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Espejito, espejito, ¿quién es el más liberal?

Espejito, espejito, ¿quién es el más liberal?
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Al producirse a fines de 2015 el triunfo electoral de Cambiemos, que llevó a la presidencia a Mauricio Macri en Argentina, varios dirigentes políticos de primer nivel de nuestro país celebraron con entusiasmo la noticia.

Tres años después los datos económicos y sociales que llegan de la vecina orilla son alarmantes. Días pasados se conoció el índice de pobreza, que arroja un crecimiento de dos millones ochocientas mil personas que se sumaron a esta espantosa estadística, para alcanzar la cifra de casi trece millones. La deuda externa ha crecido sin parar hasta que desaparecieron quienes le presten al país; la desocupación aumenta; el peso argentino ha perdido su credibilidad y se devalúa constantemente; la actividad industrial cae persistentemente; y el ciclo de ajuste promete no acabar más.

¿Son iguales nuestros liberales a los argentinos? ¿En qué se diferencian? ¿La celebración por la afinidad ideológica es una alerta a tener en cuenta en este año electoral? ¿Los resultados argentinos son hijos de la libertad de mercado? ¿Es viable abrirse al mundo mientras muchos de los países poderosos se cierran? ¿Los que antes festejaban con Macri, hoy toman distancia?

 

Las apuestas del presente por José Manuel Quijano

¿Los penosos resultados económicos y sociales argentinos son hijos de la libertad de mercado? Los malos resultados que cosecha Macri son, como varias veces se ha señalado, fruto de la herencia recibida (¿40%?), de la mala gestión liberalizadora (¿50?) y de la poca suerte (¿10?).(Los porcentajes son del autor) La herencia de los K era un dato conocido y sus características más notorias también: tarifas y tipo de cambio rezagados,  subsidios imposibles de sostener por más tiempo, situación fiscal muy comprometida, grietas política e incipientemente social. Salir de esa situación, sin costo político, social y económico, era una tarea muy difícil, por no decir imposible. El costo acechaba a la vuelta de la esquina.

El otro componente, quizá el dominante, fue la mala gestión de Macri y de sus equipos. Generaron la expectativa de que, con el solo triunfo electoral de Macri, ingresarían capitales a raudales. No fue así, al punto que alguno de los ministros hizo saber que él no había repatriado capitales y no lo haría hasta que no tuviera más certezas (certezas que nunca llegaron). Optaron por la reducción de tributos y hasta anunciaron que eliminaban las detracciones a las exportaciones de soja que, en los hechos, no se pudo llevar a cabo salvo de manera muy parcial (tan grande era el disparate que el FMI se permitió señalar que eso era inviable desde el punto de vista fiscal). A poco andar ingresaron en un círculo perverso: los capitales seguían saliendo y para no cerrar el grifo se recurrió a un macro endeudamiento con el FMI que, aunque el lector no lo crea, van a tener que pagarlo alguna vez. En 2018 la economía se contrajo y todavía están en veremos los números de 2019.

Además, se inclinaron hacia “la apertura de los mercados”, convencidos de que ahí estaba el camino para hacerse competitivos y poderosos exportadores (¿de qué?), siguiendo la sanata de que la apertura es la clave para el desarrollo. Lamentablemente se saltearon la bolilla de que más del 50% del comercio mundial de bienes es administrado intrafirma y de que, según la UNCTAD, el 80% de todo el comercio mundial se canaliza entre empresas vinculadas en cadenas globales de valor. ¿Será esa “apertura al mundo” el camino para integrarse a cadenas globales de valor? Quizá si Argentina se trasladara al sudeste asiático y aceptara sus reglas de juego. Pero como sigue estando por aquí, las probabilidades son muy pocas.

También es evidente que el momento para la apertura no podía ser más desafortunado: EEUU, China y la UE se inclinaban, y siguen inclinados, hacia el proteccionismo.

Es bueno decir que hay políticas liberales en manos de cuadros competentes que no conducen necesariamente hacia el desastre macrista, aunque suelen tener otras consecuencias no deseadas.  Pero también las hay, lamentablemente, en manos de amateurs incompetentes.

¿Es viable abrirse al mundo mientras muchos de los países poderosos se cierran?  Abrirse al mundo ha sido siempre una necesidad. No se puede vivir aislado del mundo. Lo que parece un desatino es pregonar e impulsar acuerdos de libre comercio del tipo de los que proponía (a carpeta cerrada) EEUU en el pasado. En esos acuerdos han ingresado las barreras a la entrada modernas para los productos manufacturados y para los servicios complejos. Solo así se explica que nuestros hermanos chilenos, los reyes de los TLC desde hace mucho tiempo, sean exportadores principalmente de cobre y cada vez menos procesado. En 2002 los minerales y metales significaban 43.2% de las exportaciones totales de bienes; en 2013 llegaban a 60.7% y en 2015 alcanzaban 55.1%. Sin duda Chile habría conocido el boom exportador de cobre sin necesidad de TLC alguno. Y entonces vale preguntar si la suya fue una buena apuesta.

Durante mucho tiempo (quizá ingenuamente) algunos creíamos que podíamos sortear ( o mitigar) la  dificultad con acuerdos regionales.  La historia ha demostrado que no, por una gran cantidad de razones que no es del caso recordar aquí.  Y ahora, basta mirar la situación del presente con Macri a un costado y Bolsonaro del otro (el primero mejor que el segundo, por cierto) para abandonar, al menos por un tiempo, toda esperanza.

