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Discurso de Rafael Correa: El rol de las izquierdas continentales en el siglo XXI

Discurso de Rafael Correa: El rol de las izquierdas continentales en el siglo XXI
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El viernes pasado el ex presidente de Ecuador, Rafael Correa participó en el acto inaugural del congreso del MPP, transcribimos a continuación su discurso completo.

 Consenso de Washington

Ya desde inicios de los ochenta, y frente al evidente agotamiento de los modelos desarrollistas prevalecientes desde la posguerra, en el llamado Tercer Mundo había comenzado a imponerse un nuevo paradigma de desarrollo cuyos fundamentos fueron resumidos a finales de los años ochenta en el llamado “Consenso de Washington”, debido a que sus principales racionalizadores y promotores fueron los organismos financieros multilaterales con sede en Washington, así como el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos.

Con el colapso del bloque soviético, y a través de una equivocada lógica contrafactual, se legitimó no solamente el capitalismo liberal, sino también su expresión extrema, el neoliberalismo, al considerar el Estado mínimo como el más adecuado para el desarrollo.

Con la ayuda de una supuestamente exacta y positiva ciencia económica, se disfrazó una simple ideología como ciencia y, como por arte de magia, el egoísmo se convirtió en la máxima virtud, la competencia en modo de vida, y el mercado en omnipresente e infalible conductor de personas y sociedades. Cualquier cosa que hablara de soberanía, planificación o acción colectiva debía ser desechada.

En una verdadera aberración académica, incluso se llegó a proclamar el “fin de la historia”. El mundo tenía el mejor sistema económico posible, el capitalismo liberal, y el mejor sistema político posible, la democracia liberal. Cualquier cambio solo podía constituir una regresión.

El dogmatismo fue tan grande, que se llamó “populismo” a cualquier cosa que no entendiera el esquema neoliberal. Por el contrario, cualquier cantinflada en función del mercado y del capital, se la asumió como “técnica”, lo cual podemos denominar con el oxímoron de  “populismo del capital”.

Como consecuencia de una multimillonaria campaña de márquetin ideológico y de presiones directas llevadas a cabo por el FMI y el Banco Mundial, los países latinoamericanos comenzaron profundos y rápidos procesos de reformas estructurales basados en el aperturismo, la desregulación de los mercados y la disminución del rol del Estado en la economía.

Estos organismos también se convirtieron en representantes de los acreedores y en brazos ejecutores de la política exterior de determinados países, por lo que, además del fracaso económico, el neoliberalismo también mermó la soberanía y representatividad del sistema democrático.

Fue incluso un neocolonialismo intelectual, pues América Latina, para vergüenza de los latinoamericanos, ni siquiera participó en el mal llamado “consenso”. La crisis no fue solamente económica y democrática. También lo fue de líderes y de ideas.

Socialismo del buen vivir

Después de décadas de dominación, logramos sacudirnos del dominio de los tecnócratas obsecuentes, de la ciega ortodoxia que nos llevó a tocar fondo, y nos atrevimos de nuevo a pensar, a generar nuestra propia agenda académica, a tener de nuevo un pensamiento económico-político nuestro, un pensamiento económico-político latinoamericano. Así surgió el Socialismo del buen vivir, cuyo eje central es el individuo social y solidario.

El Socialismo del buen vivir se nutre de la combinación reflexiva de muchos socialismos, incluido el clásico o científico pero también el socialismo agrarista de Emiliano Zapata, el socialismo andino del peruano José Carlos Mariátegui, la Doctrina Social de la Iglesia y la Teología de la Liberación, y de la larga historia de luchas emancipadoras de nuestros pueblos.

Aquí podemos ver ya un primer rol de las izquierdas continentales: presentar ideas, ilusiones movilizadoras, liberarnos del colonialismo intelectual.

El socialismo del buen vivir no se basa en modelos, sino en principios. Esta es una diferencia radical con el socialismo tradicional. Rechazamos las recetas, los dogmas.  El peor error en el que podemos caer, más aún con la izquierda en el Gobierno,  es actuar en función de nuestras fijaciones mentales, de nuestras expectativas ideológicas y no en función de la realidad.

