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El teatro como juego entre el lenguaje, el espacio y la memoria 

El teatro como juego entre el lenguaje, el espacio y la memoria 
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El pasado domingo 12 de diciembre se presentó en el Centro Cultural Casa de la Pólvora del Cerro una lectura performática de La sapo, lectura a cargo de un colectivo cordobés que trabajó en residencia durante una semana en el espacio también conocido como El polvorín. Esta residencia es el puntapié inicial tanto de La sapo como del programa de residencias en el Centro Cultural inaugurado recientemente. El mismo domingo 12 conversamos, luego de la función, con el colectivo cordobés y la gestora del espacio quienes nos contaron un poco sobre sus propuestas.

Setiembre de 2015, ensayo de Retroversión en las ruinas del ex Parador del Cerro. Mientras Susana Souto, directora del TFM (Teatro para el fin del Mundo) en Montevideo da indicaciones al elenco algunos niños juegan entre los restos del Parador. Me acerco a ellos y les pregunto qué pensaron cuando llegó la gente de TFM para ensayar en su lugar de juegos y me contestan: “Hacer con ellos (…) el teatro es como un juego”. Luego agregan que les gustaría que el parador se arreglara, que hubiera hamacas y bancos para jugar (Voces del 24/9/2015).

Como se recordará TFM era un colectivo artístico conformado mayoritariamente por mujeres jóvenes del Cerro que realizaba proyectos de intervención en espacios abandonados del barrio. Entre esos espacios estaba el ex-parador, La planchada y el ex frigorífico Artigas. Otros espacios que el colectivo pensó en intervenir fueron la fachada de la ex fábrica Colagel o El Polvorín, una estructura construida a fines del siglo XVIII con el fin de almacenar pólvora y municiones para la ciudad colonial. También en el 2015 un grupo de alumnos de sexto año de la escuela N° 364, lindera a El Polvorín semi-abandonado, presenta al Municipio A la iniciativa de recuperar ese lugar con más de dos siglos de historia.

A mediados del 2021 le ofrecen a Souto gestionar ese mismo espacio que había entrevisto como una de las locaciones para el TFM y un círculo parece cerrarse. Actriz egresada de la EMAD, docente de teatro y con formación de historia en el IPA, Souto no dudó en aceptar la propuesta: “Esta es una construcción de 1794, que tiene esta historia vinculada a lo militar, a la destrucción, a la guerra y convertirlo en un centro de investigación para las artes escénicas en territorio, en mi barrio, me pareció más que motivador. Y cuando me enteré de que la iniciativa de recuperar el espacio vino de abajo, vino de los niños y de la escuela pública, fue como un plus en la decisión”.

Domingo 12 de noviembre de 2021, Ignacio Tamagno y Eva Bianco juegan con las palabras de la obra La sapo ante una platea que tiene en primera fila a un par de niñas que los miran con atención.  La sapo cuenta la historia de la abuela del protagonista, una abuela que luego de un ACV debe volver a aprender a controlar su cuerpo, debe volver a aprender a hablar, y mientras recupera su habla también recupera una memoria que descubre un pasado de abusos y de violencia. Las tapias de la memoria se resquebrajan y La sapo explota. El espacio carga de sentido una investigación escénica en el Cerro, como soñaban un grupo de alumnos de la escuela 364 y el colectivo TFM hace seis años.

La sapo

La sapo reúne a tres artistas cordobeses: Ignacio Tamagno, Eva Bianco y Nadir Medina, que llegaron a Montevideo para realizar una residencia en la Casa de la Pólvora. Luego de seis días de trabajo presentaron el primer resultado de exploración de un texto inspirado en un episodio real que afectó a la abuela de Tamagno, dramaturgo además de actor. Como él mismo cuenta: “A mi abuela le dio un ACV, me mudé con ella por tres meses y lo que sucedió en esa convivencia es el esqueleto, o el alma, de lo que está en la obra. De esa vez, hace diez años, me llevé un texto que es lo que cierra la obra, y estuve mucho tiempo intentando escribirla. Lo intenté como novela, como cuento, y después hubo una serie de episodios en mi vida que me permitieron el acceso a determinadas lecturas, y hubo una pandemia (risas) y en esa pandemia me enfrenté de vuelta a la posibilidad de escribir y un día me encerré como en una cápsula íntima y escribí La sapo. Fue una escritura muy intensa. Después se lo pasé a Nadir, y a otra gente, y siempre me resonaba Eva, con la que hemos trabajado hace mucho tiempo. Yo vengo del espacio que Eva fundó, El Cuenco, un espacio muy vinculado al trabajo de la palabra y de la actuación. Pero nunca habíamos trabajado íntimamente juntos. Cuando se abrió un poco el panorama le hablé a Eva sobre el texto y me dijo que se lo mandara. Después me llamó, me dijo que le gustó mucho y me pidió que se lo llevara impreso y que nos juntáramos para conversar. Yo estaba en un proceso de irme de Córdoba, me sentía mal por cosas personales y le propuse a Eva de trabajar afuera, como en una situación de extranjería. Me parece que también por una necesidad de trabajarlo fuera de mi núcleo familiar. Lo empezamos a trabajar a distancia, por meet, y después le dije que tenía el deseo de trabajarlo con Nadir. Yo confío mucho en él, es mi hermano de trabajo. Y como te decía antes tenía la necesidad de trabajar fuera de Córdoba, tenía muchas ganas de explorar la posibilidad de trabajar construyendo actuación o dramaturgia, o lo que sea, en movimiento. Para ver cómo las obras no son algo quieto sino que se van transformando de acuerdo a los públicos y los espacios, como algo más nomádico. A Eva le pareció bien, a Nadir también, y lo fuimos armando juntos, y en eso estamos”.

