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Debate y democracia por Luis Nieto

Debate y democracia por Luis Nieto
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La democracia es debate, intercambio de ideas, interpelación, acuerdos y desacuerdos. No siempre el debate democrático implica la gentileza y la honestidad. Esquivar las estocadas peligrosas es parte del oficio de la defensa y el arte de revelar las falsedades. La democracia es un sistema de gobierno no una ideología política. El debate democrático no excluye las diferencias, las ideologías políticas coexisten, y hasta pueden establecer acuerdos de gobierno sin abandonar sus principios. Cuando una ideología política se hace con el poder no lo suelta, se apropia de él, no tendrá nunca la voluntad de soltarlo.

El origen de la democracia se remonta a más de 2600 años, cuando los “ciudadanos libres”, donde mujeres, extranjeros y esclavos estaban excluidos. Esa exclusión ha sido un elemento para relativizar la vigencia de la democracia, sobre todo cuando no alcanza a dar satisfacción a los reclamos sociales. La exclusión de género, de raza y de origen todavía sobrevive, y ha atravesado todos los sistemas políticos. En Esparta, por ejemplo, la mujer tenía amplios derechos, y era preparada para la guerra, igual que los hombres. Es un ejemplo de que los derechos no necesariamente están atados a un determinado sistema de gobierno. Mientras en Atenas las decisiones eran tomadas como consecuencia del voto de intereses distintos, en Esparta regía la monarquía.

Entre las consecuencias de la democracia ateniense, incluso con las mencionadas exclusiones, la cultura tuvo un florecimiento sin par. Eratóstenes, de origen ateniense, que luego se trasladó a Alejandría, estableció, tras calcular la distancia que había hasta el centro de la Tierra, que la circunferencia de la misma era de 40 mil kilómetros, difiriendo con los cálculos actuales en sólo 90 kms. Valiéndose de los conocimientos matemáticos, y del ángulo que se establecía desde la ciudad egipcia de Siena y Alejandría, pudo establecer la curvatura de la Tierra y el ángulo que formaban los dos puntos.

También Posidonio, nacido en el año 135 a.C. en la ciudad helenística de Apamea, hijo de un matrionio griego, y educado en Atenas, también estableció la redondez de la Tierra, observando el movimiento de la estrella Canopus desde Rodas y desde Alejandría. Si bien la medida de la circunferencia fue menor que la de Eratóstenes, coincidió en determinar su esfericidad. La diferencia en las medidas puede deberse a que se utilizaba el estadio como unidad, y hubieron cambios, en el tamaño de los mismos, que incidió mucho en el resultado, tratándose de espacios mucho más grandes de los que en la vida práctica era necesario.

Todavía en la Edad Media, los especialistas discutían cuál de las dos medidas debía tomarse en cuenta, cuando la noción de una Tierra esférica seguía en discusión. Por supuesto, la vida científica medieval estaba muy por debajo de la que desarrollaron los atenienses 15 siglos atrás.

La redondez de la Tierra, conocimiento con el que nacimos incorporado, es un ejemplo del insoportable peso que tiene sobre la sociedad humana la falta de libertad de pensamiento, y el menoscabo del debate político, como cuestión esencial en el desarrollo general de la polis. En las sociedades contemporáneas, globalizadas, tanto su entramado de relaciones y compromisos, están demostrando ir más despacio que el género humano, y el individuo, como receptores de un mensaje demasiado potente para comprender el todo.

Posidonio era un matemático, astrónomo, historiador, físico, filósofo, escritor y geógrafo. Viajero incansable, en Hispania estudió las mareas, y, sobre todo, la vida de los celtas. Eratóstenes acumuló una cantidad parecida de especialidades, y coetáneo de Arquímedes, Euclides y Apolonio. Eratóstenes murió a la edad de 92 años. Había quedado ciego, y frente a no poder seguir leyendo se suicidó.

Esa pequeña joya de la humanidad nos legó, la base de los conocimientos actuales, en casi todas las disciplinas y, muy especialmente, el sistema de gobierno ateniense, que hizo posible un caudal de libertad intelectual como pocas veces en la vida de la humanidad. Tengamos en cuenta las circunstancias históricas, su pequeñez, el entorno.

De las tantas cosas en que tanto Eratóstenes como Posidonio estuvieron involucrados quizás ninguna tuvo la trascendencia de demostrar la esfericidad de la Tierra, y ninguno de los dos pudo vivir los resultados prácticos de sus investigaciones, hasta la llegada de Cristóbal Colón al llamado Nuevo Mundo, quince siglos después que ellos lo supieran.

Hay algo trascendente que fue derrotado por los distintos sistemas, hermanados en su incapacidad de diálogo con el mundo científico, que, como en Roma, en  la larga noche de la Edad Media, y hoy, en la ignorancia del presidente Trump, relegan el debate a su propia borrachera ante el poder. Innumerables científicos se los están diciendo: el mundo puede estar frente a una catástrofe de incalculables consecuencias, y todos los ejércitos juntos pueden acabar en un juego de soldaditos de plomo. La actual pandemia puede ser apenas la punta del iceberg La naturaleza está demasiado estresada. Ninguna de las grandes economías del mundo está cumpliendo con el Acuerdo de París de 2016, sobre el cambio climático. Parece evidente que sobran reyezuelos y faltan Pericles…

El debate está planteado pero puede que no deban ser los principales causantes del deterioro ambiental quienes propicien el debate. ¿Podrá nuestro pequeño país, así como lo ha hecho en la actual catástrofe mundial, tener la actitud adecuada, y prestar su prestigio para una causa impostergable? Debería proponérselo, Uruguay tampoco se salvaría si la naturaleza se enoja de verdad.

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