El progreso técnico

Por ejemplo, cualquier intento de sintetizar en principios y leyes simplistas —llámense éstas el materialismo dialéctico o el egoísmo racional— procesos tan complejos como el avance de las sociedades humanas, está condenado al fracaso.

Los adelantos científicos y tecnológicos pueden generar mucho más bienestar y ser mayores motores de cambios sociales que cualquier lucha de clases o la búsqueda del lucro individual.

El desarrollo de la agricultura convirtió a la humanidad de nómada en sedentaria, la revolución industrial la transformó de rural en mayoritariamente urbana, y, mucho más recientemente, el espectacular avance de las tecnologías de la información transformó a las sociedades industriales en sociedades del conocimiento. Considero que los sistemas políticos, económicos y sociales que prevalecerán en el futuro, serán aquellos que permitan el mayor avance científico y tecnológico, pero también, y esto es muy importante, su mejor aplicación para el bien común.

Ecuador ha decidido fundamentar su desarrollo en la única fuente inagotable de riqueza: el talento humano, conocimiento e innovación, para alcanzar un desarrollo sostenible, pero también soberano.

Desarrollo como problema político

Esto no significa caer  en el dogmatismo tecnocrático.

Entendemos muy bien que el desarrollo es básicamente un problema político, luego viene lo técnico.  El problema fundamental es quién manda en una sociedad: las élites o las grandes mayorías, el capital o los seres humanos, el mercado o la sociedad.

El más grave daño que se le ha hecho a la Economía es quitarle su naturaleza original de Economía Política. Nos han hecho creer que todo es un asunto técnico y al hacer abstracción de las relaciones de poder dentro de una sociedad, nos han vuelto funcionales a los poderes dominantes. Parafraseando a ese gran economista John Kenneth Galbraith, el economista que no toma en cuenta las cuestiones de poder, es un completo inútil.

América Latina ha estado históricamente dominada por élites que excluyeron de los beneficios del progreso a las grandes mayorías, e incluso con sus actitudes rentistas impidieron un mayor progreso para ellas mismas. Hoy, a nivel mundial, estamos dominados por los intereses del gran capital, lo que yo llamo “el imperio del capital”, especialmente el financiero.

Esa es la esencia de la Revolución Ciudadana: el cambio de las relaciones de poder en favor de las grandes mayorías. El transformar el Estado burgués dominado y en función de unos pocos, en un Estado verdaderamente popular, en función del bien común, del interés general.

Socialismo del buen vivir

El socialismo del buen vivir hereda varias de las mejores manifestaciones del socialismo tradicional, pero confronta, con valor y con sentido crítico, sin miedo a pensar, los dogmas que la historia se encargó de enterrar.

Compartimos con el socialismo tradicional la necesidad de acción colectiva, del rol del Estado, de defender lo público, frente al simplismo individualista; la búsqueda explícita, fundamental, de la justicia en todas sus dimensiones, única forma de alcanzar la verdadera libertad; la supremacía del ser humano, particularmente del trabajo humano, sobre el capital; y, la importancia de generar valores de uso, es decir, bienes públicos nacionales y globales.

Acción colectiva y rol del Estado

En el fundamentalismo neoliberal, la famosa “mano invisible” de la que hablaba Adam Smith, además de la supuesta eficiencia en el uso y asignación de recursos, sería la encargada de lograr la mejor distribución, la mayor justicia social. Esto es más cercano a la religión que a la ciencia. La historia nos demuestra que para lograr la justicia, e incluso la misma eficiencia, se requiere de manos bastante visibles, se requiere de acción colectiva, de una adecuada pero importante intervención del Estado, Estado que no es otra cosa que la representación institucionalizada de todos nosotros, el medio por el cual una sociedad moderna  realiza esa acción colectiva.

Esta acción colectiva también es fundamental para una verdadera libertad. La libertad neoliberal es la no intervención. La libertad de la izquierda, es la no dominación, es decir, dotar a los individuos de capacidades, y, como sociedad, asumir el deber de regular los poderes que puedan dominarnos.

Pero, ¿hasta dónde ir? Este es el problema institucional que ha definido las ideologías de base en los últimos doscientos años. Los dos extremos, el Estado mínimo del neoliberalismo y el estatismo del socialismo clásico, han fracasado.

