, algunos mejores que otros, no modificará la prevención de pandemias. Para ello se necesita una acción internacional fuerte y sostenida y que doblegue al nacionalismo. Una hipótesis muy poco probable.

6) La globalización constituye una tendencia sistémica. No se verá alterada por lo que ahora ocurre.

7) El capitalismo tiene graves deficiencias. Poco menos que la mitad de los seres humanos vive con menos de cinco dólares diarios. Simultáneamente dos mil ricachones disponen de siete billones de millones de dólares. Dudo que esta realidad la pueda cambiar la pandemia. Pero estoy seguro que sin alterar este absurdo reparto, miseria, hacinamiento y enfermedad seguirán constituyendo un trío indisoluble. Por su lado, con el socialismo no hay millonarios, tampoco bienes para repartir.

8) La democracia es muy frágil. Siempre está puesta en duda. No tanto por esta pandemia sino por las que vendrán.

9) Los autoritarismos son siempre posibles, como lo son los virus o el populismo. A su vez me horroriza pensar que Trump o Bolsonaro (populismos de derecha), pudiera ser reelectos.

10) El miedo y la libertad son personajes antitéticos. Bien lo sabía Hobbes. Lo que hoy parece claro, con o sin pandemia, es que el capitalismo sin estado genera una sociedad injusta y que el estado sin capitalismo hace lo mismo, sólo que de modo más autoritario y con mayor pobreza. El siglo XX fue el maestro de esta realidad. Por ahora el único horizonte está en un internacionalismo social demócrata aggiornado, como sugieren Rawls y Habermas. Que por supuesto resulta utópico y lejano. Quizás para la próxima pandemia.

Una encrucijada de caminos por Max Sapolinski

Lo único cierto que nos trajo la pandemia es que viviremos tiempos de incertidumbre. Es difícil predecir a carta cabal que futuro nos espera y el daño que la epidemia dejará en todos los ámbitos, principalmente en el económico y social.

Si bien nos encontramos, al decir de todos los medios internacionales, en una isla en el océano embravecido, producto de las características de nuestra sociedad y el sistema que hemos forjado y de la habilidad del gobierno de timonear la coyuntura, vivimos en un mundo globalizado y deberemos sumar a nuestras propias penurias las del mundo entero. Aunque surjan algunas tendencias a la desglobalización, las influencias externas seguirán impactando en cada mercado.

Este tipo de crisis pone a las sociedades en una encrucijada de caminos. Las tentaciones a horadar la libertad de los individuos que mellen los sistemas democráticos pueden intentar surgir. A su vez, se vuelve imperioso encontrar los caminos adecuados para velar por el bienestar de los ciudadanos de cada país, en especial los más desprotegidos.

¿Es posible encontrar soluciones a ambas disyuntivas? La preocupación por lograr mantener un digno nivel de vida para toda la sociedad y la preservación de las libertades en su plenitud requieren de parte de los gobiernos el equilibrio adecuado, la ductilidad necesaria, una empatía imperiosa.

Es interesante el último párrafo del último Informe de Coyuntura Laboral en América Latina y el Caribe de la CEPAL. Dice así: “…la crisis ha expuesto con especial crudeza el costo de la informalidad y de la desigualdad en la mayoría de los mercados laborales de la región. Por ello, las políticas para la recuperación no deben apuntar meramente a una “nueva normalidad”, similar a la anterior, sino a una “normalidad mejor” con mayor formalidad, equidad y diálogo social”.

Uruguay ha sabido a lo largo de su historia construir un Estado de bienestar que fue ejemplo para el mundo y ha sabido afrontar y vencer crisis acuciantes. Tiene un gobierno que ha demostrado capacidad de liderazgo para afrontar las adversidades. Está llegando la hora de comenzar el difícil camino de la “nueva normalidad”, pero por qué no decirlo, un camino que también tendrá nuevos desafíos que generan nuevas oportunidades.

El objetivo a alcanzar será reconstruir una sociedad de oportunidades y convivencia.

Me parece atinado en los complicados momentos que sin duda habrá que afrontar, recordar una frase del Premio Nobel de la Paz, Elie Wiesel: “Este es el deber de nuestra generación al entrar en el siglo XXI: la solidaridad con los débiles, los perseguidos, los abandonados, los enfermos y los desesperados. Esto expresado por el deseo de dar un sentido noble y humanizador a una comunidad en la que todos los miembros se definan a sí mismos, no por su propia identidad, sino por la de los demás.”

