Home Entrevista Central Gustavo Monzón, Vicerrector de la Universidad Católica: Existe el prejuicio de que todo lo católico y privado es malo

Gustavo Monzón, Vicerrector de la Universidad Católica: Existe el prejuicio de que todo lo católico y privado es malo

Gustavo Monzón, Vicerrector de la Universidad Católica:  Existe el prejuicio de que todo lo católico y privado es malo
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Es lógico que, si te juntás con un cura que es vicerrector de una universidad, los temas cantados son religión y educación. Dicho y hecho, este joven sacerdote es un digno representante de los jesuitas del siglo XXI.

Por Jorge Lauro y Alfredo García / Fotos: Rodrigo López

PERFIL:
Montevideano de 37 años. Sus padres son ingenieros químicos, trabajaron en el mundo de la industria. Es el mayor de tres hermanos, dos mujeres: Elena y Cecilia. Estudió en el Seminario desde los 4 hasta los 18 años. Después entró a la Compañía de Jesús. Se ordenó sacerdote el 16 de junio de 2018. Vivió tres años en Chile y luego hizo el doctorado en Boston.

Un hogar de ciencia dura. ¿Cómo engendra a alguien dedicado a la teología?
Es algo que sorprendió a mis padres. Por más que estaban dedicados a las ciencias duras, en mi casa siempre había libros y se hablaba de historia, de cultura, de cine. Pero salí muy negado para las ciencias. Física, matemática y química las sufrí mucho. Siempre me gustaron las humanidades. De hecho, tuve un pasaje de dos años por la UDELAR, donde estudié Economía, en 2003 y 2004. Estudié luego teología e hice un doctorado en una universidad jesuita en Estados Unidos.
¿Sobre qué fue la tesis?
El nombre fue “Una revisión católica de la laicidad uruguaya”. Analizo el fenómeno de la laicidad uruguaya y la cultura política uruguaya respecto a la relación entre Iglesia y Estado, desde una óptica de la filosofía política contemporánea, donde el tema de la religión en el espacio público es un debate que viene de los últimos cuarenta años, y cómo el catolicismo, a partir de la doctrina social de la Iglesia, entiende la laicidad. La cultura política uruguaya nace en un contexto de confrontación con el catolicismo en el siglo XIX. También la doctrina católica afirmaba el Estado católico como un valor, y el problema de la separación entre Iglesia y Estado. Pero la doctrina católica, en una evolución histórica y en una recepción de los distintos movimientos históricos del siglo XX, ya sea con la experiencia de los totalitarismos, el valor de la democracia constitucional o el valor de la economía social de mercado, empieza a incorporar la libertad religiosa como un valor. Hasta llegar en 1965 a decir que la libertad religiosa, la separación entre Iglesia y Estado y una laicidad que integre lo religioso es parte constitutiva de la tradición de la Iglesia. Busqué revisar si la cultura política uruguaya tiene estos rasgos antirreligiosos, y un Estado que termina siendo laicista y no laico, un Estado que termina generando una moral pública que margina todas las morales privadas. Ver de qué manera la democracia también tiene sus riesgos cuando margina la religión, y qué pueden hacer las religiones para mantener y cooperar con la estabilidad democrática.
Muchos religiosos uruguayos hablan de que, dentro de todo, la laicidad uruguaya no es tan mala.
Creo que la laicidad uruguaya es parte de nuestra cultura política. Me gusta mucho el filósofo político John Rawls, que dice que la cultura política es el modo en el cual los países y las sociedades interpretan los textos fundacionales y los valores políticos que hacen a la nación. Creo que la laicidad uruguaya fue un largo proceso. Fue un pacto laico, un acuerdo que en su momento a la Iglesia le hizo bien, porque estaba muy controlada por el Estado. Le permitió a la Iglesia sacar lo mejor de sí misma, movilizarse, ir a la sociedad civil, generar los partidos, movimientos sociales y sindicatos católicos. Fue la década de la movilización católica, en las décadas de 1930 y 1940, incluso hasta en la de 1950. La laicidad generó una cultura política. Viví en Argentina y en Chile, en países donde la Iglesia tiene un poderío político y cultural muy fuerte. Esta separación, que es muy evangélica, se basa en “dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”. Esto no implica meter a Dios en un ropero. La laicidad toca en lo más propio de la doctrina católica. No es un Estado confesional en sí, sino tener un espacio en el cual la religión se pueda ejercer. En los siglos XVII, XVIII y XIX el Estado confesional tomó su forma, pero el valor era otro. Hay un jesuita estadounidense que estudié bastante en mi tesis, John Courtney Murray. Repasando la tradición de los primeros cristianos, él recuperó que lo propio del catolicismo no es el Estado confesional, que nace como una confrontación contra la revolución francesa y el jacobinismo, sino que lo propio del catolicismo es tener esta separación de esferas, con una esfera política autónoma y otra esfera religiosa autónoma, pero con puentes y comunicación, no con barreras. Creo que la laicidad uruguaya es lo que nos ha permitido convivir.
Dos por tres la Iglesia choca con algunas corrientes políticas. Sucedió con el aborto. ¿No pretende correr la línea de la laicidad?
Correría la línea si la Iglesia presionara en el Parlamento.
Ha presionado con excomulgar a los legisladores.
A los católicos.
Es una amenaza.
El político católico tiene la obligación de defender la vida, siempre.
Es la misma Iglesia que después le da la comunión a Videla.
Eso es meterse en el pasado. Creo que la Iglesia propone en un espacio público ante una legislación que ataca los fundamentos del Estado de derecho, que creo surge en el siglo XVI para proteger la vida. Vamos a las teorías de Hobbes, de Locke y a los derechos naturales. Ciertas legislaciones atentan contra los fundamentos de la vida. Cuando la Iglesia argumenta sobre estos temas no solamente hace un argumento religioso, sino que plantea que esto atenta contra la razón, contra la naturaleza humana, contra la dignidad y los derechos de la persona humana. Muchos de los argumentos de Juan Pablo II iban por los derechos humanos. El tema es que las sociedades se basan en consensos éticos, en la idea de que “hasta acá se puede, hasta acá no se puede”. Cuando esos consensos éticos se erosionan, la religión recuerda los deberes para con la humanidad. Creo que ahí las religiones tenemos el derecho a decir que hay ciertos acuerdos éticos que las sociedades nos damos para convivir, como la protección de la vida, de la propiedad, del buen nombre, de la libertad religiosa, y todos los valores que tenemos. La Iglesia, cuando esos valores se quieren trastocar, recuerda que la vida va primero. Después nos toca argumentar racionalmente.
