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El capitalismo busca otro modelo por Ruben Montedonico

El capitalismo busca otro modelo por Ruben Montedonico
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Algunas manifestaciones declinantes, análisis que pregonan su fracaso, paulatino arrumbamiento y discursos de muchos que lo sepultan dándole la despedida, el modelo neoliberal -tras décadas de ser declarado victorioso y aclamado como tal- parece que será abandonado como arquitectura fundamental de la derecha.

Por supuesto que el recambio del modelo no significa una derrota para el capitalismo sino que señala un tiempo en que busca una expresión que ofrezca continuidad al sistema y en ese revolver se ayuda con aires liberticidas en la pandemia para apuntalar regímenes autoritarios de diversa especie: hay de los que agitan cierto conservadurismo que transita por el populismo derechista; otros se escudan tras circunstanciales resultados -como si fueran de una vez y para siempre- los que acompañados por la publicidad en los medios -cuentan con la buena disposición de sectores confesionales- trazan sus bases de gobierno mientras declaran toda oposición como antidemocrática. Por supuesto que acuden -cada uno de ellos- a varias formas represivas, llegándose a extremos con los que se topan -pueblos y analistas- con Trump, Orbán, Bolsonaro, Duque o Piñera, entre otros.

Sin proponer las vulgaridades de los nombrados, como nueva cepa de un igual tronco, en diversas partes de occidente -sobre todo- como una insurgente peste se vienen concretando ideas que animan partidos de ultraderecha que se autodenominan libertarios. El tronco común que los une a otros movimientos conservadores es el que define a la propiedad como el derecho de usar y gozar de algo arbitrariamente, de forma privada, por uno o más de sus poseedores. Esta antigualla está en el principio del razonamiento del porqué el 1% domina sobre el 99%.

A estas alturas parece innecesario aclarar que la posición de estos reaccionarios libertarios (entre los latinoamericanos se los suele denominar peyorativamente “libertarianos”) nada tiene que ver con idealidades de izquierda, de raigambre libertaria, librepensadora y laica, con exponentes como Proudhon, Bakunin o Malatesta.

La reflexión del argentino Fernando Lizárraga me parece adecuada: “Alguien dijo alguna vez que las religiones pueden tolerar a los ateos, pero nunca a los herejes. Para comprender el fenómeno de los libertarianos hay que mirar el asunto como si se tratara de una disputa entre fanáticos y heresiarcas. La religión de la que hablamos es, en realidad, la doctrina o la familia de doctrinas que conforman el liberalismo. Hay un liberalismo clásico, cuya formulación más rica e interesante fue planteada por John Stuart Mill a mediados del siglo XIX; hay quienes ven las raíces de esta ideología (la libertariana) en la obra de John Locke, quien en el siglo XVII elaboró una de las más famosas justificaciones de la libertad como derecho a poseer propiedad privada”.

Ni por asomo se acercan a la libertad de pensar y decir de Camus o Chomsky. Para empezar, una posición acerca del libertarismo, digo que se vista como se vista, se camufle como sea, se trata de una corriente ultrarreaccionaria que pretende estar fuera de cuestiones políticas pero convalida la expoliación desde el poder por corporaciones privadas.

Por principio de cuenta, pese a que abjuran de todo análisis político, parten de supuestos liberales acerca del contrato social roussoniano y sostienen -mediante el reduccionismo- que el Estado sólo debe existir mínimamente, casi exclusivamente para garantizar la libertad de los individuos en la sociedad y con su concepto de absoluta libertad sin limitantes asegurar el desarrollo de propuestas que únicamente pueden ser medidas por el mercado.

Como si la única razón para la existencia de las personas fuese el principio de la ganancia, es incapaz de afrontar hechos que atañen al conjunto de la especie, -como el cambio climático, según un ejemplo claro- por lo que resulta incapaz de cualquier posibilidad de apoyar a terceros.

Su conquista de ricos y pobres para sus filas se hace con base en una racionalidad primaria, no superior a la de un despolitizado que debe contestar una primera cuestión: “¿cómo voy a forzar a alguien desde el colectivo o el Estado cuando no puedo convencerlo?: estaría atentando contra su libertad individual”. Con este tipo de preguntas y razonamientos descontextualizados incorpora voluntades a su causa. La exaltación de una racionalidad despolitizada es un punto en el que el libertarismo se encuentra con el liberalismo.

Para los libertarios, el poder público se vuelve completamente intolerable cuando su uso contraría las conclusiones sobre el buen gobierno a las que puede llegar cualquiera con esa “sensatez”. Al considerar que los sufragistas poco saben de lo que escogen, proponen a estos una especie de conducción epistócrata, expertos y sabios, que coincide con los postulados del capitalismo.

Aquellos que abogan por el libertarianismo, encuentran que la supervisión de entes oficiales del estado atenta contra la libertad individual, por lo que la coerción sólo es admisible si esa vigilancia (que puede incluir la violencia) sirve para preservar cuestiones como las propiedades privadas.

Una aproximación tanglible a esta corriente la hay en Argentina donde Javier Milei (que irrumpió en la política con su partido La Libertad Avanza, por el que se candidatea a diputado), se reunió con Mauricio Macri y le propuso una alianza electoral. En el momento que el economista -ya definido como un libertariano- se convirtió en político lo hizo aliándose con el más derechista de los ex presidentes.

Cuando rechazo el libertarismo no lo hago sólo por ser una expresión de ultraderecha sino porque esa postura no significa ninguna alternativa. La política entendida como conflicto es lucha por el poder en pro de lo colectivo. El cambio social surge de ideas contestatarias: no deseo persuadir a los opresores que dejen de serlo, aspiro a otra hegemonía.

Al final, coincido con estudiosos estadunidenses que señalan que “el liberalismo está agotado, pero el libertarismo es una alternativa empobrecida”.

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