EEUU: Se vino el estallido por Camilo Márquez

El sistema político de Estados Unidos colapsó la semana pasada. Hay que decirlo sin rodeos pues muchos izquierdistas en un proceso acelerado de domesticación política y adaptación a la “opinión pública” han renunciado a desarrollar un planteo de poder, o en el mejor de los casos, lo alojan en algún lugar distante de sus elaboraciones y propaganda. ¿Por qué es importante este punto? El que le puso el cascabel al gato fue nada menos que Donald Trump: “Son los antifascistas y la extrema izquierda. ¡No echen la culpa a otros!” escribió en twitter, luego reiteró lo mismo con un fondo de estrellas y el logo de la NASA, en conferencia de prensa desde el centro espacial de Florida.

No se puede reducir esta crisis a un incidente represivo. La belicosidad de las protestas que Obama en un intento de mediar calificó como positivas y en las que sólo una minoría incurría en enfrentamientos, no se corresponde con la movilización de la Guardia Nacional, un cuerpo militarizado en 140 ciudades de una veintena de estados.

Todo el mundo advierte que hay una crisis que raja las paredes. Por eso hay un enésimo intento por fundar una especie de frente que se ha denominado “Internacional Progresista”. Una de sus impulsoras manifestó “El motor del capitalismo se ha averiado durante suficiente tiempo como para que podamos examinar sus componentes y buscar uno nuevo”. También dicen que hay que “negociar un nuevo contrato social” algo que por otra parte reclama hasta el Financial Times. Nadie se priva de registrar la crisis sistémica, pero esto ya es hasta una moda. Este armado es una improvisación de urgencia para desviar los procesos en marcha. Va desde el Frente Amplio chileno y el PT de Brasil hasta Voroufakis y Chomsky.

Hace 15 días en la prensa de todo el mundo se discutía sobre las movilizaciones de los sectores anti-cuarentena que se paseaban por las calles con armas automáticas. Hasta la semana pasada el tema era que EEUU llegaba a 100 mil muertos por la pandemia y era tapa de todos los diarios. La demolición de la infraestructura básica del país quedó de manifiesto por la rápida propagación del covid-19 que ya supera el millón de infectados.

Izquierda

La izquierda que se proclama revolucionaria no ha recogido el guante del presidente yanqui. Se limita a describir los hechos como cronista, mientras enchaleca la disputa con el ala progre del Partido Demócrata (Ocasio-Cortez/Sanders) en términos electorales. Esta izquierda siempre dubitativa tiene su expresión más reciente en el Frente de Izquierda de la vecina orilla. En la última cría que ha alumbrado sostiene que la burguesía tiene la iniciativa estratégica por todo un periodo debido a la ausencia de organizaciones revolucionarias que se propongan el socialismo y trabajen por ello. El pesimismo lo hace invertir la ecuación pues la organización (el aparato) no crea la política revolucionaria, es está la que engendra aquella. Una “tesis” estrecha que desoja la margarita y agiganta las capacidades de los Trump, como antes de los Macron frente a los Chalecos amarillos, y de Piñera ante la revolución chilena. Trump ha entendido inmediatamente y en forma perfecta que el movimiento de masas tiene un impulso subterráneo que va muchísimo más allá de la indignación causada por la rodilla del policía Derek Chauvin que asfixió a George Floyd. Mientras estas líneas son escritas despliega al ejército en Washington para combatir el “terrorismo interno”. Antes ha manifestado que “si comienzan los saqueos, empieza el tiroteo” (que twitter se vio obligado a eliminar) y sobre quienes manifestaban frente a la Casa Blanca: “nadie se acercó a atravesar la valla. Si lo hubieran hecho, habrían sido recibidos por los perros más feroces y las armas más amenazantes que he visto jamás. Refiriéndose a sus matones del servicio secreto. Esto no es sólo fanfarronería, es el lenguaje de la guerra civil.

Ciega y sorda la rebelión pretende clausurarla con el rótulo de “espontánea”, que en el lenguaje de los escépticos es igual a “efímera”. Incapaz de registrar el viraje en el proceso político en marcha sueñan con su entierro, a decir de Lenin. En lugar de trabajar por elevar el movimiento a un grado superior cuando el espanto y las divisiones en la burguesía son más agudas que nunca. Marx no tenía mucha consideración por estos teóricos “Desde luego, sería sumamente cómodo hacer la historia universal si sólo se emprendiera la lucha cuando las probabilidades fueran infaliblemente favorables” (Carta a Kigelmann)

Este debate en la izquierda tiene un alcance internacional. Una rebelión popular que no es en la periferia, sino en el nido mismo de la clase capitalista. Una izquierda que no vea la potencialidad de lo que ocurre en el corazón del imperialismo, está muy cerca de dejar de ser izquierda en cualquiera de sus variantes.

