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Eppur si muove: La Leyenda de Galileo por Dr. William E. Carroll

Eppur si muove: La Leyenda de Galileo por Dr. William E. Carroll
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La historia reciente publicada en Nature sobre el descubrimiento de un manuscrito en el cual Galileo había editado pasajes de una carta de 1613 a su colega Benedetto Castelli para evitar los temas teológicos que podrían parecerles sospechosos a la Inquisición en Roma, siguen recordándonos la fascinación que tiene el mundo moderno con la historia de Galileo y la Iglesia Católica. Si bien el descubrimiento del manuscrito es nuevo, he publicado durante más de 20 años un análisis de los cambios que realizó cuando amplió la carta de 1613 en la famosa Carta a la Gran duquesa Christina de Toscana. Con la intención de establecer el contexto para una evaluación del encuentro de Galileo con la Inquisición, me gustaría ofrecer una sinopsis de lo que ha sido llamado como el “Asunto Galileo”.

Galileo Galilei nació el 15 de febrero de 1564. Fue el mismo año en el que muere Miguel Ángel y nace Shakespeare. Fue veintiún años después de la publicación del tratado de Copérnico sobre la astronomía heliocéntrica, y cuarenta y siete años después de la aparición de las 95 tesis de Lutero y el comienzo de la Reforma protestante. Un año antes del nacimiento de Galileo tuvo lugar la última sesión del Concilio de Trento. La destrucción de la unidad religiosa de Europa y las subsiguientes guerras de religión constituyeron el mundo en el cual transcurrió toda la vida de Galileo.

En 1609, Galileo, con su nuevo telescopio observó los satélites de Júpiter, las montañas de la luna y las innumerables estrellas de la Vía Láctea. Galileo presentó estos descubrimientos en el Sidereus Nuncius (El mensajero sideral), publicado al año siguiente en marzo de 1610. Como resultado de la revelación de estos nuevos fenómenos celestes nuestra visión del universo – y de nuestro lugar en él – cambió para siempre. El recuento de los ‘nuevos cielos’ (novità celesti) descriptos por Galileo fue acompañado muy rápidamente por discusiones sobre sus aparentes implicancias para la ciencia, la filosofía y la teología. Desde principios del siglo XVII hasta nuestros días, las implicancias culturales de los descubrimientos de Galileo siguen siendo motivo de controvertidos debates y discusiones.

Hay pocas imágenes más poderosas del mundo contemporáneo que la que un humillado Galileo, de rodillas frente a los cardenales de la Sacra Romana y Universal Inquisición, forzado a admitir que la Tierra no se movía. Es una imagen de fe ciega, literalismo bíblico, superstición, y autoritarismo arrogante suprimiendo la ciencia y la búsqueda de la verdad. Sin lugar a dudas, este retrato ocupa un lugar predominante en la imagen que el mundo moderno tiene de la relación entre ciencia y religión.

Dirigiéndose a la Pontificia Academia de Ciencias en 1992, el papa Juan Pablo II, destacó que los teólogos de la Inquisición que condenaron a Galileo no lograron distinguir apropiadamente entre las particulares interpretaciones de la Biblia y las cuestiones pertinentes de hecho a la ciencia. Juan Pablo II observó que una de las desafortunadas consecuencias de la condena de Galileo es que fue usada para reforzar el mito de una incompatibilidad entre fe y ciencia. Que tal mito estaba vivo fue inmediatamente puesto en evidencia en la manera en que la prensa describió el evento en el Vaticano. El titular de la primera plana del The New York Times fue un fiel representante: ‘Después de 350 años, el Vaticano dice que Galileo tenía razón: la Tierra se mueve”.

