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Cuarentena emocional por Marianella Morena

Cuarentena emocional por Marianella Morena
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El lunes 1 de junio, decidí dar la clase en la calle. Soy docente de actuación en la EMAD, y hoy se sumaron los estudiantes de diseño y la responsable de esa cátedra. Planteamos un ejercicio: de la casa a la plaza, ya que originalmente los personajes eran habitantes de un sitio urbano.

Armamos un cronograma por zona y cercanía de los alumnos, dos de actuación y dos de diseño, 5 como máximo, así se distribuyeron entre barrios. Transitamos entre el Prado, Capurro, Pocitos, Punta Carretas, Parque Rodó, Cordón y Centro.  El recorrido fue filmado para luego usar ese material, la consigna era qué sentía al abrir la puerta, luego que lo único que nos conectaba con el afuera era la ventana. Y desde ahí construir en relación con el espacio, somos territoriales.

Hacía tiempo que no recorría Montevideo, cuando el 13 de marzo se suspendieron todas las actividades (recuerdo la fecha porque iba al ensayo general de una amiga y se canceló) opté por cumplir todas las medidas a rajatabla, más que nada porque el confinamiento no me genera ansiedad (al menos el que por voluntad había probado) y porque rápidamente pasamos los cursos a zoom. Parecía que las cosas podrían adaptarse. A la semana me puse a crear un proyecto teatroencasa, pensando dispositivos virtuales, y con toda la fuerza de la reacción inmediata.

Por esa primera semana no sentía el impacto en el cuerpo, sí se iban cayendo una a una mis giras internacionales, mis planes de temporada en Buenos Aires, hasta que se canceló el estreno de FUENTEOVEJUNA en octubre/Madrid. Adoptar de manera estricta como una disciplina militar, fue una forma de experimentar algo que casi nunca hago: obediencia absoluta. Desde ese lugar decidí transitarlo y ver qué pasaba. Con el paso del tiempo y el aumento de la precariedad,” la era romántica” comenzó a desintegrarse.

Hoy cuando recorrí Montevideo tenía la ilusión que habría algo diferente, que este abrupto y enorme golpe que nos produjo el congelamiento se habría traducido, pero la ciudad seguía igual, en el mismo sitio, los árboles los mismos, las calles las mismas, los edificios los mismos, las plazas las mismas, los autos y ómnibus los mismos, los comercios los mismos.

¿Dónde estaba lo que había sucedido, quién o qué había almacenado la experiencia?

¿Quién se encargaba de la memoria del relato del Covid 19 en Montevideo, quién sigue paso a paso el ciclo de la pandemia?

El cuerpo. Pero el cuerpo está anulado, prohibido, cercenado, censurado, prohibido, acorralado, restringido, limitado, empobrecido, ausente de experiencias comunitarias, con la poética anulada, con las expresiones colectivas en el freezer, con nuestro deseo apaleado, sin la catarsis imprescindible para canalizar lo que nos sobra en el cuerpo.

¿Quién puede decir en el siglo XXl que los únicos deshechos que el cuerpo expulsa son los que dejamos en el baño? Nadie. Porque nadie puede sostener que la medicina es la única disciplina que piensa el bien físico. Nadie, pero eso ya lo sabemos. Ahora, mientras tanto, el cuerpo lo abandonamos a la única higiene posible y pensada: la sanitaria.       El cuerpo sale a la calle para cumplir con sus rutinas laborales “imprescindibles” como dice el comunicado de la salud. IMPRESCINDIBLE.

¿Qué será imprescindible para el ser humano contemporáneo?

La evolución humana ha colocado la experiencia física como parte del conocimiento, ya no solo aprendemos lo que estudiamos en el sector oficial: primaria, secundaria, terciaria. Ya lo sabemos.

Una persona se completa cuando su totalidad se pone en expansión, en contacto, en el vértigo de sentir y tocar algo que no había imaginado como posible, algo de eso es vivir lo artístico, desde la disciplina que sea, bajo la modalidad y estética que sea.  Vivirla. Entonces buscaba en la ciudad.  ¿Quién escribe esa versión de los hechos?

Las emociones, las fragilidades psíquicas, las angustias, las depresiones, el miedo, la inmovilidad de expresarnos y ahogar nuestras tristezas en las excusas que nos da la ficción, ya sea porque somos espectadores, o porque tenemos una participación activa.

La catarsis, expresión gestada en la Grecia antigua(Aristóteles), consistía en que se colocaba en el escenario una historia trágica, intensa, los espectadores por empatía liberaban y purificaban sus emociones, instintos, estados primitivos, y luego quedaban livianitos, libres de oscuras ideas.

Qué hacemos cuándo la convivencia desaparece sin saber cuándo la recuperaremos. ¿El edificio teatral es el dueño, tiene el monopolio de los contenidos? ¿O los contenidos viven/sobreviven y se reactivan en cada uno de nosotros? Ahora el mundo somos nosotros.

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