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Eutanasia: Carta abierta a la izquierda por Marco di Segni

Eutanasia: Carta abierta a la izquierda por Marco di Segni
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Siempre fui un hombre de izquierda, aunque actualmente no me encuentre alineado en ningún grupo político (lo cual poco tiene de cómodo).

Es que una actitud de izquierda no debe caminar al filo de posturas éticas que debería defender, como defendió magníficamente causas muy caras al pueblo uruguayo y, solidariamente, la de otros pueblos que comparten problemas de pobreza, opresión o desigualdad.

En nuestro medio, el valor de la persona ha ido reconociéndose a través del léxico social y de acciones consecuentes que han mejorado la calidad de vida de muchas personas, a quienes, justamente, se ha buscado no discriminar.

Así, al “lisiado” de los años 60, se le denomina “discapacitado” en los 80 y “con capacidades diferentes” del 2000 hasta la actualidad, acompasándose la terminología con acciones que han redundado en un mejor acceso a servicios en el uso innegable de sus derechos. No es esto una mera cuestión de hacer “buena letra” con la cultura ni con los afectados de alguna dolencia, sino de reconocer, mediante el idioma, el igual valor de toda persona, justamente por ser persona, independientemente del impedimento que lo afecte, lo cual lo hace objeto de mayores cuidados.

Además, la izquierda bregó siempre por el esclarecimiento de los delitos de lesa humanidad cometidos en el Proceso y, pese a escasos logros durante los mandatos en que gobernó, siempre se mostró particularmente clara en la condena de tales hechos, perpetrados contra gente común, por el solo hecho de defender los bienes de la libertad y la democracia. En esta lucha se alistaron damnificados y también quienes sintieron la necesidad de dar luchas por una mayor justicia.

Pero inexplicablemente, la izquierda no ha promovido la misma protección hacia los pacientes con sobrevida amenazada que se enfrentan a situaciones de terminalidad o a coyunturas de sufrimiento, para lo cual era esperable que bregara por los mismos fines: reconocer el valor de la vida, independientemente de la afección.

El valor de la vida emerge del hecho de ser personas y no depende de situaciones o complicaciones como condición económica, raza, religión, ni de situaciones como deterioro, edad, enfermedad, trastornos genéticos ni pérdidas transitorias o definitivas de la salud mental o física. En la protección ante estos seres vulnerables se mide el grado de evolución de una cultura en la que el ser humano es lo central.

La misma izquierda –que defendió con justísima pertinencia la causa de los desaparecidos, cuya causa indignó a todos los ciudadanos que nos preciamos heridos por la injusticia– promovió en 2012, con excepciones, la desaparición de niños del útero materno, con la ley de aborto y, en 2022, corre el peligro de promover la desaparición de pacientes de los CTI o camas oncológicas de hospital, que se consideren “eutanasiables”, para acaso deslizarse luego, como en otros países, a los cansados de vivir, añosos, depresivos, portadores de malformaciones genéticas y toda una gama de seres –muchos de los cuales, además, podrían ser tratables– que, no por adolecer de algunos de los impedimentos arriba citados, serán seres humanos de menor valía, ya que esta última emana del ser personas a quienes es inherente, no del ser sanos o socialmente “aprobados” como valiosos para vivir.

A los seres abortados se los confundió con el cuerpo de la madre, y por tanto, se los desconoció como seres humanos en formación, distintos a la madre, particularmente vulnerables, como fuimos todos en esa época del desarrollo, época que forzosamente transitamos para ser quienes somos. Otros apostaron luego a que quizás no fueran personas hasta el segundo trimestre de gestación, como si de un vientre materno pudiera nacer algo diferente que no fuera un bebé humano o como si cada uno no hubiera vivido esa etapa para ser quien es hoy.

Ahora, con el proyecto de eutanasia y suicidio asistido, se desconoce (solo en la práctica; nunca en el discurso de sus promotores) el valor de personas por tener una enfermedad (que debería en cambio preocuparnos en su cuidado como sociedad) y luego vendría la “pendiente” en la que se incluirán a otros cuyo valor la sociedad parece descuidar o negar, invocando dolor (que hoy día es tratable), agobio familiar (que es acompañable) o dificultades económicas en el tratamiento (que el estado debe atender). Gastar en cuidados paliativos resulta, a la larga, más económico.

¿Qué interés o presión subyace a esta incoherencia de la izquierda? ¿Por qué unos desaparecidos, por cuya causa hemos todos bregado, valen más que otros? ¿Por qué las luchas de tantos años, inspiradas en el valor de la persona y en la justicia, se contradicen ahora? ¿Qué presiones subyacen? ¿A quiénes queremos complacer?

¿Por qué se enlentece el tratamiento en el Senado de la ley de cuidados paliativos, ya aprobada en Representantes? ¿Quizás para componer una ley que aúne cuidados paliativos y eutanasia? Es que ensamblar ambos proyectos implicaría acciones opuestas donde no se aplican los criterios de conciliación política de negociación entre dos posturas sino la incompatibilidad médica y las contradicciones éticas. No puede conciliarse el dar muerte con el ofrecer un plan de acompañamiento. Ya hemos señalado en otro documento por qué cuidados paliativos y eutanasia son incompatibles, pero recordemos uno: los primeros buscan aliviar y acompañar; los segundos, en una situación de desespero, vulnerabilidad o presiones, buscan dar muerte, atajo que no tiene retorno alguno.

Izquierda uruguaya: llega la hora de la coherencia con nuestra historia. Ser de izquierda es reconocer y luchar por el ejercicio de los derechos que surgen de nuestra condición humana, no de crear otros supuestos derechos (“a morir”) que ignoren el bien básico de la vida. Por lo tanto, digamos sí a la vida humana dondequiera se manifieste, comoquiera que se presente, como un fin, como un bien básico.

La libertad misma se construye y disfruta tras reconocer el bien de la vida, no antes. Este respeto será la forma de no equivocarse. Respeto desde lo básico. Será la forma en la que seremos recordados en la historia.

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