Demasiada acción colectiva mata al individuo, pero, de igual manera, demasiado individualismo mata a la sociedad, y ambos son necesarios para el Buen Vivir. El ser humano es un ser gregario.

Así, nuestro socialismo ni siquiera debe ser único. De hecho, esta característica es otra de sus virtudes: su constante adaptación a las realidades de cada país y región.

El socialismo en Ecuador no es el mismo que en Venezuela, no es el mismo que en Bolivia, no es el mismo que en Uruguay; no va a ser el mismo que en Francia. Si reconocemos y respetamos la especificidad de cada sociedad y de cada cultura, las recetas universales y los intentos de estandarización —el grave error del socialismo tradicional— son tan imposibles como indeseables.

Sociedades con mercado

Otro de los grandes errores de la izquierda tradicional fue negar los mercados. Los mercados son una realidad económica. Pero una cosa es tener sociedades CON mercado, y otra es tener sociedades DE mercado, donde vidas, personas y la propia sociedad son una mercancía más.

La sociedad no puede estar en función de las necesidades mercantiles, el mercado debe estar en función de las necesidades sociales. El mercado es un gran siervo, pero un pésimo amo. Y para ello se requiere acción colectiva, un adecuado rol del Estado para gobernar el mercado y que rinda los frutos socialmente deseables.

Esto también implica  planificación nacional, para tener un destino como sociedad y   un proyecto nacional compartido.

A su vez, esto significa también la reivindicación de la política, entendida como la forma racional y expresa en que una sociedad toma sus decisiones.

La izquierda continental debe reivindicar la política. Necesitamos hombres políticos dirigiendo nuestros países, no gerentes.

La satanización del poder político en América Latina es una de las estrategias de inmovilización de los procesos de cambio. Se plantea lo político como el mundo de lo oscuro, de lo corrupto, de lo malo, para así mantener el status quo, impedir cualquier cambio en las relaciones de poder.

Nos quieren imponer la política light, la política de mostrador. Nos quieren hacer creer que la política democrática es necesariamente la política del consenso. Cabría preguntarse si hubiese sido posible consensuar entre represores y reprimidos, entre esclavistas y esclavos.

Ejemplo de Hélder Câmara…

La democracia del consenso es una posición profundamente conservadora que busca negar el disenso y presupone acuerdos que no están dados. Es el equivalente del «fin de la historia» con el que nos quisieron convencer en la época neoliberal.

La política de la Revolución Ciudadana no es ambigua ni amorfa. No puede colocarse en el centro o en una falsa izquierda que niegan la necesidad de las diferencias, que rechazan la importancia de conformar identidades políticas claramente ubicadas en el espectro ideológico.

¡Negar el conflicto es aceptar que nada podemos hacer frente a realidades injustas!

Nosotros confrontamos para que no muera gente en las puertas de los hospitales; para que nuestras familias permanezcan unidas y sus miembros no emigren hacia un destino sin certezas; confrontamos para que nuestros niños tengan un futuro digno, de alegría y de esperanza; confrontamos y lo haremos siempre ante la injusticia, la mentira y la mediocridad.

Búsqueda de la justicia en todas sus dimensiones

Compartimos con el socialismo tradicional la búsqueda explícita, fundamental, de la justicia en todas sus dimensiones, –de género, intergeneracionel, regional, étnica-, pero, sobre todo, la justicia social, ya que estamos en el continente más inequitativo del planeta en cuanto a distribución de ingreso y riqueza se refiere.

Dentro de esta lógica de justicia, erradicar la pobreza es un imperativo moral de la humanidad, no solo porque es el mayor atentado contra los derechos humanos, sino también porque, por primera vez en la historia, la pobreza no es fruto de la escasez de recursos sino de sistemas excluyentes.

Las políticas contra esta situación son conocidas, pero nuevamente es un problema político.

Primero, el que más tiene, más pague, es decir, un sistema progresivo de impuestos.

Segundo, que ese ingreso tributario sirva para financiar un adecuado gasto público para que todos accedan a igualdad de oportunidades: salud, educación, vivienda, etc.

