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Esperando a Salinas por Hoenir Sarthou

Esperando a Salinas por Hoenir Sarthou
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Creo que la última vez que estuve de acuerdo con el ministro Daniel Salinas fue a principios de 2020, cuando empezaba el pavor sanitario, y el Ministro, interrogado por la prensa, dijo algo así como “La muerte es parte de la vida”. Un mensaje sensato que, en medio del miedo que empezaba a generalizarse, nos recordaba que todos corremos riesgos todos los días, que nadie tiene la vida comprada, y que no había que enloquecerse.

Después, claro, la OMS, la prensa, los organismos de crédito y la oposición apretaron y Salinas cambió de discurso.

En realidad, hubo otros dos momentos en que estuve de acuerdo con él. Uno fue cuando, ya bien entrado 2020, el Ministerio de Salud Pública respondió pedidos de acceso a la información  formulados por Fernando Vega, reconociendo que no había virus aislado en el Uuguay y que los test PCR se hacían a 40 ciclos, cuando se supone que no deben superar los 24 o a lo sumo los 30 ciclos, porque de lo contrario dan falsos positivos (léase “asíntomáticos”)

Creo que la tercera y última vez fue en 2021, cuando Salinas declaró, esta vez ante el Parlamento, que el virus no había sido aislado ni cultivado en el Uruguay y, que el país, al menos hasta fin de ese año, carecería de laboratorios aptos para hacerlo. Una sinceridad que debió haber cerrado la boca de más de un periodista obsecuente, pero curiosamente no lo hizo.

En esa época, el GACH (¿lo recuerdan?) invadía funciones del Ministerio de Salud Pública y eso podía poner al Ministro algo molesto y, tal vez, más locuaz y sincero. Lo cierto es que varias falsedades propaladas por el GACH y por el SINAE fueron discretamente desmentidas por la información del MSP.

Después el GACH se disolvió en la sombra. Sus pronósticos, sus cálculos de eficacia de las vacunas, y otras muchas cosas que vaticinó o garantizó resultaron falsas. La cuestión es que Salinas volvió a ser la voz solista de las políticas sanitarias y, de alguna manera, hoy extrañamos sus accesos de sinceridad y de locuacidad.

Por ejemplo, no ha dicho nada ante la confesión del laboratorio BIONTECH (asociado a Pfizer) ante la Comisión de Bolsa de los EEUU, en la que admite que no puede probar la eficacia de sus vacunas, que probablemente éstas no lograrán la aprobación definitiva, que los datos que presentó para lograr la autorización provisoria no coinciden con los resultados de estudios posteriores y de la aplicación práctica masiva del fármaco. De hecho, ese informe, destinado en buena medida a los accionistas de la empresa, es la confesión de la ineficacia e inseguridad de las vacunas. Al punto que la empresa advierte que puede  tener que retirar el fármaco de la venta y que puede recibir demandas cuantiosas por los daños.

En un país en el que se supone que se inoculó con ese mismo fármaco a entre un 70 y un 80% de la población, incluidos niños (según datos oficiales), ¿es posible que el gobierno, y en especial el Ministerio de Salud Pública, guarden silencio y no den ninguna explicación? ¿Es admisible que esa información se oculte y que se siga vacunando y aprobando terceras y cuartas dosis?

La otra cosa que me tiene perplejo es que la semana próxima tendrá lugar la Asamblea (anual) Mundial de la Salud, que tiene en su temario avanzar en la redacción de un acuerdo o tratado internacional que habilite a la OMS, en caso de pandemia declarada por ella misma, a dictar medidas sanitarias vinculantes (es decir obligatorias) para los Estados. Un tratado que aun los más entusiastas de la OMS esperan que se apruebe recién en 2024. Hasta el momento, no sabemos cuál es la posición que Uruguay llevará a esa Asamblea. Espero que el propio Salinas lo aclare cuanto antes, porque a todos los uruguayos tenemos derecho a saber quién va a decidir ante futuras emergencias sanitarias. Y estamos demasiado curados de espanto de contratos y acuerdos secretos como para sumar uno más, sobre todo de esa magnitud.

La información sobre la propuesta de tratado internacional que otorgue más poderes a la OMS es pública en la prensa internacional desde hace varias semanas. De hecho, hoy mismo la OMS difundió la declaración de un “panel de expertos independientes”, auspiciado  por la misma OMS y encabezado por la ex primera ministra de Nueva Zelanda, Helen Clark, y la ex presidente de Liberia, Ellen Johnson Sirleaf, en el que los supuestos “expertos independientes” se lamentan porque “el mundo no está preparado para nuevas pandemias” y por la falta de fondos y de mecanismos para afrontar esas futuras pandemias.

La causa de ese panel y de esa declaración es evidente. Entre el 22 y el 28 de mayo, tendrá lugar en Ginebra la Asamblea Mundial de la Salud, en la que participan presidentes y líderes mundiales.  La OMS, según lo proclama su Director General, Tedros Adhanom Ghebreyesus, pretende que la Asamblea apruebe que los Estados le destinen más fondos y que se implementen acuerdos jurídicos que la habiliten a dictar normas sanitarias obligatorias en caso de declaración de pandemias. Nada sorprendente. La OMS quiere lo que todos: más dinero y más poder.

En el caso de la OMS, esa codicia la pone en una situación complicada, porque, si pretende más fondos y más poder, debería demostrar la eficacia de sus políticas previas para erradicar la pandemia de Covid. Pero, si declara que el Covid fue erradicado, no recibirá más fondos ni más poder porque no sería necesario. Un verdadero dilema, que por ahora está dando lugar a declaraciones contradictorias, en las que la OMS afirma, por un lado, que los resultados de la vacunación y de los confinamientos han sido exitosos, y, por otro lado, que la vacunación fue insuficiente y que van a venir nuevas y peores cepas (tema que Tedros entona a coro con Bill Gates, acariciando la bola de cristal que les permite predecir el futuro sanitario mundial).

En fin, que mi mayor deseo sería poder coincidir por tercera o cuarta vez con el ministro Salinas. Para ello, sería necesario que se pronunciara al menos sobre dos cosas: a) la verdadera eficacia de la vacuna Pfizer, incluidos sus resultados en Uruguay, tanto en materia de efectos adversos como de evitar infecciones;  b) la loca propuesta de hacer de la OMS una suerte de gobierno sanitario mundial, cosa que no parece fácil (por eso don Tedros convocó el panel de expertos para hacer fuerza), pero que estará sobre la mesa en Ginebra.

Lo malo es que el Ministro parece estar en otra cosa, anunciando nuevos contagios y otras desgracias. En versión local, le pasa lo mismo que a la OMS. No puede decir que el problema terminó porque ese no es un discurso aceptable para ningún gobernante hoy. Pero, si insiste en que la pandemia sigue, con entre 70 y 80% de vacunados, hay que concluir que las vacunas no sirvieron para nada y que él y todo el gobierno “metieron la pata a fondo” al comprarlas e inyectarlas.

Por lo pronto, tendríamos que saber qué postura llevará Uruguay a la Asamblea Mundial de la Salud que empieza el domingo. No sea cosa que en 2024 tengamos feas sorpresas.

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