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El socialismo que quisimos por Luis Nieto

El socialismo que quisimos por Luis Nieto
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La pandemia que nos mantiene en un confinamiento domiciliario está atrasando la vida del país, pero, posiblemente, también esté dándole una oportunidad a tantas otros aspectos de la vida cotidiana, que la máquina colectiva que somos, nos impide ver. Posiblemente hace mucho que no pasábamos tanto tiempo con nuestros hijos, desconocíamos algunos de sus problemas, y ellos, quizás, hasta habían perdido un poco la confianza en unos padres que corren de un lado a otro, y, si acaso, tienen algunos días de vacaciones para hacer, por lo general, lo que se le dé la gana a cada uno. Las reglas del juego, hoy, las fija el coronavirus, una bestia mala que anda por ahí, buscando que cometamos algún error. Si queremos sobrevivir debemos mantenernos dentro de las paredes de nuestras casas, esas mismas casas que parecen de paso, y donde muchos de nuestros pensamientos se han liberado y han caído en la desesperación, varias veces. Hoy estamos adentro, y si queremos escapar del peligro de enfrentarnos a nuestros propios silencios, a nuestras propias postergaciones, entonces abramos la puerta y salgamos por ahí, a hablar con la gente, a abrir puertas, y a visitar algún amigo hospitalizado, a ver qué pasa.

Varias cuestiones trascendentales han venido a coincidir de forma inesperada en estas paredes conocidas. El otro día nuestro hijo, mientras desayunábamos, nos decía que algún día iría a Cuba, a visitar todos los lugares donde vivimos, en aquellos casi cuatro años de guerra fría, de la eterna amistad de Cuba con la URSS, de Vietnam y su demoledora victoria sobre país más poderoso de la Tierra, de amigos cubanos que de un día para el otro, desaparecieron del barrio y volvieron un año después de haber llegado en un tanque de guerra hasta la frontera con Sudáfrica. De amigos cubanos de extracción cristiana que tenían que callar frente a la educación sesgada que recibían sus hijos. De amigos cubanos, la élite del Partido que se vieron empujados a emigrar. Esas instantáneas no han sido el motivo principal de las conversaciones familiares, ahora vuelven a ocupar un lugar en nuestras vidas del presente. Instantáneas del pasado, ahora flecos de una bandera que abrazamos con fervor.

La Revolución fue el más inocente deseo que pudo haber tenido nuestra generación. El más concreto, tangible, y real de todos los sueños. Muchos de nuestros compañeros, demasiados, murieron con la convicción de que verían nacer al Hombre Nuevo. Estos días, frente a frente a esos hijos que creíamos serían el fruto de la revolución, que nos miran con cariño, y hasta  con cierta admiración, porque el relato se parece demasiado a la épica trucha de las películas, son días desconcertantes. “¿Y entonces la URSS era tan poderosa como los Estados Unidos?” “Y más o menos sí. Los dos tenían abundantes armas nucleares, los dos tenían satélites, submarinos atómicos; podían apretar un botón y chau”. “¿Entonces ganó Estados Unidos?” “Bueno… ganar, ganar… Nunca llegaron a pelear uno contra el otro”. Son días raros desde todo punto de vista. La pandemia llegó sin avisar, y cuando lo hizo ya era tarde para todos: tanto para los ricos como para los pobres. El miedo a morir sin aire en los pulmones ha democratizado la incertidumbre personal.

Todo da vueltas, estos hijos que veíamos poco, no son el futuro que imaginamos, pero no queremos reconocerlo. Entre las cuatro paredes, de las que no podemos escapar, nos están diciendo que quieren ir a conocer el socialismo que vivimos. Qué situación más extraña. Eso ya no existe, se mantenía en pie porque la URSS pagaba la situación privilegiada de Cuba. Entre 5 y 6 mil millones de dólares por año, Eso era lo que le costaba a la URSS tener un territorio amigo tan próximo al de su principal enemigo. Allí instaló sus bases de radioescucha, y preparó al ejército cubano para hacer el trabajo sucio en varios puntos del mundo. Agentes dobles, o triples, porque había agentes cubano-soviéticos que también trabajaban para la CIA, como Eduardo Serrano, alias Willy, muy conocido de los uruguayos, porque era el responsable de nuestro país ante el Departamento de la Seguridad del Estado, y Comité Central del Partido Comunista de Cuba. No había nada que a Willy se le escapase, por lo tanto, tampoco se le escapaba a la CIA, a la KGB, e, indirectamente, a dictadura uruguaya. Estos días de encierro ayudan a recordar cómo pasaron las cosas, como eran las entrañas de todos los monstruos que pudimos conocer.

A las siete de la tarde casi siempre vemos juntos el informativo de la tele. Unos días atrás apareció un segundo contenedor con material  sanitario para Uruguay en un depósito de la Aduana. Ninguna autoridad del Mides anterior fue capaz de avisar al gobierno actual que en la Aduana estaban esas dos donaciones, que bien podían ser útiles en este momento. Raro. Ana Olivera, ex viceministro del Ministerio de Desarrollo Social, declaró que sabía de la existencia del contenedor, y dio una explicación que no despejó las dudas que se le generaron a cualquier ciudadano. ¿Qué hacía un piano Yamaha y bicicletas en esa donación sanitaria? Si las antiguas autoridades del Mides no comunicaron al actual gobierno que ese material estaba en la Aduana fue, por lo menos, una canallada.

Cuando se descubren estas cosas vuelve a atravesarse el arsenal de Feldman. Sigue sin aclararse quién y cómo lo introdujo en el país, y lo peor y más desconcertante ¿para qué? ¿Por qué callaron que ese material sanitario estaba retenido en Aduanas?

Si en el Uruguay existe una izquierda que tiene un proyecto serio para el país no es esta. Se parece demasiado a todo lo que desapareció con aquellos sueños.

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