Estamos frente a acontecimiento de significación revolucionaria.

¿Qué nos deja esta pausa forzada? Por Melisa Freiría

Transitamos una pandemia que profundizó todas las desigualdades y problemas preexistentes, que nos trajo algunos nuevos, nos movió la estantería, reordenó nuestras prioridades y resignificó nuestros vínculos.

Muchas veces cuando la situación nos supera tendemos a buscar las fallas en “el sistema” o “el mercado” y así es que le escapamos una y otra vez a las responsabilidades que tenemos como personas integrantes de una sociedad. Así como el sistema o el mercado no nos resuelven la vida, tampoco nos la condenan por sí solos.

Un mundo distópico es perfectamente posible y no se encuentra tan lejos. Lo que considerábamos conquistado y garantizado en la “normalidad”, puede desaparecer en cuestión de semanas si no se construye sobre pilares sólidos.

La cultura de cada país, sus gobernantes y las condiciones pre-covid marcaron un desarrollo distinto en la propagación del virus, pero hay algunas cosas que son comunes a todos. El encierro y distanciamiento social aumentaron la violencia de género y los cuidados necesarios tanto de adultos mayores como de niños que no asistían a los centros educativos, recayendo de forma inequitativa sobre la mujer. También nos dejaron en evidencia cuánto necesitamos de las redes de contención social y de frecuentar nuestros espacios.

Pero, ¿qué aprendimos de todo esto?

Estoy convencida que los hábitos de consumo se verán alterados aún pasada la pandemia.

– Vimos que en muchos casos no es necesario trabajar 8 horas y 5 días a la semana de forma presencial y que algunos trabajos incluso se pueden hacer de forma totalmente remota.

– Generamos cierta costumbre de no hacer compras de forma presencial y utilizar más los mecanismos de envío.

– Comprobamos que se puede estudiar en algunos niveles a nuestro propio ritmo y accediendo de forma on line a una oferta educativa diversa, gratuita o a bajo costo.

– Le dimos un mayor uso a la tecnología para estar al servicio de las personas, ahorrando tiempos y distancias.

– En países de oriente donde las distintas religiones tenían muchísimas prácticas nada amigables con el medioambiente y muy insalubres -como beber todos de la misma fuente pública-, se adaptaron a opciones alternativas y más sanas para todos.

Sin duda algunos de estos hábitos que nos mejoran el día a día permanecerán una vez superada completamente la pandemia. Dimos el paso de implementar nuevas formas porque la realidad nos obligó a hacerlo. Nos adaptamos como pudimos y de manera inmediata asimilamos ciertos cambios por un tiempo. Hicimos una pausa, necesaria. Una pausa forzada y con enormes costos en todo el mundo. Si estas incalculables pérdidas fueran totalmente en vano, mereceríamos la extinción.

UN PASO A LA VEZ por Fernando Pioli

Dicen que la peste negra fue la excusa para que surja el renacimiento. Una gran peste promueve la desconfianza, la pérdida de contacto emocional con el orden establecido. Una pandemia nos obliga a cuestionar nuestra normalidad, nuestro lugar en el mundo. Su paso suele dejar una sensación presente en las comunidades más dinámicas de que hay cosas que deben cambiar y se está frente a una oportunidad.

No podemos, sin embargo, caer en el facilismo voluntarista de que el capitalismo está en crisis o disparates por el estilo. Sin embargo, la necesidad de una respuesta radical ante una situación radical desnuda al rey. La realidad se expone, y quienes actúan como si esa exposición no fuese real se arriesgan a quedar gravemente en la misma evidencia.

El mundo se estaba acercando a una nueva edad media oscurantista (por favor no me vengan con que la edad media no carecía de riqueza en sus debates, no es de eso de lo que hablamos) en la cual nos iban a gobernar dementes caprichosos cuyo infantilismo iba a encontrar juguetes caros en los que nos podía ir la vida y poner en riesgo la humanidad. Es comprensible que estos gobernantes grotescos sean los primeros en quedar expuestos, y este es único efecto benigno de la pandemia, el de poder distinguir gobernantes adultos que confían en la ciencia y la razón de los estúpidos con poder.