Por algún tiempo (no corto) todo indica que seguiremos siendo productores y exportadores principalmente de primarios. Y entonces un acuerdo convencional de comercio “con el mundo” tendrá por todo significado vender el producto primario sin desventaja respecto a un competidor que logró menos aranceles (o menos barreras no arancelarias). Claro que para pegar ese saltito habrá probablemente que acordar en propiedad intelectual, servicios, compras gubernamentales, comercio electrónico, tribunales del CIADI para inversiones, y todo lo que el lector imagine para que este país continua girando en una irrelevante periferia.

Encontrar a los socios con los cuales negociar para evitar este destino que parece ineluctable y tener elaborada la propuesta que resulte atractiva para ambas partes, ese es uno de los retos del presente.

 

Espejos; pero cada uno en su juego por Gustavo Melazzi

 

Felicitemos a los neoliberales por su éxito en difuminar diferencias con los liberales. Filosóficamente, éstos defienden una serie de valores del individuo muy compartibles; los primeros, desde Mont Pèllerin, focalizan el concepto de libertad exclusivamente en la libertad del mercado.

De allí lo de “neoliberales” y su secuela de políticas económicas en defensa a ultranza del capitalismo y desdén por su impacto en los individuos.   A partir de una matriz básica de propuestas las adaptan según los países y sus realidades.

La coyuntura argentina muestra una importante recesión; un piso inflacionario de 42% mientras los salarios aumentan entre 18 y 25%; una poda de jubilaciones; el dólar no tiene techo; ¡reincorpora algo las retenciones!; por tercer año la desindustrialización continúa; los dólares prestados por el FMI –ya reticente- rápidamente fugaron.

Una larga serie de cambios de rumbo y personajes en el gobierno es notoria, aunque siguen predominando los “CEO”. Sugiere que al ganar las elecciones, “se la creyeron” y pensaron que tenían vía ancha para sus objetivos pecuniarios.

¿Errores de la política económica? No; es la aplicación de los conocidos ajustes neoliberales, sobre todo en el Presupuesto, salarios y jubilaciones. Su objetivo es impulsar una recesión para mejorar sus tasas de ganancia, y reservar fondos para el pago de intereses de la creciente deuda externa.

En el fondo, una reestructuración de la economía. Bajos salarios; una inserción internacional parasitaria, donde el tema clave de la canalización de la renta agropecuaria, minera y de los combustibles ya no es a una industria ni la redistribución de ingresos sino a la fuga de capitales. El control de la economía por la deuda es abrumador; su máximo e inquietante ejemplo: Grecia.

La otra clave de la disputa es el movimiento popular. Luego de un período de bonanza que alimentó esperanzas, su abrupto quiebre genera frustración, que ante la difícil coyuntura conduce a la protesta social. Se rememoran situaciones caracterizadas por el Consenso de Washington; se comienza a cuestionar el conjunto de la política.

Conocemos el escenario uruguayo. La desindustrialización ocurrió antes; nuestra economía está primarizada y los mismos problemas con la renta agropecuaria; fin de la bonanza; restricciones presupuestales; salarios sin aumentos; vivimos de la deuda; el capital extranjero es un paradigma. La reestructuración económica ya está más avanzada.

Muy institucionalizados, no ocurren “estallidos” como en Argentina; un movimiento popular más consolidado lleva a que los conflictos de clase sean atemperados.

Si bien nuestros neoliberales comparten la matriz de políticas globalizadoras, el propio desarrollo popular conduce a la morigeración, al disimulo de su difusión y compromiso público.

En conclusión: “¿Espejito, espejito?” No se lo crean. Y la clave siempre está en el movimiento popular.

 

Liberales de esta orilla por William Yohai

¿Que se proponía, y está ejecutando Macri?

Liberalizar las finanzas

Eliminar las retenciones a las exportaciones

Privatizar lo poco que no lo estaba ya, en primer lugar, los fondos jubilatorios

Ajustar los salarios para recomponer la tasa de ganancia del capital

Abrir la economía, o sea liberalizar el comercio

¿Y el Frente Amplio en Uruguay?

Para cualquier observador informado el programa macrista marcha viento en popa en nuestro país. Y no es nuevo.

Agreguemos: desmantelamiento del orden constitucional para favorecer a UPM, desde la educación pública y la legislación laboral vigente hasta la gentil donación de más de 4.000 millones de dólares y, encima, desgravación absoluta de ganancias. La mayor renuncia de soberanía desde la guerra de la triple alianza.

La crisis argentina es real… ¿accidente o efecto buscado? Hay que recomponer la tasa de ganancia del gran capital, golpeada por la persistente crisis económica internacional y la baja productividad de las economías “emergentes”. Para ello es esencial bajar los salarios reales. Y hay dos métodos: en dictadura los palos, en democracia, una buena crisis.

No importa quien gobierne. En la democracia burguesa la clase obrera puede elegir el carnicero que la va a degollar.

 

¿Cómo no creer en los Macri uruguayos? por Eduardo Vaz

Para hablar de nuestros liberales, que hay muchas y muchos y tienen diferencias importantes, habría que hacer una cartografía completa de los partidos tradicionales actuales, entregados en cuerpo y alma al liberalismo económico en sus distintos tonos derechistas. Todos han comprado la vieja idea «tina» de Margaret Thatcher («there is no alternative», no hay alternativa).

