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El robo de la historia por Federico Frontan

El robo de la historia por Federico Frontan
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Dice Mario Vargas Llosa que el trabajo del escritor y del intelectual público es decir mentiras que parezcan verdades. El pensador de derechas construye su relato con ficciones. Fidel Castro en los noventa advirtió sobre la capacidad que tiene el neoliberalismo de producir injusticia y encontrar apoyo entre sus perjudicados. La complicidad de los oprimidos con los opresores es un enigma. El antropólogo social Jack Goody dedica su libro El robo de la historia a investigar los modos de producción de mentiras justificadas, que son el complemento ideológico del despojo de bienes y riquezas.

El gobierno de derechas coaligadas tuvo un gesto de ruindad política con Cuba, Venezuela y Nicaragua. En Washington dicen que son dictaduras y el presidente Lacalle lo confirma. H. Arendt comentó en La libertad de ser libres, el incidente contra Cuba de bahía de Cochinos y su derrota (la reflexión sirve para interpretar la agresión contra Venezuela en el mes de mayo): “el fallo consistió en que no se supo entender lo que significa que el pueblo sumido en la pobreza de un país atrasado (…) se vea liberado de repente no ya de la pobreza, sino de la oscuridad y, por lo tanto, de la incapacidad de comprender su miseria”

Ver al presidente y su cohorte en línea como sobre un palo, todos los días, dando conferencias, cansa. Negarle la cadena al PIT-CNT el 1 de mayo y a Familiares el 20 de mayo fue un acto de agresividad política que comienza a ser signo de este tiempo. Que no den voz a los trabajadores y en su lugar pongan al ministro de trabajo a dar salutaciones a los trabajadores es esperpéntico. Me recordó a Max Estrella (de Valle-Inclán) que sin reconocimiento, ni recursos, ni prestigio, dirige su voz contra sus iguales y les grita: ¡Canallas¡ ¡Asalariados¡ ¡Cobardes¡

La vicepresidenta Argimón en una conversación –donde se habla de cosas con apariencia delictiva–  se pone la investidura como armadura para resolver asuntos privados. Eso produce cierta perplejidad. Dice E. Dussel en 20 Tesis de política: “Desde el ágora griega (…) la política es sinónimo de “lo público”. Lo obrado por el político (en cuanto tal) en la oscuridad no-pública (que unos videos pueden poner públicamente a la vista de todos) es corrupción”.

Sale Sanguinetti, entra Manini Ríos

Sanguinetti perdió la interna del Partido Colorado y un militar le arrebató la batuta que dirige a la todas las derechas. Cuando el Senador de Cabildo Abierto pide que no se juzguen cosas que pasaron hace décadas (reconoce que pasó lo que Sanguinetti siempre negó) se posiciona como un regresista del siglo XXI. Se separa de la  derecha nativa que hizo del anticomunismo un apostolado. La carrera del militar desmiente la peligrosidad tupamara; fue promovido a General en la presidencia de Mujica y se formó políticamente con Fernández Huidobro. Manini Ríos es un animal político de especie desconocida en Uruguay. Es de los que muerden la nariz y tiran de los pies. El Senador sabe que Lacalle va en un viaje en paracaídas y solo tiene que esperar para anunciar su candidatura de las próximas elecciones.

Para Vargas Llosa el “intelectual barato” es aquel que no ahorra esfuerzo para que una campaña o una polémica descienda a la mugre.  En su compromiso con lo que baja, Sanguinetti nos relata La agonía de una democracia, perifoneando el cuento que combina tiniebla intelectual con oportunismo político: todo comenzó en Cuba. Habla de Bordaberry como devoto católico y buen padre de familia, un hombre de bien; dice que la tortura sistemática ni los escuadrones de la muerte existieron; del Gral. Gregorio Álvarez dice que es un profesional riguroso; a la Generación Crítica los nombra “intelectuales de la decadencia”. En suma: la batalla cultural enfrenta a la sociedad tradicional  con el imaginario marxista.

La coyuntura actual tiene un parecido con 1972 que extravaga. El caldo vuelve a bullir en la marmita. El proceso de radicalización de las derechas da un marco histórico que se parece mucho. El Ministro de Defensa y un Senador atacando abiertamente a la justicia. El Ministro de Educación y Cultura Pablo da Silveira en Escrito en la arena. Reflexiones de un intelectual no gramsciano, homenajea a un profesor cercano a la dictadura que se benefició por su afinidad con un cargo docente. Dice Da Silveira “… no era profesor de la facultad de humanidades porque las autoridades interventoras lo hubieran puesto, sino porque les pareció inconcebible sacarlo”.

El proyecto de “Ley de enseñanza” fue remitido al parlamento en 1972 con  “declaración de urgencia”. Las mismas armas legales, los mismos camelos ideológicos –que por el robo de la historia ni siquiera se lo menciona– Había LUC (por definición es un mecanismo que empobrece la calidad del debate democrático) en el camino civil que llevó a la dictadura. Decía Arturo Ardao por aquellos días en Marcha, que se invocaba un orden que encubría “la orden”. Julio Castro denunció el intento cesarista por el que el gobierno, echaba por tierra un siglo de lucha y honrosa tradición.

En el libro citado de Da Silveira hay un artículo con un titulo  prometedor: Entender a Gramsci. Cuesta creer tanta agresión eslabonada. Ni una referencia al autor comentado que acredite lectura. Lo juzga de antidemocrático, dañino, y con pretensiones de dominar a la sociedad. Solo le falta felicitar a Mussolini por apresar a ese malpensante. Hablar y escribir sobre autores que no leyeron es la escuela sanguinettiana.  Con este panorama es bueno recordar a Gramsci: “En realidad, ‘cientificamente’ solo se puede prever la lucha”.

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