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Erdogan, Trump y la Divina Comedia por Susana Mangana

Erdogan, Trump y la Divina Comedia  por Susana Mangana
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El anuncio del Presidente Trump el pasado 6 de octubre de la retirada de las tropas estadounidenses del norte de Siria sirvió de preámbulo al aviso de su homólogo turco Recep Tayip Erdogan de una ofensiva militar en territorio sirio. Concretamente en los tres cantones que constituyen lo que las milicias kurdas, conocidas en la prensa internacional como Unidades de Protección Popular (YPG) denominan Rojavá o el Kurdistán occidental en su lengua.

Esta operación ha sido bautizada “manantial de paz” a pesar de que implica bombardeos e invasión terrestre con tanques de guerra y hombres armados que necesariamente ocasionarán destrucción y muerte a su paso.

Por si hubiera pocos desplazados y refugiados de la guerra de Siria, 13 millones y medio, en estos días somos testigos de nuevos desplazamientos de personas que huyen con lo justo, envueltos en una sensación de pérdida, frustración y rabia por la injusticia que vuelven a vivir. Según el último informe de la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) más de 160.000 civiles se han visto forzados a abandonar sus hogares, convirtiéndose así en desplazados forzosos internos.

No es la primera vez que el Presidente Erdogan ordena una operación en territorio sirio, supuestamente para desalojar milicianos kurdos, tildados todos de “terroristas”, de zonas aledañas en Siria. En 2016 una operación similar sobre el norte de Siria ocasionó 2.000 muertos, la mayoría civiles. En 2018, aprovechando otro anuncio del Presidente Trump sobre una posible retirada estadounidense, Erdogan estuvo dispuesto a lanzar otra campaña bélica para evitar que los kurdos sigan consolidando su proyecto político de establecer un modelo federal laico en una región habitada por minorías étnicas y religiosas como son armenios, árabes, kurdos, cristianos, musulmanes y yazidíes.

Desgraciadamente podemos comprender, que no significa compartir ni aceptar, la preocupación de un presidente autoritario y con veleidades imperialistas, como Erdogan, por más que haya sido elegido democráticamente, por evitar que los kurdos al otro lado de su frontera sur puedan alcanzar un grado de autonomía que aliente las ansias de liberalización política y separatismo de los kurdos residentes en Turquía, que suman la nada desdeñable cifra de 15 millones de personas. Lo que resulta incomprensible es la apatía y la tibieza de la reacción de la comunidad internacional que no parece, o no quiere, comprender el alcance de esta operación, en lo que es ya un nuevo desatino en la despiadada guerra de Siria.

Erdogan justificó el operativo argumentando que tiene que crear una zona segura, de 32 kilómetros de ancho por 480 km de largo, para devolver a territorio sirio a gran parte de los refugiados que alberga desde el estallido de la guerra en Siria en 2011. Los mismos refugiados, 3,6 millones hasta la fecha, con los que ahora chantajea a la Unión Europea, en caso de que esta institución ose criticar el operativo manantial de paz. Esta es una perla más en el rosario de disparates en los que han incurrido principalmente los artífices de esta situación, Trump y Erdogan.

El primero, verborrágico incorregible al querer justificar con argumentos errados el porqué de su retirada y consiguiente abandono de su aliado en la lucha contra el terrorismo de Daesh. Además de no ser cierto que los kurdos no lucharan del lado de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, tampoco debería ser ese el pretexto por el que se traiciona hoy a un pueblo que viene soportando acciones desleales de las grandes potencias desde hace al menos un siglo.

Por su parte, el presidente Erdogan no disimula su desprecio por los anhelos del pueblo kurdo de concretar un proyecto de autonomía que les permita el autogobierno, sea en Irak, Irán, Siria o Turquía, las principales naciones donde se encuentran diseminados a falta de un Kurdistán independiente. Y es que el pueblo kurdo, originario de Medio Oriente, suma entre 45 y 55 millones de personas, contando los que se encuentran en el exilio en Europa, Canadá y Estados Unidos. Son por tanto el pueblo más importante sin Estado de aquella región.

