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El plebiscito de los parques por Hoenir Sarthou

El plebiscito de los parques por Hoenir Sarthou
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Alfredo y Jorge me insisten en que no escriba más sobre el coronavirus y la pandemia. Al parecer, otros temas tienen más rating y la gente no quiere que se le hable siempre de lo mismo.

Lo curioso es que la TV, las emisoras de radio, los diarios, los portales y todas las redes sociales hablan el día entero sobre los contagios, los test, los “casos” y las nuevas olas de encierro (a veces más simbólicas que reales) que retornan en Europa y continúan en América. Además, dicen también siempre lo mismo: una suerte de versículo oficial, salpicado por cifras supuestamente inquietantes, que huele a formulario de la OMS por donde se lo aspire. Claro, eso que dicen y reiteran hasta el aburrimiento los medios es justamente lo contrario de lo que percibimos y decimos un creciente número de porfiados en todo el mundo.

Sin embargo, el propósito de esta nota no es hablar sobre lo que se dice, sino sobre algo que no se dice, pero que se manifiesta en actos.  Antes déjenme dar un pequeño rodeo.

EL RUIDO Y LAS NUECES

Siete internados con diagnóstico de covid 19 hay en Uruguay al 21 de octubre, según la información oficial. Seis en CTI y uno en cuidados intermedios.  Y pocos cientos de “casos” (es decir positivos al test), algunos con síntomas leves y otros totalmente “asintomáticos”.

Estos términos requieren alguna aclaración. La información oficial, calcada, más que reproducida, por los medios, identifica “caso” (es decir resultado positivo al test) con “enfermo de covid 19”. Eso es erróneo. Un considerable número de test dan positivo sin que el paciente tenga ni desarrolle la enfermedad (no voy a fundamentar esta noción acá para no desviarme demasiado; quien quiera puede ingresar al muro del grupo público de Facebook “No a la nueva normalidad” o a las páginas de los tantos grupos de “Médicos por la verdad” del mundo para confirmar el dato con fuentes técnicas).

Por otro lado, la gran mayoría de la población no ha sido testeada, de modo que nadie tiene ni la más peregrina idea de cuántos “casos” hay, ni de cuántos uruguayos, con o sin contacto con el coronavirus, daríamos “positivo” al test si nos lo hicieran. Lo que resulta claro es que, cuántos más test se hagan, más “casos” aparecerán, aunque eso tenga bastante poco que ver con la cantidad de gente realmente enferma. Al punto que hoy, cuando los titulares mediáticos advierten sobre el “Alarmante número de casos” y “El imparable avance de la epidemia”, sólo siete uruguayos requieren hospitalización con ese diagnóstico.

LOS MUERTOS QUE VOS MATÁIS…

El otro asunto es el de las cifras de muertes en el extranjero. Otros números que no se pueden creer, porque, si a todo el que da positivo al test o presenta síntomas similares a los del Covid 19 y luego muere, se lo rotula como “muerte por Covid 19”, nada de eso se puede considerar cierto.

Sirva de ejemplo el caso del actor argentino Hugo Arana, que era enfermo cardíaco desde hace años, fue hospitalizado por un accidente doméstico y falleció por un paro cardiorrespiratorio. Sin embargo, al internarse, al parecer fue hisopado y dio “positivo”, por lo que los titulares de prensa fueron: “Murió por coronavirus el querido actor Hugo Arana”.  Todo dicho.

En cuanto a la OMS, sus datos y sus informes, es casi mejor no hablar. Ahora sus voceros dicen que el confinamiento no es bueno (¡vaya noticia!) y que la OMS no lo recomendó. ¿Cuánto caradurismo se puede tolerar de los tecnócratas de un organismo internacional? La OMS parece decidida a averiguar cuál es el límite.

SEGUNDA OLA DE MIEDO

No es nada sorprendente. Hace como siete meses que nos vienen advirtiendo de la segunda ola. Iba a ser en semana de Turismo, pero no fue. Después en junio, luego en julio, con el frío, pero se postergó para agosto (supongo que por aquello de “julio los prepara…”). Vino la primavera, y nada. La cosa es que ahora, en octubre, se decretó la segunda ola. Lo llamativo es que gente que vive en Europa me había advertido hace meses que en octubre (terminado el verano europeo) habría nuevos confinamientos y recorte de actividades. Y el calendario pandémico se cumple, haga frío o calor, haya o no enfermos.

