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George Stevens, paciencia y determinación

George Stevens, paciencia y determinación
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DATOS. En momentos de cumplirse los 45 años de la muerte del director George Stevens se reeditó el libro de Marilyn Ann Moss Giant: George Stevens, A Life On Film, donde el afán de la autora no es relatar sólo los pormenores de una vida, sino vincularla a los alcances de una obra. Los datos biográficos no faltan a la cita, y el lector puede enterarse así que Stevens (18.12.1904-08.03.1975) era hijo de actores teatrales ambulantes, y que desde muy niño integró la troupe familiar, actuando en ella e incluso revisando y corrigiendo sus libretos. En 1921 la familia se estableció en el noreste de Los Ángeles, y un año después Stevens ingresó como aprendiz y asistente de cámara a los estudios de Hal Roach. La fotografía era su temprana pasión desde que la madre le regaló una cámara Brownie cuando cumplió nueve años. Su talento natural para captar la mejor imagen desde cualquier ángulo le abrió camino en la compañía de Roach: entre 1924 y 1932 fotografió más de cien cortos para Laurel y Hardy, Charley Chase y Harry Langdon. Esa experiencia lo acercó a la Universal, donde dirigió doce mediometrajes para la serie “The Warren Doane Comedy”. Luego fue contratado por RKO, donde Stevens trabajó hasta 1940, cimentando una carrera que se extendería hasta 1970 y pasaría por MGM, Columbia, United Artists, Paramount, Warner y Fox. Esa labor sólo se interrumpiría entre 1943 y 1948, período en que Stevens colaboró como fotógrafo y cineasta en el esfuerzo bélico y la inmediata reconstrucción.

ALCANCES. Más allá de ese anecdotario, Moss descubre al verdadero Stevens por otras vías. Inicia el libro con una cita de Fred Zinnemann, donde ese director cuenta que “después de rodar cinco días seguidos, George se tomaba tres semanas para preparar las siguientes tomas, provocando la ira del productor. Mientras éste vociferaba, él se sentaba con el rostro impasible, sin decir una palabra, y cuando la diatriba terminaba respondía ‘muchas gracias’, se levantaba y volvía a su trabajo”. Dos características del director, paciencia y determinación, ya se plantean antes de iniciar la lectura del libro.

En las primeras páginas Moss regala más datos valiosos: “De intensa privacidad, pero muy osado en los sets, dominó el sistema de Hollywood como pocos. Fue un director que desde el inicio exigió completo control creativo de su obra, pese a la oposición de los magnates de los estudios. Buscando la perfección, filmaba kilómetros de película, que luego derivaban en encierros prolongados en el cuarto de montaje, donde por semanas nadie accedía a él”. Entre el detalle personal y los alcances de un arte, el libro desnuda la esencia de Stevens, quien definía al cine como la relación nacida entre la identificación de los personajes en la pantalla y la audiencia, que se veía reflejada en ella: “El ser humano adquiere fuerza y pureza porque las raíces de las que proviene poseen fuerza y pureza, y el cine debe ser el mensajero adecuado”. Esa honestidad conceptual hizo que su obra fuera una de las más coherentes del Hollywood clásico.

OBRA. La autora divide la trayectoria de Stevens en tres períodos. El primero (1934-1938) abarca diez comedias que oficiaron como aprendizaje para el novel director. Del lote, Moss destaca La mujer que supo amar (1935), sátira social que debió tener un final dramático que Stevens no supo imponer a sus productores; y Ritmo loco (1936), un eficaz y muy ágil musical con Ginger y Fred. La transición surgió con Gunga Din (1939), película atípica en la carrera del director, a la que Moss dedica varias páginas en las que hay cabida para jugosos detalles de preproducción y filmación, pero también para descubrir los motivos del descomunal éxito mundial obtenido. Excepto en India, donde por meses se intentó impedir el ingreso de nuevo material de cine americano.

Un segundo período (1940-1943) sitúa cinco films focalizados en personajes femeninos de fuerza, aunque allí la carrera de Stevens se empantanó entre melodramas ampulosos (Noches de angustia, 1940; La canción del recuerdo, 1941) y comedias con poca sustancia (Tres contra todos, 1942; El amor llamó dos veces, 1943). Es allí donde uno puede discrepar con la autora, que cree ver en La mujer del año (1942), una buena comedia, la visión simbólica de una América a punto de entrar en guerra: eso parece traído de los pelos. Luego Stevens cubrió los combates del norte de África, la invasión de Normandía, la batalla de Bélgica y la liberación del campo de exterminio de Dachau, experiencia imborrable que lo marcaría para el resto de sus días.

De ese quinquenio marcado por vivencias aterradoras Stevens desembocó en un tercer período creativo (1948-1970), que la autora estudia en detalle -ocupa la mitad del libro- y con un interesante nivel de análisis. Informa y entretiene con el anecdotario de la búsqueda de derechos para filmar Ambiciones que matan (1951) y la tensa relación de Stevens con la Paramount. Logra un notable capítulo al estudiar El desconocido (1953), tomando al protagonista Alan Ladd como alter-ego del director. Y hace hincapié en el uso del CinemaScope como eje para desarrollar la idea de grandiosidad manejada por Stevens en sus últimos films, obteniendo resultados muy buenos en Gigante (1956), buenos en El diario de Anna Frank (1959) y fracasados en La más grande historia jamás contada (1965). empresa desorbitada donde se llegó a pensar en Fidel Castro para el rol de Jesús. Para bien o para mal, en su obra Stevens manejó ideas y materiales ambiciosos y nobles con los cuales erigió un monumento al americanismo, apuntalado por un estilo que, en base a tomas desde cualquier ángulo o encuadre, terminaba definido en el cuarto de montaje. Estudiando ese detallado proceso de creación, este libro contribuye a que se comprenda mejor al artista y la época en que vivió.

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Amilcar Nochetti Tiene 58 años. Ha sido colaborador del suplemento Cultural de El País y que desde 1977 ha estado vinculado de muy diversas formas a Cinemateca Uruguaya. Tiene publicado el libro "Un viaje en celuloide: los andenes de mi memoria" (Ediciones de la Plaza) y en breve va a publicar su segundo libro, "Seis rostros para matar: una historia de James Bond".