Y no ponerle impuestos a la religión, también.
Es el artículo 5 de la Constitución, y fue una discusión fuerte en el debate constitucional. ¿Qué pasaba con los templos, los dejaban o no? ¿La Iglesia perdía las propiedades que se habían hecho con dineros estatales? Se llegó a una solución de consenso. Creo que también hay niveles, y hay que reconocer que hay una herencia cultural del catolicismo, y que muchas veces los impuestos existen porque la Iglesia ejerce labores de educación, de asistencia social, de mejora del tejido social, y el Estado reconoce que en eso hay un valor.
En España han metido presión para evitar que se les cobre impuestos a las propiedades y a las actividades comerciales de la Iglesia.
Muchas veces los Estados adquieren posturas muy anticlericales por una cuestión de agenda política. Hay un pensador y constitucionalista judío, Joseph Weiler, que está muy preocupado por los valores de la Unión Europea y habla de que se ha caído en una cristofobia, queriendo crear una razón pública neutral y eliminar todo rasgo de cristianismo, como si se tratase de una amenaza social. Conceptualmente hay situaciones en la cuales hay una postura que quiere ir contra la religión porque encuentra en ella una amenaza. El fondo de esto es creer que la única forma de vivir en sociedad es de forma relativista, creyendo que todo absoluto moral es una amenaza pública.
Eso choca con esa integración que debería tener la sociedad.
El Estado sí tiene que ser neutral. No solamente tiene que ser aconfesional, que a veces es como se entiende la idea de lo antirreligioso. Neutralidad en la justificación, lo que implica que el Estado no tiene que buscar argumentos religiosos para justificarse. Neutralidad en la soberanía, es decir, que el dominio del territorio tiene que pasar por argumentos comprensibles para todos. Neutralidad en el gobierno, por la cual el gobierno no tiene que estar basado en una doctrina filosófica o religiosa, como el catolicismo o el marxismo, con un gobierno que rompa el pluralismo. Y cuando un Estado es antirreligioso, rompe la neutralidad. Otra cosa es la sociedad. La sociedad es el espacio donde están la religión, los clubes y las distintas organizaciones. Ese ya no es un tema de filosofía política o de principios, sino de cómo nos manejamos mejor en la sociedad. Creo que ahí es interesante separar Estado de sociedad, algo que también es muy de la tradición católica: el Estado no agota la sociedad sino que está al servicio de la sociedad. Conceptualmente esto es importante para entender el rol de la Iglesia, el Estado y la laicidad. El Estado tiene que ser neutral y respetuoso de todas las doctrinas, siempre y cuando no afecten derechos fundamentales. Si una religión realiza sacrificios humanos o disturbios públicos, eso afecta la paz y el orden. Pero mientras respeten esos principios, creo que todas las denominaciones religiosas y sociedades deportivas tienen derechos.
¿Y las que son una estafa, como muchas de estas iglesias evangélicas y las de los telepastores?
Si hay una estafa, se tendrá que comprobar el delito con la Justicia. No me meto con las motivaciones. Se tendrá que probar el delito, la Justicia tendrá que actuar de oficio. Pero no es un problema de la religión sino de una violación a los derechos fundamentales.
Judicializar la fe es muy difícil. Está todo estudiado para poder estafar sin que se configure delito.
Creo que es un tema en el que habrá que ir caso a caso. Cuando ha pasado esto, la prensa libre ha actuado.
Pero crecen. La Iglesia católica ha ido perdiendo espacio en Uruguay, muchas veces por este tipo de cultos, que prometen el reino de Dios para hoy.
Sin generalizar, porque hay de todo, y a mí me ha tocado en mi experiencia pastoral acompañar a gente a la que esas religiones le han hecho un bien en cierto momento, lo que tienen ciertas denominaciones religiosas es que prometen una solución rápida y fácil. Es una ilusión. El catolicismo…
Promete el paraíso a largo plazo.
Más que eso, la amistad con Jesucristo, el hijo de Dios, que nos trae la salvación. Configurar la vida desde ahí y asumiéndola como viene, la vida en la que Dios nos da la libertad para nosotros ir descubriendo un camino y así salvar la vida. No es una salvación rápida. Es una libertad humana, con todo lo que eso implica de dificultades, de responsabilidad, de problemas, y también de posibilidades y de regalo de la gracia. Hay un deber nuestro en ser capaces de anunciar más explícitamente a Jesús. Creo que ese es el mensaje central del cristianismo, y que tendremos que anunciar más.
¿Cómo compiten con el que vende el jabón de la descarga, o con el del amarre para que tu pareja te siga queriendo? Es una estafa intelectual. Se aprovechan de los más humildes.
Tal cual. Se aprovechan un poco de nuestra cultura. Hemos perdido la capacidad de reflexionar. Si uno empieza a razonar, y no hablo de caer en el racionalismo, tiene que saber que un jabón no soluciona un problema. Como sociedad hemos perdido la capacidad de razonar y ver que la salvación no es una compra, sino que implica asumir la libertad humana. Estas soluciones que se proponen parten de las emociones, pero no tocan hondo. Y no descarto las emociones ni los sentimientos, que son importantes en la vida de la gente. Pero no son lo único, son una base, una experiencia desde la que ir profundizando. La fe tiene algo de esto, culturalmente se basa en este espíritu de época que tenemos, que a veces parte sólo del mundo de las emociones y los sentimientos, queriendo desde ahí entender la religión, la política, la sociedad, las relaciones de vida, con incapacidad de establecer bases sólidas. Creo que ahí la Iglesia, el catolicismo, tiene algo para ofrecer, y es una fe sólida, Jesús encarnado, el hijo de Dios. Dios hizo morada, nos dio palabra, nos dio razón, nos dio liberad para poder identificarlo, seguirlo y orientar nuestra vida de acuerdo a su palabra.
¿Cómo van a competir cuando aparezca la Universidad Pare de Sufrir del Uruguay?