Tercero, gobernar los mercados, evitar los monopolios, los abusos, y sobre todo, regular el sistema laboral, que se reparta adecuadamente la renta entre capital y trabajo.

Y cuarto, distribuir adecuadamente el acervo social. Aquí se define una sociedad entre socialista y capitalista: qué cantidad de acervo social –recursos naturales, medios de producción, etc.- está en manos públicas, y cuánto y cuán distribuido está el acervo en manos privadas. El Socialismo del buen vivir no excluye la propiedad privada, pero sí busca su democratización.

Este es el problema de la distribución de la riqueza, un problema mucho más complejo que el de la distribución del ingreso. Ejemplo: impuesto a las herencias.

Supremacía del ser humano sobre el capital

La supremacía del trabajo humano sobre el capital es el signo fundamental del Socialismo del buen vivir. Es lo que nos define, más aún cuando enfrentamos un mundo completamente dominado por el capital. No puede existir verdadera justicia social sin esta supremacía del trabajo humano, expresada en salarios dignos, estabilidad laboral, adecuado ambiente de trabajo, seguridad social y justa repartición de la producción y de los frutos del progreso técnico.

El trabajo humano no es una herramienta más de acumulación del capital. Tiene un valor ético, porque no es objeto, es sujeto, no es un medio de producción, es el fin mismo de la producción.

El trabajo humano jamás puede ser tratado como mercancía, porque no es sólo el esfuerzo para la generación de riqueza, sino además una forma vital de llenar nuestra existencia. Y el salario tampoco puede considerarse un simple precio porque es pan, sustento, dignidad y uno de los fundamentales instrumentos de distribución, justicia y equidad.

No es posible, con estas consideraciones, hablar de “mercado de trabajo”, sino más bien de sistema laboral, y  jamás cosas tan importantes como el salario mínimo y los derechos laborales en general, como la seguridad social, se los podemos dejar a la entelequia del mercado.

La excesiva remuneración al capital es una de las mayores fuentes de inequidad en nuestra América Latina. Sin duda, durante la larga y triste noche neoliberal, con el argumento de ganar competitividad, la gran sacrificada fue nuestra clase trabajadora.

Las mejoras laborales siempre han sido difíciles de lograr por el chantaje del capital de “mal con ellos” -por la explotación laboral-, pero “peor sin ellos” -por el desempleo-.

En Ecuador, resolvimos el dilema trabajo-capital con medidas creativas e inéditas. En nuestra legislación siempre ha existido el salario mínimo, pero nosotros introdujimos una nueva categoría: el salario digno, definido como aquel que permite a una familia salir de la pobreza con su ingreso familiar. Se puede pagar el salario mínimo para evitar ese mal mayor, el desempleo, pero con la nueva legislación, ninguna empresa puede declarar utilidades si no paga el salario digno hasta al último de sus trabajadores.

 

Socialismo democrático

Sin embargo, tomamos distancia crítica de las formulaciones esquemáticas que desde el materialismo dialéctico marcaban como inexorable camino la dictadura del proletariado, la vanguardia obrera, la toma violenta del poder como única vía de construcción del Socialismo.

El Socialismo del buen vivir es profundamente democrático en su forma más intensa y agresiva, participativa e inclusiva.

El concepto de democracia moderna impone elecciones periódicas, generales y libres, como característica formal fundamental necesaria, pero insuficiente.

La intensificación de la democracia supone participar en las decisiones de la comunidad, organizar los movimientos sociales,  perfeccionar la política y sus movimientos.

Actualmente en el mundo, prácticamente todos los países ejercen alguna forma de democracia, con excepción de ciertos regímenes teocráticos o absolutistas.

Lamentablemente, así como con la caída del bloque soviético pretendieron legitimar el neoliberalismo como única vía, anunciando incluso el fin de la historia, también se buscó imponer como la sola opción de democracia el modelo hegemónico occidental, modelo tecnocrático, altamente institucionalizado y distanciado del pueblo.

Desde esta visión, los países en desarrollo tan sólo pueden ser considerados en “vía de democratización”, cuyo objetivo debe ser la imitación de aquellas democracias occidentales desarrolladas.

