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Glifosato por Luis Nieto

Glifosato por Luis Nieto
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Tanto los defensores del uso de glifosato como los estudios que se han hecho sobre el mismo, en distintos países, no llegan a demostraciones concluyentes. Como en el caso del tabaco, un fuerte lobby acompaña las posiciones de ambos grupos. La mayor parte de los usuarios sólo ven las ventajas, seguramente que empujados por la competencia, en un terreno donde las ancestrales formas de cultivar la tierra han perdido fuerza. La destrucción química de las plantas asociada a la siembra directa, es decir, a utilizar sembradoras que abren un surco de menos de 1 cm. donde depositan la semilla y el fertilizante, para taparlos en una misma maniobra, permiten cultivos más eficientes, donde menos cantidad de semillas producen más plantas, y eso quiere decir mayor ganancia.

Una empresa suiza no se quedó de brazos cruzados, y apostó por la disminución del uso de glifosato y otros herbicidas en dosis equivalentes a 20 veces menores a la cantidad que se utiliza para eliminar la maleza. La empresa suiza Ecorobotix ha desarrollado un vehículo, que puede moverse de forma autónoma hasta durante 12 horas. Al detectar las hierbas no deseadas se detiene y dirige mediante un láser la cantidad necesaria de glifosato para eliminar únicamente la planta no deseada. El vehículo consiste en dos paneles solares montados sobre largas patas, que terminan en cuatro ruedas que pueden girar en cualquier dirección. El robot es guiado por GPS, detectando en toda el área la presencia de hierbas que compiten con los cultivos. Dos aspersores muy pequeños, manejados por brazos articulados, se activan sólo sobre las malas hierbas. Con el 5% del herbicida utilizado en la actualidad es suficiente para acabarlas, sin provocar una destrucción indiscriminada.

Esta nueva generación de pulverizadoras puede provocar un verdadero desastre en la fabricación de productos potencialmente agrotóxicos. Pero los fabricantes de herbicidas, sintonizando con la inquietud que estos causan en la opinión pública, se preparan para una disminución drástica del uso de herbicidas, y comienzan a apostar a la fabricación de aparatos inteligentes, que disminuyan al mínimo los riesgos del uso de glifosato. La tecnología disponible hoy hace posible un uso más seguro y eficiente de los productos químicos, necesarios para mantener una explotación agrícola intensiva. Luego de la cosecha se elimina químicamente toda competencia sobre el terreno y se vuelve a sembrar, normalmente otro tipo de pastura, que aporten nitrógeno al suelo, o que lo requieran, rotando para no agotar los nutrientes.

¿Qué parte tecnológica usa la pulverizadora selectiva que ofrece Ecorobotix, que no pueda estar al alcance de técnicos uruguayos? Al menos sí es posible acceder a los instruentos más sofisticadas del robot: Un GPS que ubique los límites del predio. Un par de paneles solares que hagan mover las cuatro pequeñas ruedas, así como al resto de la máquina. Una lente que capture la imagen que tiene el robot por delante y la envíe a la pequeña computadora que va a guiar los dos brazos de las pequeñas terminales que “quemarán” las malas hierbas. Ruedas, pequeños motores, hierro, todo disponible en el mercado.

¿No se hace todos los años un concurso de robots en la facultad de Ingeniería, con buenos resultados? ¿Por qué está desvinculada la investigación y la empresa privada en este país? ¿Qué consecuencia tendría para Uruguay el uso de aparatos como estos?

En primer lugar, evitaría buena parte de la importación de enormes y caros “mosquitos”, con brazos que pueden cubrir hasta 50 mts. de terreno, que arrasan con todo a cada pasada. En segundo lugar, una disminución muy importante en la importación de productos químicos, imposible de producir en Uruguay de forma rentable. En tercer lugar, agregar seguridad biológica a los productos del agro uruguayo. Pero ¿está nuestro país en condiciones de fabricar aparatos inteligentes y autónomos, del grado de exigencia tecnológica como el de esta pulverizadora selectiva?

Esta pregunta es la que va a pesar cada vez más entre el grupo de países que invierten en ciencia y tecnología, y los que utilizan sus presupuestos para mantener burocracias obsoletas y clientelas políticas. No hace falta irse al caso venezolano, que dilapidó su riqueza petrolera en desmedro del progreso científico y el bienestar de la población; también en Uruguay, en el sector agropecuario, vivimos el rezago científico y tecnológico, pero ya no por falta de recursos sino por una falta de decisión política. El Instituto de Investigaciones Agropecuaria debe ser el único instituto de investigaciones del Uruguay que podría, y de hecho lo hace, producir conocimiento científico aplicable en el país, y como insumo para la exportación. Desarrolla nuevas variedades botánicas, produce mejoras genéticas en razas ovinas y bovinas, certifica la calidad de la carne, la leche, la calidad de los granos, y todo lo referente a la actividad agropecuaria, incluyendo análisis agroclimático. INIA cuenta con ocho Direcciones Regionales, y cada una con una Estación Experimental. En cada una se produce conocimiento y los investigadores se actualizan continuamente con lo que se está investigando en el resto del mundo. Al menos en eso, Uruguay no ha caído en la brecha que sí han caído las instituciones de enseñanza y la industria en general.

Si Uruguay tuviese el coraje político de definir el rumbo por el que va a transitar, sin dudas tendría que mirar al agro como el sector más vital de la anémica industria uruguaya.

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