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Eutanasia: la complejidad de un debate por Miguel Pastorino

Eutanasia: la complejidad de un debate por Miguel Pastorino
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La discusión pública del tema de la eutanasia y el suicidio asistido, como la de tantos otros, tiende a empantanarse en polarizaciones irracionales, llenas de afirmaciones dogmáticas, carentes de matices, que no dan cuenta de la complejidad del asunto. Es importante reconocer que estamos ante un dilema ético; el tema no se reduce a soluciones científicas o jurídicas, por más que estas disciplinas sean fundamentales en la discusión. Es un problema ético, porque sin importar el lenguaje empleado, se trata de permitirle a alguien quitar la vida a otra persona.

Para pensar con claridad, necesitamos partir de la confianza de que quienes defienden el proyecto de Ley no quieren matar gente o fomentar el suicidio; de la misma manera, que quienes se oponen, no pretenden obligar a la gente a sufrir a toda costa, ni imponer sus valores y creencias a los demás. Por otra parte, el rechazo a la eutanasia no siempre se funda en cuestiones religiosas; por ejemplo, los obispos católicos, cuando argumentan, apelan a la ética médica y a los Derechos Humanos, entrando en el debate desde la razón y no desde dogmas de fe. Y más obvio todavía es que muchas personas ateas se oponen por razones antropológicas y éticas, entre ellos muchos profesionales de la salud. No creo que haga justicia al debate encasillarlo en postura religiosa vs. postura atea.

Aclarando conceptos

Observemos un detalle: Todas las partes en esta discusión hablan de “morir dignamente”. Consideremos también la amplitud semántica del término “eutanasia”, que para unos representa un crimen inhumano y para otros un acto humanitario de profunda compasión.

Se la define como “causar la muerte sin dolor a una persona con la finalidad de poner fin a sus sufrimientos” (RAE), y puede ser solicitada por el paciente (suicidio asistido) o aplicada sobre alguien de quien se pronostica que no alcanzará un mínimo de calidad de vida aceptable según diversos criterios. Ninguna de estas acepciones recoge el uso clásico del término; y aquí se encuentra el núcleo del debate ético: ¿es lícito provocar la muerte intencionalmente en un contexto médico?

En el otro extremo aparece la distanasia o ensañamiento terapéutico -el opuesto a la eutanasia- que consiste en retrasar la muerte a cualquier precio, por todos los medios posibles, aunque el pronóstico no abrigue ninguna esperanza y aunque eso signifique sumarle sufrimientos al moribundo. Esto es rechazable éticamente por todas las posturas que discuten la eutanasia. Quienes se oponen a la eutanasia, también rechazan alargar la vida innecesariamente.

En el campo de la bioética se comienza a oir el término ortotanasia, para designar la actuación correcta ante la muerte por parte de quienes atienden al que sufre una enfermedad incurable en fase terminal. Dada la variedad de interpretaciones que está teniendo el término eutanasia, la ortotanasia se considera la buena muerte, en el sentido de que no alarga la vida innecesariamente, pero tampoco acelera la muerte intencionalmente, sino que se centra en acompañar y aliviar el sufrimiento para ayudar a morir bien. Este es el camino de los cuidados paliativos, que es mucho más que calmar el dolor físico: es acompañar con amor y delicadeza a quienes necesitan prepararse para el desenlace de su vida.

La Eutanasia social: el desamparo.

Poco se habla de la mistanasia, un término acuñado en las últimas décadas (“muerte infeliz”), que designa la experiencia de abandono de las personas a condiciones de vida miserables, negándoles la atención debida. Mucha gente ha sido arrojada a una vida de desamparo, cuando vive abandonada de su familia, del sistema y ya no tiene donde sostener su vida. ¿Qué pasa si a estas personas, en lugar de brindarles la ayuda que merecen, se les ofrece terminar con sus vidas miserables? Es la eutanasia social la que desemboca en una eutanasia clínica, cuando la persona vive sin un sentido, sin un apoyo, sin una razón para seguir. ¿No termina siendo la eutanasia una manera elegante de matar a los más pobres? Una sociedad incapaz de garantizar un entorno digno para cada ser humano, estaría garantizando, en cambio, una salida rápida al que ha perdido el sentido de su vida. Se diría -no sin cinismo- que cada uno elige libremente su final; pero no dejaría de ser un desenlace previsible de una serie de injusticias invisibilizadas que prepararon ese camino.

Cultura del descarte: la gerontofobia

No podemos abstraernos de algunas características de la cultura contemporánea donde se insertan estos debates. Una de ellas es lo que Adela Cortina ha llamado gerontofobia.

En una cultura dominada por valores economicistas y pragmáticos, tiene valor lo que produce; y esto afecta a las relaciones humanas, la visión sobre la enfermedad, la vejez y la muerte. Tenemos la ilusión de ser siempre jóvenes y sanos, sin sufrimientos, sin límites que angustien; la nuestra es una sociedad adolescentizada que rechaza los límites de la vida y teme asumirlos con naturalidad.

Vivimos en una sociedad del rendimiento y la productividad. Cuando esto comienza a perderse por la edad, afloran sentimientos de frustración e impotencia; la persona se siente desorientada y no descubre un sentido para su vida. Dejamos de sentirnos importantes; ahora somos una «carga», un «estorbo» para los demás, porque crecimos pensando que valíamos por lo que hacemos, tenemos y producimos, y no por lo que somos.

La falta de valoración hacia los que se van haciendo mayores, sobre todo hacia los más ancianos, naturaliza su olvido y consecuente maltrato. Se pierde la sensibilidad ante su dolor, que pasa inadvertido en el silencio de quienes ya asumen con naturalidad que “han vivido demasiado”.