Tendremos que seguir compitiendo atractivamente. La Universidad Católica es un tesoro para la Iglesia uruguaya, en la medida en que este es un espacio en donde vivimos mucho la pluralidad de ideas, de experiencias religiosas, donde nos une el deseo de usar la razón, y de darle un sentido. Aparte de la experiencia honda de Dios, que podemos dar, y que todas las religiones, mal o bien, pueden dar, nosotros tenemos el diferencial de ese Dios que se comunica con nosotros, que nos da un mensaje y una identidad para vivir. Implicará un trabajo de mucha evangelización, de compartir la buena noticia pero también de leer tu vida con sentido, lo que implica usar la razón, el pensamiento.
Hoy esas iglesias parecen más eficaces en darle sentido a la vida de gente que no lo encuentra.
Por eso creo que esto nos invita a nosotros a buscar estrategias para ofrecer el sentido a las personas que van a buscar algo. Nos invita a preguntarnos por qué a veces nuestro mensaje no llega. Creo que ahí hay estrategias pastorales de recuperar la devoción más primera, de recuperar elementos que están muy en la fe de las abuelas. Todas las personas tenemos ese primer nivel de catequesis y de evangelización. Hay un desafío en tratar de recuperar eso. Como iglesia se trata de comunicar esta buena noticia boca a boca, uno a otro. Hay un desafío interesante que nos presenta la cultura contemporánea y la competencia religiosa, por así decirlo. ¿Qué es lo más genuino nuestro, para encontrar el sentido? identificarnos con Jesús, el hijo de Dios, y desde ahí leer nuestra vida con fe y con libertad, para ir caminando con ayuda de la gracia, como se dice teológicamente, en un conocimiento cada vez más grande de Jesús. En un tema para pensar y hacer estrategias para trabajar con esa base de fe que todos tenemos.
En la Iglesia católica tenés muchas versiones. Y ni hablemos en educación.
Una cantidad.
No es tan homogéneo.
La Iglesia católica es muy plural.
Hay algunos que son muy ortodoxos, y están ustedes que son un poco los liberales de la Iglesia católica. A veces tienen contradicciones grandes entre ustedes mismos.
La Iglesia católica tiene una ventaja, y es que, si vamos al origen, encontramos lo que son las espiritualidades. Nosotros no tenemos sólo un evangelio aprobado por la Iglesia, sino cuatro. El evangelio es cómo Dios comunica la buena noticia y cómo eso fue poniéndose por escrito. No es sólo una historia sagrada, son cuatro, y hay muchos otros evangelios que la Iglesia no reconoció como canónicos, que son los evangelios apócrifos, lo que no quiere decir que sean falsos sino que no se reconocieron como inspirados por Dios para transmitir la buena noticia. No me quiero meter en una clase de teología bíblica, pero creo que, desde el inicio de los tiempos cristianos, el hecho de que haya cuatro evangelios significa que la pluralidad es inherente al cristianismo. Hay un evangelio más a los cristianos judíos, que es el de Mateo; otro a los gentiles; otro a los paganos. Y el de Juan fue escrito casi cien años después de la muerte de Jesús.
Un discurso para cada público.
Más que eso es cómo vivieron la experiencia de Jesús y cómo Dios fue ayudando a las distintas comunidades. Pasa también con la Iglesia católica, donde cada espiritualidad es la experiencia de un santo, o de alguien sobre quien la Iglesia ha reconocido sus virtudes y su testimonio de fe, y cómo la experiencia de esa persona convocó a otros a vivirla. Voy a hablar por mi familia religiosa, la Compañía de Jesús, que nace de San Ignacio en un contexto histórico específico que es el de la transición entre Medioevo, Renacimiento y Modernidad, un contexto de mucho cambio geográfico y mucha disrupción política y religiosa. Con una Iglesia que tenía que reformarse. En eso surge la Compañía de Jesús, que tiene un documento llamado Fórmula del Instituto, que dice que la misión de la compañía es la defensa y propagación de la fe a través de medios religiosos como la palabra de Dios, los sacramentos, la reconciliación de los desavenidos, la confesión. Es como el ADN de nuestra orden religiosa, que inspira todas nuestras obras, nuestros trabajos sociales, educativos, parroquiales: salir al desafío de comunicar la palabra de Dios en situaciones que, a veces, son complejas. A la Compañía de Jesús la caracterizan el mundo educativo, el mundo social, el mundo de los ejercicios espirituales, con este modo de rezar a partir de la experiencia de San Ignacio de Loyola. A otras familias religiosas las caracteriza más la educación, o las misiones populares. A otras las caracteriza la vida contemplativa, el poder rezar y encomendar a Dios todos los trabajos de la Iglesia. Tenemos una variedad de familias, pero todas responden a esta pluralidad del cristianismo, que es originaria. Hubo cuatro evangelios y no hay una sola forma de seguir a Jesús.
Eso pasa también en el islam y el judaísmo. No es un monopolio de la Iglesia católica.
La diferencia es cómo vivimos la religión. No soy un gran conocedor del judaísmo y del islam, pero sé que sí, que tienen distintas formas de interpretar sus textos fundacionales y los documentos más propios. Pero, hablando por lo que conozco, que es la Iglesia católica, creo que en esto está la riqueza, en los que se llaman los distintos carismas, que son las formas de entender el seguimiento de Jesús.
Hablemos de educación. La Universidad Católica anda cerca de los cuarenta años de su fundación.
Se fundó en 1985, nacimos el mismo año. Estamos por llegar a los cuarenta.
¿Qué ha aportado la universidad privada a la educación uruguaya?
Primero, que sea una educación plural. Hasta que no se fundó la UCU no existía el sistema universitario en Uruguay. Creo que esa ha sido la punta de lanza por la cual después vinieron la ORT, la Universidad de Montevideo, la UDE, el CLAEH. Lo primero es generar un sistema universitario fuerte. Después, creo que el aporte que han tenido la universidad privada y la Católica es el generar comunidades de investigación distintas. Han generado que se muevan y se presenten otros temas, poner otros debates en la agenda pública distintos a los de la UDELAR, donde también pasé dos años.
¿Fueron muy engorrosos esos dos años?
