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Dos notables películas del cine español Por Martín Imer

Dos notables películas del cine español Por Martín Imer
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Por una de esas curiosas coincidencias de la exhibición local, esta semana coincidieron en los cines uruguayos las dos últimas ganadoras de los Premios Goya, los cuales, al igual que los Oscars, no sufrieron interrupciones a pesar de la pandemia del coronavirus. Por un lado, en el siempre interesante Festival de Cine Europeo organizado por Movie se exhibió Las niñas (Goya 2020), y por el otro, hoy llega como estreno comercial El buen patrón (Goya 2021).

El cine de Fernando León de Aranoa, a pesar de algún ocasional desliz hacia lo estrictamente comercial, se ha definido por su constancia a la hora de retratar las problemáticas sociales de su país, expuestas con descarnado realismo. El buen patrón continúa esa línea, aunque se encuentras en las antípodas de Los lunes al sol, la cinta que consagró al director tanto en España como en el extranjero.  Esta nueva película presenta a Julio Blanco, el dueño de una fábrica de balanzas que ansía conseguir un prestigioso premio empresarial; para ello, un equipo de jurados llegará al lugar en una semana para evaluarlo. Sin embargo, durante esa semana las tensiones entre empleados comienzan a explotar, por lo que Blanco decide inmiscuirse en la vida privada de ellos para manipularlos y que todo esté perfecto para la llegada de los jurados.

León de Aranoa se vale de un libreto perfecto, sin fisuras, el cual funciona con la precisión de un reloj, para crear una sátira cruel que expone el control de los poderosos sobre los menos afortunados y la absoluta falta de límites con la que se manejan y consiguen lo que quieren. El buen patrón tal vez no le habla tan de cerca a quienes son empleados dentro del cada vez más enorme mundo de las multinacionales, pero su visión del mundo, de la corrupción moral y de la codicia puede identificarse no sólo dentro de ese microcosmos laboral sino dentro de todo estrato social; la imagen de un hombre poderoso, que por otorgar trabajo termina teniendo un control total sobre la vida de otros individuos, quienes lo ven casi como un padre (algo que él fomenta), puede ser la de un jefe, o la de un político.

A diferencia de ese naturalismo que podía observarse en otras cintas, como la mencionada más arriba, aquí todo funciona dentro de unos parámetros claramente calculados por el realizador, quien suma personajes en el momento justo y mueve los hilos con maestría, entregando giros inesperados en momentos clave que constantemente renuevan el interés del espectador. La narración es enérgica y adopta el punto de vista de Blanco, aunque jamás toma partido por el protagonista, sino que lo expone de forma casi clínica, desnudando con cada escena los matices oscuros de su personalidad. Y para complementar, la figura enorme, magnética y fascinante de Javier Bardem, en la que debe ser su mejor interpretación — palabras mayores dentro de una carrera genial. El actor entiende que, para que entendamos al resto de los personajes, su Blanco debe resultar carismático y cálido, lo que hace aún más perverso todo lo que hace durante el metraje, y genera una incómoda sensación en el espectador, quien desprecia su accionar, pero no puede dejar de mirarlo. Sin dudas, una obra maestra, tanto para el director como para el actor.

Pero, a pesar de que ganaron el mismo premio, Las niñas no podría ser más distinta. Si en El buen patrón no hay espacio para lo natural, en Las niñas no hay lugar para los esquemas, aunque muy dentro de su estructura hiperrealista, reminiscente a aquella de Verano 1993, existe un punteo de temas muy firme. Y no es la única coincidencia: en esta oportunidad, también se encuentra detrás de la cámara una directora debutante, Pilar Palomero. La película nos habla de Celia, una niña que no tendrá más de 12 años, en una escuela religiosa muy estricta a mediados de los 90. La rutina de la protagonista y sus compañeritas consiste en juegos inocentes y obedecer los mandatos de las monjas, hasta que un día llega una chica de Barcelona, con otro tipo de mirada del mundo, lo que cambia el mundo de todas las chicas del aula, las cuales además comienzan a tener un primer acercamiento (a través de descubrimientos casuales, revistas o alguna hermana mayor) al mundo del sexo, los chicos y demás — algo que también se traduce en una visión del mundo que pasa de la ignorancia a los cuestionamientos, religiosos y también personales, teniendo en cuenta que la protagonista es hija de una madre soltera que afirma que el marido murió antes de nacer la niña pero sin embargo jamás volvió a hablar con sus propios padres.

El gran acierto del film está en el brillante manejo del cast juvenil, niñas muy auténticas en pantalla, sin impostaciones, en donde se destaca la notable protagonista, y en la sutileza con la que encara la transición entre una mentalidad de fuerte represión para las mujeres (la Iglesia, siempre imponiendo su visión tradicional y conservadora) y otra que, a través de la rebeldía juvenil, se presenta como mucho más abierta a la sexualidad y a la vida, seguramente producto de la libertad cultural luego de la caída del Franquismo. Las niñas no es tanto un retrato de crecimiento, sino de entendimiento: hacia la vida, hacia las represiones y hacia los dolorosos secretos familiares. La directora, gracias a su cámara intimista y su habilidad para exponer sin resaltar sus mensajes, logra insertar al público de lleno en ese pequeño mundo que pone en pantalla, tan frágil como un recuerdo lejano, tan presente como una verdad incómoda.

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