Ser un “eterno adolescente” parece ser el modelo de felicidad de nuestro mundo; la adultez y más aún, la ancianidad son etapas poco atractivas hoy. Entrar en contacto con personas mayores supone una silenciosa confrontación con nuestro propio envejecimiento y nuestros propios miedos.  Quien rechaza su propio envejecimiento termina rechazando a las personas que ahora son ancianas: la vida del anciano es un espejo en el que no nos queremos mirar.

Al contrario, los gestos de amor y respeto, el cuidado y la generosidad para con los más débiles son maneras de abrazar la propia vulnerabilidad. Al aceptar la vulnerabilidad y la dependencia, aprendemos a dejarnos amar por quienes somos, no por lo que podemos hacer o producir.

¿Realmente quieren morir?

Algunas posturas ultraliberales parten de una idea de libertad muy idealista. La libertad humana está siempre condicionada, situada; y más todavía la de una persona vulnerable que sufre y que no tiene todos los elementos a la vista para poder elegir con claridad. No es algo simple, porque bajo presiones afectivas, sociales y económicas, las personas no deciden con plena libertad cuando sufren mucho. El suicida generalmente quiere acabar con su sufrimiento o el de sus seres queridos, no con su vida.

No pocas veces el ideal de libertad individual se absolutiza sin pensar en las consecuencias sociales. La eutanasia es una decisión que no afecta solo al que la pide. En la medida en que la eutanasia sea una alternativa al enfermo, lo será también para su entorno, especialmente para sus familiares, amigos, acompañantes y de los médicos que lo tratan. Todos tendrán presente que ese sufrimiento tiene una “solución rápida” que depende de la decisión del enfermo. Aunque nadie lo diga, todos sabrán que hay una puerta de salida para evitar problemas a otros. ¿No es acaso una carga demasiado pesada para el paciente? ¿No le estamos tirando un salvavidas de plomo al que más sufre?

¿Puede el médico o el legislador asegurar, sin margen de dudas, que el enfermo desea morir y no -por ejemplo- dejar de ser una carga para su familia? Habilitando esta opción, ¿no estaríamos favoreciendo más abusos de conciencia hacia la población más vulnerable? Y de la mano de esto, ¿no se carga aquí al médico con una potestad sagrada de omnisciencia?

 Tiempo de recortes

Un tema preocupante que no parece discutirse es el aspecto económico. Claramente, los cuidados paliativos son más caros. Pensemos lo que significa mantener diariamente una cama de CTI. ¿No se vuelve, la eutanasia, una solución fácil para reducir costos en un sistema de salud sobrecargado? ¿No terminaría siendo, como en otros países, una forma legal de recortar gastos olvidando la dignidad humana? Algunos dicen que hoy se practica ilegalmente y contra la ética médica, y por eso debería legalizarse. En realidad, es lógico suponer que su legalización ampliaría su uso por las razones económicas antedichas, y libraría a los médicos de toda responsabilidad. Además, que algo que va contra la ética médica se practique solapadamente, no lo vuelve más ético que se lo despenalice.

En Oregón, el Estado norteamericano que ha sido elogiado como progresista en la presentación del actual proyecto, registra un caso que me permito citar: En 2008 Randy Stroup, un ciudadano norteamericano enfermo de cáncer, recibió una respuesta negativa de su seguro de salud Oregón Health Plan ante su petición de ayuda financiera para una costosa quimioterapia; sin embargo, le indicaron que sí asumirían los costos de un suicidio médicamente asistido…

Cuidados paliativos y eutanasia ¿complementarios?

Para algunos oponer cuidados paliativos a eutanasia es caer en una falsa oposición; pero hay un pequeño matiz: los cuidados buscan eliminar el sufrimiento y la eutanasia tiene por objeto eliminar a la persona, en ese sentido se los plantea como opuestos, por su finalidad, no porque no puedan coexistir legalmente. Es obvio que pueden coexistir, pero se oponen en su cometido.

La ley de voluntad anticipada (18.473) permite elegir no recibir tratamientos que alargan la vida innecesariamente, haciendo sufrir sin sentido a quien por el curso de su enfermedad podría morir tranquilo sin verse sometido a un encarnizamiento terapéutico. Esto no es eutanasia. Es una Ley muy bien lograda en el Uruguay que respalda los derechos y libertades del paciente y no es muy conocida.

Un debate que necesita serenidad y profundidad.

Aunque no es la misma situación, es interesante investigar lo sucedido en Holanda y Bélgica, donde muchos ancianos viajan a internarse en Alemania por desconfianza hacia sus médicos, por miedo a ser descartados. Esos son los países que se proponen como modelo en estos asuntos. Es importante mirar las pocas experiencias que existen y comprobar que, empezando con leyes restrictivas, progresivamente fueron abriendo la puerta a una naturalización del descarte de personas consideradas “no dignas” de seguir viviendo.

Sé que no es fácil hablar del tema en pocas líneas. Incluso yo, que preferiría que se aseguraran los cuidados paliativos para todos en lugar de abrir la puerta a la eutanasia, no puedo dejar de pensar que pueden existir situaciones complejas y de difícil discernimiento. Pero ¿se puede legislar para todos favoreciendo una práctica que atenta contra los fundamentos de la ética médica?

Evitemos caer en slogans simplistas: “Yo estoy a favor de la vida”, o “Yo estoy a favor de la libertad”, “Que cada uno haga lo que quiera”; lo que está en juego es mucho más complejo y requiere un sereno y profundo debate.

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