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Evidentemente: un absurdo tempestuoso

Evidentemente: un absurdo tempestuoso
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Evidentemente es el nombre del espectáculo con que el jovencísimo Agustín Luque irrumpió en la escena montevideana. El equipo comandado por Luque presenta la obra como “Teatro del absurdo”, y con los prejuicios referidos a tan elástica etiqueta (entendiéndose prejuicio como juicio previo, sin connotaciones negativas) nos acercamos a la sala 2 del Teatro Stella. Vale la aclaración porque el diseño del espacio enseguida nos recordó una de las dos versiones que Marisa Bentancur junto al grupo A Proscenio montara de Pervertimento y otros gestos para nada, de Sanchís Sinisterra, y es probable que esto tenga que ver con el intento de asociar el inclasificable trabajo de Luque con la etiqueta con que se presentan. En Evidentemente, al igual que en Pervertimento, el espectador puede identificar claramente dos zonas dentro del espacio escénico. En una de ellas, llamada por el autor como La falacia, transcurre la “ficción” que reúne a Levanski, Susanita, La Mascota y el lavarropas. Pero La falacia está rodeada del depósito, espacio que por momentos parece ser un escape de los personajes desde donde reflexionan sobre sus acciones y su propio ser. Es, por ejemplo, desde el depósito que Levanski reflexiona: “Evidentemente soy un mono expuesto atrás de una vidriera y ustedes son los que me tiran caramelos, me tiran caramelos y yo me los trago —azúcar— y persigo los aromas vaginales de zorras con caravanas y me masturbo hasta tenerla roja y pulida como un teléfono para llamar pestañas postizas a domicilio, sí, soy eso, un mono del carnaval, cualquier inteligencia que les proponga va ser como tocar los platillos”. Más allá de la extraordinaria poética de Luque, Levanski como personaje parece percibir que está protagonizando algo irreal, que es un mísero entretenimiento para otros. Susanita antes también ha reflexionado en ese sentido, quizá con mayor lucidez: “Es tan artificiosa esta conversación, ¡Está mal! Lo que acontece es inverosímil, no tiene sentido ni significa ni refiere a nada conocido en el plano de la materia, nunca tiene sentido en mi dialéctica pura y dura, lo que yo digo no pasa, lo que dicen todos no pasa, no tiene sentido, lo acontecido fue un invento de porquería dirigido posiblemente por un universo prematuro que por tener mal de ojo es amante de la falacia. Todo esto es una falacia, una no existencia didáctica, plástica, y hasta lúdica, pero hay que seguir con la porquería porque si no se rompería el código estético-ético-lógico-político establecido y caería todo, caería profundamente. ¡Jerry! no tiene sentido, Jerry, un lavarropas, el número treinta y cuatro de acá para allá en una obra de teatro, que yo esté en un plano individual fingiendo que sé que estoy en un teatro y que tengamos una mascota y que diga cosas importantes”.

Ahora bien, si tanto esa duplicidad de espacios que vuelve a los personajes sospechosos de ser conscientes de sí mismos como los propios parlamentos nos recordaron algunos pasajes de Pervertimento, Luque parece ir más allá. Los técnicos y el propio director, ya en la zona de la platea, se integran al espectáculo, sea desde el vestuario o interviniendo directamente, en una suerte de tercer espacio que esta vez incluye al espectador. Y nada de esto parece ser un mero juego formal, gratuito, sino que estas discusiones sobre convenciones, sobre duplicidad de lugares o sobre el propio lenguaje terminan planteando problemas ontológicos. Algunos ejemplos: “¿Por qué será que la doble afirmación no es negación? la doble negación, es afirmación…” se pregunta Levanski, y más allá del juego de palabras parece estar indagando sobre las correspondencias de algunas formas de razonar y la “realidad”. Aquí recordamos que Evidentemente se subtitula “Pedagogía del ser”, y que mientras están atentos al lavarropas, Levanski y Susanita están pendientes de la educación de La mascota: “Entonces la interrogante pasa de ser si nuestra mascota es una mascota a qué es lo que nuestra mascota quiere decirnos y si las mascotas hablan ¿Hablarán las mascotas, Susan? ¿Hablará nuestra, La Mascota?”, pregunta Levanski, y Susanita responde: “Las mascotas no hablan. Ni significan, ni refieren.”

Dentro de la lógica que propone Luque parece haber un triángulo familiar, en que las tareas productivas están simbolizadas por el lavarropas, mientras que las reproductivas por la educación de La mascota, una educación cercana al adoctrinamiento, en que no faltan inyecciones químicas correctoras. Pero fuera de ese espacio los personajes parecen dudar, y esas dudas parecen tener más que ver con la existencia que con la ficción teatral. Nuevamente Levanski da una pista: “Burro!, comunista en el sentido de ser común y también por estar adoctrinado por estrellas, y usted no sabe que las estrellas que nosotros vemos en el cielo ya están muertas, apagadas hace siglos en el espacio-tiempo y solo vemos un mísero destello de su luz.” Nuevamente, los signos nos engañan, lo que vemos no es la realidad, sino una representación falsa.

En conclusión, Evidentemente parece tener como foco el sistema de signos en sí, teatral o lingüístico, y cómo este puede dar cuenta o no de la realidad. La tempestuosa puesta en escena, con actuaciones cercanas al expresionismo, parece tener que ver con una época de histeria y neurosis, aunque quizá haya un exceso de vorágine que puede ser contraproducente para que el espectador pueda acercarse a los cuestionamientos más centrales de la propuesta de Luque. Una propuesta contundente, con una producción de sentido mucho más densa de lo que parece a primera vista, y que se desintegra adelante mismo del espectador.

El autor contó a Voces que Evidentemente “es parte de un ‘pentagrama’ de cinco obras que tienen por común la aparición de los Maniáticos Vestidos de Blanco, escritas en mi universo de fantasía, por el Josepe Antalino, y, que con ellas forma parte de una novela que estoy escribiendo hace años donde este personaje se usa de los ´ensayos fantasía´ de otro personaje (Alfonso Pizza) para hacer sátiras sobre algunos de los personajes del mundo.” Habrá que estar atentos a este nuevo autor.

Evidentemente. Autor y director: Agustín Luque Cambiasso. Elenco: Valentina Borrás, Ailín Curbelo y Julio Garay.

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.