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Diego Araújo: “hay que hacer un teatro cercano a la gente”  

Diego Araújo: “hay que hacer un teatro cercano a la gente”   
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El próximo 14 de abril en el Teatro Stella se estrena ¿Todavía existen las islas desiertas?, un nuevo espectáculo escrito y dirigido por Diego Araújo que pone el foco, bajo un esquema que recuerda a Roberto Arlt, en las condiciones de trabajo de cuatro empleadas de un Call Center.

 La obra tuvo una presentación a modo de avance a fines del año pasado, y nos dio pie para juntarnos a conversar con un escritor y director atípico en nuestro medio, que cree en el teatro como una herramienta para el cambio social.

Araujo, junto a la compañía Tomania, ha dirigido desde espectáculos musicales basados en el sainete criollo como Mi noche triste (2014), hasta la serie teatral Apocalipsis en Chamizo, con elementos de ciencia ficción, estrenada el año pasado. En medio más de una decena de espectáculos, varios escritos por él, dejan entrever una preocupación por lo social y político que también estará presente en la obra que se estrenará en abril. Justamente el primer acercamiento al teatro de parte del escritor y director nacido en 1991 pasa por una necesidad política: “Yo empecé la escuela del actor porque era militante del Partido Obrero Revolucionario y en un momento hice un trabajo teórico sobre China y cuando lo presenté lo leí rápido, mal, con mucha vergüenza… Después de eso quise buscar alguna escuela de actuación para no trancarme tanto en las asambleas, en los encuentros con los compañeros, porque es importante en política poder comunicarse. Encontré la escuela del actor y empecé y en el segundo semestre dimos Chejov, y recién ahí fue que me dije: ‘el teatro está bien interesante, me gusta’”.

Más allá del interés original, en la misma escuela la dirección se cruza en el camino de Araújo, como él mismo agrega: “a los seis meses Ricardo Beiro, el director de la escuela, me dijo si quería asistir a Jorge Denevi en una obra que se llamaba Un Picasso (de Jeffrey Hatcher, estrenada en 2014) y ahí hice la asistencia de dirección. Y fue bien interesante, Denevi tiene mucho oficio, fue como un master. Lo que más valoré de él, e intenté absorber, es que hacía las cosas fáciles. Explica de tal manera todo que el actor lo entiende fácil y todo se hace ameno, uno tiene ganas de ir a ensayar. Y después hice otra asistencia de dirección en El telón rojo, con Hedda Gabler (de Henrik Ibsen, dirigida por el norteamericano David Hammond). Hammond es un director con mucha experiencia, que trabajó en Broadway y dirigió a gente muy zarpada. También un loco con mucho oficio, con una forma de producción muy comercial si se quiere. Ensayan seis semanas, ocho horas por día, como un obrero, y producen teatro, de buena calidad, en corto tiempo y lo que más importa es que sea productivo económicamente. Esa forma de producción traspuesta a Uruguay puede ser frustrante, y no es el teatro que mi me interesa, pero de todas formas aprendí montones, son tipos de los que aprendés hasta sin querer”.

En el mismo 2014, entre Un Picasso y Hedda Gabler, Araújo dirige su primera obra, un sainete titulado Mi noche triste en que unían viejos sainetes como Fumadas, de Enrique Buttaro. La búsqueda de un teatro popular ya está en la génesis de ese primer espectáculo: “Mi bisabuelo, que era obrero de la construcción, iba a ver sainetes, no había cine en los pueblos y llegaba el circo criollo y los tipos iban a ver eso. Ese teatro era popular, y ese teatro de alguna manera es el que creo que hay que hacer hoy en día, hay que hacer un teatro cercano a la gente. Y hay que empezar por nuestras raíces, intentar entender lo que pasó acá, lo que nos pasa a nosotros, y no hacer una cosa de colonialismo cultural, no estar siempre con Shakespeare, que me encanta y hemos hecho adaptaciones, pero está bueno contar un poco lo que nos pasa a nosotros y acercarnos a la gente desde ese lugar”.

¿Cómo surge el ponerte a escribir?

