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El “cartel progre” y la subida al Titanic por Heraclio Labandera

El “cartel progre” y la subida al Titanic  por Heraclio Labandera
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Cuando en Uruguay el Frente Amplio hacen gestos o declaraciones en defensa de Nicolás Maduro o de Inacio “Lula” da Silva, y en el caso del primero se atreven a decir que con 270 dirigentes políticos opositores presos hay una “democracia plena” y en el caso del segundo opinan que donde la gente elige a sus gobernantes y cambia de gobierno en forma libérrima, es “una dictadura”, queda claro que hay un problema en el diccionario que se utiliza.

O tenemos un error en las definiciones de “democracia” y de “dictadura”, y el grupo iluminado que maneja estas categorías en modo “progre”, pretende modificar los contenidos de las palabras, o existe una enorme complicidad en algo que se oculta a la opinión pública, y ahora, hay que pagar favor por favor.

Es una lástima que habiendo superado las sospechas de “totalitarismo” con las que nació el FA, debido a que entre otras cosas a que en su conducción política revistaban el Partido Comunista del Uruguay -formación subsidiaria de la desaparecida Unión Soviética- y de otros varios colectivos marxistas declaradamente contrarios a la democracia liberal, casi medio siglo después un partido político que llegó al gobierno en forma democrática (o sea, por las urnas) y por las urnas se mantuvo en las sucesivas elecciones de las que participó, ahora se cubra voluntariamente con el manto de la sospecha utilizando el diccionario conspirativo para explicar la realidad.

Estoy convencido que no todos los frenteamplistas o votantes del Frente Amplio que existen en el país, coinciden con lo que dice la conducción de su propio partido, y se trata de otro de los garrafales errores narrativos típicos del FA, como el de aquella triste declaración de 1989, de amistad y solidaridad en favor del brutal régimen socialista de Nicolae Ceasescu, el sanguinario dictador comunista de Rumania, pocos días antes que su propio régimen lo derrocara acusándolo de “genocida” y “ladrón”, lo juzgara de forma sumaria y ante esas mismas cámaras de televisión, lo ejecutara con un balazo en la sien.

Nunca hubo una disculpa del FA ante la ciudadanía por el grave error, pero todo podría justificarse con que la comisión del terrible equívoco sucedió cuando el Frente Amplio aún  no tenía ningún gobierno a su cargo.

Muy diferente son las temerarias declaraciones que hoy -cuando bajo su responsabilidad está el gobierno nacional y el de varios gobiernos departamentales- se profieren desde el FA sobre el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela, responsable de una de las peores crisis humanitaria que se recuerden en América Latina en los últimos 100 años, o sobre la naturaleza “dictactorial” de un estado de derecho brasileño que un día resolvió aceptar a tres sucesivos gobiernos del PT (dos veces de Lula, y uno de Dilma) y otro día resuelve aplicar el mecanismo constitucional del “impeachment” (figura que también existe en la Constitución de Uruguay, aunque bajo otro nombre) para separar del cargo a la gobernante del mismo PT, que en su hora fue aceptado en cumplimiento de la norma que hoy se niega.

Bajo esa lógica ha sido apresado Inacio “Lula” Da Silva, enjuiciado por seis causas, la primera de las cuales -la del famoso triplex en Sao Pablo- lo ha llevado tras las rejas, con una lluvia torrencial de acusaciones de “golpe de Estado” y de “dictadura” alentada por el propio Lula a fin de defenderse en forma pública, y comprada sin desenvolver, siquiera, por algunos dirigentes frenteamplistas que controlan la narrativa política oficial del FA, afirmando que desde lo de Dilma hasta ahora, en Brasil hay un “golpe de Estado” y gobierna una “dictadura”.

Ese mantra, todo lo justifica.

Según esa perspectiva funciona en América Latina una especie de “cartel progresista”, integrado por diversos gobiernos de izquierda, que en caso de caer, inmediatamente se le atribuía responsabilidad a un sospechoso “Plan Atlanta” -el mismo que en julio pasado fue nombrado por Raúl Sedic para explicar su decrédito- y que el Partido Comunista del Uruguay en su web, define como “una coordinación continental de la derecha, para desestabilizar a los gobiernos de izquierda”.

Solo bajo una perspectiva tan “conspiranoica” podría explicarse la aprobación por unanimidad de la Mesa Política del Frente Amplio, de una declaración que expresó “solidaridad y respaldo” a Inacio “Lula” da Silva, y que el presidente del FA, Javier Miranda, dijera en su defensa, que “el primer golpe fue en Brasil”, en referencia al golpe militar de 1964, y que éste luego marcara “la realidad de la región”.

Pero a cambio podría uno preguntarle a Miranda si la llegada de Lula al poder, en 2003, acaso “no marcó la realidad de la región”, debido al peso específico de Brasil en el continente y no a otra cosa, pero esa convicción sería conceder la condición de dogma a la tesis de que las realidades políticas nacionales sólo son hijas de agentes externos, como “el imperialismo yanki” u otros ogros conspirativos.

Mas, si las cosas son así, en este punto sería interesante conocer que respuesta que le merece a Miranda la desafiante pregunta de quien dentro del “imperialismo yanki”, fue el que fabricó el “cartel progre” que hoy tanto se queja de “golpes” y de “dictaduras”, porque lo que vale para explicar lo de “las salidas” de los gobiernos progres, de seguro que también debe ser válido para explicar “las llegadas” de los mismos.

Sin embargo, más allá de los eventuales sofismas sugeridos por tamaños relatos, lo inquietante es que el presidente del FA se refugie en simplificaciones y facilismos conspirativos para explicar la realidad.

Ese retroceso hacia lo peor del siglo XX, es un signo clínico inquietante.

Parece que las lealtades internacionales son una verdadera atadura para el FA, mucho más poderosa que las que requiere contemplar los intereses del país, antes que los partidarios.

Embarcarse en la defensa a ultranza de líderes extranjeros, como si se fuera un actor doméstico en casa ajena, sin cuidar los intereses nacionales, es una soberana irresponsabilidad.

Pero además, defender a un corrupto sin retorno posible para el defensor, y que ha sido denunciado por el propio corruptor, es sacar un pasaje en los camarotes VIP del Titanic, sabiendo la que orquesta va a tocar.

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