La historia en The New York Times ofrece un excelente ejemplo de persistencia y poder del mito. En 1992, el diario afirmó que las observaciones de Juan Pablo II podrían ‘rectificar uno de los errores más infames de la Iglesia – la persecución del astrónomo y científico italiano por probar que la Tierra se mueve alrededor del Sol’. Repetidamente, en discusiones sobre la actitud de la Iglesia Católica hacia la ciencia, o sobre afirmaciones concernientes a cambios fundamentales en las enseñanzas de la Iglesia, el caso Galileo sirve como evidencia para la posición de que la Iglesia fue hostil hacia la ciencia y que la Iglesia alguna vez enseñó lo que ahora niega, por ejemplo: que la Tierra no se mueve. En debates presentes sobre clonación o investigaciones en células madre, a menudo quienes están a favor de estas investigaciones comparan la oposición a éstas al comportamiento de la Inquisición con Galileo. Dada la persistencia de la leyenda del encuentro de Galileo con la Inquisición, es importante recordar algunos aspectos fundamentales del ‘Asunto Galileo’, que pueden ayudarnos a responder al uso ideológico de tal leyenda.

Las observaciones telescópicas de Galileo le sirvieron bien en su defensa del movimiento de la Tierra. Sin embargo, cuando hablamos de la defensa por parte de Galileo del movimiento de la Tierra, debemos ser especialmente cuidadosos al distinguir entre argumentos a favor de una posición y argumentos que demuestran una posición como verdadera. Galileo no demostró que la Tierra se movía alrededor del Sol. De hecho, Galileo y la Inquisición aceptaban el ideal de demostración científica que requería que la ciencia fuese conocimiento cierto y verdadero en término de causas necesarias, no de conclusiones de argumentos hipotéticos o probabilísticos, que hoy aceptamos como ciencia. El mismo Galileo no creía que sus observaciones ofrecieran evidencia suficiente para demostrar que la Tierra se movía. Esperaba, eventualmente, probar terminantemente este movimiento argumentando que el doble movimiento de la Tierra era la única causa posible del movimiento de las mareas oceánicas. Pero no tuvo éxito en esto.

El Cardenal Roberto Bellarmino, teólogo jesuita y miembro de la Inquisición, le dijo a Galileo en 1615 que, si hubiese una verdadera demostración del movimiento de la Tierra, entonces la Iglesia debería abandonar la lectura tradicional de los pasajes bíblicos que parecían ser contrarios. Sin embargo, en la ausencia de tal demostración, y en el medio de las controversias por la Reforma Protestante, el Cardenal solicitó prudencia y tratar a la astronomía copernicana simplemente como un modelo hipotético que daba cuenta de los fenómenos observados. No era doctrina de la Iglesia que la Tierra no se movía. Si el Cardenal hubiera pensado que la inmovilidad de la Tierra era una cuestión de fe, no podría haber argumentado, como hizo, que pudiera ser posible demostrar que la Tierra no se movía.

Los teólogos de la Inquisición junto con Galileo aceptaban el antiguo principio católico de que, dado que Dios es el autor de toda verdad, las verdades de la ciencia y las verdades de la revelación no pueden ser contradictorias. En 1616, cuando la Inquisición le ordenó a Galileo que no sostuviera o defendiera la astronomía copernicana, no había ninguna demostración del movimiento de la Tierra. Galileo anticipaba que tal demostración surgiese en el futuro, los teólogos no. Parecía obvio para los teólogos de Roma que la Tierra no se movía y, dado que la Biblia no contradecía las verdades de la naturaleza, los teólogos concluyeron que, según ciertos pasajes en la Escritura como el del libro de Josué en el que el Sol se mantuvo quieto, la Biblia debía ser leída como afirmando que la Tierra no se movía. El análisis de estos teólogos procedía de la suposición errónea de que obviamente es científicamente verdadero que la Tierra está quieta en el centro del universo.

La Inquisición no pensó que estaba requiriendo que Galileo eligiera entre fe y ciencia. Tampoco, dada la ausencia de conocimiento científico acerca del movimiento de la Tierra, Galileo pudo haber creído que se le pedía hacer tal elección. Es importante recordar que Galileo y la Inquisición creían que la ciencia era conocimiento absolutamente cierto, garantizado por rigurosas demostraciones. Estar convencido de que la Tierra se mueve es muy diferente de saber que se mueve.