No, fueron bárbaros, en la Facultad de Economía. Las universidades privadas, por su volumen y por la facilidad de una menor burocracia, tenemos, en la sociedad uruguaya, la capacidad de ver cuáles son las carreras que el mercado laboral y el mundo están pidiendo. Aquí en la Universidad Católica estamos todo el tiempo pensando en qué carreras abrir y cuáles cerrar, en cómo transformar los planes y la formación de los estudiantes, viendo en qué queremos trabajar. Apostamos a cambiar los programas académicos y a la transversalidad. Cada estudiante tiene un núcleo de materias obligatorias y otras optativas. Apostamos, también, y es un aspecto interesante que sucede en universidades del exterior, a la formación del CORE: todo estudiante tiene un 25% de los estudios dentro del área de humanidades, con cursos que son de ética y ciudadanía, de antropología y filosofía, de sociedad y religión. Todos los estudiantes deben tomarlos, sin importar la carrera. Son cursos de calidad, dados por profesores del Departamento de Humanidades, de los institutos de Filosofía, de Historia, de Sociedad y Religión. Yo doy un curso de Religión y Política, y de Filosofía del Derecho. Y acá tenés una variedad de carreras, así que tenés a los fisioterapeutas que lo ven de una forma, a los licenciados en Negocios Internacionales, que lo ven de otra. Es una visión interdisciplinar que ayuda mucho a encarar los problemas. Y es así, creo, la forma en que se solucionan los problemas en el mercado laboral. Uno tiene que saber de todo un poco e ir perfeccionándose de a poco. En eso creo que las universidades privadas podemos ir explorando. Y también generar un servicio fuerte para la comunidad.
¿Cómo lo hacen?
En la UCU, a través del Centro BERIT, el antiguo Centro de Extensión Universitaria, tenemos propuestas de servicio donde queremos llevar a los estudiantes a proyectos con la comunidad. Estamos en el Cerro, trabajando con huertas orgánicas. También en otra zona del Cerro, debajo de la ladera, en una zona que se llama El Caño, por el caño colector. También estamos en Plácido Ellauri, en un lugar donde la UCU es la única organización de la sociedad civil que se ha quedado. Muchos otros se han ido, por la situación de Casavalle. En las carreras de Abogacía y Piscología van a trabajar al Consultorio Jurídico del Cerro, atendiendo temas de violencia doméstica, de atención psicológica y de mediación, con una colaboración muy importante para no judicializar problemas. Las carreras de Medicina atienden en la cuenca de Casavalle.
Eso tiene muy poca difusión.
Creo que sí, que es una de las cosas que tendríamos que difundir más.
La imagen de la Católica, para mucha gente, es la de una universidad de chetos a los que se trata de evangelizar.
Hay un poco de caricatura, de desconocimiento de la universidad. Y un poco de prejuicio laicista uruguayo, por el cual todo lo que sea católico, privado y que venga de este mundo es de por sí malo. En la Católica tenemos un 41% de primera generación de universitarios, es decir, chicos cuyos padres no fueron a la universidad. Los que tenemos padres universitarios sabemos que se hace porque “es lo que hay que hacer”. Pero en lugares donde no hay universitarios no hay conocimiento del valor de la universidad. Tenemos un 41% al que queremos acompañar y que tenga una buena experiencia universitaria. Después, alrededor de un 30% de nuestros ingresos están en ayudas económicas a estudiantes, con becas al 100%, al 80%, becas para situaciones de contexto crítico. Se trabaja mucho, también, con instituciones educativas como Jubilar, Ánima, Providencia, Niños con Alas, Fundación Sofía y otras, con acompañamiento espejo de nuestra área de bienestar estudiantil, de nuestra área de becas, viendo cómo van andando los chicos en el camino universitario. Hay un trabajo nuestro con becarios de la Dirección de Asuntos Estudiantiles, sobre todo trabajando estrategias como el storytelling. Trabajamos con el choque cultural que implica venir a la universidad, y ahí hay un acompañamiento, un equipo de bienestar estudiantil que hace un trabajo fantástico. También hay ayuda económica en situaciones contingentes. Parte de mi trabajo como vicerrector de comunidad es que esas situaciones llegan a mí, y me toca acompañar a las familias. El imaginario social es ese que decís, pero en la universidad estamos muy contentos de ser una universidad plural, diversa y abierta a la sociedad uruguaya. Ayudar a que los chicos tengan una experiencia universitaria les va a cambiar la vida.
¿Tienen alguna evaluación de cómo es la validación social de los títulos de la UCU?
Los profesionales nuestros son contratados, son exitosos, les va bien. Tiene un buen nivel de empleabilidad.
Tienen un presidente.
Tenemos un exalumno presidente, y algunos ministros. Hay una buena inserción laboral.
Siempre se habla de que le dieron mucho changüí al presidente.
Yo era un niño, así que no lo sé.
Pero afirmás que estudiaba.
No dudo que Lacalle Pou estudiaba.
¿Cómo visualizás el tema educativo en la sociedad? ¿Qué materia prima reciben ustedes? La UDELAR muchas veces tiene que dar cursos de nivelación.
Recibimos el mismo estudiante que la UDELAR. Ayer salió una noticia sobre un informe de la UDELAR sobre que los estudiantes durante la pandemia tuvieron dificultades de aprendizaje, por todo lo que fue el cierre de los liceos. Ahí uno se da cuenta que los años van pasando, cuando dice: “En mi época estudiábamos de otra manera”. Creo que lo que teníamos antes eran menos estímulos, y que ahora los chicos viven en un mundo más estimulado e interesante que el que teníamos nosotros. Creo que los estudiantes tienen en el interior el deseo de aprender, quizás no con los estímulos que teníamos nosotros. Yo me acuerdo de tener estudios de literatura y de historia que eran horas y horas de memorizar. Hoy los estudiantes no usan tanto la memoria, sino más lo colaborativo en la búsqueda. Creo que ahí está el desafío. ¿Cómo vamos a integrar las inteligencias artificiales? Ayer salió la protesta de los porteros, que han sido desplazados por los tótems. Es un tema que se viene, cómo muchos trabajos no van a existir en el futuro y van a tener que reconvertirse laboralmente, pero es algo que ha pasado siempre.
Se está llevando adelante el primer juicio con un abogado de inteligencia artificial.
