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El Guapo no tiene paz por Antonio Pippo

El Guapo no tiene paz por Antonio Pippo
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Yo creo que a esta altura –aunque su gaucho corazón le impida reconocerlo- desearía vivir, en estado salvaje, al comienzo de los tiempos de la vida en el planeta, aquellos en que “inmensos bosques de coníferas y helechos arborescentes cubrían los continentes, purificando la atmósfera de anhídrido carbónico”.

(Confieso que le he robado esta frase a Francisco Umbral, quien a su vez la tomó del libro “La introducción a la prehistoria”; me pareció apropiada a la situación).

Pero no liga nada el Guapo. Si esa idea le pasó por su considerable cabeza, la realidad, que lo picanea como a un triste buey, lo volvió enseguida a su sacrificada y persistente peripecia.

Venía a caballo desde Masoller, donde los blancos habían rendido tributo a Aparicio Saravia, a ciento catorce años de la batalla contra los colorados, que dio lugar a una célebre frase de Jorge Batlle: -¿Cómo no iba a caer ese hombre? Andaba en medio del tiroteo trotando en un caballo blanco y con poncho, sombrero y botas blancas… ¡No le podían errar!

Los talones le ardían al Guapo como si caminara descalzo sobre brasas y los dedos gordos de los pies le dolían hasta la coronilla, culpa de las botas de potro que se encapricha en usar, cuando un periodista de Rivera le dio la voz de alto y le comunicó que Sendic había renunciado. Y, bueno, el hombre, que no es de madera –aunque a veces lo parezca- vio el micrófono y virtualmente se tiró de cabeza, asignándole al hecho una gravedad inusual, para la que no ahorró adjetivos, superando esa limitación de vocabulario que sus adversarios le imputan. Pero se cuidó de extralimitarse.

Para qué.

A esas horas, en Montevideo, En el Palacio de las Leyes y de los viáticos jugosos, el Cuzquito, con el doberman Heber a su lado, en el rol de Presidente del Honorable Directorio del Partido Nacional, calificaba el hecho de “crisis institucional”.

¡Ay, las coníferas y los helechos arborescentes! Al Guapo le hubieran hecho falta: esa declaración fue como si le tocaran las nalgas y, ya en la capital, se enzarzó en un loco zarandeo con el muchacho del jopo, con Heber, con Iturralde, con Pablo Abdala y varios más, mientras iba y volvía corregida, una y otra vez, la declaración que los blancos al final acodaron y que circuló por toda la prensa, las redes sociales y hasta La Gazeta de Mal Abrigo.

Pero a lo que se llegó fue a un precario arreglo. Las diferencias subsisten. En otras palabras, el Raulito se convirtió en una tenia hambrienta que se introdujo, artera, en los intestinos nacionalistas. Y por eso andan todos desesperados.

Es decir: todos los que alguna que otra picazón electoral ya habían manifestado, incluso la morocha Alonso, que hasta se desmayó en un acto partidario y Sergio Botana se tiró de cabeza para abarajarla en el aire (obvio que con fines honestos), así como el eterno grupo de los intendentes rebeldes del amague fácil.

Pobre Guapo. El otro día lo vi en una foto: me pareció más gordo –a cierto nivel de la escala zoológica, en la evolución de las especies, el estrés te tira quilos encima-, y con una melancolía indefinible, digna de un verso de Verlaine, en su cara barbuda, con esos carrillos abombados por la gula, inflados de preocupación pero divinos para mascar tabaco.

Claro, es tozudo. Sigue con lo de la candidatura, que va a acordar con quienes valga la pena y que hay que buscar la unidad. Hablando de cosas que se devalúan…

Sin embargo, un “duende de las redacciones”, que dice conocerlo, me contó que por las noches no duerme bien. Lo acosan pesadillas recurrentes: sombras de espaldas, una ancha y encorvada, otra estrecha y erecta, a las que corre de atrás y nunca alcanza; una escalera de viejo mármol, larga y empinada, cuyos escalones se le asemejan a la sonrisa malévola de una vieja babosa; Gonzalo Mujica, con un paraguas y haciéndole guiñadas; y la Verónica, meneándose y cantándole “Despacito” en ritmo de vidalita, rodeada de militantes planchas y con Botana cerca por si vuelve a caerse.

Qué destino, che. No se lo merece el Guapo, con toda la fuerza que le sigue poniendo al asunto sin una sola diarrea que se le haya constatado.

Un amigo que comparte mi amor por la etología me recordó que el fundador de esta ciencia, Konrad Lorenz, legó una teoría audaz: “Casi todo lo que consideramos feo constituye un fenómeno propio de la domesticación de la especie humana: vientre caído, arqueamiento de las piernas, piel fláccida, mirada inexpresiva. Si lo comparamos con individuos menos domesticados, vemos lo hermoso y noble que parecen los ejemplares más salvajes.”

Usted dirá, lector, ¿y esto a qué viene?

Vea, todo está relacionado. Desde las coníferas y los helechos arborescentes a qué va ocurriendo en la evolución de las especies, que no se detiene.

Al Guapo se lo comen en dos panes.

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Antonio Pippo Tiene 58 años de trabajo en el periodismo. Ha trabajado en todos los canales de TV del país, abiertos y por cable, menos VTV; ha trabajado en casi todos los diarios, semanarios y revistas (los que se han editado y los que aún se editan en el país); ha trabajado como columnista en varias radios. Ha sido docente de comunicación en la Universidad  ORT. Ha publicado seis libros. Ha dictado charlas y conferencias en la capital y diversas ciudades del interior sobre temas de periodismo. Fue productor general y co protagonista de un espectáculo de tango que se presentó en el país durante diez años, cerrando ese extenso ciclo el año pasado.