Los que estamos convencidos de que la declaración de pandemia. y las medidas salvajes adoptadas por recomendación de la OMS, son en realidad parte de un proyecto económico, social y político impulsado por intereses poderosos y bastante identificables, tenemos razones para reforzar nuestra opinión. ¿De qué otra manera se habría podido frenar la economía mundial (salvo la china y la de ciertas empresas), endeudar a todos los países, encerrar a todas las personas y recortar las libertades públicas, sin que hubiese fuertes resistencias?

Sí, claro, eso sólo puede hacerse mediante el miedo. Y por cierto que se sembró miedo. Pero, como todo, hasta el miedo tiene sus límites. Y esos límites están empezando a notarse.

Todos hemos visto o sabido, por distintos medios, lo que fue el verano europeo. Una especie de licencia de la “nueva normalidad”, tal vez impuesta por la necesidad humana de salir, divertirse y socializar.

Seguramente a eso responde la segunda ola de miedo, en curso en estos días. Los datos de los hisopados, los contradictorios informes sobre otras enfermedades misteriosas que podrían venir asociadas al coronavirus, el rebrote de encierros. Lo que está en juego es demasiado grande para permitir que un verano lo deje por el camino. Por eso es necesario un rebrote y una nueva epidemia de miedo que termine de consolidar una “nueva normalidad” que nadie, en su sano juicio y sin miedo, querría aceptar.

PLEBISCITO EN LOS PARQUES

No ocurre sólo en Europa. En estos días, sobre todo durante los fines de semana, he recorrido parques, plazas y espacios públicos de Montevideo. La cantidad de gente es abrumadora, grandes y chicos, sin tapabocas ni distancias mínimas, felices con el sol, los primeros calores, necesitados de una expansión de la que fuimos privados durante muchos meses. Nada que ver con la desolación de esos mismos espacios desde marzo en adelante. No puedo olvidarme de las áreas de juegos infantiles clausuradas y precintadas con cintas amarillas (no en el viejo roble, por cierto).

Dudé en decir esto. No porque sea un secreto para alguien, sino porque poner en negro sobre blanco un hecho evidente activa a los hipócritas. Ya adivino los comentarios: “Claro, esos irresponsables… después, cuando se saturen los hospitales y no alcancen los respiradores…” (por alguna razón, los temerosos parecen no haberse enterado de que los respiradores eran inadecuados como tratamiento).

Al final decidí comentarlo, porque es posible que mucha gente no esté enterada de esa realidad. Me imagino que quien se limite a ver la TV y no se aventure a dar una vuelta por los espacios públicos puede creer que todo el País sigue encerrado y aterrado. Y eso no es cierto.

¿Qué significa toda esa gente junta en parques y plazas?

Es muy simple. Han perdido el miedo. No lo dicen, porque poca gente está dispuesta a enfrentar en voz alta el mandato del poder y de lo políticamente correcto.

No lo dicen, pero actúan. Viven, salen, se juntan, conversan, ríen. Es posible que muchas de esas personas se pongan el tapabocas en sus trabajos, e incluso aparenten estar preocupados por la epidemia. Pero algo profundo está pasando. Han perdido la fe en lo que les dicen la prensa y los datos oficiales. O quizá íntimamente perciban que, si hay algún factor de riesgo, es incomparable con el daño de renunciar a la vida como la conocemos.

Hasta hace poco, enfrascado en discusiones sobre la epidemia, la OMS, Bill Gates, las vacunas, la crisis, etc., me sentía pesimista. Notaba que los argumentos, en uno y otro sentido, no lograban convicción. Pero bastó un domingo soleado y caluroso para darme cuenta de que la vida siempre tiene chance ante cualquier política que la amenace. No la chance de los discursos y los datos científicos, sino la seducción del aire libre, el sol y la alegría.

No hay mucho más que decir. Cuando una política se basa en el miedo, y la gente pierde el miedo, hay mal pronóstico para esa política. La OMS, los gobiernos y los tecnócratas a sueldo seguirán tratando de imponer la segunda ola de miedo, querrán volver a encerrarnos, endeudarnos más y quitarnos las ganas de vivir. Pero están perdiendo el plebiscito de los parques y de las plazas. Y perderán seguramente el de las playas.

Una contienda antropológicamente interesantísima, cuyo resultado será digno de ver.

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