Más allá de declaraciones ambiguas y a todas luces tímidas de países europeos y organismos como Naciones Unidas y OTAN, la comunidad internacional, permanece a la espera del desarrollo de los acontecimientos para decidirse a condenar enérgicamente la invasión turca, que a la sazón no cuenta con autorización del Consejo de Seguridad de ONU. No hay razones, por tanto, para esta intervención armada que trae aparejada una espiral de violencia difícil de controlar.

La operación iniciada por Turquía constituye una flagrante violación al derecho internacional, especialmente a la soberanía de un territorio independiente como es Siria y en última instancia podría constituir una campaña de limpieza étnica al erradicar de dicho territorio a los dos millones de kurdos que allí residen desde hace siglos, amén de alterar el equilibrio demográfico entre minorías, desplazando a millones de sirios árabes a los territorios vaciados de población kurda.

¿Cómo es posible que sociedades democráticas permanezcan en silencio ante este tipo de ignonimias que nos alejan de la paz y la seguridad que tanto pregonamos?

Esto último sólo se explica por el contexto internacional desfavorable a aceptar más migrantes, especialmente refugiados y porque todavía pesa el desconocimiento occidental respecto de la gran diversidad étnica, religiosa y cultural existente en Oriente Medio. Seguimos inmersos en una lógica de tabla rasa. Así, asimilamos el Islam a lo árabe, cuales sinónimos que no son y se percibe todo lo que provenga del mundo musulmán en clave de amenaza.

Occidente se permite desconocer los entresijos de estas fricciones geopolíticas que conllevan sufrimiento para millones de personas y que finalmente constituyen un caldo de cultivo idóneo en el que medran los resentimientos y frustraciones que fustigan después la voluntad de revancha de agrupaciones varias que instrumentalizan el Islam.

El Presidente Trump ha traicionado a los kurdos tal como hicieran antes otros mandatarios como Woodrow Wilson y Stalin. Sin duda el anuncio de Trump tomó por sorpresa a los propios republicanos, generando disenso y división entre sus propias filas.

Entretanto, Rusia aprovecha el vacío dejado por la retirada de Estados Unidos de sus posiciones en el norte de Siria y colabora junto con el Ejército de Siria en frenar el avance de tropas turcas hacia la ciudad   estratégica de Manjib. Irónicamente los kurdos deben ahora solicitar apoyo a Damasco para defenderse de Turquía, el cual no estará exento de concesiones al régimen de los Asad.

Si bien la preocupación a nivel internacional está centrada en un posible resurgimiento del autoproclamado Estado Islámico o Daesh por su acrónimo en árabe, el verdadero cambio geopolítico en la región es el ascenso del poder y la influencia de Putin en Medio Oriente.

La Convención para la prevención y sanción del genocidio estipula que los estados tienen el deber de prevenir este delito. El alcance de este deber, según el derecho convencional y consuetudinario, está determinado por el estándar de diligencia debida, la cual se compone de elementos objetivos y subjetivos. Así pues, Estados Unidos tiene la obligación de recurrir a todos los medios a su alcance para evitar, o en su defecto frenar, un genocidio.

Erdogan, antaño elogiado por sus socios europeos como modelo de islamismo moderado, había iniciado en 2012 negociaciones con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán, PKK, hoy anuladas. La situación crítica en la interna de Turquía, una economía extenuada por el gasto militar, un debilitamiento político patente en las últimas elecciones municipales de este año y la propia deriva autoritaria iniciada tras el fallido golpe de Estado de 2016, dieron rienda suelta a un nacionalismo neo-otomano. Aun así, pesan las incógnitas; ¿qué negoció Trump con Erdogan antes de su retirada? ¿tendrá que ver con el caso del periodista saudí asesinado Jamal Jasogi?

Iniciada la ofensiva turca se divulgó una carta, poco convencional, de Trump a su homólogo turco, en la que le advertía, en tono coloquial que no fuera ni tonto ni se convirtiera en un demonio. Presionado por sus correligionarios Trump ordenó a su vicepresidente Mike Pence visitar la semana pasada a Erdogan con quien negoció un alto al fuego de 120 horas para permitir un corredor humanitario. Esta tregua fue incumplida.

Turquía sigue siendo un socio de la UE y miembro de OTAN. Ya sólo por esta razón Trump tiene formas de parar la operación turca en el norte de Siria y enmendar así una traición que sitúa a Estados Unidos en el noveno círculo del Infierno de Dante, reservado para aquellos que traicionan.

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