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Del pasado y del presente por Nelson Di Maggio

Del pasado y del presente por Nelson Di Maggio
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Varias de las muestras que se exhiben en los centros culturales montevideanos carecen de información. Pero no sorprende. Es algo habitual. El visitante siente la ausencia y abandona la sala sin haber disfrutado o comprendido las obras que vio.

En el caso de México ancestral. Miradas desde el Sur (Centro Cultural de México, un espacio desangelado) esa falta resulta inexcusable. Son 113 piezas arqueológicas y etnográficas del país azteca adquiridas por el poeta Líber Falco mientras desempeñó la actividad diplomática en ese país (1927-1933) pertenecientes a la Biblioteca Nacional, en custodia en el mapi. Elaboradas en cerámica y piedra, se refieren a las culturas azteca, maya y teotihuacana del período precolombino, en su mayoría de pequeño tamaño, aunque existen tres o cuatro de mayor volumen como la figura antropomorfa Tlaloc, talla en piedra de técnica e inventiva formal marcada por su golpeante síntesis expresiva, una característica que recorre los demás trabajos, así como el refinado vaso pintado. Son obras que están en Uruguay, desconocidas por sus habitantes, aunque elogiadas por especialistas extranjeros, como sucede con las numerosas existentes en el cercano Museo de Artes Decorativas sobre la cerámica griega clásica —un tesoro admirable— y de Medio Oriente.

Ahora bien, el panorama es más nutrido en el arte local. Comienza con Manuel Rosé (1882-1961) en dos salas del Museo Nacional de Artes Visuales, cuadros donados por su familia a la colección de la pinacoteca. Pintor, dibujante y docente, viajó muy joven a Italia, frecuentó la Academia de Bellas Artes de Roma en 1905, regresó y, al conseguir una beca de estudio, se marchó a París (1908-1913) e ingresó a la Academia Grande Chaumière y al taller de Anglada Camarasa, en el auge de su popularidad, junto con sus compañeros Carmelo de Arzadun y José Cuneo, y maestro al cual Pedro Figari no fue ajeno. París era una fiesta. La capital mundial de las artes. Rosé dejó testimonio del esplendor vital diseminado por los cafés célebres, en excelentes dibujos donde recogía la moda epocal y en desnudos femeninos más naturalistas, pero de espontánea inspiración, manipulando la carbonilla con singular habilidad. Sin duda se familiarizó con el fauvismo, expresionismo y cubismo, aunque se impuso el impresionismo, gozoso de la materia espesa y la suntuosidad del color. Más tarde, adhirió al planismo con señalado rigor y pasó a recrear a Gauguin, registrar cuadros históricos, retratos circenses, autorretratos y retratos, con menor impulso, el que sí mantuvo como docente en el Círculo de Bellas Artes. La exposición es un adelanto irregular de una retrospectiva futura.

Nuño Pucurull (1945-2014), ceramista, escultor, artesano, grabador, estudió en el Taller Torres García, y asistió a los de Guillermo Fernández, Eduardo Díaz Yepes, Club de Grabado y Eva Díaz. Encarcelado por la dictadura militar durante once años (1972-1984), una cruel experiencia que no obstante contribuyó a desatar los poderes de la creación que, una vez liberado, ejercitó con humildad y alegría en el manejo y el descubrimiento de materiales comunes y desechables: las bolsitas de té las convirtió en delicadas estructuras de planos colgados y superpuestos figurando un tapiz etéreo; el papel mojado envuelto en botellas, después despegado, se convirtió en liviano testimonio de una existencia que fue; la arcilla mojada amasada (hacía el pan en la cárcel) con energía dejó la impronta de sus dedos, la fuerza de las manos; las contactografías surgieron del papel húmedo pegado a un objeto cualquiera que, presionado, deja su imagen evanescente. Pocas veces lo insignificante adquirió un repentino significado apresando la impalpable poesía en el acto de ver y contemplar. En el Museo Blanes.

Eduardo Mernies (1945), aunque montevideano, se trasladó a San José, donde estudió con Dumas Oroño y Hugo Nantes. Al cursar el Ienba capitalino, amistó con Manuel Espínola Gómez en las clásicas mesas de café e hizo del grafito y la crayola instrumentos ideales para proyectar una ondulante sensualidad en el dibujo que derivó en bioformas, extrañas y oscuras composiciones abigarradas, en otros casos más sueltas e informales, retratos más naturalistas, pero siempre dominando con firmeza un mundo visual de personales acentos. En Galería Juan Palleiro.

Gabriel Benderski es un joven treintañero licenciado en diseño gráfico por la Universidad ort. En el Espacio impo exhibe Afiches sociales consistentes en diez estampas ejecutadas de manera artesanal en talleres de impresión de viejos tipos móviles. A ese soporte tradicional agrega su preocupación por los problemas del mundo de hoy; la masacre de inocentes, las violaciones, los desaparecidos, las marchas por la paz y la tolerancia con sostenido y logrado diseño.

Bernardo Cardarelli (1974), arquitecto, dibujante y escultor exhibe obras recientes en la Sala Carlos F. Sáez. En la misma sala, en 2008, debutó como experto dibujante que ahora confirma su voluntad de espontaneidad y síntesis que roza el barroco sin enturbiar la claridad formal. La sorpresa radica en Esperpentos, esculturas. El inteligente texto de María Yuguero retoma ese título del escritor Ramón del Valle Inclán para señalar que la palabra remite a que «los personajes se ven como seres ridículos, grotescos, deformados, esperpentos». Porque se trata de retratos los que realiza Cardarelli. Los dibujos y óleos de Daumier y Figari también pueden acercarse a esa categoría. El arquitecto inventa esculturas espaciales donde el aire intenta escapar de la prisión de la maraña de redes lineales, pacientemente construidas con diferentes materiales de riquísima factura, vinculadas al informalismo y a la escultora Claire Falkenstein —más racional en el uso de cintas metálicas— que aquí adquieren una sensualidad disparada, acentuada por el intenso colorido, en un infatigable intento de insinuar imágenes vibrantes, tragicómicas, rostros anónimos que interrogan y/o se identifican con aspectos del hombre actual.

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