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Eisenstein: una vida en conflicto

Eisenstein: una vida en conflicto
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Domingo soleado en el puerto de Odesa. Un entierro sobre el mar. Cerca, mucha gente disfrutando. Plano de la gran escalinata: arriba, las botas cosacas surgen amenazadoras. Súbitamente, un verdadero caleidoscopio de locura y horror se desatan al amparo de un régimen represor: los cosacos descienden disparando contra la multitud, hombres y mujeres caen muertos, un niño llora en el suelo, una anciana exhibe un ojo reventado por la culata de un fusil, el cochecito del bebé se precipita por la escalera, la madre sube con su niño en brazos enfrentando a los asesinos, botas, bayonetas, rostros alucinados, un dormido león de piedra parece despertar e incorporarse… La secuencia pertenece a El acorazado Potemkin, que Sergei Eisenstein rodó en 1925. No hay movimientos de cámara en esa escena: su magia radica en la maravilla de montaje obtenida por el realizador. En ese triunfo de la imagen Eisenstein conquistó la fama mundial y convirtió su obra en la más famosa del cine mudo. Era el cenit de un creador genial, pero no le sirvió de mucho, porque de inmediato comenzó a vivir un calvario que no cesó hasta su muerte.

Eso está muy bien documentado en el libro Eisenstein: una vida en conflicto de Ronald Bergan (2016), centrado en los fuertes conflictos del cineasta letón con las autoridades soviéticas. Eisenstein había nacido en Riga en 1898 en el seno de una familia judía. Fue conquistado por el marxismo tras el triunfo de la Revolución, y hasta 1920 estuvo enrolado en las filas rojas. En 1924 debutó en cine con La huelga, donde la masa era la verdadera protagonista de un tumulto reprimido con una matanza en la época zarista. Después vino el triunfo de Potemkin y un encargo del gobierno, Octubre, en homenaje al décimo aniversario de la Revolución. Y allí comenzaron los problemas: la película pudo estrenarse recién en 1928, luego de haber sido expurgada de todas las secuencias en que aparecía Trotsky, proclamado traidor por Stalin. Debido a esos desarreglos el film resultó frío y rígido, mientras el director sufría un primer colapso nervioso. Un segundo disgusto surgió con La línea general (1929), canto a la colectivización del agro, ignorado en la URSS. Molesto, Eisenstein emprendió un viaje que no olvidaría jamás.

Primero se detuvo en Berlín y París, y luego partió a Hollywood, donde no pudo llevar a cabo ningún proyecto, aunque con dinero del novelista Upton Sinclair viajó a México para filmar una película. Esa odisea es conocida: meses de rodaje, 50.000 metros de celuloide, financistas impacientes, prohibición de la policía americana de permitirle volver al país, su regreso a la URSS, confiando en la promesa de Sinclair de enviarle los negativos de todo lo filmado, y la traición final del novelista, que permitió que parte del material fuera despedazado, perdiendo o quemando el resto. Al llegar a la URSS (1932) lo esperaba el enemigo: Boris Shumyatski era el nuevo administrador del cine soviético. También era un burócrata ignorante de la naturaleza del arte y la psicología del artista. Rápidamente mostró a Eisenstein que ya no era el respetado autor de Potemkin, sino un excéntrico individualista de tendencias disolutas (por la homosexualidad del director), que para colmo había coqueteado con el capitalismo. O sea: casi un traidor. Los pasos de Shumyatski fueron certeros: 1) no mostró interés por el film mexicano; 2) boicoteó dos proyectos seguros del director; 3) sus artículos teóricos fueron censurados; y 4) la prensa fue obligada a ignorar al artista. Del conflicto salió perdiendo el cineasta: su nuevo film, El prado de Bezhin, se canceló en 1937, después de tres años de forcejeos con las autoridades. Era la caída de un creador genial.

Pero la ambición de Shumyatski de edificar un Hollywood soviético a orillas del mar Negro fue un error industrial épico, y provocaría su ruina. Había prometido rodar 300 films anuales: en 1935 estrenó 43, 46 en 1936, y 25 en 1937. Shumyatski fue destituido y oficialmente enviado a Siberia en 1938, donde fue ejecutado. Eisenstein revivió con Alejandro Nevsky (1938), epopeya de notable inventiva para combinar la música y la imagen, con una larga secuencia para la mejor historia: la batalla en el lago helado. Como en 1925, el maestro acariciaba la gloria. Ya vendrían tiempos peores…

En 1941 Eisenstein comenzó a preparar su trilogía sobre el zar Iván IV. Radicado en Asia debido a la guerra, en 1944 estrenó Iván el Terrible, cuya interpretación política (el zar como prototipo de Stalin) y su esteticismo mayestático e intelectual suscitaron enconadas discusiones. La segunda parte, La conspiración de los boyardos, fue prohibida por Stalin en febrero de 1946 y no se conoció hasta 1958. Ante la noticia del interdicto, Eisenstein sufrió un primer infarto. Fue dado de alta en junio de 1946, pero en agosto Stalin prohibió el rodaje de la tercera parte. A partir de entonces, el cineasta debió refugiarse en tareas literarias y docentes, hasta que murió de un nuevo infarto en Moscú en 1948. Tenía 50 años.

Eisenstein es símbolo de la infinita posibilidad expresiva del cine, y un referente insoslayable cuando se recuerdan las luchas entre un artista y el poder absoluto. Fue el más grande cineasta de la Revolución y el mayor revolucionario de la historia del cine. Después de muerto conoció un instante de gloria: en 1979 su antiguo asistente Grigori Alexandrov reunió fragmentos de Que viva México y con ellos redondeó un film talentoso. También resurgió la ignominia: en 1990 el socialismo colapsó y el magistral arte de Potemkin fue puesto en duda por iluminados que bailaban al compás de nuevos sonsonetes políticos. El maestro y su obra están más allá de toda discusión, porque reflejan la Historia contemporánea y son además parte activa de esa Historia, reflejada en arte. Redescubrirlos es una tarea obligatoria para cualquier cinéfilo de ley.

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Amilcar Nochetti Tiene 58 años. Ha sido colaborador del suplemento Cultural de El País y que desde 1977 ha estado vinculado de muy diversas formas a Cinemateca Uruguaya. Tiene publicado el libro "Un viaje en celuloide: los andenes de mi memoria" (Ediciones de la Plaza) y en breve va a publicar su segundo libro, "Seis rostros para matar: una historia de James Bond".