Sí, en Estados Unidos en muchos casos las cortes resuelven con inteligencia artificial. La educación tiene que generar las habilidades y las competencias para que lo que aprendiste te pueda ayudar a que sigas aprendiendo, dándote el deseo por el conocimiento. El eros de Platón, el deseo de conocer más y que las circunstancias te lleven a eso. Nosotros, y me incluyo, hemos recibido una educación enciclopedista por la cual “cuanto más, mejor”. No digo que la cultura general no sea importante. Los contenidos son importantes, porque son el saber común de la humanidad, pero lo tenés a disposición. Tengo un curso de Filosofía del Derecho, para estudiantes de primer año que vienen de los liceos y tienen que conocer los rudimentos básicos del pensamiento jurídico y político occidental. Opté por tomar clásicos de la literatura, la historia y la filosofía, para encontrar problemas jurídicos y políticos, y entender cómo queremos formar a un abogado. Descarté los manuales. Leyeron Antígona, la Orestíada, Platón, Aristóteles, el discurso fúnebre de Pericles. Ha sido un acercamiento a distintas piezas que son base en el pensamiento jurídico y político occidental, y eso en discusión con temas actuales. Discusiones constitucionales de Estados Unidos, de la crisis de la democracia. En el diálogo de Platón con los sofistas el problema es el mismo que en la posverdad. Creo que el deseo de discutir y conocer está en los chicos, porque creo que está en la naturaleza humana. El tema es cómo somos capaces de transmitirles un saber común, que es el que damos en las universidades.
¿Se motivan con eso?
Se motivan. Uno tiene, también, que generar el entusiasmo. Leer a Antígona a las ocho de la mañana para la clase de Filosofía del Derecho también me aburría a mí.
Es difícil de creer.
Pero se motivan en las discusiones. Para mí ha sido un aprendizaje saber que el profesor no es el que viene a enseñar, sino que tiene que tener mucha cintura para…
Ser un facilitador más que un docente.
Exacto. Es lo propio de Sócrates, ayudar a que el estudiante vaya sacando el conocimiento. Hay que leer a Aristóteles, sí, pero el tema es cómo eso despierta preguntas que ya se tienen.
¿Cuántos de los que ingresan son capaces de entender esta entrevista?
Los chicos ya no leen la prensa escrita, básicamente.
Error de los docentes.
Les he pasado artículos de prensa, pero lo asumo. Ven los tuits, las redes sociales o los titulares. Creo que también hay un tema de estímulos. Están informados de otra manera. A veces no es la forma en que nosotros quisiéramos que estén informados. Entre la generación de mis padres y la mía no hubo tanto cambio a nivel educativo como entre mi generación y la generación de estos gurises. Hubo muchos cambios. A mí me tocó estudiar en libros de matemática en los que había estudiado mi madre. Los chicos de 2023 son la materia prima que tenemos. Y todo sistema educativo tiene que responder al chico real, no al ideal.
¿Desde la política se entiende ese concepto?
Creo que sí. Hay de todo. Hay gente que tiene temores a los cambios, con el miedo a lo desconocido. Sin caer en la discusión política más partidaria, creo que se polariza. En todo el mundo uno ve cómo se polariza la educación. “Nos va a sacar nuestro trabajo, la tecnología nos va a destruir”. Tenemos que generar consensos básicos en educación. Creo que acá hay un debe. Si no, va a pasar lo que pasaba en los siglos XVII y XVIII, va a haber una minoría educada que va a ser la que pueda adaptarse a los cambios sociales, culturales, políticos y tecnológicos, y una masa no educada. Yendo a la política, creo que esa es también una fuente de polarización. Retomando el tema de mi tiempo viviendo en Estados Unidos, un año me tocó hacer un viaje en el que fuimos tres desde Boston a Chicago. Son como quince horas, y lo hicimos en varios días, pasando por lo que se llama el Rust Belt, que es la base electoral de Trump. Yo vivía en Boston, que es un mundo ideal, todo perfecto, ecológico, con comida orgánica, con museos, conciertos, donde todos son progresistas. Chicago es otra ciudad progresista, llena de museos, con cultura y universidades. Pero en el medio hay gente que ha quedado por fuera de la globalización, del sistema educativo y del cambio tecnológico. Me tocó ir a Detroit. Pensé en lo que habría sido Roma en el año 480, cuando se cayó. Detroit fue un imperio y se cayó. Eso va teniendo un costo humano que, si el sistema educativo no es capaz de integrar con la educación, es obvio que después vas a sentir un resentimiento, una frustración, y va a venir cualquier líder político a manipular la información. Pasó con los malos sofistas en Grecia. Si nosotros, como educadores, no nos damos cuenta que la educación tiene que ser no sólo para dar títulos sino para ayudar a que los estudiantes puedan tener carreras y aportar desde lo suyo al mercado laboral, después tendremos los caldos de cultivo para el populismo y el totalitarismo. No es automático, porque es un fenómeno complejo. Si hay una minoría educada y una mayoría que no lo está, es problemático porque afecta no solamente la estabilidad política sino la económica, en cuanto a que no hay aportes. Es una bomba. Es importante que la educación se adapte a los desafíos que tenemos de tener sociedades más integradas.
Sabemos que la educación universitaria es para una minoría. La mayoría de la población no llega. ¿Está bien eso? ¿O tiene que ser para todos? Una de las grandes discusiones es que la educación pública es libre, gratuita y accesible, cuando en realidad…
Accede el quintil más alto.
Y siguen accediendo, todavía hoy. De clase humilde llega muy poca gente.
Podemos postular un derecho, y ese es otro tema de filosofía política. ¿Cuánto realmente se materializa de ese derecho? El derecho lo tenemos todos. Creo que nadie tiene que ser limitado de ir a la universidad, si quiere, y eso implica el acompañamiento para que la persona pueda terminar, sabiendo que quien toma la decisión es una persona adulta. En otros países, como Chile, hay un sistema universitario donde tenés que dar una prueba académica para ingresar y que los estudiantes a veces preparan durante tres años en el secundario. De acuerdo al puntaje hay universidades con más o menos prestigio. Son modos de asignar los recursos. Creo que en esto hay un tema y es que la cultura política e institucional uruguaya no está preparada para esto. Lo veo difícil. Pero es un tema, el cómo generar criterios para el acceso a la educación universitaria. Tremenda discusión.
El costo social que se paga por una universidad…
Que es poco eficiente. Puede ser injusto, es un uso de los recursos del Estado que podrían ser asignados hacia la mejora de la educación infantil, primaria y secundaria. Pero es meterse con…
Con la vaca sagrada.
Con un tema tabú de la sociedad uruguaya.
