Home Reflexion Semanal ¿El Uruguay es inmune a la narcocorrupción?

¿El Uruguay es inmune a la narcocorrupción?

¿El Uruguay es inmune a la narcocorrupción?
0

Durante años creímos que el narcotráfico nunca alcanzaría aquí los niveles de violencia que existían en otros países. No creíamos que nos golpearan el sicariato, las zonas bajo control narco, los ajustes de cuentas, las fugas de las cárceles, las personas descuartizadas o incineradas o los laboratorios de producción de drogas sintéticas. Ni aventurábamos la posibilidad de tener carteles propios. Sin embargo, la realidad nos ha mostrado que eso que veíamos en películas sucede en nuestro país. Los fallos judiciales benévolos con algunos narcotraficantes y el reciente caso del pasaporte en Dubai prende luces de alarma.

¿Es inmune el aparato del estado a la infiltración de los narcos?  ¿Están vacunados nuestros jueces y fiscales contra las presiones o amenazas? ¿No existe lavado de dinero del narcotráfico en nuestro sistema financiero? ¿El poder político tiene anticuerpos para no ser comprado? ¿Hay policías convertidos en funcionarios de los narcotraficantes? ¿Somos conscientes de los riesgos que hay en todos los estamentos sociales del poder económico del narcotráfico? ¿Lo tiene claro el poder político? ¿Uruguay es una excepción o pecamos de ingenuos? ¿Estamos a tiempo o ya es demasiado tarde?

Felices por indocumentados por David Rabinovich

Durante años se discutió hasta dónde se podía considerar a Uruguay como “distinto” en el concierto de países de la región y del mundo. La tacita de plata, la Suiza de América: ¿Era un conjunto de realidades que hacían una diferencia de fondo o era un mito muy querido? “Ni calvo, ni con dos pelucas”. Miremos, más que estados de situación, procesos. Veremos cómo, desde hace años, el deterioro de las condiciones de convivencia en Uruguay lo acercan a la situación de Nuestra América toda. Inexorablemente. Por caminos propios o diferentes, claro.

Más temprano que tarde todas las lacras del capitalismo neoliberal se instalan en nuestro ‘paisito’. No sólo el narco. Están presentes en mayor o menor medida todos los tráficos ilícitos: la trata de personas, el tráfico de armas, el de influencias… Éste último “Delito que comete quien, prevaliéndose de su posición, induce a una autoridad o a un funcionario a adoptar una resolución en beneficio propio o de un tercero.” (RAE)

Algunos de los delitos más ‘rentables’ son: Narcotráfico. Robo de información. Falsificación. Estafas. Tránsito de personas. Prostitución. Comercio ilegal con petróleo. Venta ilícita de medicamentos sin receta. Tráfico de animales. Piratería. La lista1 que sale de una consulta rápida a Google no incluye las actividades del sistema financiero que, cuando funciona al servicio de los capitales originados en ilícitos, es clave fundamental para que funcionen las mafias.

Creo que las características de ‘Plaza financiera’ que tiene Uruguay lo convierten en parte importante de actividades vinculadas al ‘blanqueo’ de capitales. Ese es el corazón de una  amplia constelación de negocios ilícitos. Quizá para enfrentar ese flagelo infame sea más efectivo cerrar bancos que cerrar ‘bocas’. Cabe anotar que mientras no se trasparente el financiamiento de las actividades políticas y en tanto el Poder Judicial no rinda cuentas ante nadie de nada, las sospechas sobre hasta dónde llegan las redes delictivas serán difíciles de probar. Continuarán siendo como las brujas: “Que las hay, las hay”.

1 https://www.cinconoticias.com/negocios-ilegales/

Una guerra de trincheras por Oscar Licandro

El consumo de drogas se remonta al neolítico, cuando comenzaron a usarse con fines religiosos. Posteriormente, ya en el amanecer de las primeras civilizaciones, las élites empezaron a utilizar algunas drogas con fines recreativos, pero hasta el siglo XX el consumo de drogas no fue un problema social. El problema comenzó con el advenimiento del consumo masivo con adicciones, fundamentalmente en los países donde el capitalismo creó enormes clases medias urbanas. La adicción destruye la vida del adicto y, en ocasiones, la de su entorno familiar. La adicción genera conductas delictivas en muchos adictos que no pueden financiarla. En consecuencia, la adicción a las drogas se convirtió en un nuevo problema social en esos países.