Por una necesidad, los derechos de las obras son caros. También es difícil que los personajes coincidan con los actores del grupo, y está bueno contar algo que vos querés contar, que vos tenés necesidad de comunicar. No está bueno hacer una obra por descarte. Y ahí escribí Cliché (estrenada en 2015), que es una crítica a la religión, al formato de familia tradicional, y esa fue una experiencia fundamental para nosotros. Hicimos mucho hincapié en lo conceptual pero también en lo estético, el teatro no deja de ser un fenómeno plástico, estético. Y para mí como director fue un desafío, eran quince actores, y nos fue bien. El éxito es algo relativo, pero para nosotros siendo estudiantes todavía hacer una obra que la vieron 500 personas era un éxito, pasar la barrera de la familia y de los amigos era un éxito. Y Cliché fue bien importante en ese sentido porque empezamos a generar un público que hasta ahora nos sigue viendo.

En El partido (2016) parodiás muchos lugares comunes de la militancia de izquierda, es bastante autocrítica y muy divertida.

Exactamente, y sabés que mucha gente no la entendió, muchos pensaron que éramos fascistas, o que éramos colorados o de la juventud blanca, y no, era reírnos de nosotros también, porque nosotros a veces somos ridículos, como todos, somos ridículos, y eso estaba bueno mostrarlo.

Y yo creo en el teatro como una herramienta. A mi llama mucho la atención cuando le pregunto a alguien porqué hace teatro y no me saben contestar, me dicen “por la magia”. Lo respeto, pero quizá por un problema de mi formación creo que lo que hacés en tu vida debe tener un objetivo concreto. En mi caso hago teatro por una necesidad de creer que puedo transformar algo, no estoy seguro de eso, pero quiero creerlo. Quiero creer que podemos hacer algo desde el teatro para transformar la sociedad, aunque sea un ingenuo, pero quiero intentarlo igual.

¿La isla desierta fue un disparador para tu nuevo trabajo?

En realidad yo di un paso al costado de la compañía (Tomania) porque necesitaba de alguna manera no seguir atando gente a mi visión del mundo. Voy a seguir haciendo cosas con la compañía, pero ahora me hago cargo yo de mi visión. Y La isla desierta es nuevamente una búsqueda de tocar el tema de la explotación. En los Call Center se dan condiciones de trabajo infrahumanas, laburan realmente mal, piden permiso para ir al baño y casi nunca se los dan. Tienen dolores de columna, de espalda, la pasan realmente mal, y eso parece que no existe. Y está bueno evidenciar esas cosas, eso está sucediendo ahora mismo, hay trabajadores que se van a acostar y escuchan voces… Básicamente es eso. La isla desierta de Roberto Arlt es una excusa para mostrar eso. Creo que a veces en el teatro uruguayo nos olvidamos de lo que está pasando hoy en día y hacemos obras con intereses o preocupaciones solamente estéticas, y creo que eso sí es un problema que tenemos que enfrentar.

¿Cómo surge la dramaturgia? Las actrices se llevan muy bien con sus personajes, como si fueran creados por ellas mismas.

 Empezamos con una investigación, al principio sin saber que íbamos a tomar La Isla desierta. Y el laburo de las actrices creativamente es muy importantes, a mi me gusta crear horizontalmente. Sí hay un esquema tradicional que me cuesta romper, pero hay un protagonismo de las actrices y una idea de que se hagan cargo de sus personajes. Luego de la investigación llegó la necesidad de encontrar un texto que canalice lo que veníamos trabajando y La isla desierta calzaba justo con lo que veníamos laburando, los personajes encastraron perfectamente, como si lo hubiéramos pensando así desde un principio.

¿Qué otros proyectos tenés para este año?

Vamos a estrenar una obra en la que actúa Vic Quimbo, escrita y dirigida por mi, que se llama Socialismo, una historia de amor, que también se va a estrenar en el Stella el primer sábado de mayo. Es un monologo que parte de la canción Te recuerdo Amanda de Víctor Jara y repasa la experiencia socialista de Chile desde el punto de vista de la propia Amanda. Y para Abril también voy a dirigir un monólogo de Chejov: Sobre el daño que causa el tabaco, en el que va a actuar Damián Rey.

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.