Todo lo distinto es denominado despectivamente “populismo”, el cual a su vez se asocia con “demagogia”.

Sin embargo, si la esencia de la democracia es que el pueblo formado e informado sea el soberano, bastaría incorporar como criterio democrático de base el de “apoyo popular al Gobierno”, para evidenciar que un país como Bolivia es mucho más democrático que cualquier país de Europa Occidental.

Para una democracia real, la igualdad de oportunidades y la noción de meritocracia también son esenciales. De hecho, es la diferencia entre democracia y aristocracia. Las grandes desigualdades que observamos también han creado democracias restringidas o abiertamente ficticias, en las que parecería ser que la soberanía radica no en el pueblo, sino en el capital.

Si caben adjetivos, las democracias occidentales debieron llamarse “mercantiles-mediatizadas”.

Democracias mercantiles, porque el dominio de la entelequia del mercado es tal que incluso la calidad de la democracia frecuentemente se mide por la cantidad de mercado.

Y deben llamarse democracias mediatizadas, porque los medios de comunicación son un componente más importante en el proceso político que los partidos y sistemas electorales. Han sustituido al Estado de Derecho con el Estado de opinión. No importa lo que se haya propuesto en la campaña electoral y lo que el pueblo, el mandante en toda democracia, haya ordenado en las urnas. Lo importante es lo que aprueben o desaprueben en sus titulares los medios de comunicación.

Y aunque este es un problema planetario, en Latinoamérica, dados los monopolios de medios, su propiedad familiar, sus serias deficiencias éticas y profesionales, y su descarado involucramiento en política, el problema es mucho más serio.

Un debate fundamental es preguntarnos si una sociedad puede ser verdaderamente libre cuando la comunicación social, y particularmente la información, viene de negocios privados, con finalidad de lucro, muchos de ellos sin la más elemental ética y propiedad de grandes corporaciones o de media docena de familias.

Oenegecismo

Hoy  también se nos pretende imponer democracias “oenegizadas”, donde ciertas ONG asumen un claro rol político, y  actores políticos  sin legitimidad democrática ni responsabilidad política, son lo más peligroso para la democracia.

Muchas de esas ONG no son instituciones sin fines de lucro, sino tan solo sin fines confesables. Utilizando conceptos con los que nadie puede estar en desacuerdo, como libertad, y frecuentemente financiadas por la extrema derecha internacional, son tan solo partidos políticos de oposición a los gobiernos progresistas.

Parafraseando a Álvaro García Linera, varias ONG no son realmente Organizaciones NO Gubernamentales, sino tan solo Organizaciones de Otros Gobiernos en nuestro territorio.

Finalmente, una democracia exige también el respeto a los derechos humanos. Sin embargo, una estrategia de desprestigio a lo político y todo lo que suene a Estado, es pretender que sólo el Estado atenta contra los derechos humanos y que la única fuente de corrupción es el poder político.

En realidad, cualquier poder puede atentar contra los derechos humanos. Por supuesto el poder político, pero también el poder económico, por ejemplo, las transnacionales farmacéuticas que por su rentabilidad condenan a la muerte a los pobres que no pueden comprar la medicina para salvar sus vidas; los medios de comunicación, que atentan contra los derechos humanos de la reputación, la intimidad, el prestigio de las personas; los poderes extranjeros que pueden condenar, invadir, bloquear a otros países.

Adversarios del socialismo del buen vivir

La nueva y exitosa izquierda en el poder ha tenido que enfrentar los enemigos tradicionales del cambio: la derecha, el gran capital, el imperialismo pero, paradójicamente, uno de sus mayores adversarios ha sido el izquierdismo, el indigenismo y el ecologismo infantil.

El rol de esta supuesta ultra izquierda es absolutamente funcional al statu quo: presentan cosas imposibles, inviables. No tratan los problemas fundamentales: el absoluto dominio del capital en todos los ámbitos, la supremacía del capital sobre el trabajo humano, el neocolonialismo al que pretenden someter a nuestros países, el monopolio de la comunicación en manos de la derecha. Están totalmente equivocados en los énfasis y en los análisis. No han logrado pasar de la protesta a la propuesta. No entienden lo que es gobernar, ni las limitaciones de un proyecto nacional autónomo.