La masificación de la adicción a las drogas es un buen ejemplo de cómo se retroalimenta un sistema de proveedores con la existencia de un mercado potencial para sus productos. En los primeros años del siglo XX el contrabando de algunos productos dio lugar a la creación de grupos mafiosos que paulatinamente fueron diversificando su negocio. Una vez culminada la ley seca en Estados Unidos, los grupos enriquecidos con el contrabando de alcohol encontraron en el tráfico de drogas un nuevo rubro al que reconvertirse. Algo similar ocurrió en esa época en Inglaterra con grupos que controlaban las apuestas ilegales y unas décadas más adelante con los contrabandistas de tabaco en España. En ese contexto, América Latina se convirtió en proveedora de cocaína y marihuana, lo que dio lugar a la constitución de cárteles, cuya operación se apoyó en métodos cada vez más violentos y crueles. Y el asunto se complejizó aún más cuando convergieron narcotráfico y terrorismo.

Ahora bien, este problema no afecta de la misma forma a todos los países. En las férreas dictaduras comunistas de China, Corea del Norte y Cuba, así como en los países musulmanes regidos por regímenes teocráticos (Irán es el ejemplo paradigmático) o por monarquías absolutas (Arabia Saudita, por ejemplo), no existe el consumo masivo de drogas ni el narcotráfico que las provee. En ellos se ejecuta a los capos narco, a los intermediarios y a los simples camellos. Inclusive, en algunos de esos países se ejecuta también a los consumidores. Todo se hace en forma sumaria y sin garantías de ningún tipo, porque la adicción a las drogas socava los fundamentos morales de la ideología o la religión que legitiman a esos regímenes autoritarios. Obviamente, esta solución es inviable en los países democráticos.

Es en estos países donde las drogas y el narcotráfico hacen estragos. Nuestras sociedades democráticas no han sabido atender las causas sociales y sicológicas que impulsan a miles de personas al consumo adictivo de drogas. Basta considerar los escasos recursos destinados a reducir el mercado consumidor, para concluir que en estas sociedades se ha renunciado a buscar una solución al problema por el lado de la demanda. Cuando en 1971 el presidente norteamericano Richard Nixon declaró la guerra a las drogas, y creó la DEA para combatir el narcotráfico, su opción fue por el lado de atacar a los proveedores. Esa decisión marcó la estrategia de combate al narcotráfico que rige actualmente. Cinco décadas después resulta bastante obvio que el objetivo no se cumplió. Peor aún, el mercado consumidor es más grande, al tiempo que las redes de narcotráfico son más poderosas, se han globalizado y han contribuido significativamente al incremento del delito y los asesinatos.

Es en este contexto que se cuestiona severamente el paradigma de la prohibición y la guerra al narcotráfico, al tiempo que se propone la legalización del consumo y distribución de las drogas. El supuesto de los defensores de esta postura es simple: el narcotráfico es consecuencia de la prohibición de consumir y vender drogas; por lo tanto, si se legaliza el consumo de drogas desaparecerá el narcotráfico con todos sus crímenes. Quizá el argumento pudo funcionar antes de que se consolidaran los cárteles del narcotráfico, pero ahora, ¿alguien puede sinceramente creer que si se legaliza el consumo y la comercialización de drogas los narcotraficantes se reconvertirán a empresarios legales o se retirarán del mercado?

A pequeña escala, los uruguayos hemos sido testigos del fracaso de un intento de estas características. En 2012 el gobierno del Frente Amplio legalizó el consumo de marihuana y creó un mecanismo para la comercialización legal de producto bajo la supervisión y control del Estado. En un arranque de febril y dogmático liberalismo, el entonces ministro de defensa, Eleuterio Fernandez Huidobro, sentenció: “regirán las leyes de la economía: quien venda la mejor calidad y más barato termina con el narcotráfico; como pasa con los demás productos de la tierra» (DW, 21/06/2012). Paradójicamente, el paquete de 15 medidas para combatir la inseguridad, entre las cuales figuraba la legalización de la marihuana, incluía otra en la que se aumentaban las penas al tráfico de pasta base. Una década después, el narcotráfico en Uruguay ha crecido en complejidad, recursos y violencia. Ahora, inclusive, cuenta con líderes famosos a nivel internacional.