La diferencia es que aquello fue una novedad de finales de los 70 e inicio de los 80 que, de la mano de la dama de hierro y el cowboy Reagan, concretaron un proyecto neoliberal que parecía una utopía reaccionaria de difícil pocos años antes. Convencieron y vencieron, tuvieron su década de gloria hasta que el modelo se consolidó y no dejó dudas: solo sirvió a los más ricos, se agudizó la desigualdad escandalosamente, y no resolvió ninguno de los problemas que prometió.

Acá llegó luego de la dictadura – que también hizo sus ensayos con los Vegh Villegas y fracasó con total éxito-, especialmente de la mano del presidente Lacalle Herrera con su equipo liderado por el ministro de Posadas. Quisieron privatizar todo y perdieron. Los datos del salario real, distribución de la riqueza y otros, hablan claramente del legado acorde a esa visión elitista de la economía al servicio de los ricos.

Ahora, Luis sin apellido, como Pedro en las anteriores elecciones, lanzó con lágrimas y voz entrecortada:

«Si gana el Partido Nacional se terminó el aumento de impuestos, las tarifas y los combustibles. Se terminó»…»No hay lugar en mi gobierno para los que despilfarran el dinero de la gente. La austeridad va a ser centro de nuestro gobierno».

¿Cómo no votar este programa serio y creíble, donde mejorará la seguridad pública, la educación pública, la salud pública y nadie pagará más impuestos, los combustibles serán una ganga y las tarifas públicas no se sentirán en la cartera de la dama ni en el bolsillo del caballero?

La derecha intenta hacer pasar por ideología foránea, subversiva o perversa todo aquello que cuestione sus prácticas y valores habituales, entendidos como naturales e inmutables. Y es cierto que en la izquierda hemos pecado de ideologismo aquí y allá, llegando a horrores por todos conocidos.

Sin embargo, no aplica al caso de los gobiernos del FA que, en palabras de Astori, no siguen un modelo predeterminado sino un rumbo que es flexible y adaptable a las circunstancias. El resultado está a la vista: lleno de problemas grandes y pequeños, el país sigue creciendo, es tremendamente estable y tiene a raya una crisis socio económica.

En cambio, los gobiernos neoliberales europeos aplicaron las fracasadas recetas del FMI 20 años después que en América Latina y les volvió a ir mal: la austeridad, los recortes del gasto social, el favorecer a los ricos tributariamente, bajar salarios y desregular el mercado laboral, no resolvieron nada, sino que agudizaron las crisis.

Nuestro vecino Macri y sus promesas fáciles darían risa si no se tratara del descalabro de toda la sociedad y el deterioro sistemático de la vida de los argentinos: controlar la inflación era elemental, generar crecimiento y empleo era proponérselo, atraer inversiones era que él estuviera al frente y diera credibilidad…

Del mismo modo que disolvieron UNASUR porque era una organización de los gobiernos progresistas anteriores con espúreos fines ideológicos, crearon PROSUR, sin ideología, pues ser derechista, neoliberal y pro yanqui no es una posición ideológica.

Si alguna diferencia hay entre nuestros liberales y los vecinos, es que juegan en otra cancha: un país de profundas tradiciones batllistas, con un estado considerado «escudo de los pobres», con altos valores de solidaridad y justicia social, con un FA enorme y un movimiento sindical pujante y unitario, con movimiento feminista muy desarrollado y una gran agenda de derechos adquiridos. Es la experiencia de 3 gobiernos que han logrado mucha cosa, a pesar de sus fracasos y carencias.

No está definido quién ganará, pero seguro no habrá grandes sorpresas en lo que promoverá cada bloque.

Que son mentiras tu virtud por Mauro Mego

 

Se puso de moda nuevamente, con la ayuda de alguna prensa, un liberalismo prehistórico y radical. Pero resulta un mal chiste defender una lógica liberal económica que ya nadie se atreve a dar por receta desde hace mucho tiempo. El siglo XX dio muestras claras de sus carencias, sus fracasos y su carácter dogmático, ya que no sólo el marxismo mostró dogmatismo y fracasos. Pero cualquier observador atento sabe que los países serios, desarrollados, prósperos y equitativos del mundo ya abandonaron hace tiempo esa receta infantil. Ni siquiera muchos liberales europeos se atreven a defender algunas de las barbaridades que se ven aquí o se practican.

Buena parte de la oposición oriental aplaudió a rabiar  la victoria de Macri en Argentina. Pero cualquiera sabía lo que vendría. La tarea de Macri ha sido soltar las fuerzas del mercado de manera incontrolable, en un gobierno en dónde unos dicen una cosa y otros otra, ante un presidente que toma vacaciones seguido y que ha hecho varios bochornos públicos, como su reciente alocución ante el Rey de España. Pero estaba claro que el macrismo iba a montar lo que montó, un gobierno para las mil familias a las que él pertenece, basándose en una falsa lógica de promoción del “esfuerzo individual” y subido en el cuento-insuficiente, claro-de la “pesada herencia” y de que la culpa es de la gente. En Argentina hoy campea el cinismo, y el gobierno aún cuenta con un evidente blindaje mediático y con alguna noticia tranquilizadora por parte del polémico sistema judicial argentino.

