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EE.UU.: El ascenso de la intolerancia por Ernesto Kreimerman

EE.UU.: El ascenso de la intolerancia  por Ernesto Kreimerman
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Está en marcha en los Estados Unidos una elección presidencial compleja, de quiebre de ciclos, que va más allá de un simple acto electoral de renovación de autoridades. Esta vez hay mucho en juego. Desde la matriz identitaria del propio país, de su confianza en las instituciones, de su vocación integradora y su sueño de que el éxito personal es una cuestión de propósito y oportunidad, potenciada por su rol imperial pos segunda guerra mundial. La construcción de que el suelo estadounidense, es el lugar para que los emprendedores, los que se arriesgan y se lo proponen, pueden y van a tener éxito. Aunque cuando se formuló y propagandeó, vastos sectores de la sociedad estaban excluidos del sistema, ni derecho a elegir y ser elegido, a estudiar en universidades, a salud … Vendrían los tiempos revoltosos de los sesenta. Pero la utopía, corregida y aumentada, sobrevivió.

Pero esta vez es diferente y sobre ello hay un consenso extendido. La agudización de las tensiones ahora apenas manejables, fueron conjugándose con dosis de intolerancia y de fragmentación. El país se fue desdibujando. Son inequívocas las señales de agotamiento y quiebre. Visto desde muy lejos, de nuestras plácidas orillas, es tentador ver a Estados Unidos casi homogéneo. Pero nunca fue así. Y menos aún durante los últimos 3 o 4 lustros. Hubo muchas señales de alerta acerca de la fatiga o agotamiento del modelo, pero de las tensiones propias de los diferentes grupos de interés, se iban reformulando nuevos (des)equilibrios. En algunos casos, con ganadores y perdedores nuevos. En otros, profundizando las diferencias.

En retrospectiva, las expectativas que se abrieron con la rápida llegada a la Casa Blanca de Barack Obama (electo senador en 2005, ejerce la presidencia entre 2009 y 2017) se aceleraron las respuestas políticas de los sectores conservadores que fueron ensayando un discurso crecientemente confrontativo y agresivo, irrespetuoso para con la figura presidencial y el propio presidente, así como para las instituciones democráticas y sus dinámicas. Se erosionaron rápidamente los valores democráticos que, más allá del imaginario inconsistente, han sido parte del sueño americano. Hoy, y desde hace casi dos meses, el presidente Trump anuncia que si pierde no reconocerá su derrota. La institucionalidad democrática cuestionada, es lo menos que se puede concluir. El anuncio del fin de una democracia enunciada por el propio presidente en funciones.

A medida que el Congreso aprobaba iniciativas del presidente Obama como la Ley de Reinversión y Recuperación de 2009 y la Ley de Creación de Empleo y Reautorización del Seguro de Desempleo de 2010, el escenario político se tensionaba. Mientras los sectores medios saludaban estos nuevos derechos, los conservadores iban subiendo el tono de sus protestas. Vendrían luego otras leyes, como la de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible o la Ley Dodd-Frank de reforma financiera y de protección de los consumidores.

En su segundo mandato, Obama promovió la inclusión para los estadounidenses LGBT, la intervención militar en Irak y Ucrania; también el acuerdo climático en París y la normalización de las relaciones de Estados Unidos con Cuba en 2015.

La furia conservadora ya había acumulado suficiente presión y bajo las consignas de basta de inmigración ilegal, libre comercio e intervencionismo militar, Trump empezó su campaña, que logró rápidas adhesiones. Sumaría en el camino todo tipo de descalificaciones. En esa espiral desafiante e impertinente, Trump se hace de la candidatura republicana. Y con las mismas armas, e incluso desintermediando la comunicación, ignorando a los periodistas y no aceptando preguntas, lanzaba incendiarios discursos y descalificaciones a su contrincante, Hillary Clinton. Según The New York Times, 342 ofensas vía tweeter: retorcida, patético, farsante, inepta…no se privó de ninguna vulgaridad, como vieja loca, cornuda, etc.

Finalmente, se impuso. Las esperanzas poco fundadas, de que una vez en el gobierno Trump “sentaría cabeza”, se esfumaron rápidamente. Trump fue demostrando un incontrolable desconocimiento de los asuntos de gobierno y no se privó de lanzar “iniciativas” (celebradas) que se olvidaban al momento de enunciarse pues no eran más que un par de eslóganes vacíos. Pero no es menos cierto que logró activar medidas que contribuyeron a una aceleración de la concentración de la riqueza y del despotismo de parte de algunas corporaciones. También, y desde la primera hora, despachó órdenes ejecutivas que han apuntado a minar los organismos multilaterales, a reducir el complejo entramado de la colaboración internacional a unos pocos insultos para descalificar y vaciar de sentido la construcción sofisticada del mundo del siglo XXI.

Reflejo claro e inequívoco de la realidad decadante, son las respuestas de la Administración Trump a los desafíos inesperados del Covid19. Trump no apostó por liderar la cooperación internacional, de amplia base cientificotecnológica, poniendose de hecho al frente de la OMS. Optó por la pequeñez, de la que no se vuelve, de culpar a otros, terceros (lo que hace siempre, dicen hoy unánimemente los estadounidenses), y cortar su compromiso económico con la OMS, que de hecho no venía cumpliendo desde que asumió.

Pero quién más crudamente, sin medias tintas, anunciaba en 2016 lo que se vendría fue David Remnick, director de la revista The New Yorker. En aquel momento advirtió: “La elección de Donald Trump a la presidencia es una tragedia para la república americana….Es un triunfo para las fuerzas, internas y externas, del nativismo, el autoritarismo, la misoginia y el racismo….El fascismo no es nuestro futuro, no puede serlo no podemos dejarlo ser, pero esta es la forma en la que el fascismo puede comenzar”. Hoy, Remnick ha ratificado su opinión, y dicho que no cambiaría ni una coma de lo escrito. Y pasados cuatro años, el dilema se ha audizado y, en suma, se reduce a una síntesis binaria: autoritarismo o democracia imperfecta.

Remnick recordó que el fenómeno Trump tuvo aliados que hoy se desentienden: “ahora vemos a CNN como un canal crítico, pero CNN le daba horas y horas de tiempo al aire gratis”.  Para este director de una de las publicaciones más nfluyentes de los Estados Unidos,  la nación “tiene instituciones amenazadas, pero aún no derrotadas”.

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