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Cuatro claves de medio periodo por Oscar Bottinelli

Cuatro claves de medio periodo por Oscar Bottinelli
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Cuatro pueden considerarse los rasgos significativos de la primera mitad del tiempo de gobierno de Luis Lacalle Pou: la alta personalización, la propaganda como elemento central, el ahorro fiscal y la apuesta a los “malla oro”.
El Partido Nacional obtiene cerca del 29% del total de votantes (3/10 del Parlamento) y en el balotaje Luis Lacalle Pou obtiene la Presidencia con el 49%. La concepción que se trasmite desde la Presidencia, el círculo presidencial, buena parte de la dirigencia blanca y analistas y opinantes blancos, es que la sociedad otorgó a Lacalle Pou la conducción del país (a él personalmente) y la guía al Partido Nacional. De donde, la coalición no es una coalición de gobierno, sino un entendimiento por el cual otros dos partidos relevantes le confieren la mayoría legislativa y lo apoyan en la gestión de gobierno. Para mayor claridad: en una coalición propiamente dicha la relación de los socios entre sí es horizontal, y los temas se definen por acuerdo entre todos, no solo los de materia de ley, sino toda decisión relevante de gobierno. En el acuerdo actual, la relación es más bien vertical; los socios sugieren o piden y el presidente decide. Eso lleva a una estructura institucional de hiperpresidencialización, más cerca de modelos como el norteamericano, mexicano o colombiano, que el modelo semipresidencial uruguayo.
Este esquema se complementa con una insistente y eficaz propaganda de cultivo de la personalidad presidencial y con un refinado manejo de los botones del poder. Lo uno y lo otro le ha permitido una autoridad más allá de las competencias institucionales y del respaldo electoral. Ello, además de lograr el liderazgo más globalizante en la historia moderna del Partido Nacional, al menos desde que Uruguay se constituyó en poliarquía circa 1916. Ninguna otra figura nacionalista tuvo el acatamiento sin fisuras ni contestación de la totalidad de su partido.
En cuanto a la opinión pública en general se juega a una curva que desciende en la primera mitad del periodo y recupera en la segunda mitad, lo que permite tomar medidas impopulares al inicio para luego apostar a obtener logros efectivos. Así diseñó su gobierno Luis Alberto Lacalle Herrera. El actual presidente, en cambio, apostó desde su elección a una línea recta en el punto más alto: obtener siempre el nivel más elevado de popularidad, sin aceptar descenso alguno. Para ese objetivo es fundamental la propaganda (no la mera publicidad, quizás propaganda y marketing). La propaganda gubernamental tiene al menos un par de miles de años, con puntos culminantes en Roma en el primer siglo antes de Cristo, o en Francia hace cuatro siglos con Luis XIV. Pero la propaganda en sociedades modernas es un fenómeno de la primera mitad del siglo XX, que tuvo como elemento distintivo más que la exaltación de la primera figura per se, la creación de adhesión a una ideología o doctrina omnicomprensiva. El fenómeno actual recoge varios ejemplos recientes en sistemas políticos plurales, como Macron en Francia (al inicio), Macri en Argentina, Renzi en Italia, Lacalle Pou en Uruguay; tienen en común que el objetivo no es la adhesión a una doctrina sino la exaltación de una figura, de un personaje. Va de la mano de otro objetivo que es propender a un sentimiento dominante en la sociedad, basado en la tenencia de una comunicación hegemónica.
En elementos sustantivos de gobierno hay dos elementos que destacan desde el punto de vista estructural, de exhibición de un pensamiento o doctrina de gobierno. Uno de ellos es el ahorro fiscal, exitoso en cuanto freno a ejecución de inversiones públicas, recorte en gastos públicos y leve rebaja en salarios y pasividades. Aunque los críticos creen que buena parte de ese ahorro va a jugar como una caja de ahorro para ser volcado en el último año en un derrame de dinero en obras públicas y ayudas sociales (receta por lo demás nada original, que no es patrimonio exclusivo de ningún partido y utilizado por todos)
Pero surge como elemento relevante la apuesta a los “malla oro”, en la terminología presidencial. Es decir, la apuesta a que el crecimiento del país se va a lograr a través de grandes inversores, de punta, potentes, con polenta. Por eso, contra lo que sería la doctrina más pura del liberalismo económico, en temas clave se ha preocupado más de potenciar estas inversiones de punta, estos “malla oro”, que en abrir el juego a la libre competencia. Así pueden destacarse proyectos (algunos logrados, otros fallidos) en cuanto a transferir el monopolio de combustibles del Estado a alguna empresa privada, el cuasi monopolio del puerto de Montevideo, el monopolio de la gestión aeroportuaria (en realidad una iniciativa de Tabaré Vázquez y el Frente Amplio, llevada adelante por este gobierno con el apoyo del FA y Batllistas), la reactivación de la industria tabacalera nacional (mediante la baja de medidas restrictivas), el potenciamiento de los grandes medios de comunicación audiovisual de capitales nacionales, y algunas otras inversiones quizás de menor porte.

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