La obra comienza de forma lúdica, como en un juego entre literario y teatral, pero luego hay un cambio en donde todos los recursos parece que se borraran y nos metemos en la historia de tu abuela, que se pone muy oscura ¿Ya estaba pensado de esa forma?

 Ignacio: Sí, a nivel dramatúrgico sí. Yo consumo mucho literatura infantil, me parece que es una literatura que tiene al juego muy presente, y hay mucho de juego sí. Y después entra en el testimonio duro, que es como la otra parte. Además de literatura infantil en ese momento estaba consumiendo mucha literatura de no ficción, sobre todo lo que es el trabajo de María Moreno y Marta Dillon, toda esa literatura vinculada al testimonio de dictadura. Y estaba en un proyecto sobre la masculinidad con el antropólogo Gustavo Blázquez, un proceso de desmontaje muy fuerte, muy duro, y en ese trabajo de escritura me di cuenta, en terapia también, que el testimonio de mi abuela hace diez años había roto algo que yo no sabía amoldar. De hecho es como el texto inaugural de una serie dramatúrgica que se llama Pakistán, que es sobre el desmontaje de la masculinidad a partir del testimonio de las mujeres de mi familia. Por eso me parece que es duro también, desmontarse es duro. Y no deja de ser lúdico porque es performático.

¿Cómo fue el trabajo en esta semana sobre el texto? ¿Cómo fue el trabajo en ese espacio tan particular?

Ignacio: Creo que hubo un diálogo entendiendo que es una casa de la pólvora y hay algo del texto como que se prende fuego y explota. Es un diálogo más que con la arquitectura con la memoria de la casa.

Nadir: Y con la arquitectura también, con esos ladrillos… hay una resignificación del espacio y de lo que habla el texto a partir de la tapia. También ahí el espacio proponía algo. Y en el trabajo en la Casa de la Pólvora era la primera vez que nos vimos las caras para trabajar juntos este texto. Si bien Nacho y Eva lo venían trabajando por meet, fue la primera vez en que pudieron poner el cuerpo. Para mí la obra tiene algo de explosión, explotaron el tiempo y el espacio. Estos personajes se superponen todo el tiempo en ese proceso de ejercicio de memoria. Por eso esa cosa medio coral, con textos que se van mezclando, me parece que hay algo que recién ahora lo podemos experimentar. Lo que mostramos hoy es el resultado de seis días de trabajo en donde principalmente trabajamos sobre el texto, sobre la palabra, con un poco de corporalidad y ya eso nos cambió rotundamente, por lo menos a mí, la visión sobre el texto. Porque se abrieron un montón de posibilidades que antes no estaban. La idea es de ahora en adelante empezar a experimentar un poco más los cuerpos y empezar a complejizar un poco ese texto y ver qué posibilidades se abren a partir de todo eso.

¿Cómo fue encontrar la voz de esa abuela? Ignacio la tiene presente en su memoria, pero para la actriz esa memoria aparece codificada en el texto.

Eva: Yo leí el texto por primera vez y como actriz sentí que al leerlo ya me aparecía algo. Soy muy permeable en ese sentido, y enseguida le dije: «me interesa, y creo que entiendo de lo que hablás y me gusta mucho la forma en que se habla eso que es tan dramático y tan doloroso». Después el trabajo que hicimos online me ayudó a ubicarme mentalmente. Y aparecimos acá en la Casa de la Pólvora, con esas paredes que son prácticamente tapias, algo que no habíamos pensado. También pasó que me llaman para hacer una película en Villa María, de donde es Nacho y donde está la abuela. Así que llegué hasta la casa y vi la ventana en donde la abuela está sentada, y la vi mirar, y fue algo fundamental. Yo no trabajo tan consciente, trabajo desde un lugar mucho más inconsciente, que para mí me es mucho más fructífero y fecundo. Porque en realidad al fondo de mí está trabajando una cosa que está conectada con todos estos textos, con toda esta historia. Con una historia que también me toca, porque como hoy nos decía una espectadora, todas las familias tienen secretos. Todas las familias tienen a alguien que se fue de mambo por una herida profunda como varón. Y las mujeres son los cuerpos más cercanos para golpear de alguna manera, para dañar. Es un entramado de dolor todo eso. Todos estamos impregnados de eso, yo también, por eso la voz de la abuela para mí era cercana, y yo la sentí, internamente. Y pasa mucho también que al estar juntos nos íbamos a este lugar tan alejado y tan hermoso (el equipo estaba alojado en Punta Espinillo) y de noche hacíamos fuego, y comíamos y tomábamos vino y charlábamos sobre nuestras familias, sobre nuestros orígenes, entonces también eso estuvo trabajando en el fondo de nosotros. Y eso te lo posibilita una residencia, en que te juntás a trabajar, no tenés que hacer otra cosa. Y así se va armando algo adentro que para mí salió hoy en la función.

