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En busca del teatro perdido

En busca del teatro perdido
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Una de las principales sensaciones con que el espectador se queda al terminar una función de Solo una actriz de teatro, obra de Gabriel Calderón dirigida por Levón, es la de haber participado de un viaje por la memoria de la actriz protagonista del espectáculo, Estela Medina. Y hablar de Medina es hablar de una figura mayor de una forma de hacer teatro que parece estar viviendo sus últimos estertores.

En un juegue de pliegues que se entretejen en el transcurso de la obra, el primer personaje que aparece en el escenario es una especie de asistente de la Medina, que revolverá sus papeles y le indicará al público que la actriz pronto aparecerá en el escenario. Pero claro, ese personaje es interpretado por Medina, que justamente actuando es que se manifiesta, y así, sin transiciones marcadas, emergerá la actriz hablando de su trayectoria, de su trabajo, de sus ideas acerca del teatro. Y sin grandes transiciones tampoco, de la Medina pasaremos a la Xirgu, la actriz catalana que en los primeros años de la década del cuarenta del siglo XX se instalara en nuestra ciudad, huyendo de la España de Franco, para marcar a fuego el temperamento de nuestra escena. Así, cual juego proustiano, los recuerdos de la Medina nos transportan por décadas en un viaje que llega hasta la España republicana en que la Xirgu era de las actrices favoritas de Lorca. Allí radica uno de los encantos del espectáculo, la sensación de estar en presencia de un puente temporal que nos lleva directamente a respirar el mismo aire que Xirgu, que Lorca. Y es que trabajar con Medina es trabajar con parte viviente de una tradición teatral que se impone por su sola presencia. Ya Mariana Percovich en su versión de Bodas de Sangre para la Comedia Nacional había trabajado sobre la memoria de Margarita Xirgu que la sola presencia física de Estela Medina generaba. Porque más allá de que Medina haya sido alumna predilecta de Xirgu, la conexión entre esas dos actrices parece ir más allá de una relación entre maestra y discípula. Hay una tradición que parece vivir en la Medina que forma parte de la atracción que tiene para muchos ver un espectáculo suyo, y también el rechazo.

 

Xirgu-Podestá

Hubo un teatro rioplatense, popular, originado en el picadero de los circos criollos, que pudo ser la sustancia medular de una tradición teatral propia. También hubo una tradición teatral propia, mestiza por supuesto, en esa mezcolanza de lenguas que nutría los sainetes criollos reproduciendo la vida de los conventillos donde vivían los sectores populares en las ciudades prostibularias que eran Montevideo y Buenos Aires a comienzos de siglo XX. Nada de eso, más allá de las recreaciones arqueológicas, parece haber sobrevivido a la llegada de Margarita Xirgu al Río de la Plata. El peso de la tradición teatral hispana que llegó con la Xirgu parece no haber dejado crecer mucha cosa a su sombra, y solo marginalmente otras experiencias siguieron desarrollándose. Y no hay que perder de vista que, como nos dijera Sergio Luján hace algunos años (Voces Nº 453), en la misma Europa el teatro que estaba haciendo Xirgu era contemporáneo a las búsquedas de Artaud, o a la emergencia del expresionismo. La propia España, de no haber sido por la Guerra Civil, seguramente hubiera desarrollado su tradición mucho menos museísticamente que lo que sucedió aquí, en el Sur, con esa tradición teatral española trasplantada, que redujo a la mínima expresión a las formas teatrales embrionarias de esta parte del mundo. Gráficamente, Luján afirmaba: “nuestra escuela (de arte dramático) podría llamarse Pepe Podestá, pero no, se llama Margarita Xirgu”.

 

Un teatro en extinción

Algunos pasajes de Solo una actriz de teatro reconocen posibles críticas. Incluso se puede detectar el rechazo a las mismas, menospreciadas como expresiones de impotente resentimiento, en versos como los siguientes:

“No regalen su odio señores/ Sean avaros con ese veneno precioso/ que deja un sedimento cuando pasa/ y que se pega y no sale sino con trabajoso afán/ tanto en quien lo toma como en quien lo da/ Costras de un óxido que se multiplica como un cáncer/ un hollín oscuro que nos resiente la respiración/ y cada vez que posamos allí nuestra atención/ como un remanso rencoroso ese petróleo resurge/ y nos hace odiar más y mejor./ Así permanecemos luego/ escupiendo el tostado resto de nuestros pulmones/ creyendo que vivimos/ cuando en realidad/ podridos/ hemos muerto”.

Pero si las estrofas son una respuesta quizá no del todo satisfactoria a una polémica con esta tradición teatral que solo superficialmente se ha desarrollado, sí ponen de manifiesto uno de los aspectos más relevantes del espectáculo, la poética de Gabriel Calderón, que explora formas acordes a esa tradición que de alguna forma está homenajeando, pero sin perder su propia personalidad estética. En ese sentido la obra camina por un sendero firmemente aferrado a la tradición teatral en extinción que representa la Medina, pero en el marco de la contemporaneidad de la escritura de Calderón. Lo paradojal, quizá, es que Calderón con esta obra se volverá un firme candidato a ganar el Florencio, un premio que otorgan quienes celebran esta tradición teatral que el joven dramaturgo anuncia, en el mismo espectáculo, próxima a desaparecer.

Volviendo al espectáculo, si hay una mímesis entre Medina y Xirgu que atraviesa la obra, al final la Medina se mimetiza con Guyunusa, la última charrúa, sobreviviente del genocidio que nos parió como país. Esos charrúas, que comenzaron a desaparecer con la llegada de los españoles (¿al igual que el teatro criollo con la llegada de la Xirgu?) ponen un fondo simbólico a la desaparición de una tradición teatral de la que la Medina es una de sus últimas representantes.

Por supuesto, hay incondicionales de Estela Medina que aplauden solo su presencia en el escenario, incluso en espectáculos lamentables como En la laguna dorada. Pero Solo una actriz de teatro otorga la posibilidad de que la actriz vuelva por sus fueros y reciba un aplauso digno de su trayectoria. Hay que ver este espectáculo, por el trabajo de la actriz, pero también por las múltiples posibilidades de lectura que ofrece, por la capacidad de ponernos a nosotros a dialogar casi que mano a mano con esta tradición teatral. Lo que se haga luego con eso es problema de cada espectador.

 

Solo una actriz de teatro. Texto: Gabriel Calderón. Dirección: Levón. Con: Estela Medina. Escenografía y luces: Claudia Sánchez. Vestuario: Soledad Capurro. Banda Sonora: Fernando Condon. Producción general: Laura Pouso, Ignacio  Fumero  (Reverso).

 Funciones: viernes a las 20.30, del 12 de mayo al 23 de junio. Sala César Campodónico del Teatro El Galpón

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.