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Entrevista a Ruperto Long

Entrevista a Ruperto Long
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El escritor Ruperto Long acaba de presentar su libro “Éramos tres niños perdidos en la niebla”, inspirado en hechos reales, con el Holocausto y con la Segunda Guerra Mundial como telón de fondo.

¿Qué tiene que tener una historia que llega a tus manos para que decidas transformarla en un relato literario?

Ser emotiva, contener enigmas que el lector quiera descifrar, poseer detalles sorprendentes, hacer reflexionar y -sobre todo- tener mucha luz, transmitir esperanza. Una novela es una intensa comunicación de corazón a corazón. Pero también es importante lo que permanece cuando damos vuelta la última página, bajamos el libro y nos quedamos pensando.

¿Cómo surge la idea de escribir este “Éramos tres niños perdidos en la niebla”?

Los niños son héroes del Holocausto. Lo dijo Nathalie Zajde. Pero lo que yo descubrí con esa niña belga que me conquistó el corazón, la pequeña Charlotte de La niña que miraba los trenes partir, fue la fuerza y la fascinación de la mirada de los niños. Una mirada a la vez inocente y corajuda. Capaz de sobrellevar circunstancias extremas con enorme dignidad. Algo a lo que antes solo me había asomado a través de la lectura, por medio de obras como Últimos testigos de Svetlana Alexiévich.

Y fue el buen suceso del libro de La niña… que condujo a que me llegaran muchas historias. Entre ellas la de los niños que se refugiaron en el Consulado de Uruguay en Hamburgo durante la Noche de los Cristales Rotos (la historia de Lizzy). O la de los niños judíos atrapados en Croacia, que son protegidos mediante una conjura inverosímil de diplomáticos y militares italianos (como Riki). Pero la argamasa del relato provino de un “niño” (Alex) que hoy vive entre nosotros, que solía veranear en los Cárpatos con sus amigos, hasta que la oscura niebla -la guerra y las persecuciones que se abatieron sobre Europa y buena parte del mundo en aquellos tiempos- los separó durante años.

¿Cómo fue el proceso de reconstrucción de estas historias?

Como siempre, me apoyé en tres fuentes: testimonios, documentos y lo que yo llamaría “imaginación con anclaje en la realidad”. Recoger testimonios es siempre un ejercicio fascinante. Es sumergirse en otro tiempo y escuchar lo que sucedía por boca de sus protagonistas. Entre otros: Adolfo Kaminsky (“el falsificador de París” de la Resistencia Francesa, que estuvo cara a cara con Alois Brunner), Marcel Ruff (el voluntario mexicano-guatemalteco de origen judío que cruzó el océano para pelear junto a De Gaulle), Nélida Rivas (nieta del cónsul en Hamburgo Florencio Rivas, que vivía en Alemania en ese tiempo), Maddalena Castellani (hija del diplomático Vittorio Castellani, que vivió de muy niña lo que sucedía en Italia) y, en particular, Alejandro Landman, ese niño polaco de Stanislawow que luego de la guerra emigró a Uruguay con su mamá, y que nos regala el maravilloso personaje de Alex.

¿Cómo se van entremezclando los datos reales con los detalles de ficción?

Yo respeto mucho los datos reales, documentales. Sé que hay visiones distintas de otros colegas, pero la mía va por allí. Sobre esa base fáctica construyo la estructura de la novela. Pero luego al relato hay que dotarlo de sentimientos, emociones, detalles (como decía Mies van del Rohe: “en los detalles se esconde el diablo, pero también es posible encontrar a Dios”). Allí es que los testimonios son de enorme valor, pero deben ser complementados por la imaginación. Sobre todo en relación a los protagonistas que ya no están con nosotros. ¿Qué pensaban? ¿Qué sentían? ¿Qué ilusiones tenían?

¿Qué desafíos te significó este último libro?

Tener que abordar escenarios muy diversos: Hamburgo, la Normandía, París, Polonia en la frontera con Ucrania, Roma, Croacia, Mostar. Cada uno con su historia a cuestas y las singularidades de su población y su geografía. Y asimismo ser capaz de mostrar ambas caras de lo que sucedía. La más noble, la que nos emociona y nos mueve a solidaridad, y también la más abyecta. Pero así fueron las cosas. Y el novelista tiene que hacer el esfuerzo de ponerse en los zapatos de cada uno.

¿Sentís que hay temas como la Segunda Guerra Mundial o el Holocausto en los que aún quedan historias por contar?

Por supuesto. Medidos a escala humana, podemos decir que esos dramas son infinitos, inagotables. Cada historia tiene sus particularidades, su poder de atracción, un detalle que nos atrapa, algo que dispara nuestra imaginación. Seguirán apareciendo historias que nos cautivarán.

 

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