De este lado del charco, nos gusta sentirnos distintos, pero en este caso, la lógica puede ser la misma, a pesar de nuestra cultura más estatista. El que tiene chances de ganar es Lacalle Pou, y es la expresión fiel de los sectores más conservadores en lo social y ultra-liberales (de los prehistóricos) en lo económico. Su modelo, aunque no lo dirán jamás, es excluyente, no tiene sensibilidad social y para colmo de males, no tiene tan siquiera la experiencia de gestión de Macri (presidió Boca Jrs. y fue dos veces Intendente de Bs. As.). La estrategia es la misma: esgrimir una “pesada herencia”. Esto no tiene nada que ver con reducir el déficit fiscal o hacer más eficiente el gasto, tareas ambas ineludibles para quien sea que gane. Esto es otra cosa, es la excusa perfecta, el caballo de Troya con el que desatar las fuerzas de un programa que-justificándose en “no hay más remedio”-incidirá negativamente en la mayoría de la gente de a pie y será sumamente graciosa con el sector, muy exclusivo, al que pertenece el Señor Lacalle. Cómo dijo el Ñato, aludiendo al tango “Maquillaje”, “es el viejo herrerismo, maquillado”.

 

El precio de no revelar la realidad por Isaac Alfie

Argentina vuelve a enfrentar una difícil situación luego que, sobre abril del año pasado, los mercados emergentes sufrieran cierta disminución en sus flujos de financiamiento. Las monedas se devaluaron, todas, inclusive la nuestra. Pero en el mundo hay dos países cuya fragilidad es extrema y, por tanto, los golpes son más duros; Argentina y Turquía. En ellos, cualquier problema, por menor que parezca, aun en remotos lugares del planeta los golpean fuerte.

Quienes me conocen saben mi opinión sobre los planteos de Macri y su equipo desde antes de las elecciones. Entendía que las cosas eran mucho más difíciles a como se presentaban, porque el populismo Kirchnerista, además de dejar una economía postrada, en cesación de pagos y juicios internacionales por doquier y un abultado déficit fiscal, había destruido las bases de cómo se orienta el crecimiento de un país, tanto por su política económica – probadamente fracasada en reiteración real en todos los lugares donde se aplicó en el último siglo -, como por la imponente corrupción mezclada con capitalismo prebendario que destruye las bases de la buena voluntad, espantando a los buenos profesionales y empresarios.

A su vez, y pese a que Macri había realizado una excelente labor como gobernador de la Ciudad de Buenos Aires, administrar una ciudad o provincia no tiene nada que ver con un gobierno. Una cosa es a levantar basura, iluminar, mantener parques y plazas, arreglar y construir vías de tránsito u organizar el transporte, y otra muy distinta es un gobierno donde hay que tener políticas, de combate a la delincuencia, el narcotráfico y el crimen organizado; fiscal; monetaria; de ingresos; de inserción internacional, etc. Estas políticas son basadas en conocimiento técnico y experiencia práctica que se traducen en acciones, leyes y reglamentos, donde se ponen los incentivos correctos para que los agentes actúen en consecuencia. Es decir, no estamos hablando de meros aspectos de eficiencia. Las políticas buscan la eficiencia y la equidad por supuesto, pero no en base a acciones directas como cuando se administra.

Dicho lo anterior, es claro que en la opción Cristina o Macri hubiera optado por éste.

Asumido el gobierno, con desmedido optimismo, en lugar de plantear las cosas como eran de verdad y actuar en consecuencia, el gobierno se dejó llevar por los consejos de los asesores que miran el tuiter y las encuestas. El resultado era obvio, sin ir a fondo para solucionar los temas, apenas pasa la ola de optimismo y crédito inicial todo vuelve al punto de partida. Entonces luego de una mejora en los indicadores, hoy se está más o menos igual que al final del gobierno peronista. Una cosa debe estar clara, no se está peor, no hubo retroceso, pero tampoco los avances que se precisan y anhelan.

El no atacar desde el inicio los problemas llevó a que las inversiones no llegaran, al menos en la magnitud que decía esperar desde el gobierno. ¿Por qué habrían de hacerlo si, salvo el tono del lenguaje, nada había cambiado? Su único éxito fue la manera rápida que solucionó el problema de los “holdouts” y el levantamiento del cepo cambiario. El segundo no era difícil, pero el primero pensé que políticamente le iba a tomar más tiempo. El capital político que tenía le permitió salir rápido, la pista estaba despejada, pero no continuó.

Es cierto que Cambiemos es una coalición de demócratas y republicanos, cosa no menor en Argentina, que no utiliza amenazas, que no parece dispuesta a imponer controles y represión económica, pero ello son condiciones del ser liberal y no de una política económica. El problema de fondo es que la política económica no cambió lo que había que cambiar para fortalecer los fundamentos de mediano y largo plazo en materia de solvencia de las Finanzas Públicas, estabilidad macroeconómica y crecimiento. El rumbo de colisión que llevaba el país continuó y, al final, chocó.

