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Desagradable invitación a pensar por Hoenir Sarthou

Desagradable invitación a pensar por Hoenir Sarthou
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“¡Son todos iguales!”, se comenta con bronca en hogares, paradas de ómnibus, lugares de trabajo, grupos de Whatsapp  y boliches.

La frase, claro, se refiere a los gobernantes y dirigentes políticos, considerados así, como una entidad única: “los políticos”.

La expresión condensa la sopresa y a menudo la rabia del votante al ver que el  candidato opositor, que hacía gárgaras de honestidad y eficiencia, en cuanto llega al gobierno actúa igual –y hace las mismas cosas- que criticó cuando gobernaban otros.

Como suele pasar con algunas expresiones de la sabiduría popular, el dicho capta con síntesis y sencillez admirable un aspecto de la realidad: la uniformidad de las políticas y de las conductas de los gobernantes, sin importar quién ejerza el gobierno. Es como si el contacto con la cuota de poder que implica el gobierno hermanara a todos los profesionales de la política en una burbuja que parece aislarlos de la realidad y les permite emitir –y tal vez creer-  ese discurso liviano, falaz, simplificador y falsamente optimista que conocemos como “discurso político”.

Así, en quince años de gobiernos frenteamplistas, hubo para reprochar negocios secretos e inexplicados (probablemente inexplicables), como Pluna, Aratirí, la regasificadora, la gestión de ANCAP, la bancarización obligatoria, la privatización del agua y el inefable mega contrato de UPM2. Ahora, en menos de dos años, el nuevo gobierno entregó sorpresivamente,  por sesenta años, el puerto de Montevideo a la empresa belga Katoen Natie, concedió la gestión de los aeropuertos  y firmó contratos secretos de compra de vacunas (que siguen siendo secretos incluso después de firmados) con la poco recomendable empresa Pfizer, demandada y condenada mil veces por vender medicamentos que han causado enfermedades y muertes en diversos lugares del mundo.

Como suele suceder también con los dichos populares, el de la supuesta semejanza de todos los políticos dice una verdad, pero no la dice entera: no analiza las causas de esa semejanza. Se detiene en la constatación del hecho. Constatar un hecho real nunca es malo, pero, si uno se queda en eso, es como ver el barro e ignorar la lluvia, o hablar de la leche y negar a la vaca.

Desde hace más de treinta y cinco años, nadie en el Uruguay ha llegado al gobierno, o a un puesto parlamentario, ya sea nacional o departamental, sin que lo votaran decenas o cientos de miles de uruguayos. ¿Muy obvio, no? Bueno, tan obvio que lo olvidamos. Nos guste o no nos guste, lo que sea que hagan los gobernantes y parlamentarios lo hacen porque nosotros los habilitamos para hacerlo. Y cuando digo “nosotros” no me refiero a una o dos personas, sino a un número millonario de uruguayos que votan sabiendo –y fingiendo no saber- que lo que vendrá será más de lo mismo, acaso con alguna leve diferencia de tonalidad en el envase.

El recurso de culpar a los políticos puede ser un buen desahogo, muy tranquilizador, pero omite un aspecto enorme de la realidad: nosotros –los mismos que criticamos- habilitamos una y otra vez a que se siga gobernando en la misma huella.

Si uno mira las políticas de gobierno de los últimos treinta y cinco años, puede ver una línea constante, sin importar que gobernaran colorados, blancos o frenteamplistas. Esa línea de fondo, basada en proyectos y financiación del Banco Mundial y del BID, ha sido y es la de acondicionar al país para recibir inversión extranjera. Y ¡ojo!, no hablamos de inversión que se inscriba en una línea de desarrollo económico y social previamente definida por el Uruguay, sino de inversiones que se definen exclusivamente por el interés del inversor.

Por ahí andan las ruinas de Pluna y de la regasificadora como prueba del éxito de esas inversiones privatizadoras de recursos públicos. También nos tocó sacrificar tierra, agua, puestos de trabajo, producción de alimentos y mucho dinero para que las pasteras, desde hace más de treinta años, llenaran al país de montes artificiales. Ya tenemos comprometidos al Río Negro y las represas, la futura vía del Ferrocarril Central, el Puerto de Montevideo, los aeropuertos, las políticas energéticas y educativas, y ahora la salud de los uruguayos, mediante un contrato secreto de compra de vacunas de contenido y efectos desconocidos.