Voces nos pregunta si en Uruguay estamos a tiempo para encontrar una solución al problema del narcotráfico o si ya es tarde para ello. No tengo una respuesta para esta pregunta porque nadie tiene una solución realista y eficaz para el problema: ni a nivel global ni a nivel local. Las causas sociales y sicológicas del consumo problemático de drogas siguen existiendo, porque las sociedades democráticas no han sabido o no se han propuesto anularlas. De modo que todo indica que en las próximas décadas seguirá existiendo un mercado para las drogas. Y mientras exista ese mercado, los narcotraficantes buscarán la forma de proveerlo. Si bien la estrategia policial de los países democráticos no ha podido derrotar al narcotráfico, resulta bastante obvio que la legalización del consumo de drogas tampoco podrá hacerlo desaparecer. Peor aún, la legalización termina fomentando el mercado consumidor porque legitima socialmente el consumo de drogas y disminuye la percepción de riesgo. De modo que en las circunstancias actuales la legalización terminaría siendo funcional al narcotráfico.

Quizá llegó el momento de poner mayor énfasis y recursos en la reducción del mercado consumidor. La complejidad de las causas sociales y sicológicas que lo generan hace muy difícil eliminarlo. Pero seguramente se lo podrá reducir, si nos esforzamos en entender cómo operan esas causas, y si como sociedad nos comprometemos seriamente para atacarlas. Esto no quiere decir que se deba abandonar la lucha policial contra los narcotraficantes. Esa batalla hay que seguir dándola. Pero sí implica reconocer que mientras exista un mercado consumidor, esa lucha será como una guerra de trincheras, donde el invasor consolida las posiciones tomadas y el defensor se resigna a evitar que el invasor siga avanzando.

 

Salivando a Eolo por Roberto Elissalde

Un día los partidos políticos de Uruguay se convencerán que escupir contra el viento es algo que al principio parece fácil pero al poco rato devuelve gran parte de lo enviado hacia adelante. Pero tal vez falte mucho para ese momento.

El Partido Nacional se destacó entre los actuales integrantes de la coalición de las derechas como el que más alegremente escupía contra los “burdos errores del Frente Amplio” en materia de seguridad (o de control de precios de los combustibles). Terminada la bonanza que produjo la pandemia en términos de baja de algunos delitos, los indicadores de asesinatos y de penetración del narcotráfico organizado se están haciendo sentir. No parece ser suficiente la sencilla consigna de “no aflojar” o la estrategia de “sacar más policía a la calle”.

Esas simplezas electorales funcionaron bien mientras el viento de la pandemia retenía a la gente en sus casas. A medida que el cansancio con los límites impuestos por el distanciamiento social y el retorno de la seudonormalidad se consolidan, los problemas no atacados se vuelven contra la cara que los expelió.

No era tan fácil el tema. El enorme poder corruptor del narcotráfico no fue evaluado. Cuando el ministro Eduardo Bonomi fundamentaba el crecimiento de algunas formas de delincuencia en el auge de las bandas de narcos en la periferia metropolitana, el actual Presidente y algunos de sus ministros (en especial el actual responsable de Interior) lo acusaban de inventar excusas por no saber cómo resolver la situación.

Hubo como una especie de espejismo: entre el helicóptero todopoderoso de los primeros meses del actual gobierno, pasando por la energía (o más bien brutalidad) en el trato con algunos grupos humanos en el espacio público, hasta el inocultable peso de la pandemia hicieron creer que se había encontrado la fórmula para bajar la criminalidad. Bastaba con ponerse del lado de la gente y no del lado de los delincuentes y todo quedaba solucionado.

El impactante crecimiento de los asesinatos en 2022, la mayor parte de ellos relacionados con la guerra de bandas de narcotraficantes, sorprendió al Ministro y al Gobierno en general. Se habían creído su propio cuento, su propio espejismo.

