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El consumo del olvido

El consumo del olvido
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El disparador de Pan rallado fue una muerte trágica ocurrida en un supermercado hace cinco años. Un trabajador cayó del techo del supermercado sufriendo heridas graves. El local permaneció abierto y luego de que la persona fue trasladada a un hospital se taparon las manchas de sangre con pan rallado y se continuó la rutina habitual. El trabajador murió, y si bien se generó un escándalo en poco tiempo todos lo olvidamos. Cecilia Caballero Jeske parte de esa noticia para construir un espectáculo que, como todo hecho artístico valioso, trasciende el disparador y se erige en una crítica a las sociedades de consumo contemporáneas.
En un primer nivel de análisis podemos pensar a Pan rallado como un estudio de la alienación que se genera en el espacio laboral de las cadenas de supermercados. La construcción de una especie de “paseo del consumo” se apoya en una de las formas de explotación laboral más alienantes de nuestros tiempos. La conducta de una persona empleada en un supermercado está atravesada por un “imperativo categórico” clave, satisfacer al cliente. Este mandamiento es fácilmente representado en el contexto de la obra teatral con las sonrisas forzadas del personal. Las rutinas de promotoras, fiambreros, limpiadoras, reponedores e incluso de los mandos medios quedan determinadas por la disposición a “facilitar” el consumo de los clientes. El automatismo del mecanismo logra que, ante un hecho de la gravedad del detonante de la obra, nadie atine a mucho más que a esconder los rastros del accidente. Pero no tanto con el afán de “ocultar” algo, sino más bien para que el “consumo” de los clientes pueda seguir realizándose. Cuestionado uno de los personajes de Pan rallado sobre la actitud que se tomó responde: “Ni yo puedo hacer otra cosa que estar acá trabajando hoy. Ni vos podés hacer otra cosa. Ni ninguno de los que estamos acá podemos hacer otra cosa (…) Nosotros no elegimos nada.”
Llegados a este nivel la interpretación de la obra da un salto para situarnos ya no en el supermercado sino en el contexto de cualquier “sociedad de consumo” contemporánea. Consultada sobre este punto la autora y directora señala: “el consumo me apareció solito ahí, como cachetada, al leer la nota de que habían colocado pan rallado y habían seguido trabajando. Fue más importante mantener abierto el súper, seguir vendiendo, produciendo y consumiendo que un ser humano en el suelo lastimado, quizá muerto. Y yo me sentí parte. Yo voy a esa cadena de supermercados todos los días. Yo soy parte de ese pan rallado que se tiró ahí. Yo canjeo stickers, compro las promos, voy cuando hay un descuento….” No es casual, entonces, que Pan rallado comience con la interpretación colectiva de Construção, canción de Chico Buarque que tampoco se refiere, solamente, a la historia individual de un obrero que cae de una obra y muere “entorpeciendo el tránsito”. La propia interpretación colectiva de la canción, a modo de coro griego, brinda una notable coherencia estético formal al planteo de la obra. Los personajes se presentan fundidos en un coro del que solo se delimitan en breves pasajes para mostrar el carácter individual con el que aportan a una dinámica social que todo lo absorbe. La coherencia entre “forma” y “contenido” es total.
Pero hay un tercer nivel desde el que se puede interpretar Pan rallado, y es el de la desmemoria. Una de las individualidades que como coreuta se delimita del coro es Luz, una realizadora audiovisual que es contratada para realizar un spot institucional que conmemore los cincuenta años de la empresa. Realizando entrevistas se encuentra con la historia del accidente, y decide poner foco allí. Más allá de que el personaje es útil a la narración para vertebrarla, también se introduce mediante él el carácter frágil de la memoria. Y lo complejo de intentar reconstruirla. Hay dos aspectos aquí. Por un lado a Caballero le interesaba señalar como se olvidó la noticia del accidente y, como en el propio supermercado, pasados unos días todo siguió igual. “Una persona había fallecido (…) la vida había cambiado para siempre para muchas personas de forma muy dura y dolorosa. Una niña no conoció a su papá… y yo me había olvidado. Todas las personas nos habíamos olvidado. Cómo si nada. Seguimos yendo al súper como si nada….”.
Reconstruir aquella situación para acercarse a la “verdad” se vuelve un imposible ante relatos que se superponen y que narran desde un presente siempre comprometido, aunque sea de forma inconsciente, con algún ángulo de la historia. Pero esa necesidad de indagar en la memoria para reconstruir el pasado también nos lleva a otro nivel. Hija de un padre preso y perseguido político de la dictadura iniciada hace precisamente cincuenta años, Caballero pasó parte de su niñez y adolescencia como hija de exiliados en Noruega. Sobre este aspecto de la memoria (o desmemoria) la autora agrega: “en mi familia nos pasaron cosas dolorosas, en el Uruguay a muchas personas le pasaron cosas horribles y aún hay gente desaparecida. Y la sociedad a veces parece olvidarse (…) A mi la memoria colectiva y la memoria en general es algo que me interesa (…) y siento que tengo que ser parte de esa construcción colectiva”. Pan rallado no habla de “historia reciente”, pero sí de otro “automatismo” social, el que nos lleva al olvido y a la desmemoria.
El nutrido elenco del espectáculo está conformado por estudiantes de varios niveles y cursos de la escuela que funciona en La Escena. La lógica colectiva del espectáculo, generada desde un trabajo con el cuerpo que permitió a la directora visualizar cierta “robotización” de los movimientos, es absolutamente coherente con esa “automatización” de procesos sociales que escapan a las decisiones individuales y en donde hasta la xenofobia tiene una función. En ese sentido las posibles diferencias en las interpretaciones quedan ocultas en un trabajo colectivo “formal” totalmente coherente con el “contenido” del espectáculo. Pan rallado es, para quien escribe, uno de los mejores espectáculos que hay en la cartelera montevideana. No se lo pierdan.

Pan rallado. Texto y dirección: Cecilia Caballero Jeske. Elenco: Agustina Sanner, Anahí Undarzón, Camila Moreira, Constanza Llambí, Joaquín Romero, Juan Pincelli, Julieta Álvarez, Kiara Soto, Majo Alarcón, Andrea Rodríguez, Eugenia Rodríguez, Maque Lavaggi, Mauro Mónico, Serena Sequeira, Silvia Angüilla, Tickey Morales, Virgina Recagno, Yasmín Acosta.
Funciones: sábado 25 a las 18:30, domingo 26 a las 17:00. La Escena (Rivera 2477)

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.