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El dolor de la adolescencia Por Martín Imer

El dolor de la adolescencia  Por Martín Imer
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CLOSE (2022, Bélgica/Holanda/Francia) Dirección: Lukas Dhont. Guion: Lukas Dhont, Angelo Tijssens. Fotografía: Frank van der Eeden. Música: Valentin Hadjadj. Montaje: Alain Dessauvage. Con Eden Dambrine, Gustav De Waele, Émile Dequenne, Léa Drucker, Igor van Dessel. CALIFICACIÓN: MUY BUENA.
Ganadora del Premio del Jurado en la más reciente edición del Festival de Cannes y actualmente nominada al Oscar a Mejor película internacional, en donde se enfrenta a películas de gran llegada internacional como Sin novedad en el frente (éxito alemán que además está nominada a Mejor película) y Argentina 1985, Close cuenta la historia de dos chicos, Léo y Rémi, quienes están a punto de empezar juntos el secundario. Ambos mantienen una relación de enorme cercanía, ya que son amigos de toda la vida, y el trato es de un enorme cariño, demostrado en el tiempo compartido y, muchas veces, en el contacto físico. Al llegar a la secundaria, los adolescentes continúan ese lenguaje personal, demostrando su afecto frente a los demás sin entender que eso, para muchos de sus compañeros, es confundido por amor romántico. Al enterarse de lo que dicen los demás, Léo adopta una actitud hostil hacia su amigo, tratando de distanciarse de él para acallar las burlas, lo que genera en el otro chico una enorme tristeza y luego una inevitable furia. Las consecuencias de esa separación serán inesperadas para todos.
El director Lukas Dhont, en su segunda película, aborda varias problemáticas dentro del mundo adolescente que también existían en su anterior cinta, Girl: la alienación frente a un mundo que es incapaz de comprender las sensibilidades de los demás, la depresión de los marginados y la presión de los menores por intentar encajar en su entorno o manejar la angustia que sienten por no hacerlo. Y su forma, al igual que en aquella, sigue manteniendo la sensibilidad y la empatía, reto mayor considerando que en esta oportunidad se presenta una situación en donde se presentan actos y consecuencias terribles, y en donde sería fácil caer en el maniqueísmo barato. El gran hallazgo del film consiste en ese planteamiento en donde el realizador no busca culpables, sino desarrollar desde un punto de vista observacional una problemática que existe en miles de escuelas y liceos alrededor del mundo, intentando captar ese momento exacto en donde la burla da paso a la violencia, y los niños abandonan la inocencia.
Esto se logra con varias herramientas que Dhont confirma aquí que sabe usar con fuerza: en primer lugar, un estilo que, sin abandonar la refinación visual (podría decirse incluso que la fotografía es más bella que la de Girl), apuesta de lleno al naturalismo, convirtiendo a la cámara en un personaje más de la película y moviéndola a la par de los personajes en escena, sobre todo en las escenas que transcurren en el liceo. En segundo lugar, un manejo notable de la dirección de actores, sobre todo de los jóvenes, que ayudan a ese naturalismo que se intenta transmitir, aunque sin descuidar las emociones que deben transmitir en pantalla. Y en tercer lugar la sabiduría a la hora de elegir protagonistas expresivos, sensibles y talentosos, reto complejo que una vez, por habilidad o suerte, el director sortea con gracia. Eden Dambrine y Gustav De Waele deben ser dos de los actores jóvenes más talentosos que hemos visto en la pantalla en los últimos tiempos, capaces de llevar en sus hombros todo el peso dramático del film con sencillez y sin recurrir a impostaciones o exageraciones de ningún tipo, siendo genuinos en todo el transcurso de la historia e intuitivos para cambiar el registro de sus interpretaciones de maneras incluso sutiles.
Muchas películas han tratado los problemas de la adolescencia, con resultados mejores o peores. Close remite a algunas de ellas (El mundo mágico de Terabithia – paupérrimo título local – como referencia más cercana y talentosa) pero impacta por la urgencia de su mensaje y también por la reflexión más agridulce que se puede sacar de ella: que hoy siguen pasando las mismas cosas que siempre ocurrieron en los ámbitos sociales infanto/juveniles, y que el cambio generacional no ha impedido que la discriminación y las burlas sigan presentes, siendo en muchos casos la raíz de lo que luego se transforma, en la adultez, en la masculinidad tóxica, esa que resuelve todo a los puños, sin mediar consecuencias o víctimas a su paso.
Con solo dos cintas, Dhont emparenta sus preocupaciones con ese cine social que lleva a los hermanos Dardenne, entre otros, a recorrer los lugares oscuros de los seres humanos para exponer las problemáticas sociales que seguimos viviendo y, muchas veces, preferimos ignorar. El trabajo del director se vuelve, bajo esta óptica, especialmente necesario, ya que aporta una actualidad que, como adultos, muchas veces se nos pasa por alto, y su cine no solo expone las consecuencias de no entender las complejidades del mundo adolescente de hoy sino que además propone un camino de comprensión y empatía, cualidades que son pieza fundamental para que el conjunto no caiga en lo manipulador o explotativo. Una película sensible y emotiva, que no tiene miedo a enfrentarse a temas polémicos que cuestionan lo que creemos que ya está superado.

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