La otra discusión que se plantea es que no importa que se termine la carrera, porque ya el hecho de entrar a la universidad siempre aporta a formar ciudadanos.
No lo comparto mucho. En las universidades tenemos un constante desafío en el hacia dónde miramos. ¿Nos miramos a nosotras mismas? ¿O miramos hacia el mercado laboral y hacia lo que requiere el mundo? Es otro tema polémico. La universidad tiene que saber cómo forma al ciudadano y al profesional. La primera misión que tiene la universidad es formar profesionales.
Para la inserción laboral y no para la vida.
Van juntas. Que la persona pueda tener las condiciones laborales para tener una vida, y eso lo da la inserción laboral. La universidad tiene ese cometido, formar profesionales, y desde ahí entendemos nuestra investigación, nuestra docencia. La universidad no es un fin en sí mismo. Su objetivo es formar gente para la sociedad.
Al mismo tiempo, se habla de la mercantilización de la educación.
Nuestra universidad no tiene fines de lucro. Es una institución sin fines de lucro, pero sin ánimo de pérdida, como dice el vicerrector administrativo. Tenemos el debate de cómo formar una propuesta de calidad que sea sustentable económicamente en el largo plazo, y sabiendo que nosotros no tenemos ayuda estatal o de privados, como otras universidades. Las universidades de Estados Unidos tienen donaciones de privados, una cultura de donaciones que no existe en Uruguay, lo que nos implica a nosotros conseguir genuinamente los recursos.
Sin embargo, una de las cosas que se les recrimina es que las universidades privadas producen poca investigación. La mayoría de la investigación en Uruguay se hace en la UDELAR.
Investigación tenemos. La diferencia está en los volúmenes. Estamos en un proceso. El año pasado se dividió la carrera docente entre profesores de alta dedicación y profesores de investigación de alta dedicación, de forma de darles más tiempo a los profesores investigadores para que puedan ser capaces de aportar a la investigación desde la universidad. A la hora de reclutar personal hay llamados para investigadores del exterior, y es difícil conseguirlos en Uruguay. La vicerrectoría de investigación hace un muy buen trabajo para reclutar gente que quiere venir de afuera, y también para reclutar uruguayos que están afuera y quieren volver. Desde ahí queremos potenciar la investigación. Los volúmenes son más grandes en la universidad pública, pero nosotros hacemos investigación en el departamento de Ciencias Sociales, en las áreas de Ciencia y Tecnología. Dentro de las posibilidades, hay una apuesta por la investigación.
¿Se acabó la guerra entre la UDELAR y la Católica? Antes, si ibas a la Católica, eras traidor.
Siempre que he estado en eventos con gente de la UDELAR me he sentido muy bien.
Me refiero a que había una cuestión de que podías ejercer en un lado, pero no en otro.
Estamos apostando a distintos tipos de docentes. Buscamos que los de alta dedicación tengan exclusividad con la universidad, lo que genera un claustro de profesores que son el alma de la investigación y la docencia en la universidad. Después tenemos profesores aula, que son muy importantes en nuestra gestión de la universidad porque son los profesores que están más en contacto con el mundo laboral. Esos pueden tener relación con la UDELAR. Pero queremos que los de alta dedicación la tengan con nuestra universidad, por una cuestión hasta de horas en el día.
La pandemia trajo lo virtual en la educación, dejando prácticamente de lado lo presencial. ¿Ustedes apuntan a lo presencial?
Totalmente. De hecho, cuando recién llegué como vicerrector, a finales de mayo de 2022, me tocó tener reuniones de delegados estudiantiles. Fue una pelea por la presencialidad.
¿Tienen delegados estudiantiles?
Hay delegados estudiantiles por generación, por facultad y por carrera.
Pero no hay cogobierno.
No hay cogobierno, no. En eso somos una universidad católica (risas).
El que manda es el Señor.
El Señor y sus mediaciones, el principio de subsidiaridad. Dado que queremos tener una actividad que se centre en el estudiante, a los delegados los llamamos para ciertos temas. Tenemos reuniones por lo menos una vez por semestre, por estatuto. Después hay delegados por facultades, por áreas. Los directores de carrera trabajamos bastante con los delegados. Un tema fue la presencialidad o no. Hubo una fuerte discusión con respecto a que por qué la universidad no tenía un sistema híbrido. La universidad es más que la mera transmisión de contenidos, es una experiencia. Me tocó dar las últimas clases de doctorado por Zoom, y es horrible, porque falta esto, el café, el encuentro, el conversar con el compañero, los chistes. Me acuerdo de un profesor en Boston, que era una eminencia. Tenía 80 años. En 2020 tuvo su último curso, porque no pudo seguir. Después me dijo que la pandemia le había cortado mucho de lo que para él significaba la docencia, que era el debate, el conversar, el verse las caras. Como universidad queremos generar una comunidad del saber. Hay dos estudiantes que siempre están juntos, que se nota que están generando una amistad. Les dije que parecían Borges y Álvarez. Por supuesto no sabían quiénes eran, y lo tuvieron que mirar en YouTube. Eso lo da la riqueza de la universidad. Si bien la educación virtual sirvió para un momento traumático para la humanidad, y capaz puede servir para algún otro elemento, yo no estoy convencido de la educación virtual. Si bien a veces, por razones de fuerza mayor, hay algún curso que se da virtualmente, creo que, si perdemos la capacidad de ver al otro, entonces perdemos mucho. No es lo mismo hablarle a una pared que ir midiendo el pulso de una clase. En la UCU queremos constituir una comunidad que tenga realmente una vida universitaria.
¿Cuál es el desafío para los docentes con respecto a las nuevas generaciones? Vos sos joven, pero para los estudiantes sos un viejo.
Sí, cada vez voy entrando más en la cuenta de eso.
¿Cuál es el desafío? Hablás de despertar el entusiasmo del conocimiento. ¿Cómo se logra para las nuevas generaciones, si no es con TikTok?
