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El acuerdo necesario por Juan Martín Posadas

El acuerdo necesario por Juan Martín Posadas
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En estos tiempos que corren la atención del sistema político ha estado enfocada hacia situaciones circunstanciales que nadie esperaba: la amenaza sanitaria y sus derivaciones económicas y sociales acaparan las energías. Sin perjuicio de ello el Uruguay tiene planteado un problema político de fondo, casi estructural; viene de años atrás y está lejos de desaparecer. Es más: merece muy poca atención.

Todo el mundo ve que hoy el Uruguay está políticamente  conformado por dos actores principales, dos coaliciones. Una es la que está actualmente en el gobierno y la otra es la que estuvo, es decir, el Frente Amplio. No parece disparatado aventurar que esa situación –un juego de dos actores básicos- haya de mantenerse en el futuro previsible. Por consiguiente tampoco es caprichoso pensar que la estabilidad política del país vaya a depender del manejo –inteligente u obcecado, realista o mágico, limpio o tramposo- que los dos actores políticos sostengan.

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Nuestro país tiene valiosos antecedentes en ese punto. El más antiguo de esos antecedentes es la llamada Paz de Abril. Fue el acuerdo para dar por terminada la llamada Revolución de la Lanzas, firmado entre Timoteo Aparicio y el gobierno colorado en el año 1872. En ese sabio acuerdo se establecía un principio: el de la coparticipación. Se aseguraba como acuerdo básico que ninguno de los contendientes tendría todo y el otro quedaría sin nada. Se reconocía como un hecho una formación dual del país y que el futuro nacional sólo sería sólido si era a través de ambos actores políticos y no con uno solo excluyente.

Esa piedra fundamental de la convivencia política en nuestro país, así como las sucesivas instancias que con ese espíritu se dieron luego a lo largo de su historia (vbgr. la reforma constitucional del 16) a veces han sido menospreciadas por poco principistas y mero reparto de cargos. Tildarlas de ese modo es no solo una interpretación equivocada sino no haber captado lo que es el Uruguay como construcción histórico-política.

Los acuerdos tipo Paz de Abril, firmados o no, no han sido solo estratagemas para no hacernos pedazos internamente; encierran un reconocimiento de que en este suelo y según se fueron dando las cosas, tanto blancos como colorados (los dos polos o las dos fuentes nativas de legitimidad política) representaban algo genuino y valioso de la esencia oriental. La visión recíproca del adversario político no fue la de un incordio con el cual es más barato pactar que trata de erradicar sino un reconocimiento de que en él existe otra parte auténtica y valiosa de lo que es ser uruguayo. Remito a la relectura del clásico libro de Martínez Lamas “Riqueza y pobreza del Uruguay”.

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Una visión amplia de nosotros mismos por encima de las escaramuzas cotidianas y el macaneo improvisado lleva a leer el territorio político repartido en dos polos o con dos actores principales, tal como lo describí al principio. Hoy tenemos un gobierno de coalición pero con un claro eje en el Partido Nacional y por el otro lado otro polo, con cierta heterogeneidad pero que funciona como un solo actor político, que es el Frente Amplio. También en la actualidad, a mi entender, el panorama es de dos actores políticos principales, ambos plantas autóctonas de este suelo y ninguna solución nacional duradera puede concebirse en la exclusión de una o de la otra. El horizonte de la realidad nacional, eso que hay que entender para luego arremangarse y amasarlo cada día, no está completo si se excluye una de las dos partes.

El Frente Amplio es un actor político nuevo en relación a los partidos históricos pero suficientemente arraigado como para que sea conceptualmente aceptable analizar la realidad uruguaya manejando al Frente como uno de los dos polos estables en que se compone el tablero político nacional hoy. Cómo haya evolucionado y cuál sea su lenguaje y su mensaje presentes es algo que está en discusión. Personalmente creo que el Frente Amplio de hoy, a través de sus tres gobiernos, fue perdiendo sintonía con aspectos sustantivos del Uruguay. Pero lo que no se puede ignorar es que fue una voz política inteligible para muchos uruguayos: inteligible y compartible. El auge del Frente no se explica por habilidad mediática y tres zafras de mayor cosecha de votos no se pueden imputar como resultado de campañas de publicidad.

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Esta mirada dual (o con dos actores primordiales) al trayecto político del Uruguay está suficientemente fundada pero corre hoy un peligro. Como dije arriba durante sus años de gobierno el Frente se sintió actor único (único por su fuerza y único en legitimidad) y actuó en consecuencia: no admitió ninguna investigación parlamentaria, colonizó el estado mediante el nombramiento de su gente hasta en el último rincón, compuso un imaginario colectivo a su favor y lo impuso hasta en los textos de uso escolar y se ubicó en una posición de ninguneo y deslegitimación del adversario político.

En Enero del año pasado (ocho meses antes de las elecciones) escribí en El País una columna con el mismo título que empleo para ésta: El Acuerdo Necesario. Decía entonces: “La situación del país en el próximo periodo de gobierno va a ser asaz inestable por varios motivos: económicos, culturales e internacionales. Pero la más delicada tarea que habrá de enfrentar el país es diseñar una convivencia civilizada para una sociedad fracturada. Este es el acuerdo del que hay que hablar ya.

El 25 de Noviembre de 1987 Wilson, ya devastado por la enfermedad, dijo en su último mensaje televisivo: “El Uruguay tiene una tradición artiguista que le impone una voluntad integradora, sin el cual ningún camino de futuro está abierto y tenemos los uruguayos, por encima de nuestras diferencias políticas e ideológicas, un esquema de ideales que nos es común y hace de nosotros una entrañable comunidad espiritual”. Diseñar una convivencia civilizada para una sociedad fracturada será tarea del Partido que eventualmente gane las próximas elecciones, de los Partidos que integren la eventual coalición de gobierno y también, necesariamente de aquellos dirigentes y militantes frentistas que demuestren, sobreponiéndose a todo, un sentido patriótico”. Acá termina la cita de mi columna de enero del 2019 y acá termina también esta columna de hoy.

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