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El arte como parte de la realidad

El arte como parte de la realidad
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El 10 de setiembre de 2014, exactamente hace seis años, vimos la versión original de La función por hacer, adaptación que los españoles Aitor Tejada y Miguel del Arco realizaran de Seis personajes en busca de autor, de Luigi Pirandello. Y vimos aquella adaptación en la misma sala Zavala Muniz en que hace días asistimos a la lectura que el director uruguayo Alejandro Zimberg hace de La función por hacer con un elenco local. Esto que parece ser un mero dato anecdótico se vuelve relevante cuando hablamos de obras que ponen en cuestión centralmente el hecho de la “representación” en sí, de la relación entre “original” y “copia”, entre “arte” y “realidad”. Si ya de por sí la obra de Pirandello adaptada por Tejada y del Arco era un estímulo a la reflexión sobre las posibilidades del teatro, ver una nueva versión de La función por hacer potencia más esa posibilidad de cuestionar al hecho teatral en sí, y su vínculo con la “realidad”.

Pirandello llamaba al sector de su obra dedicado a “desmitificar el arte” teatro “da fare”. En esa zona de su trabajo el dramaturgo italiano aporta el recurso de “enfrentarse con el signo artístico como tal, sin coartadas ilusionistas de ninguna especie”, al decir del profesor Eduardo Romano. Seis personajes en busca de autor (1921): “tiene como tema el lenguaje teatral, la posibilidad misma del teatro (…) Lo que importa es el gesto desmitificador respecto del texto dramático, al que se le niega la virtud mimética de re-presentar la vida al mismo tiempo que se le reintegra su validez autónoma de significante abierto hacia la vida, cuya geografía integra, como un signo más, cierto que de naturaleza específica (significación polivalente o múltiple, que no se agota en la lectura de un solo sujeto o de una sola época), y la que no tiene porqué repetir.”

Ese juego que propone Pirandello, el enfrentar a personajes ya acabados con actores que pretenden representarlos de forma más “auténtica”, es un puñetazo frontal a toda búsqueda de la “verdad” en el escenario, si por verdad entendemos ser fieles a un texto o una realidad dada. Como lo expresa el personaje del Padre en Pirandello (el Hermano mayor en esta versión): “Difícilmente (el actor) podrá representarme como soy. Saldrá otra cosa. Saldrá, aparte de la caracterización, el personaje que él interprete, creyendo que soy yo…, como él se siente…, ¡Si es que me siente!; pero no yo, tal y como yo me siento en mi interior.” Y en esta oposición el personaje, inmutable y siempre igual a sí mismo, parece más real que el actor. Como agrega el Hermano mayor: “Un personaje puede preguntarle a un hombre ‘quien es’. Porque el personaje tiene una vida verdaderamente suya, con carácter propio, por lo cual siempre es ‘alguien’. Pero un hombre (…) Al recordar aquellas ilusiones desvanecidas ¿no siente usted que se le hunde el terreno donde pisa al pensar que, del mismo modo, ‘esto’ que siente usted ahora, toda su realidad actual, está destinada a parecerle mañana otra ilusión desvanecida? (…) si nosotros (Los personajes), aparte de la ilusión, no tenemos otra realidad, debe usted desconfiar de la suya: de la realidad que hoy usted siente y respira; porque, como la de ayer, puede ser mañana sólo una ilusión”. La “realidad” inmutable de los personajes, paradojalmente, relativiza la nuestra.

Por supuesto que esta contradicción entre realidad y representación, entre arte y vida, es aparente.  La “naturaleza” de la humanidad es su cultura, y allí no hay oposición entre arte y vida. Hamlet, Antígona o Don Zoilo son parte de nuestra realidad cultural, y nos hablan sin oponerse a nosotros como entidades sustantivas. O mejor, se opondrían a nosotros si pretendiéramos “representarlos” como entidades acabadas, y fracasaríamos en ese intento ineludiblemente, al menos eso parecen querer decirnos Pirandello, del Arco y Tejada, y el propio Zimberg. Para que el arte realmente nos interpele no se debería percibirlo como una realidad aparte y eterna, sino, como indica Romano más arriba: como un “significante abierto hacia la vida, cuya geografía integra, como un signo más”.

La función por hacer respeta la estructura de Seis personajes en busca de autor, aunque la escena inicial no es un ensayo de Cada cual a su juego (del mismo Pirandello) sino una obra en que una pareja, él escultor y ella modelo, discuten sobre si una escultura “moderna” captura o no la esencia de la modelo (en la versión española el artista era pintor). Pero esa primera parte de La función por hacer no escapa del todo a la influencia del dramaturgo italiano, ya que recuerda a Diana y la Tuda, también de Pirandello. En esta última obra el escultor Siro Dossi quiere atrapar en “forma” el “fluir vital” de su modelo y en esa tensión entre devenir vital y forma surge la “misión del arte”. En esa tensión inicial ya está el centro de lo que se problematizará en la obra a partir del juego teatral mismo.

Zimberg podría haberse visto en problemas al dirigir una obra de estas características intentando ser “fiel al original”. Pero si bien no modifica sustancialmente el espectáculo, su puesta propone “personajes” más arquetípicos y en correspondencia con la materialidad de los actores que los encarnan. Desde la expresividad de Verónica Mato surge naturalmente el dolor resignado de su creación, y el físico de Horacio Camandulle vuelve a traducirse en una criatura que sin maldad puede ejercer una fuerza bruta ciega y destructiva. Frente a ellos el refinamiento “artístico” de los personajes “reales” que encarnan Emanuel Sobré y Natalia Sogbe por momentos resulta claramente superficial. Los dos “personajes” motores del drama son creaciones de Mariela Maggioli y Álvaro Lamas en dos actuaciones que valen la ida al teatro por sí mismas.

El elenco se mueve en un espacio circular simular a un blanco al que se tiran dardos. Ojalá luego de las tres funciones en la Zavala Muniz La función por hacer siga tirando dardos a esa tensión entre arte y vida que continúa generando preguntas, un siglo después de formulada por Pirandello.

La función por hacer. Autores: Miguel del Arco y Aitor Tejada. Dirección: Alberto Zimberg. Elenco: Natalia Sogbe, Emanuel Sobré, Álvaro Lamas, Mariela Maggioli, Horacio Camandulle y Verónica Mato.

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.