El narco que manda a su abogado a hablar con la subsecretaria de Relaciones Exteriores, que obtiene un pasaporte legítimo de nuestro país, que se da a la fuga y que finalmente se ve implicado en el asesinato de un fiscal paraguayo es un salto cualitativo en esta escalada. Tan confiados en su relato de éxito estaban, que no vieron que los narcos empezaban a rodearlos y a obtener algunas cosas que los ciudadanos de a pie penan por obtener. La concesión del pasaporte a Sebastián Marset parece o bien el error fruto de una candidez que no conocíamos en el ministro Luis Alberto Heber o una operación de precisión del narcotráfico regional que aceitó su camino a través de los entornos del poder.

Pero lo que queda claro que el descenso de la actividad criminal no se dará sacando a pasear un helicóptero por el cielo montevideano o declarando que habrá más policía en las calles. Los reiterados llamados a la renuncia de Bonomi hoy se vuelven contra la cara de su infeliz sucesor en el cargo. Tal vez no se pueda hacer mucho respecto a Marset, pero sí debería estar al alcance de la mano convertir este evidente fracaso de nuestro gobierno en un punto de inflexión para buscar la cooperación de la oposición frenteamplista y elaborar una estrategia de Estado para combatir a los verdaderos capos del narcotráfico (en vez de llenar minutos de televisión con la clausura de una triste boca desdentada donde los desgraciados del barrio compran sus lágrimas diarias. Aunque según las leyes no escritas del circo, esto parece lejano todavía.

 

Narcocapitalismo por Esteban Pérez

Más allá de las cada vez más claras incidencias del narcotráfico en los distintos estratos del Estado, hay que mirar el bosque.

El narcotráfico es un negocio sumamente rentable ocupando el cuarto lugar mundial en movimiento de dinero, generando ganancias anuales por un total de 650.000 millones de dólares. Es, por lo tanto, una exitosa multinacional, es capitalismo puro, crudo y sin disfraz. Los narcotraficantes poseen todos los elementos del mercado, como cualquier multinacional, es decir: producción, distribución y consumo. Para que tengamos una idea clara comparémoslo con la suma de facturación anual de los 20 clubes de fútbol más grandes del mundo, que alcanza los 16.700 millones de dólares.

Es cierto que el narcotráfico genera muertes (se estima en medio millón de personas que mueren anualmente a causa del consumo de drogas), pero esta es una fracción muy menor a las muertes causadas por el sistema capitalista en su totalidad. En 2020, por ejemplo, debido a las guerras fallecieron 50.000 personas; pero lo más horroroso, lo más criminal de este sistema corrupto son los ocho millones setecientos sesenta mil personas que mueren por año de hambre en el mundo a consecuencia de este sistema apoyado en la explotación del hombre por el hombre y con el lucro como su valor principal.

Según el último informe de las Naciones Unidas, las personas que padecen hambre en el mundo son 828 millones, lo que significa un incremento de 46 millones respecto al año anterior. El sistema capitalista en su totalidad con narcotráfico incluido es, por lo tanto, un sistema corrupto, injusto y criminal.

Sumemos a esto la destrucción sistemática de la naturaleza, la tala de bosques, la contaminación del agua de ríos y océanos en el afán de buscar el incremento del lucro, cueste lo que cueste, aunque el resultado final sea la extinción de nuestra especie arrastrando al mismo fin un incontable número de otras especies, las que pagarán las consecuencias de nuestra irresponsabilidad.

Preferimos afilar el hacha: optamos por gastar la vida en pos de talar el bosque, es decir el capitalismo.

Es y será una peripecia muy larga con avances y retrocesos, sufrimientos y derrotas, pero es la única salida de este laberinto de muerte, explotación y destrucción en el que nos tienen prisioneros las burguesías mundiales.

Los deportistas para obtener buenos resultados requieren planes de acumulación de fuerzas basados en una buena alimentación y desarrollo de la musculatura necesaria, invirtiendo horas y horas de sacrificio en rigurosos entrenamientos.

Los pueblos, para poder avanzar, deben recorrer procesos similares de acumulación. Deben desarrollar conciencia, unidad y organización.