Reitero: todo esto se ha hecho. Pero se ha hecho porque lo dejamos hacer. Porque hemos votado una y otra vez a los mismos que lo hicieron. ¿Alguien creyó realmente que los actuales gobernantes iban a ir contra UPM2  cuando no se opusieron en serio a la firma del contrato? ¿Alguien cree que el FA, en caso de ser gobierno, desharía lo de katoen Natie cuando no se opuso en serio a esa entrega?

La línea de fondo es la misma. Eso lo saben todos los que han gobernado o gobiernan. Los mega proyectos de inversión, con respaldo y financiación del BID y del Banco Mundial, demarcan el camino. El gobernante que se aparte de ese camino será demonizado, desfinanciado y destruido de una u otra forma.

La cuestión, entonces, no son los gobernantes. La cuestión es para qué los elegimos. Y esa pregunta no puede responderse sin pensar en algo que nos está faltando en el Uruguay desde hace décadas.

La creencia usual, largamente estimulada por muchos políticos, politólogos y periodistas, es que un sistema político se compone de una oferta de candidaturas partidarias y una masa de personas anónimas que elige dentro de esa oferta.

En ese esquema, se supone que los partidos políticos se ocupan de pensar al país y luego ofrecen su propuesta a los electores. Pero eso es falso. La política electoral tiene como requisito esencial captar votos. Y los votos se captan diciendo lo que el electorado quiere oír. De modo que esperar de los candidatos partidarios innovación, verdades desagradables, enfoques críticos, malas noticias o propuestas que impliquen sacrificio es como esperar peras del olmo. En materia electoral, nunca fue más cierto aquello de “el que piensa, pierde”.

En tiempos normales, la tarea de pensar al país la cumplían las universidades, los sindicatos, los intelectuales y científicos independientes, las asociaciones empresariales, las instituciones religiosas y los artistas. El producto de ese pensamiento nutría a la población y se incorporaba al discurso político.

Hoy, por razones que no tengo espacio para desarrollar aquí, pero que tienen mucho que ver con el papel financiador de los capitales transnacionales, esas instituciones y personas no están cumpliendo con su función histórica.

¿Eso significa que nadie está pensando al país? No, no es eso. El país –cada región del mundo- es pensada por los “tanques de ideas” de las corporaciones y por los tecnócratas del FMI, el BID, el Banco Mundial, la ONU, la OCDE, la OMS, etc. De allí provienen los proyectos de inversión, los planes de desarrollo, las reformas del Estado, las innovaciones legislativas, las políticas tributarias, las reformas educativas y judiciales, las modas intelectuales  y todo aquello que sirva para acondicionar al país para los inversores.

Naturalmente, lo último que esos proyectos necesitan en cada territorio es una intelectualidad pensante, una dirigencia política independiente y una ciudadanía educada y activa con un proyecto propio. Muchas cosas que no funcionan en nuestras sociedades se explican tomando en cuenta ese factor.

Voy a hacerles una invitación muy concreta. Este sábado 4 de diciembre nos reuniremos públicamente un grupo de uruguayos que desde hace más de tres años tenemos como centro de nuestra preocupación pensar al Uruguay desde una perspectiva ciudadana no partidaria.

Se trata del Movimiento Uruguay Soberano, que surgió para dejar sin efecto el contrato ROU UPM y que impulsa ahora la reforma constitucional Uruguay Soberano, para regular los contratos del Estado con los megainversores.

Hablaremos sobre los contratos que hoy nos someten a intereses externos, sobre la pandemia y sus efectos sociales, económicos, culturales y políticos, y sobre el complejo proceso por el que se va constituyendo un espacio de opinión soberanista en nuestro país, un  espacio de opinión plural que no se reduce ni excluye a ningún partido político.

La cita es, entonces, este sábado 4 de diciembre, a las 16 horas, junto al Lago del Parque Rodó,  accediendo por el lado de la calle Gonzalo Ramírez. Todo el que quiera hacerlo puede asistir e intervenir.

El orden del día de la reunión y los participantes confirmados pueden consultarse en el grupo público de Facebook del Movimiento Uruguay Soberano.

Los esperamos el sábado, si así lo desean.

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