El decreto disciplinario de la Inquisición fue poco sabio e imprudente: pero lo que hizo fue subordinar la interpretación de ciertos pasajes de la Biblia a una cosmología geocéntrica, que eventualmente fue rechazada. ¡Tal acción es justamente lo opuesto a la ciencia sometida por la fe!

En 1632 Galileo publicó su Diálogo sobre los principales sistemas del mundo, en el que mantenía el sistema copernicano. Como resultado Galileo fue acusado de desobedecer el decreto de 1616 por el cual no debía defender la astronomía copernicana. El decreto de la Inquisición, aunque desacertado, sólo tiene sentido si reconocemos que la Inquisición no veía ninguna posibilidad de conflicto entre ciencia y religión, las dos entendidas apropiadamente. En 1633, la Inquisición, para asegurarse de la obediencia de Galileo, le requirió que pública y formalmente afirmara que la Tierra no se movía. Galileo, reacio, accedió. Desde el principio hasta el fin, las acciones de la Inquisición fueron disciplinarias, no doctrinales, aunque estaban fundamentadas en las nociones erróneas de que era herético afirmar que la Tierra se movía. Las nociones erróneas siguen siendo simplemente nociones; las opiniones de los teólogos no son lo mismo que la doctrina de la Iglesia. Aunque errada, la Inquisición disciplinó a Galileo, pero debemos recordar que la disciplina no es la doctrina.

Una fuente importante de la imagen de que el Asunto Galileo sigue siendo un capítulo central en la larga historia del estado de guerra entre ciencia y religión puede ser encontrada en los debates sobre la recepción de la teoría darwiniana de la evolución de finales del siglo XIX. Era, y es, fácil usar como ejemplo la ‘persecución’ de Galileo por parte de la Inquisición como una herramienta ideológica en el ataque contra los opositores religiosos de la evolución. Dado que era obvio para finales del siglo XIX que Galileo tenía razón, era útil verlo como el gran campeón de la ciencia en contra de las fuerzas de la religión dogmática. Los defensores de la teoría de la evolución eran vistos como Galileos modernos, mientras que los opositores eran vistos como los inquisidores modernos. Los opositores a la declaración del dogma de la infalibilidad papal en el Primer Concilio Vaticano (1870) usaron el Asunto Galileo para mostrar lo absurdo que ellos consideraban tal declaración. ¿Acaso no habían sido los papas quienes solemnemente proclamaron que la Tierra no se movía? Quienes proponían la unificación de Italia se vistieron en las mantas del Asunto Galileo y vieron la oposición del Vaticano como la misma oposición a la nueva ciencia de Galileo.

La persistencia de la leyenda de Galileo, y de la imagen de estado de guerra entre ciencia y religión, es el resultado del rol constitutivo que tal leyenda obtuvo en la manera en que el mundo moderno comprende lo que quiere decir ser moderno. Aún hoy la leyenda de Galileo sirve como arma ideológica en debates acerca de la relación entre ciencia y religión. Es precisamente porque la leyenda ha sido un arma tan efectiva que aún persiste.

No hay ninguna evidencia de que cuando Galileo accedió a la demanda de la Inquisición a que renunciara a sostener que la Tierra se movía, haya dicho por lo bajo eppur si muove (sin embargo se mueve). Lo que sí continúa en movimiento, a pesar de las evidencias, es la leyenda de que Galileo representa a la razón y la ciencia en conflicto con la fe y la religión. Galileo y la Inquisición compartían los primeros principios acerca de la naturaleza de la verdad científica y la complementariedad entre ciencia y religión. En la ausencia de conocimiento verdaderamente científico de que la Tierra se movía y con la firme, aunque errónea, seguridad de que no lo hacía, la Inquisición requirió que Galileo afirmara que la Tierra no se movía. Aunque fuese imprudente insistir en tal requerimiento, la Inquisición no le pidió a Galileo que eligiese entre ciencia y fe.

 

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