El trampero de la burguesía, la vidriera del Parlamento como lugar de resolverlo todo, actúa de “achanchadero” de otrora luchadores sociales, con el perverso efecto desmovilizador de las fuerzas populares.

Sólo el movimiento social puede garantizar la realización de cambios profundos, según el momento será más o menos combativo, otras veces le tocará actuar de aguijón picaneando gobiernos progresistas que en la práctica han demostrado que terminaron maquillando el sistema, abriendo paso al desencanto y el retorno al gobierno de lo más retrogrado de las burguesías latinoamericanas.

La garantía será siempre pueblo organizado y movilizado. Le toca hoy desarrollar musculatura construyendo paso a paso intersociales que unifiquen todo el campo popular aunando las luchas rurales y urbanas.

Se te extraña viejo Artigas, se extraña tu vigencia en la memorable frase: “Nada debemos esperar sino de nosotros mismos”…

 

El narcotráfico y sus redes infiltran al Estado por Oscar Mañán

Debo decir que no conozco trabajos en Uruguay que analicen las bandas de narcotráfico y sus metodologías de legitimación ante la sociedad. Sin duda, quienes luchan todos los días con estos grupos, desde fiscalías especializadas o policía de narcóticos, identifican prácticas múltiples para esconder y lavar dineros que vienen de actividades non sanctas. También acumulan información sobre estrategias para controlar territorios o mercados, de las luchas entre bandas y sus resultados los recogen las estadísticas como “ajuste de cuentas”.

Según la ONU, “un kg de cocaína cuesta U$S 1.600 en Bolivia, pero U$S 10.000 en Ciudad de México, U$S 26.000 en EEUU, U$S 46.000 en España y U$S 60.000 en Irlanda”.  El negocio es lucrativo, corre por fuera de los canales formales de la economía. Sin embargo, debe reentrar al sistema formal como inversiones de apariencia legítima que oculten su origen.

Las experiencias más conocidas son las de México como Colombia, donde el narcotráfico infiltra buena parte de la actividad económica y de los estamentos del Estado. Hemos tipificado al estado mexicano y al colombiano como Estados en desintegración. Desde Trotsky a Weber, han conceptualizado al Estado por su medio específico que es el ejercicio de la violencia. El Estado tiene el monopolio legítimo de la violencia física (Weber dix). Sin embargo, los carteles hoy día tienen la capacidad de ejercer violencia organizada comparativamente igual o superior a estados locales en ocasiones. Por supuesto, esa violencia no es legítima, pero tal característica no siempre se cumple en los Estados, ya que estos abusan de la violencia con determinados grupos sociales por lo que a menudo se deslegitima. Por lo tanto, los estados pierden el monopolio de la violencia, y en ocasiones también la legitimidad de su ejercicio.

En algunos estados de México o departamentos de Colombia es arduo distinguir los orígenes de los fondos que circulan en la economía, y esto ocurre por una institucionalidad permisiva, por estrategias de legitimación de los narcos en las comunidades o amenazas extorsivas y, también por la complicidad de buena parte de burocracias administrativas y políticas.

Desde los 90, Uruguay es elegido como residencia por varios capos de la droga internacional (Lilio Maurilio Martínez, Omar Clavijo Cedrés, Washington Risoto, más recientemente Rocco Morabito, entre otros).  Esto fue posible porque los controles migratorios y las cooperaciones internacionales fueron escasas y omisas; el país era un remanso fuera del mundo. Asimismo, Uruguay ha sido pionero en crear estructuras jurídico-empresariales como las SAFI  que fueron herramientas utilizadas para ocultamientos de fondos.

Los límites entre la ingenuidad y el clientelismo se antojan difusos. Cuando se instala el negocio del narcotráfico, también se expanden los servicios de profesionales independientes que este mercado requiere, escribanos, contadores, abogados que conocen los intersticios de la legalidad, incluso promueven una institucionalidad legislativa ad hoc, en ocasiones por ingenuidad-conveniencia, y otras, por clientelismo. El resultado, el negocio se expande.