Hoy, esta división entre gobernantes responsables y caprichosos es la más importante. La discusión entre izquierda y derecha no puede darse entre gente ciega de fanatismo que niega la realidad. Ninguna discusión política puede llevar a ningún lado en estos términos.

En este contexto la situación política de EE. UU. es muy preocupante por su creciente fragilidad interna. Su presidente es una máquina de generar conflictos, primero con el extranjero y ahora en su propio país. Su respuesta ante la pandemia, su respuesta ante la protesta social, su propia postura vital que exuda banalidad, son muestras de debilidad intelectual y política.

No podemos esperar cosas mucho mejores de Maduro en Venezuela o Bolsonaro en Brasil, el problema más que el lugar en que los ponemos en el espectro político es su infantilismo. Recién luego podemos pasar a analizar su ideología.

De modo que la principal consecuencia de la pandemia, seguramente corra por decidirnos a confiar en gobernantes adultos, que confíen en la ciencia y en la razón. Después podremos dar un paso más y construir una sociedad más justa. Un paso a la vez para no volver al principio, casi con el mismo lenguaje con el que se nos invita a dejar atrás el confinamiento.

“Solo el pueblo salva al pueblo” por Juan Pablo Grandal

En términos económicos esta crisis ha dejado al desnudo grandes falencias de la globalización del capital, relacionadas con la falta de soberanía productiva incluso de las grandes potencias. Ante una parálisis del comercio internacional, hasta los EE. UU. se vieron con dificultades para adquirir productos tan básicos como tapabocas, lo cual es un absurdo para un sistema defendido como el más racional a la hora de distribuir recursos. ¿Si las grandes potencias tienen severas dificultades para tomar medidas en lo económico y productivo en un contexto de crisis, que puede esperar el resto del mundo de sus Estados? Que vienen de décadas de dogma económico y político que ha avanzado en desmantelar nuestros aparatos productivos y nos ha convertido en cuasi colonias del gran capital financiero, irónicamente teniendo a partidos de “izquierda” entre sus más eficaces ejecutores.

No sabemos que puede deparar esta crisis para el futuro de la humanidad. El capitalismo ha demostrado históricamente que es un sistema con una capacidad de adaptación sin comparación. Pero cada vez hay más gente que se da cuenta de algunas verdades claves. Se está cayendo el relato del dogma económico y político de la globalización. ¿Cuánta gente realmente confía en las contradictorias recomendaciones de la OMS, que un día te dice una cosa y al otro todo lo contrario? ¿Cuánta gente aún cree que organizaciones regionales como la Unión Europea velan por los intereses del hombre común cuando se criticaba desde Bruselas a los pueblos español e italiano por “darles demasiada importancia a sus ancianos”? ¿Cuánta gente se está dando cuenta que grandes multinacionales y la banca siguen lucrando, algunas en particular teniendo ganancias extraordinarias, mientras el desempleo no para de subir y pequeños comercios no paran de cerrar? ¿Alguien hoy piensa que las estructuras económicas globalizadas pueden ser un sustituto real a la soberanía nacional de cada Estado a la hora de velar por el bienestar de sus ciudadanos?

Una de las cuestiones que las elites “progresistas” y “liberales” nos han tratado de inculcar en estas últimas épocas es que un Estado fuerte es antitético a la idea de libertad. Hoy vemos que un Estado fuerte capaz de actuar de forma soberana a favor de los intereses de sus ciudadanos es la única salvaguarda posible tanto a nuestra libertad como nuestro desarrollo como civilización. No podemos seguir dependiendo de los deseos de grandes organizaciones internacionales llenas de burócratas no electos por nadie, que no sirven a nadie más que a quienes las financian, o de grandes multinacionales cuyo solo interés es el lucro, capaces de arrasar con lo que sea con tal de generar mayores beneficios;

En España se popularizó la frase “solo el pueblo salva al pueblo”, la cual tiene más contenido filosófico que lo que parece. Y realmente, ¿existe institución que no sea el Estado-nación que hoy sea capaz de representar y ejercer la voluntad popular? Por eso, si se debe convivir con el capital (lo cual hay que poner en discusión en el largo plazo), que sea forzado a servir los intereses de las grandes mayorías, de los obreros, de los campesinos, de los pequeños productores y comerciantes. Y solo un Estado fuerte capaz de imponer los intereses de las mayorías es capaz de forzarlo a someterse a la voluntad popular. Avancemos sobre esa idea batllista del “Estado como escudo de los pobres”. Tengamos Estados que sean escudo y espada, defensa y ataque, a favor de los intereses de nuestros pueblos.

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