No manejo TikTok, pero creo que hay series de Netflix que sirven para ir hacia teorías, que sirven para ilustrar cursos de filosofía política. Hay un tema de lo referencial, que el estudiante encuentre en el profesor alguien en quien confiar, más allá de los contenidos que da. Alguien que lo ayude en el mundo profesional a ver cómo encarar la carrera, que lo trate bien. He tenido profesores que tomaban como grado de “mejor profesor” la cifra de cuántos estudiantes abandonaban el curso. Creo que eso ya no corre más. El profesor tiene un deber con los estudiantes, y es ayudarlos, desde su experiencia, a formar el nuevo profesional. Hay docentes que han sido referencia en su materia o su ámbito profesional, con una función de inspirar. Hay profesores más jóvenes que tienen más cercanía. Todo profesor tiene la obligación a inspirar a otros. Creo que ahí hay una forma de ejercer la docencia en un contexto en el cual hay muchos estímulos y fuentes de inspiración.
¿Están preparadas nuestras universidades y sus docentes para los cambios vertiginosos que vienen?
Es un desafío que tenemos y tenemos que estar siempre atentos. La gestión de la docencia y de la investigación tienen que ayudar. En la universidad lo tenemos claro.
¿Cómo lo están encarando?
Este año se nos vino el ChatGPT. Es una inteligencia artificial. ¿Cómo incorporamos la inteligencia artificial en nuestra evaluación, en la investigación, en el trabajo? Ha cambiado la forma de evaluar. Antes mandabas a hacer un ensayo que ahora se lo podés pedir al ChatGPT. El tema es cómo incorporamos esa inteligencia en nuestra docencia. La universidad tiene el centro LUDUS, un centro que se dedica a estar atento a los nuevos desafíos pedagógicos y a ofrecer cursos para la formación de profesores de manera que puedan tener una enseñanza basada en metodologías activas de aprendizaje, con proyectos, generando la motivación del estudiante. Igual, siempre la sensación que uno tiene es la de estar llegando tarde. No nos podemos quedar quietos, porque atrás viene otro cambio tecnológico.
En otros estamentos de la sociedad no se tiene en cuenta. Se hace una reforma de la seguridad social que no considera que en un par de años todo el mundo del trabajo va a haber cambiado.
En otros países ya se habla de la tributación de los robots, o si los tótems tienen que pagar. En Uruguay pensamos que el mundo no nos llega, y nos va a llegar. Capaz en diez años algunos egresados nuestros tendrán que hacer una reforma para incorporar el mundo tecnológico a la seguridad social. Eso de que en Uruguay toda llega tarde ya no es así. Vivimos en un mundo muy interconectado. Lo que ha pasado en otros lados va a pasar acá.
Un docente universitario me decía que, a partir de la inteligencia artificial, él se ve solamente tomando exámenes orales. Que los exámenes escritos no corren más.
O examen de verdadero o falso. Nos tenemos que volver creativos. Creo que nada está escrito en piedra, en la educación. En un momento decíamos que los exámenes orales fomentaban la memoria. Bueno, capaz ahora tendremos que retomar la retórica clásica de Aristóteles, de cómo conversar sobre ciertos temas. Capaz que la evaluación no tiene que ser de “todo o nada”. En la UCU tenemos una metodología de evaluación continua, donde vamos evaluando a medida que avanza al año. A las humanidades nos es más fácil que a otras materias. Los cursos de ciencias duras tienen que pensar otra metodología de evaluación, con proyectos, colaborativos, generando resolución conjunta de problemas, etcétera. Todo esto implica siempre un doble trabajo. Primero, ver cuáles son los desafíos. En humanidades esto no es nuevo, viene de los griegos, de la paideia, y continúa en el Medioevo, cuando la Iglesia toma la filosofía griega para formar en la razón. Más tarde, en el siglo XIX, con los modelos napoleónicos, asignaturistas y enciclopedistas, se rompe con la imaginación, o con aquella formación más interdisciplinaria, como decimos ahora. La educación nos implica un diálogo constante entre los nuevos desafíos, entre lo que se hizo antes, entre los valores que había en el pasado, para poder reinterpretar eso en el presente y crear una educación para el futuro. Tenemos que asumir que cualquier reforma, de cualquier rango curricular, va a haber que cambiarla, y eso nos toca algo muy humano, y muy uruguayo, de decir: “Ya está, ya tenemos la solución eterna para todos los problemas”. Y capaz que eso en cinco años tenés que reelaborarlo. ¿Implica que lo anterior estuvo mal? No, es que la situación cambió. La cosa es cómo vamos respondiendo mejor a estas situaciones.
¿Cómo incentivás a un estudiante a que haga filosofía política, en un mundo al que cada vez parece que le importa menos lo filosófico?
Hay que ser realista. He dicho que estudiar Economía en la UDELAR imprime carácter, que te deja marcado para siempre. Haber pasado dos años en Economía me imprimió carácter para acercarme a la Filosofía. Es verdad que uno puede volar e imaginar, pero después tiene que tener los pies en la tierra y ver cuál es la racionalidad económica que nos mueve. Hablábamos de los cursos de Filosofía, de Antropología, de Ciudadanía, y veíamos en las encuestas a estudiantes cuáles eran los motivos por los cuales esos cursos se tomaban: me conviene el horario, me gusta el profesor, me gusta la materia, me la quiero sacar de encima. El primer motivo era la conveniencia del horario. El ejercicio que tenemos los profesores de Filosofía Política es motivarlos a saber que ellos son ciudadanos y parte de una comunidad y una cultura política específica, que es parte de una tradición más grande, y que ellos, como ciudadanos, tienen una responsabilidad.
¿Por qué?
Porque tienen unos esquemas de valores. La política no se trata del tribalismo, o de qué valores imponen otros. La política, desde los griegos, implica un esfuerzo de racionalidad colectiva, de discusión. Y sabés que estos problemas que hoy estás viendo, con la posverdad y la manipulación, ya ocurrían hace veinticinco siglos. ¿Cómo lo resolvieron? Platón fue un líder político fracasado y Aristóteles un nostálgico de la polis que no vio. Pero nos dan elementos, con los temas de la racionalidad, del respeto. Hay una filósofa que uso mucho, Martha Nussbaum, que dice que en la democracia tenemos que aceptar que otras personas elijan estilos de vida que no nos gustan. Ahí hay un ejercicio de decirles a los estudiantes que ellos son ciudadanos. En el curso de Filosofía del Derecho tengo estudiantes que están vinculados a los tres partidos políticos mayoritarios, y es interesante cómo argumentan, cómo discuten y cómo, en los recreos, el tema sigue. Una de las virtudes que tenemos que recuperar es la de la consciencia de ser ciudadano de un país. Una cosa que me encanta decir en las clases es que la democracia no es natural, que la igualdad ante la ley no es natural. Lo vemos en la región, en otros países. En Uruguay siempre pensamos que no nos va a llegar. Yo no viví el quiebre institucional de los setenta. Se decía que al Uruguay no llegaba y llegó. Esto implica un esfuerzo diario de ir motivando a los gurises a ver que este es el país que disfrutan. El otro día unos amigos chilenos me decían: “Ya empiezan ustedes con el institucionalismo y el Estado de Bienestar uruguayo, marcándonos que nosotros estamos mal”. Es necesario explicar que esto no es automático, que implica un esfuerzo, y que desde la Filosofía Política quiero ayudar a que el día de mañana sepas argumentar, cualquiera sea tu visión. Ese es un desafío interesante que las universidades podemos dar, el de argumentar políticamente y vivir una cultura política que se base en la argumentación.