1 Zúñiga, D.(2022). Narco y crimen en América Latina: ¿por qué no se combaten en conjunto? Informe DW. https://p.dw.com/p/4FatD

2 Ladra, A. s/f. Un acercamiento al narcotráfico en Uruguay. Disponible en: https://eva.fder.udelar.edu.uy/pluginfile.php/75267/mod_resource/content/1/Un%20acercamiento%20al%20narcotr%C3%A1fico%20en%20Uruguay.pdf

3 Sociedades Anónimas Financieras de Inversión.

 

Narcotráfico por Cristina De Armas

No es la primera vez que escribo sobe narcotráfico, primero sobre la salida de la DEA del país en 2012, luego sobre seguridad donde ha cambiado la crónica policial diaria de los últimos años; muchos de nosotros sabíamos de descuartizamientos o gente quemada viva, de ajustes de cuentas por películas extranjeras. Bienvenidos a la realidad.

En mi nota anterior hablaba de medio ambiente y anunciaba que según los expertos ya no hay vuelta atrás, lamentablemente en el caso del narcotráfico debo decir lo mismo, ya no somos pasaje de sustancia, está instalado y no se irá. Es un negocio multimillonario y quienes lo comandan se identifican como empresarios y a menos que la justicia diga lo contrario, así serán tratados.

Hablando de justicia; algo que les identifica es su propio sistema de hacer justicia mucho más expedita y sin expedientes que la justicia convencional. No se trata sólo de un poder económico sino de un poder brutal que se imparte desde los barrios pobres a las más altas esferas. Llega a todos.

Se mete en el entramado social, como esperanza para salir de pobre para algunos, como forma de mantener el status social para otros, como ha sucedido con empresarios endeudados, con productores quienes han accedido a enviar droga en sus contenedores. Las clases bajas venden el hambre, las altas, la vergüenza.

Nuestro sistema de justicia, pelea.

Y la política en medio, nada menos que la política y ayer presenciamos una interpelación que es válida como recurso democrático pero que es como ver un partido sabiendo el resultado. Para el político lo importante no es decir que no es corrupto sino decir que los otros también lo son. La oposición de hoy tiene a su Morabito y ahora el oficialismo tiene a su Marset, uno al que se le deja una puerta abierta y otro al que se le da un pasaporte y todo tiene una explicación, nada termina de convencer y alguno se traga un sapo.

El presidente en silencio y una nueva encuesta le mantiene la imagen.

Pero sobre nuestro sistema político hay algo que debemos tener en cuenta. Hace mucho tiempo nuestra política pelea para que los empresarios, la gente con dinero no invada el sistema por fuera de los partidos políticos, sino que se institucionalicen. Lo mismo ha hecho con partidos nuevos, los revolucionarios por un lado y los militares por otro; dentro del sistema de una forma u otra todo se controla. Algunos dirán que es por el financiamiento, que los partidos quieren el dinero y a eso nunca dirán que no, pero también es una forma de proteger el sistema. En ningún país del mundo el narcotráfico ha mostrado interés en crear partidos e ir a elecciones, siempre han colocado testaferros en cargos puntuales, pero buscan la legitimación del sistema de partidos.

En el peor escenario que se pueda imaginar lector, esa es una garantía.

 

Las dos ciudades por Juan Pablo Grandal

 Una de las figuras más importantes tanto de la filosofía occidental como de la teología cristiana fue San Agustín de Hipona. Más allá de su en general muy prodigiosa vida y obra, quiero hacer referencia en lo relacionado con la temática de hoy a la que es probablemente su obra principal y más conocida, La Ciudad de Dios.

De forma muy resumida, en esta obra el autor nos relata como la historia de la humanidad puede ser entendida como un conflicto entre “dos ciudades”: la Ciudad de Dios; y la Ciudad del Hombre. La primera representando un reino en el que sus habitantes se dedican a la búsqueda y defensa de la Verdad, con la búsqueda de placeres materiales siendo algo secundario o ignorado; la segunda representa lo contrario, un reino en el que estos dos últimos elementos toman preponderancia y dominan la vida humana.

