Home Opinión El asesinato en Punta Gorda y “los ellos y los nosotros” por Antonio Ladra
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El asesinato en Punta Gorda y “los ellos y los nosotros” por Antonio Ladra

El asesinato en Punta Gorda y “los ellos y los nosotros” por Antonio Ladra
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Felipe Cabral tenía 29 años, hijo del mítico Mario “Chichito” Cabral, uno de los padres del candombe beat, se dedicaba al arte urbano y el grafiti y complementaba su actividad artística como músico rapero.

El escritor Arturo Pérez-Reverte retrató el mundo del grafiti en su novela, El francotirador paciente. «Eran lobos nocturnos, cazadores clandestinos de muros y superficies, bombarderos sin piedad que se movían en el espacio urbano, cautos, sobre las suelas silenciosas de sus deportivas…», así comienza la novela publicada en el año 2013.

Dejar su huella, su firma en paredes, fachadas, o cortinas metálicas es lo importante para los grafiteros. Es una forma de existir de vivir. En general quienes están inmersos en ese mundo son jóvenes que viven en el margen, a las orillas de un sistema político social del que toman lo que les sirve y al que cuestionan con su arte y con sus rimas. Bansky es quizás el grafitero más famoso del mundo, del que casi nadie ha visto jamás su rostro ni se conoce el paradero. Es el paradigma de los grafiteros.

El grafitero, según Pérez Reverte, «no es una persona que pinta por pintar. Lo hace por ganarse una reputación en un mundo donde existen reglas y códigos. No hay un perfil definido de los grafiteros, son muy diferentes, pero a todos les une la calle. Hay artistas muy buenos de verdad; otros son pésimos. Algunos en el futuro quieren ser algo, otros no quieren ser nada».

Agrega Pérez Reverte: «Me decía uno que ‘yo es que no quiero exponer. En un museo compites con Picasso, y en la calle compites con el cubo de la basura y con la guardia que te persigue”. Fin a la cita a Pérez Reverte.

En Uruguay no se persigue a los grafiteros, no al menos que yo sepa, pero en Uruguay un grafitero o una cajera de un supermercado o un pistero de una estación o un pizzero, pueden ser asesinados.

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Atención, lo que sigue revela el final de la serie Perros de Berlín, que se puede ver en Netflix. La trama gira entorno el asesinato de una estrella del fútbol turco que juega en la selección  alemana. Hay múltiples hipótesis sobre el hecho y sobre quienes podrían haber sido los autores y sobre las razones por la que fue muerto. El desenlace sorprende. Detrás de la muerte del deportista no estuvo ni la mafia turca, ni la serbia, ni los neonazis. El autor, fue un viejo aviador, solitario, que lo ajustició molesto porque el perro del jugador cagó en una pequeña parcela de tierra que este hombre cuidaba y donde plantaba flores. Para el anciano eso fue la gota que colmó el vaso, luego que muchos otros perros cagaran anteriormente en su posesión y entonces le pegó un tiro, sin saber a quién había matado.

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En el caso de Felipe Cabral, no hay muchos datos, la única certeza es que fue asesinado por alguien que jugó a ser dios, que experimentó la sensación de poder y dominio que otorga el matar.

A Felipe Cabral no lo mataron por ser comunista, como dicen que era, ni por ser artista callejero o grafitero. A Felipe Cabral lo mató la insania mental de alguien que vio amenazada su propiedad; lo mató alguien con miedo. Lo mató porque desde su punto de vista, desde su miedo, Felipe Cabral portaba el rostro de un joven peligroso.

Y Felipe Cabral no fue un muerto más, un eslabón más de la triste cadena de homicidios que se registran cada 23 horas. No lo fue porque a su alrededor se armó un revuelo político, cuando el senador frenteamplista Marcos Otheguy, un hombre habitualmente sereno y responsable, se salió de cauce y escribió en su cuenta de twitter que el asesinato «provoca dolor e indignación», a la vez que adjudicó el mismo, a «las campañas promotoras de barbarie como las de Vivir sin miedo que se saben cómo empiezan, pero nunca como terminan”. El senador blanco Jorge Larrañaga es quien ha promovido esa campaña que consiguió, según sus afirmaciones, 400 mil firmas.

La campaña «Vivir sin miedo» puede ser tildada de oportunismo político en procura de monetizar en votos un estado de la opinión pública, que tiene el tema de la inseguridad como una de sus principales preocupaciones. Se podrá no estar de acuerdo con la iniciativa y eso se verá cuando se deba poner en la urna el voto, pero lo cierto es que más allá de los “viru viru” de muchos candidatos y sus ex fiscales mediáticos, lo de Larrañaga es algo concreto, aunque algunas de las medidas que propone ya han demostrado no ser eficaces en otras partes del mundo. De todos modos, no deja de ser una idea surgida al amparo de la Constitución y las leyes que consigue un importante apoyo popular, que va más allá de las divisas políticas, en parte por la ineficacia ya sea en la aplicación de las políticas sociales como en la gestión de seguridad pública.

Pero adjudicar, como hizo Otheguy y han abundado otros dirigentes oficialistas, que el asesinato de Felipe Cabral fue como producto de esa campaña, es, por lo menos, producto de una miopía importante y comporta un deplorable uso político de este triste episodio. Del mismo modo son deplorables muchas de las reacciones que se pueden leer en las redes, justificando la muerte del joven y avalando el fascismo cotidiano de “ellos o nosotros». ¿Quiénes son ellos y quiénes nosotros?

En octubre de 2016 Heriberto Prati fue asesinado cuando salió en defensa de una amiga al momento de llevarla a su casa en Carrasco Norte a pocos metros del asentamiento Esperanza, de donde se creía que había salido el asesino. (En setiembre de 2018 fue apresado el asesino de Prati: cuando cometió el crimen tenía 17 años)

En aquel momento, en el año 2016 fui al asentamiento Esperanza para hablar con los vecinos. Carmen Beltrán, una concejala zonal me habló “ellos y de nosotros”, de lo que en Argentina se conoce como la grieta.  Me dijo: “la mayoría de los vecinos piensan que, por el hecho de vivir acá, los de allá nos miran mal; lo mismo que los vecinos de acá miramos mal a los de allá”.

Los vecinos de acá y de allá.

Físicamente es una calle lo que los separa. Los de acá son los pobres, los pichis, los de allá son los ricos, los chetos. Esto pasa en Montevideo, a 30 minutos de la Torre Ejecutiva, la sede del gobierno y más o menos a la misma distancia del Palacio Legislativo, la sede del Parlamento, donde están los representantes elegidos por el pueblo, donde trabajan Otheguy y Larrañaga. Ellos y nosotros. Hay un tironeo por los muertos, por los míos y por los tuyos, como si fueran diferentes. Y el sistema político, de espaldas a la realidad lo que hace es forjar esa grieta, la que divide a los uruguayos con trazo grueso, entre supuestos buenos y presuntos malos, entre compañeros y golpistas. Es la grieta uruguaya para parecernos a Argentina.

En las próximas horas, ojalá, se conocerán todos los detalles que rodearon el asesinato de Felipe Cabral, pero ninguna respuesta nos va a satisfacer, ni a ellos ni a nosotros. Van a seguir los «ellos contra nosotros», expuesta y revelada en brillantes colores, en una pantalla de 50 pulgadas, la película de una sociedad violenta y fracturada.

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