Precisamente el principio de continentalidad de la lucha, que fuera promovido por la izquierda uruguaya a finales de la década del 50, implica reconocer que determinados procesos de transformación a nivel de cada país, solo serán posibles si existen acuerdos a nivel de bloques subregionales o de la región en su conjunto.

Hemos tenido en lo que va del presente siglo avances significativos en esa visión de integración latinoamericana a través de entidades como  UNASUR y CELAC, aunque hay claros retrocesos o al menos estancamientos en los últimos años.

Separados, serán el capital transnacional y los poderes externos quienes nos seguirán dominando e imponiendo sus condiciones. Unidos seremos nosotros, serán nuestros países, será la Patria Grande, será Nuestra América quien imponga sus condiciones al capital transnacional y a los poderes externos.

Mientras que Europa tendrá que explicarles a sus hijos por qué se unieron, países con diferentes lenguas, sistemas políticos, religiones, culturas, etcétera. Nosotros, países con una misma historia, mismo idioma, misma cultura, misma religión, mismos sistemas político; tendremos que explicarles a nuestros hijos por qué nos demoramos tanto.

Indigenismo infantil

Pero también tenemos el indigenismo infantil. Sin duda, nuestros pueblos ancestrales han sido víctimas de injusticias históricas, pero las víctimas no necesariamente tienen supremacía moral sobre los no victimizados; el haber sido objeto de graves injusticias no hace a nadie más sabio que el resto y, finalmente, el haber sido víctimas no les exime de responsabilidad en su situación actual. Esta victimización y el correspondiente paternalismo han inmovilizado a nuestros pueblos ancestrales.

Se hacen apologías de la resistencia, pero no a la afectación de los derechos, sino resistencia al cambio. Se hace de la inmovilidad una virtud. Se pretende que todo cambie sin cambiar nada, y eso es sencillamente imposible. Y lo más grave, frecuentemente se cree que la miseria es parte del folclore, la pre modernidad sinónimo del buen vivir.

Los indígenas, como cualquier grupo humano, quieren escuelas, hospitales, carreteras, energía.

El desafío para nuestros pueblos ancestrales es cambiar lo necesario para superar la pobreza, sin perder su identidad. Y aunque considero un falso dilema el elegir entre progreso e identidad, de ser necesario, dado los niveles de exclusión y pobreza extrema en que han vivido, me quedo con lo primero.

Ecologismo infantil

Para el Socialismo del buen vivir la naturaleza, el medio físico o la Pachamama, como lo llaman nuestros pueblos quichuas, es parte del buen vivir. El respeto a la naturaleza es respeto a nosotros mismos.

La nueva Constitución ecuatoriana fue la primera constitución en la historia de la humanidad que estableció derechos para la naturaleza.

Pero existe un ecologismo infantil, que cree que proteger la naturaleza y superar el extractivismo es dejar de aprovechar nuestros recursos naturales no renovables. Eso es un suicidio político que llevaría al fracaso a cualquier proyecto en el poder, e incluso una irresponsabilidad, pues esos recursos son necesarios para superar de la forma más rápida la pobreza.

El ser humano no es lo único importante en la naturaleza, pero sigue siendo lo más importante.

Salir de la economía extractivista no es el infantilismo de cerrar las minas o el petróleo, es movilizar esos recursos para desarrollar otros sectores de la economía, como lo hicimos en Ecuador con la construcción de infraestructura que mejora la competitividad sistémica, los millares de becas para mejorar talento humano, las centrales hidroeléctricas para tener mejor y más barata energía, etcétera.

La gran diferencia de nuestra América con los países del sudeste asiático, que tuvieron que aguantar largos períodos de explotación de su fuerza laboral, son nuestros recursos naturales, cuyo uso adecuado nos permitirá desarrollarnos con soberanía.

Allende decía que el cobre es el pan de Chile. Que unos cuantos fundamentalistas con sus ONG extranjeras no nos roben ese pan.

Nueva división internacional del trabajo

Las posturas del ecologismo infantil también nos hacen funcionales a la nueva e injusta división internacional del trabajo. Si antes los países subdesarrollados producíamos materias primas y los países hegemónicos bienes industriales de alto valor agregado, ahora esta división se expresa a través de países desarrollados que generan conocimiento que privatizan, y los países pobres generando bienes ambientales de libre acceso.