En su visión, ambas ciudades son opuestas, y están separadas férreamente. La Ciudad de Dios es el ejemplo de bien al que aspirar y sus enemigos deben ser combatidos, pero no debemos esperar ni de nosotros mismos ni de nuestros gobernantes estar a la altura de este reino celestial, está para siempre por fuera de nuestro alcance. Si se me permite hacer un uso un poco “creativo” de ciertas analogías, creo que algunos puntos de la realidad actual e histórica de nuestro país pueden ser mirados bajo la lupa de este último concepto.

Pintamos a nuestro país como un símil a la “Ciudad de Dios”, si se quiere, como una especie de paraíso terrenal (sobra decir que no somos los únicos en hacerlo). Y más aún en comparación con nuestros vecinos y ni que hablar el resto de Hispanoamérica. Este es un mecanismo ideológico y discursivo muy útil para quienes quieren extirparnos de nuestra región y hacernos mirar lejos de ella y de nuestros orígenes hispánicos hacia otros modelos en boga, sean cuales sean (republicanismo francés, socialismo soviético, etc.) y, cuando no, bajo el dominio de alguna potencia.

Pero este excepcionalismo no solo es negativo por sus usos políticos, también es simplemente falso. Puede ser cierto que tengamos y hayamos tenido en otras épocas una situación social muy favorable en comparación a nuestra región, nadie lo niega. Pero acá no somos inmunes a nada de lo que pasa en otros lugares. La respuesta a muchas de las preguntas planteadas en la temática de hoy es un rotundo NO. NO somos inmunes; NO estamos exentos de nada. Y lo peor: NO somos conscientes de NADA de esto.

Nos seguimos creyendo un estilo de “Ciudad Brillante sobre la Colina” al decir de Thomas Jefferson, por encima del resto. Pero hay una pequeña sorpresa que espera al oriental que sueña con panaceas foráneas. Europa tampoco está exenta de nada; Estados Unidos no está exento de nada; los regímenes socialistas no están exentos de nada. Las panaceas no existen. La Ciudad de Dios está en otro plano de la existencia; en el mundo terrenal existimos solo los hombres, y nuestras imperfectas creaciones. Y el delirio de creerse por encima de las problemáticas de otros pueblos a quienes consciente o subconscientemente consideramos inferiores, no ayuda, enceguece. Nada en este país nos hace inmunes, menos aún si estudiamos nuestra historia; no se nos llamaba “Tierra Purpúrea” por nada, tenemos una historia plagada por violencia de la más variada. Y no terminó porque algo haya despertado en nuestro ADN: el poder político se impuso y pacificó el país.

Como conclusión: no existen sociedades perfectas. Los marxistas se debieron desayunar de eso en 1991; muchos liberales empezarán a hacer lo propio mientras el orden liberal internacional continúa resquebrajándose; y muchos excepcionalistas uruguayos lo estarán haciendo ahora. Muchos en los 3 casos siguen y seguirán ineludiblemente con un balde en la cabeza, no hay duda. Pero esto no debe llevarnos a rendirnos ante la realidad. Las cosas pueden mejorar. Pero no porque seamos superiores a nadie, las naciones que avanzan socialmente lo hacen con esfuerzo, pragmatismo, y por sobre todo, voluntad. Pero primero hay que tirar al basurero de la historia para siempre esa idea de que “acá eso no pasa”: pasa, y hay que enfrentarlo.

 

El modelo por Sol Inés Zunin

Extractivista, agro-narco exportador, financiero.

El modelo de negocios que el poder real tiene para Uruguay apenas necesita de tierras, agua, estado viabilizador y subsidiador, mano de obra básica, barata y descartable -incluyendo victimas de trata- y el blindaje mediático cómplice, que mantenga todo en su sitio–en modo mostrar al presidente y su nueva tabla, para encubrir narcos o poner en duda el sufrimiento de los miles que comen en las ollas-.

¿Es inmune el aparato del estado a la infiltración de los narcos? No éste estado y no desde que la población aceptó una ley como la LUC que permite, en su art. 221, no declarar hasta 120 mil dólares por operación en efectivo, techo que antes estaba fijado en U$S 4000. No hacen falta muchas luces para comprender que esa modificación permite el lavado de activos. O sea, beneficia al narcotráfico.