Se ha asociado a la racionalidad y seriedad en el manejo de las finanzas con liberalismo económico, si ese es el caso, seguro que el gobierno de Macri está casi en las antípodas. El ser liberal implica creer en que los individuos tienen derecho a ser ellos mismos, a soltar su espíritu creador y no depender de la dádiva estatal bajo circunstancias normales. Macri se equivocó, pero justamente por no mostrar la realidad tal cual es desde el inicio y encarar las reformas necesarias conjuntamente con el saneamiento económico. No hizo ni una ni otra cosa, navegó tras los pasos de Cristina, con buenos modos y convicciones democráticas de las que carecía su antecesora.

Tres precisiones por Miguel Manzi

El planteo de “Voces”, siempre provocativo, me sugirió esta vez las siguientes reflexiones.

PRIMERA: en Uruguay nadie festejó el triunfo de Macri; un presidente que hace pasitos de baile no tiene público en este país. Lo que muchos celebramos fue la derrota del kirchnerismo, régimen patotero y corrupto, versión posmoderna del peronismo de siempre, cuyos capitostes no paran de desfilar por los juzgados penales. Como tampoco nadie en Uruguay festejó el triunfo de Bolsonaro; aunque muchos celebramos el final del ciclo Lula (¡tanta esperanza derrochada!)-Dilma-Temer, bajo cuyas batutas se organizó la más voraz máquina de robar que haya conocido el continente; que un sistema de justicia ante el que se inclina respetuoso el mundo entero, está juzgando y sancionando sin distinguir pelo ni marca. Como tampoco nadie en Uruguay festejaría una victoria electoral de Guaidó, o de Capriles, o de López; aunque muchos saldríamos a 18 a celebrar la caída del narco dictadura chavo-madurista, hoy sostenida apenas por los comisarios cubanos, los militares rusos, y los banqueros chinos (y el apoyo en los foros internacionales del gobierno uruguayo, para nuestra eterna vergüenza).

SEGUNDA: en Uruguay no hay liberales con poder o perspectivas de poder político. Hay algunos francotiradores (el más destacado, mi amigo Connie Hughes), pero no hay agrupación, sector, ni partido político que levante, en su programa o en su discurso, propuestas liberales (antes de escribir este párrafo, me leí de corrido las 72 páginas de “Un gobierno para evolucionar”, las líneas programáticas publicadas en la web de Luis Lacalle Pou, quien sería el sospechoso principal. No encontré ni rastros de Adam Smith. Bien al contrario, en las primeras páginas se puede leer: “Queremos un Estado presente y activo, que impulse el desarrollo humano, distribuya oportunidades y garantice la sostenibilidad de los avances. Reafirmamos la importancia de la función social del Estado y queremos asegurar su continuidad por encima de los altos y bajos de la economía”).

TERCERA: tiene toda la razón del mundo “Voces”, cuando sugiere que “la afinidad ideológica es una alerta a tener en cuenta en este año electoral” (por aquello de “dime con quién andas y te diré quién eres”). Yo, por ejemplo, me cuidaría mucho de votar a cualquiera que sienta afinidad ideológica (o personal, o política, o de la naturaleza que fuera) con Cristina Fernández viuda de Kirchner, gane o pierda las próximas elecciones; o con los secuaces que queden en libertad del club de amigos Lula-Dilma-Temer; o con la banda de saqueadores, torturadores y asesinos venezolanos encabezada por Nicolás Maduro. Con esos nenes, yo no voy ni a misa.

Ni espejito ni liberal por Fanny Trylesinski

En el caso argentino es menester separar lo político de lo económico. En lo político, el triunfo de Macri significó una derrota del populismo autoritario y corrupto que gobernaba la Argentina. Asimismo, significaba la vuelta al mundo del país luego de la experiencia autárquica donde sus aliados eran la Venezuela chavista, y el Iran autocrático, así como algún otro “progresismo populista”.

Los argentinos eligieron entre un presidente que sería aplaudido por los principales líderes del mundo en la reunión del G 20 y su antecesora que imitaba el aleteo de los pollos en sus visitas internacionales.

Por cierto, que esa victoria no pudo menos que ser festejada por todos quienes de este lado del Rio de la Plata nos identificamos con las ideas democráticas y republicanas. Si alguna duda cabe de cuáles son las opciones políticas de la Argentina, basta ver los planteos del cristinismo respecto a la separación de poderes, independencia de la justicia, libertad de prensa, etc.

Cuando se pasa al terreno económico la situación argentina es decepcionante. Macri heredó una mochila muy pesada: un déficit fiscal asustante, distorsiones impuestas al funcionamiento de la economía que llevaron al país al estancamiento productivo, el vaciamiento del banco central y los fondos de pensión y una inflación endémica.

Sin sincerar la desastrosa situación ante la población (algo solamente comprensible en clave de excesiva autoconfianza o ingenuidad), sin mayorías parlamentarias y sin una decisión de encarar los problemas de fondo rápidamente, ya sea porque no se quiso o no se pudo, los viejos fantasmas volvieron. La inflación no cede y la economía no crece. La pobreza se incrementa.

¿Alguien puede seriamente plantearse que la conducción económica macrista es liberal? Francamente, si eliminar el cepo cambiario, volver a los mercados internacionales de crédito e intentar tímidamente sincerar las tarifas es considerado liberal, entonces la confusión conceptual es enorme. Se trata solo de un esfuerzo de normalización frente a una situación económica insostenible.