Ignacio: Generalmente el modelo de producción es encerrarse, tener un período de tiempo en el cual ensayás una obra, y después llega el público y la abrís. Y me interesaba otra cosa, tuvimos seis días de residencia, hacemos una lectura y el público viene y se acerca y hace devoluciones, seguimos laburando y el público es parte del proceso creativo. Para mí que hubiera unas niñas sentadas en primera fila y que yo como actor treintañero pudiera estar actuando, contando esta historia tan como de mi infancia, y que estuviera esa chica ahí, guiñarle un ojo y sonreir… Dramatúrgicamente soy muy racional pero como Eva dice actoralmente el proceso es más inconsciente y eso ya genera otra cosa.

Nadir: En el proceso de encerrarse a ensayar cinco o seis meses hay algo que se vuelve más técnico, más intelectual, más de ir pensando cada cosa. Como director siento que la posibilidad de ir abriendo posibilita una actuación desde otro lugar, posibilita una actuación mucho más visceral, que tiene que ver con lo que sucede en el momento, con un presente, con un ahora, y que sea algo como mucho más vivo.

Ignacio: Tampoco fue inocente la decisión de trabajar en el territorio en el cual está inscripta la Casa de la Pólvora. No es una sala del centro. Y no es que pensemos en hacer algo para la periferia, pero sí está la intención de mostrarla a un público que no sea partícipe de una cultura teatral sino que haya un contacto más directo. No hay posibilidad de artificio oculto, no es una obra naturalista, todo el tiempo se ve que hay actuación.

La casa de la pólvora

Souto empezó su gestión en la Casa de la Pólvora en junio, pero el Centro Cultural se inauguró el 3 de octubre. Durante ese período de tiempo se realizó un trabajo con el barrio, algo que la actriz y gestora considera fundamental “porque se puede tener una programación bien interesante, pero si no se genera el público para que eso suceda no tiene sentido”.

La propuesta del Municipio fue que la Casa de la pólvora se convirtiera en en centro cultural con énfasis en las artes escénicas, y a partir de eso se establecieron tres líneas de trabajo. “Una tiene que ver con el trabajo directo con la comunidad, que participa activamente en la propuesta de talleres sobre todo. También en esto de la participación directa hay espacios permanentes para los vecinos, que se reúnen regularmente para tener reuniones de sus comisiones barriales y otras actividades.

En un segundo nivel está la circulación permanente de espectáculos, con énfasis en artes escénicas, potenciando los títeres, el clown, la performance, todas aquellas manifestaciones que por ahí quedan por fuera de circuitos más convencionales. Esto en complementariedad con la programación del Florencio Sánchez. Y en un tercer nivel está el desarrollo de programas de investigación en general y de residencias en particular. Esto de investigar a partir de la memoria del espacio, que es algo que me ha caracterizado en estos últimos años de mi carrera, también va a ser un eje del trabajo en la Casa de la Pólvora. Qué me tiene que decir el espacio como artista. Qué discursos podemos generar allí. Qué estéticas se pueden provocar a partir de la investigación in situ. En ese sentido nos aliamos con el Centro Cultural Florencio Sánchez y con el 11 Cultural Oeste y vamos a generar un programa de residencias para el 2022”.

En este tercer nivel de trabajo en la Casa de la pólvora es que se inscribe La sapo. Souto conoció a Ignacio Tamagno en el 2014, en un laboratorio que tenía que ver con la memoria y con la desaparición forzada de personas realizado en el centro clandestino de detención D2 de Córdoba. Luego él postuló para participar de TFM y siempre manejó la idea de venir. “Nos encontramos de nuevo en Montevideo cuando trajo la bellísima Volver a Madryn. Y el año pasado piloteamos sobre la posibilidad de venir a hacer alguna residencia. En principio iba a tener que ver con TFM pero cuando se disuelve el colectivo como tal seguimos pensando en que la residencia tenía suceder. En medio de todo eso me nombran gestora de la Casa de la Pólvora, y ahí empezamos a aterrizar la idea de que la residencia fuera allí. Trabajaron toda la semana y y finalmente terminamos la residencia el domingo. Se hizo una lectura performática, conmovedora. Van a seguir trabajando hasta el miércoles y la idea es que a fines de 2022 o principios de 2023 puedan venir a culminar el proceso con La sapo ya estrenada”.

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.