Pocas luces

¿Uruguay es una excepción o pecamos de ingenuos? Excepción ninguna. Uruguay es parte y víctima del avance del modelo y de la ola de fake news que con total mala intención viene revolviendo el río para que en el agua embarrada no se distinga nada. Pero así como nadie puede alegar la propia ignorancia en su defensa, aducir ingenuidad tampoco lo salva de las consecuencias -que se cuentan en vidas-. Porque la ingenuidad, no necesariamente es hija de la bondad; también puede ser hija de la mezquindad o la avaricia. ¿Cuántas veces nos conviene mirar para otro lado porque confiamos en que el negocio de algunos pueda convertirse, con un poco de suerte, o de la operatoria correcta, en el negocio propio?

Una ingenuidad a la que le gusta creer en el noticiero y en que la creciente inseguridad se controla cerrando boquitas de pasta base. Una ingenuidad que aplaude como ejemplarizante que una mujer vaya presa por unos gramos de marihuana, pero acepta pasivamente que los responsables de un contenedor de droga sean exonerados. Ingenuidad que prefiere no atar cabos ni tomar conciencia del impacto que esos desbalances tendrán en su vida cotidiana.

La tormenta perfecta

Escuché hace unos días al sociólogo Nicolás Pena hablar sobre la investigación que realizó acerca del problema forestal. Lo que más me impacto fue que mencionara que ese modelo de negocio requiere de hombres jóvenes nómadas. Hombres cuya tarea consiste en trasladarse por grandes extensiones de campo deshabitadas, oscuras y silenciosas, atendiendo las plantaciones durante el día y pernoctando en lugares diferentes, cada noche. El cliente de whiskería perfecto. Los juegos del hambre de este modelo de sociedad apocalíptica.

Y entonces, sentimientos aparentemente encontrados, confluyen: gentes que dicen defender valores de familia no registran o creen que no les incumbe la militancia de las trabajadoras sexuales nucleadas en el sindicato OTRAS, que promueven una reforma de la ley de trabajo sexual que impida o dificulte la trata y, por lo tanto, nos proteja a todes, sus hijas, nietas, amigas, hermanas.

O sea, se puede ser cómplice y víctima a la vez, y sin darse cuenta -como estar talando la rama sobre la que se está parado-; pero ojo, no se puede serlo indefinidamente, porque no por boba la acción resulta menos acumulativa.

Sí, parece que se vienen los tiempos en que habrá que decidir entre seguir siendo, o dejar de ser, el peso muerto de la historia.

POR MÁS PERIODISMO, APOYÁ VOCES

Nunca negamos nuestra línea editorial, pero tenemos un dogma: la absoluta amplitud para publicar a todos los que piensan diferente. Mantuvimos la independencia de partidos o gobiernos y nunca respondimos a intereses corporativos de ningún tipo de ideología. Hablemos claro, como siempre: necesitamos ayuda para sobrevivir.

Todas las semanas imprimimos 2500 ejemplares y vamos colgando en nuestra web todas las notas que son de libre acceso sin límite. Decenas de miles, nos leen en forma digital cada semana. No vamos a hacer suscripciones ni restringir nuestros contenidos.

Pensamos que el periodismo igual que la libertad, debe ser libre. Y es por eso que lanzamos una campaña de apoyo financiero y esperamos tu aporte solidario.
Si alguna vez te hicimos pensar con una nota, apoyá a VOCES.
Si muchas veces te enojaste con una opinión, apoyá a VOCES.
Si en alguna ocasión te encantó una entrevista, apoyá a VOCES.
Si encontraste algo novedoso en nuestras páginas, apoyá a VOCES
Si creés que la información confiable y el debate de ideas son fundamentales para tener una democracia plena, contá con VOCES.

Sin ti, no es posible el periodismo independiente; contamos contigo. Conozca aquí las opciones de apoyo.

//pagead2.googlesyndication.com/pagead/js/adsbygoogle.js
Semanario Voces Simplemente Voces. Nos interesa el debate de ideas. Ser capaces de generar nuevas líneas de pensamiento para perfeccionar la democracia uruguaya. Somos intransigentes defensores de la libertad de expresión y opinión. No tememos la lucha ideológica, por el contrario nos motiva a aprender más, a estudiar más y a no considerarnos dueños de la verdad.