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Fugas de minifalda

Fugas de minifalda
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Los sesenta fueron años de agitación política y sindical, pero también de cambios en otros ámbitos, cambios que empezaron a modificar aspectos de la vida cotidiana. Entre esos cambios clave aparece el protagonismo de la juventud a la vez que se modifican algunas prácticas vinculadas a la sexualidad, a la familia, al vínculo al interior de la pareja. Sin embargo no suelen aparecer asociados esos dos aspectos. Un caso excepcional en los trabajos de investigación periodística en ese sentido es el libro de Ivonne Trías y Universindo Rodríguez sobre Gerardo Gatti[1]. En ese trabajo se puede leer: “No era condición para la militancia política o sindical plegarse a la lucha por la libertad sexual, la igualdad de géneros, la apropiación del rock, la minifalda o el pelo largo masculino. Sin embargo, para la generación protagonista del 68 todas esas insubordinaciones fueron simultáneas, a veces confluyentes, a veces divergentes (…) Y en la intersección de diversas rebeldías los jóvenes del 68 definían sus prácticas. En los años sesenta la minifalda y los hot-pants, a pesar de algunos aspavientos escandalizados, se generalizaron rápidamente entre las más jóvenes. Las militantes, aunque no prescindieron de usarla, reconocen que resultaba incómodo participar con esta indumentaria en una reunión política”

Interesa el testimonio porque señala la tensión en el ámbito de la militancia revolucionaria respecto a los cambios que afectaban a la vida cotidiana. Más adelante agregan Trías y Rodríguez: “Hubo una aceptación más natural de las relaciones prematrimoniales, una mayor libertad para el goce sin temor a embarazos no deseados (…) Así, mientras que para los varones y mujeres jóvenes que ingresaban juntos a la militancia era natural compartir estas formas de relacionamiento, para la generación anterior no fue fácil resolver el encuentro”. En particular fue complejo resolver el encuentro cuando aparecían los hijos, los autores del libro sobre Gatti entrevistan a su esposa, quien afirma: “Él militaba todo el día y se preocupaba mucho de que estuviéramos bien. Pero alguien tenía que ocuparse de los niños”. Y evidentemente el ocuparse de los niños fue una tarea de las mujeres.

Nos interesa traer estos testimonios porque ponen en contexto algunas tensiones que atraviesan la historia de la fuga de la cárcel de Cabildo que se cuenta en la obra Operación Estrella, escrita y dirigida por Julieta Lucena. La obra se centra en la fuga que protagonizaron 38 militantes del diversos movimientos revolucionarios (MLN y OPR 33 entre las más importantes) que se narra en el libro 38 Estrellas, de la periodista argentina Josefina Licitra. Tanto Licitra como Lucena se sorprendieron de que la mayor fuga organizada de mujeres de la historia fuera casi desconocida, algo que es más extraño pensando en la narrativa heroica que el MLN realizó de sí mismo y de sus operativos a partir del año 85. Tanto para la escritora como para la actriz y dramaturga la razón de ese desconocimiento es clara, la Operación Estrella es protagonizada por mujeres, que siguieron siendo consideradas como el decorado de la revolución por mucho tiempo.

La mayor parte de las militantes que se fugaron en Operación estrella (el 30 de Julio de 1971) eran menores de 30 años, integraban la generación del 68, esa que usaba minifalda y vivía de forma menos conservadora la relación de pareja, una generación de mujeres militantes que sentía que podía ser parte de la dirección política de un movimiento revolucionario, y lo reclamaba. Esas discusiones son protagónicas en el relato que arma Lucena, en el que intercala momentos de una fuga anterior, conocida como Operación Paloma (8 de marzo de 1970). Las fuentes de la obra teatral no se agotan en el libro de Licitra, sino que tienen como otro aporte sustantivo, además de entrevistas y relatos de las protagonistas, el único libro testimonial que narra las fugas de mujeres en nuestro país, ese libro que escribió Graciela Jorge se titula Historia de 13 Palomas y 38 Estrellas. La diversidad de fuentes se traduce escénicamente en momentos en que las protagonistas narran las hechos, a veces mirando al público como en un interrogatorio, junto a otros en que la convivencia en la cárcel es re-presentada. También es posible detectar el cambio entre la fuga del 70 y la del 71, ambas de la misma cárcel de Cabildo. Las monjas que regenteaban la cárcel antes de la primera fuga dejan lugar a la policía en la segunda, por lo que controles y seguridad se habían intensificado. No había cambiado, sin embargo, la percepción del rol de la mujer en la sociedad, por lo que las tareas de las presas eran coser, tejer, cocinar, y otras actividades que sin embargo terminaron brindando insumos para realizar la fuga, como el medir algunas dimensiones de las celdas.

Como decíamos, aparte de poner el contexto político, en que son algunos mojones la toma de Pando (el 8 de octubre se cumplieron cincuenta años), la creación del Frente Amplio, y las casi permanentes Medidas Prontas de Seguridad, se narra la vida cotidiana de unas mujeres que tenían como norte hacer la revolución. Esto es importante porque la fuga era para continuar con esa lucha, y las discusiones que se dan, entre las que aparece la desigualdad de roles entre mujeres y hombres, también está atravesada por esa necesidad casi existencial de aquella generación de militantes: hacer la revolución, transformar la sociedad. Y esto tenía consecuencias, como el postergar la maternidad, o el tener que tomar la decisión de dejar una hija al cuidado de otra familia.

El espectáculo teatral entonces tiene varias virtudes, el más evidente es el rescatar una historia olvidada, a la que nunca se colocó en el mismo lugar “heroico” que otras acciones de esos años. Pero por otro lado se pone foco en el cambio se sensibilidad que se estaba atravesando. Si bien el término “sororidad” aparece de forma deliberadamente anacrónica, el vínculo que establecen las mujeres entre sí y las discusiones que protagonizan son un antecedente del momento histórico que atravesamos medio siglo después, y pareciera que el grupo de creadoras que ha decidido contar estas historias lo planteara desde ese lugar, desde el reivindicar la osadía de querer cambiar el mundo también discutiendo el rol de la mujer en una organización política. El elenco, conformado por actrices jóvenes como las presas a las que representan, se apropia con particular energía de una historia a la que pone nuevamente en tiempo presente. Las funciones se agotan, reserven su entrada con tiempo.

Operación Estrella. Texto y dirección: Julieta Lucena. Elenco: Elenco:Claudia Carbone, Emilia Palacios, Mariana Arias, Silvia Bilbao, Thamara Martínez y Valeria Dos Santos.

Funciones: jueves a las 21:00. La Gringa Teatro (Av. 18 de Julio 1236).

[1]     Ivonne Trías y Rodríguez, Universindo. Gerardo Gatti, revolucionario, Montevideo, Trilce, 2012.

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.