Precisamente, la gran diferencia con Uruguay radica en que el pais mantiene desde hace ya décadas e independientemente del signo de los gobiernos, ciertos fundamentos de política económica que nuestros vecinos abandonaron hace muchas décadas. Sinceramente, nadie en su sano juicio puede pensar que Argentina pueda ser un espejo en donde querer mirarse. Eso sería querer muy poco al país. Por eso lo del título, ni espejito ni liberal.

 

Martínez-Lacalle: Macristas tardíos por Camilo Márquez

Argentina se encuentra sumergida en una crisis económica mayúscula. Dado la enormidad de la misma lo que se debate en voz cada vez más alta es si Macri llega a octubre, es que su base de sustentación lo ha ido abandonando sucesivamente. Según la prensa especializada el presidente pende de un hilo, específicamente el que marca el precio de la moneda americana, algunos ponen como límite los $50 pesos argentinos por dólar, llegados allí significaría la liquidación del gobierno Cambiemos. Eso desde el punto de vista financiero.

A esto hay que sumar el derrumbe del consumo, la desvalorización del salario y las jubilaciones y una masa de desocupados que alcanza casi los dos millones, la frutilla es una pobreza que supera el 30%, podemos decir que el horno está para bollos.

Según algunos observadores, una parte importante de la burguesía ha posado su mirada en Roberto Lavagna (ex ministro de Duhalde), quizás mas macrista que el propio Macri, pero todos estos virajes aún están en veremos, es que el efecto disolvente de la crisis refracta a la interna de todas las formaciones políticas de la burguesía porteña. Argentina es un polvorín, en el cual no está claro aún un recambio político que aplaque esta acumulación de contradicciones.

La situación argentina ha tenido su lugar en la campaña electoral de nuestro país. Primero se intentó importar el concepto de “grieta”, que resultó artificial, porque las divergencias entre Blancos y Frente Amplio no se manifestaron en ningún problema candente, y en las que antagonizaron circunstancialmente se resolvieron por medios indoloros, mostrando, por ahora, la estabilidad del régimen político uruguayo. Haciendo esta salvedad, que no es menor, en cierta forma los carriles por los que corren Uruguay y Argentina son gemelos. Hace unos días un intercambio en twitter entre Lacalle y Martínez, recogida por algunos medios, resulta ilustrativo: “Daniel Martínez comparte nuestra propuesta de shock de austeridad”, Martínez le respondió el tweet condescendientemente y sin desmarcarse. En otras palabras, el hecho grafica la convergencia. Ya nadie discute que tienen la misma hoja de ruta. Se hicieron macristas cuando de este sólo quedan los despojos.

En igual sentido hay que anotar el acuerdo nacional que existe en torno a la suba de la edad jubilatoria. Blancos y Frente Amplio son mellizos del argentino y del brasilero Bolsonaro, que se encuentra comprando votos en el congreso (su partido es ultra minoritario en ambas cámaras) para enchufarle a los trabajadores un plus de explotación (62 años las mujeres y 65 los varones) que vehiculice a las patronales una mayor tasa de explotación. El FMI plantea disminuir el monto de las jubilaciones y alargar la edad de retiro del trabajador para garantizar el pago de las deudas externas usurarias y truchas.

Esta “coincidencia” entre oficialistas y opositores, no ha producido ni una línea (no digamos ya acciones) de repudio del secretariado del PIT-CNT, ¡UN ESCANDALO! Los burócratas subordinados al FA preparan el terreno para convocar a votar a los que coinciden con el Shock económico de la derecha “restauradora”.

América Latina es un volcán y el horizonte internacional es tormentoso. En Uruguay, Argentina y Brasil existe un vacío político entre los explotados que las fuerzas clasistas y luchadoras deben llenar, pero en una forma política concreta: construyendo un gran partido obrero. El carácter derechista de los candidatos de los principales partidos, plantea un desafío y oportunidad para la izquierda en nuestro país.

Para enfrentar el ataque a los salarios y jubilaciones y para que la crisis la paguen los capitalistas, los trabajadores deben tener sus propios candidatos.

  1. ¿Se removieron hasta las raíces de los árboles? Por Esteban Pérez

En este año electoral el pueblo uruguayo deberá tomar una opción o hacer uso de la posibilidad de expresar su opinión absteniéndose, o votar en blanco o anulado.

Se deberá preguntar hasta dónde las opciones con posibilidad de acceder al gobierno pueden significar un cambio profundo o un maquillaje del monstruo: el capitalismo.

Si hacemos un racconto de la conducción económica de los casi 15 años de gobiernos progresistas, observaremos que no fueron de izquierda, ni siquiera nacionalistas.

No sólo se continuó el camino de los gobiernos blanqui-colorados, hablando siempre de economía, sino que se profundizó.

A saber: “No se mejoró la distribución del ingreso y la riqueza entre el trabajo y el capital; no se redujo sustancialmente la pobreza medida por necesidades básicas insatisfechas; se extranjerizó la economía con la venta de tierras y empresas y creció el número de actividades y empresas en zonas francas; se primarizó la economía y somos cada vez más dependientes…”, al decir del destacado Ec. Antonio Elías, ex preso político uruguayo, fundador de la Red de Economistas de Izquierda en Uruguay y vicepresidente del SEPLA (Sociedad Latinoamérica de Economía Política y Pensamiento Crítico) y cuyo pensamiento compartimos en su totalidad.

Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que las tensiones sociales están aletargadas con algunas reivindicaciones contempladas a la clase trabajadora por parte de los gobiernos progresistas.

Probablemente las grandes mayorías vuelquen su voto a las opciones políticas partidarias que se suponen relativizan la hegemonía de la clase dominante.

Sin embargo, ya todos los contendientes en disputa han abierto el paraguas en prevención de lo que vendrá después del 2020: gane quien gane habrá ajustazo, el que siempre recae sobre la clase trabajadora.

El notorio portavoz del progresismo, el ex – izquierdista José Mujica, ya ha anunciado la voluntad de incrementar los años necesarios para poder acceder a la jubilación, con tal indecencia que ni siquiera demagógicamente habla de gravar al capital y levantar las exoneraciones a las grandes empresas extranjeras o derogar (como se prometió en los sucesivos programas del FA) las AFAPS. Incluso una vez más omite mencionar la Caja Militar, que tan caro le resulta a Rentas Generales provocando retaceos a la Seguridad Social, a la Salud, a la Enseñanza y a los planes sociales de vivienda.

Gane quien gane el liberalismo de la mano del Fondo Monetario Internacional, seguirá siendo el conductor de la economía del país.

La opción electoral apenas insinúa un tenue matiz: liberalismo sin contemplación social, a rigor, desmantelando beneficios otorgados o liberalismo con contemplación social, cada vez con menos margen de posibilidades e incluso, como en el caso de las jubilaciones, tijera en mano.

Nosotros no votaremos capitalismo, ninguna de ambas opciones. Apostamos a devolverle al pueblo trabajador la iniciativa para que, como movimiento social y popular, a partir del 2020 gobierne quien gobierne, con independencia de clase, desarrolle las formas de resistencia que estime necesarias para forzar los cambios y defender las conquistas obtenidas. ¡Habrá patria para todos!

 

Dont tread on me, liberal snake por Fernando Pioli

 

Ser liberal está de moda. Ahora todos quieren ser liberales porque genera pertenencia.  Pero estos liberales, que ni siquiera son los, a esta altura ya envejecidos neoliberales, son los peores. Son peores porque ni siquiera son realmente liberales, sólo mantienen una especie de apariencia, de pose liberal. En cuanto comienzan a desarrollar su postura son conservadores tradicionalistas, y lo que realmente les motiva a llamarse liberales es una especie de narcisismo que les hace sentir diferentes a todo lo demás. Su caballito de batalla es la libertad económica, amenazada por el monstruo izquierdista que quiere recopilar datos y dominar la intimidad de las personas. Se imaginan vivir una fantasía orwelliana en la que los individuos librepensantes están amenazados por un monstruo socialista que quiere controlar la población, la opinión pública y vaya a saber qué más a través de un maléfico plan que se gesta en los albores de la Unión Soviética. Este plan comunista incluye la legalización del aborto y la legalización de las drogas, porque nada tan liberal como prohibir cosas, es sabido.

No es casual, entonces que traten de agrupar todo lo que les resulta extraño en una misma bolsa. construyen un otro ser más allá de su propio yo que reúne las características de todo lo que odian. Este monstruo con tentáculos socialistas está en todos lados y su presentación ante nuestros ojos se da ante aquello que llamamos Estado. Esto, desde su discurso es tan nítido como apabullante, y quién nos puede liberar son EE. UU., Israel y las Iglesias Evangélicas.

Tampoco nos debe extrañar que estos postliberales con veleidades anarquistas se sumen a cuanta teoría con promesas de discontinuismo académico se asome. El desfile incluye terraplanismo, grupos antivacunas, negacionistas del SIDA, defensores de la astrología, críticos del feminismo, en fin.

Estos liberales de ahora, en su pérdida de referencias, olvidan que la libertad no es un absoluto. La libertad tiene límites, porque de no tenerlos se la condena a ser una entidad abstracta que sólo tiene lugar en la imaginación. Porque convengamos que no se les puede criticar por falta de imaginación. El asumir que la única libertad aceptable es la absoluta, implica negarla como parte de la realidad, y esto es absolutamente coherente con las posturas que asumen.

Mientras estos liberales no busquen liberarnos, sino amarrarnos a sus creencias sin fundamento, no serán más que oscurantistas mejor vestidos que los medievales. Porque eso sí, se visten mejor.

Al final los extremos se juntan por Melisa Freiría

Argentina es un país increíble, lleno de riquezas naturales y con una buena capacidad de mercado interno. Pero tan increíble que siempre ha sido la manzana de la discordia en materia de desarrollo. Su inestabilidad y debilidad institucional hacen muy complicado implementar sin pagar altos costos, distintos modelos de desarrollo. En décadas pasadas vimos cómo bajo una pésima implementación de políticas neoliberales el país se fue a la ruina. Es que a veces nos olvidamos del contexto y queremos importar recetas sin tener las bases necesarias.

Quizás nuestros liberales se parezcan a los liberales argentinos en esto último. Se olvidan que la asignación del libre mercado no da los mismos resultados con instituciones fuertes que sin ellas, con cierto grado de igualdad que con una sociedad de altos contrastes. Pero, aun así, a veces tendemos a adjudicarle todos los males al liberalismo y a amenazar con cuán nefastas han sido estas políticas como para no volver jamás a ellas. Es que un gobierno en manos corruptas, en manos incompetentes y clientelistas, deja poco margen de éxito y recuperación a cualquier modelo que se quiera implementar.