El conocimiento es un bien sin rivalidad en el consumo. Si intercambiamos ideas, ambos tenemos dos ideas.

El principio aparentemente pragmático de privatizar el conocimiento para dar incentivos para generar más conocimiento, es ineficiente socialmente, porque el conocimiento no se consume, se acumula. La privatización del conocimiento es tan solo  el sometimiento de los seres humanos al capital.

Hay maneras más eficientes de incentivar la producción de conocimiento que privatizarlo, por ejemplo, una mayor participación de la academia y del mismo sector público, o que el Estado compense la creación del conocimiento de firmas privadas con fines de lucro, y luego dicho conocimiento ya creado, esté disponible para la mayor cantidad de personas.

Pero mientras que son principalmente los países ricos los que producen conocimiento, ciencia y tecnología, nuestros países producen bienes rivales en el consumo, pero de libre acceso, como los bienes ambientales. Por todo el aire puro que genera la selva amazónica, sin el cual la vida humana sufriría un grave deterioro, los países de la cuenca amazónica no recibimos ninguna compensación, mientras que, a su vez, los mayores contaminadores globales no pagan absolutamente nada por consumir nuestros bienes ambientales.

La nueva división internacional del trabajo es una completa paradoja: es el conocimiento, bien sin rivalidad, el que debería ser de libre acceso y por el contrario, restringir el uso de bienes ambientales, por medio de adecuadas compensaciones a los países proveedores de dichos bienes. No hay nada que justifique esta paradoja, solo el poder.

Para ilustrar esto, permítanme poner un ejemplo “extremo”. Imaginen por un momento si la situación fuera la inversa, es decir, que los generadores de bienes ambientales fueran los países ricos y nuestros países fueran los contaminadores. Seguramente ya nos habrían hasta invadido para obligarnos a pagar una «justa compensación”. Todo en nombre por supuesto, como tenía que ser, de la civilización, de los derechos, etcétera.

¿Por qué hay tribunales de deuda, de inversiones, pero no de justicia ambiental? Únicamente por cuestiones de poder.

Esto ya lo había señalado a modo de denuncia siglos antes el pensador francés Frédéric Bastiat, cito: “Cuando el saqueo se convierte en un modo de vida para un grupo de hombres que viven en sociedad, estos crean para sí mismos en el transcurso del tiempo un sistema legal que lo autoriza y un código moral que lo glorifica”.

Solo compensando los bienes ambientales habría una redistribución del ingreso sin precedentes a nivel mundial, pero este es nuevamente un problema de relación de poder, esta vez a nivel planetario. Los grandes contaminadores no pagan su deuda ecológica ni compensan a los países generadores de bienes ambientales,  pero en nuestros países hay cárcel si no pagas regalías por un producto patentado que es bastante cercano a la cárcel por deuda. Y muchas veces aceptamos estas contradicciones no solo de forma pasiva, sino de forma entusiasta.

Noción de desarrollo

Finalmente, tal vez el error más grande del socialismo tradicional, fue nunca haber disputado al capitalismo la noción de desarrollo. El viejo socialismo proponía otro medio, tal vez más rápido, más justo pero para llegar a la misma noción de desarrollo del capitalismo, es decir, el consumo de masas, la industrialización, la acumulación, etc.

El Socialismo del buen vivir propone una nueva noción de desarrollo, el “buen vivir” de nuestros pueblos ancestrales, que significa la una vida digna con satisfacción de las necesidades fundamentales, la expansión de sus libertades y potencialidades, en paz y en armonía con la naturaleza y la prolongación indefinida de las culturas humanas. Esta propuesta es muy diferente al simple crecimiento económico, al consumismo y a la acumulación.

Tal vez esto suene a utopía, pero como decía su compatriota Eduardo Galeano, querido amigo: “la utopía es como el horizonte, marchamos dos pasos y se agregan dos más y si marchamos diez pasos se agregan diez más;  entonces ¿para qué sirve la utopía? pues precisamente para eso, para caminar”. Muchas gracias.

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