Mientras tanto, en Uruguay tenemos quienes festejaron cuando ganó Macri, y quienes respaldan con su silencio una dictadura por ser de “izquierda”.  Los primeros, quizás por un cálculo bastante egoísta midiendo las políticas hacia nuestro país, por esperanza o simple ingenuidad.  Pero lo más peligroso, es esa defensa maquiavélica por afinidad ideológica, que es capaz de atentar contra los más elementales derechos como el de la propia vida, para llegar a cumplir su objetivo como si fuera la única salida posible pensada por los dueños de la verdad, convirtiéndonos a todos en rehenes de sus propias utopías.

De todo menos liberal por Rodrigo da Oliveira

Así podría calificarse al gobierno de Mauricio Macri. Fuimos varios los que vimos con buenos ojos el cambio de orientación política en Argentina. Miramos mal, sin dudas. El economista Espert, liberal él, comenzó durante el 2015 a llamarlo “peronismo de buenos modales”. Parecía una definición algo exagerada pero no resultó tal. Antes de ingresar a la administración bien se ocuparon de sostener a todos quienes quisieran escucharlos que iban a mantener todos los planes llamados sociales posibles que había generado el período K. Planes asistencialistas, del clientelismo más burdo posible. Planes por votos, sin mediar nada. Al novel gobierno se le ocurrió que manteniendo ello tendría a las fieras (dirigencia peronista, sindicalismo y empresariado prebendario) en paz y que ello le daría tiempo a implementar las ideas que traían como muy buenas. Grosero error. Nadie como los herederos de Perón para saber cómo y cuándo mover las fichas, dejando expuesto al otro. El gradualismo vanamente intentado cayó a los ojos de todos durante el primer semestre de gobierno. De todos menos del macrismo, donde con una mezcla de soberbia de Marcos Peña y Durán Barba, y de incapacidad en materia económica de los sucesivos equipos económicos fue cayendo la ilusión de un avance real en una nueva manera de hacer política. Al menos eso fue lo que vendieron a los votantes. Errores varios cometieron, entre ellos no sincerarse con su país y no determinar que el gasto público generado por los anteriores gobiernos era inmanejable, con esa forma de gestionar. Un nuevo intento en materia de sustitución de importaciones, aquel viejo error que cada tanto tienta y cae dentro de los planes económicos, vino a calmar los apetitos de los empresarios que han vivido históricamente a costa del Estado argentino y de su población, subsidios y rescates varios mediante. Todo ello en parte emulado acá, rescatando empresas fundidas y generando cooperativas que han tenido igual fin. Cerraron esa poco envidiable gestión con un nuevo endeudamiento con el FMI, única vía posible de subsistencia.
Por este lado economistas de fuste como de Haedo, por citar solo uno, fueron muy claros al explicitar desde el primer momento la debacle inevitable que caería sobre Argentina.
A los sectores populistas les encanta motejar de liberales o neoliberales a quienes propugnan un Estado acorde a las posibilidades de los países. Prefieren generar endeudamiento y dependencia futura, tal como sucede hoy en día en Uruguay, con tal de tener su clientela cautiva, pretextando una justicia social por demás discutible, si ella arrastra al conjunto de la sociedad presente y las generaciones futuras. Actores políticos de primera línea sonrieron al ser Macri electo presidente y con razón. Era la forma de dejar atrás un gobierno corrupto, amiguista, que hizo de la administración un feudo desde el cual hacer casi cualquier cosa. ¿Equivocaron acá el diagnóstico? No, hicieron lo que cabía esperarse, dar a un nuevo período la carta de crédito disponible y esperar a que a uno de nuestros hermanitos mayores le fuera lo mejor posible.
Hoy desde el oficialismo se arrostra tal actitud. Es la misma que tuvo su brazo sindical, la central obrera aplaudidora de dictaduras, cuando a los gobiernos locales que asumían les prometían ni un día de tregua. Y lo cumplían.
No en vano se identifican tanto el FA y el PitCnt con el kirchnerismo y con el peronismo histórico. Han abrevado en las mismas fuentes y poseen recetas similares. Los de acá bebés de pecho, todo sea dicho.
Volviendo a lo del principio y los liberales, hay sí una corriente en ese sentido en el país, que además está presente en los partidos fundacionales. Que sea posible su efectiva inserción en materia de toma de decisiones ya es otra cuestión. Con luces y sombras se intentó algo en el gobierno de Lacalle y algo más en el de Batlle. Algunas raíces que arrastramos nos dejan algo imposibilitados en el corto plazo para aplicar recetas demasiado osadas. De demasiado osadas (aunque parezca mentira, todo esto solo cuida los dineros de todos) llamo a control del gasto público para que no sea dilapidado, a menos regulaciones, menos leyes y duplicación de funciones y funcionarios. Cuanto mayor en el tamaño de papá Estado, más caro (y por estos lares más ineficiente y corruptor) resulta.
Estamos lejos de tener un gobierno con liberales actuando, dado que estamos más lejos aún de tener una población que comulgue con dichos principios. Se prefiere que nos mantenga, nos cuide y nos rete. Por aquello de eximir de responsabilidades, ¿vió?

 

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