¿No es una pelea perdida, con la polarización que se viene a nivel mundial?
Si fuese una pelea perdida, habría que cerrar la filosofía. Creo que siempre las culturas políticas se pueden recuperar. Implican un trabajo que es exigente, que no es de la noche a la mañana, que implica el esfuerzo mutuo de reconocer que el otro no es un enemigo a destruir. Y de entender, también, por qué el otro está en esa posición. La humanidad ha ido a una mayor polarización, que no suma, sino que, por el contrario, deteriora el sistema. La polarización es jugar con fuego. Tenemos que cuidarnos de esa polarización, y eso implica crecer en las virtudes cívicas de tolerancia, compasión, reciprocidad, y ahí creo que hay un trabajo fuerte que pueden hacer las humanidades, la literatura, la historia, la filosofía, el arte, en cuanto a despertar en vos el sentimiento de respeto por el otro. El otro actúa como lo hace porque tiene su historia. ¿Cuál es? ¿Cuál es su punto de vista? Me acuerdo que cuando salieron en Estados Unidos las protestas raciales por lo de George Floyd, era difícil y me acuerdo de tener muchas discusiones en la comunidad en que yo vivía. Se hablaba de que la no participación en las protestas es un colaborar con el privilegio blanco. Pero no todo es así, tan tajante. ¿Cómo el hombre blanco al que le dicen que es un victimario no va a sentir resentimiento, si ve que no llega a fin de mes, si perdió su trabajo porque cerró la fábrica, si su padre tuvo una mejor vida que él y su hijo tiene una vida peor? A veces ahí la fuerza de la literatura y del cine te ayuda a comprender la historia, a desarrollar la empatía por el otro. Y tampoco quedarse en un mero sentimentalismo sino pensar, trabajar e idear sociedades más justas, más integradas y menos polarizadas.
Si anunciás el reino de los cielos en el que te vas a salvar, lo que vivas hoy por hoy, por más que sea malo…
Pero tenemos nuestra misión en la Tierra, que es generar acá un espacio donde se respete la dignidad y la libertad de los seres humanos. Cuando Jesús vino a traer el reino de los cielos, cuando empezó su misión, empezó a sanar gente y a incorporar gente no porque fuese un taumaturgo, sino porque devolviéndoles la dignidad a los enfermos y los marginados permitía que pudieran participar de la vida social. La Iglesia tiene la misión trascendente de anunciar la salvación, pero también a nivel temporal tiene la obligación de generar una mejor sociedad, basada en el respeto de la dignidad de la persona, en el bien común. No tenemos que agotar nuestra misión sólo en lo temporal, por más que lo temporal lleve muchas horas, sino también pensar que esto que es temporal no es lo definitivo, porque lo definitivo es la vida eterna. Pero, mientras tanto, evitar todas esas tentaciones que ha habido en muchos siglos.
Mientras más desigualdad, más pecado.
En ese sentido tener buenas instituciones y buenas sociedades es algo que nos permite vivir mejor nuestra libertad humana.
¿Hacia dónde va el mundo con esa polarización creciente?
Uno tiene que tener la esperanza de que Dios no nos abandona. Volviendo al rol de filósofo político, creo que la polarización se va a complejizar más. Volviendo a Weiler, la trinidad de la democracia, el Estado de derecho y los derechos humanos, la trinidad secular que tenemos, está tan vacía de contenido, y las instituciones se han vaciado tanto, con una democracia que termina siendo marketing político, el Estado de derecho, que termina siendo una lucha de uno contra otros, o los derechos humanos, que terminan siendo unos derechos identitarios y un emotivismo moral. Eso vacía y polariza más. Los católicos tenemos la invitación a crear comunidades en las cuales demos testimonio y a no tener miedo a ser minoría, minoría creativa que mejore la realidad y la vida de los demás, sabiendo que en eso uno sirve al prójimo y a Dios. Y las sociedades recuperando las fuentes de la mejor tradición política: la dignidad, la libertad, las leyes, razón política, la razón pública.
Hoy vemos polarización entre Peñarol y Nacional.
En el caso uruguayo siempre hubo polarización. Nací en 1985, no viví la polarización de los setenta. Y es verdad que desde que tengo uso de razón no hubo polarizaciones fuertes. La cultura política uruguaya ha sido sabia en cuanto a que la sangre no ha llegado al río. Creo que estamos a tiempo todavía. Y en el mundo hay esperanza. Viviendo en 2022 en Estados Unidos, cuando empezó la guerra en Ucrania, al principio, en los primeros días, la prensa estaba horrorizada, hablando de que Putin era el malo. Como me gusta mucho la música clásica, yo iba a la Filarmónica de Boston. Ponían el himno y se emocionaban, realmente parecía de película. Después, a la semana, se les acabó la guerra. La gente de Ucrania estaba luchando por su libertad, por su país, por mantener su integridad territorial, por sus valores y su realización como sociedad. Mis amigos checos y polacos de Boston estaban asustadísimos, pensando que hoy era Ucrania y mañana eran ellos. Tocó una fibra. Leyendo el diario, con todo esto de lo políticamente correcto, está lo de las microagresiones, y un editorialista del Wall Street Journal decía que todo bien con lo de las microagresiones y la cultura de lo políticamente correcto, pero si uno piensa en Ucrania y en un joven de 30 años que está tomando su café en un restorán americano, con su medialuna, ahí la microagresión no es que no haya leche de soja sino que te pase un tanque ruso y te destruya la casa. Se están tocando valores profundos que la humanidad tiene que recuperar: la libertad, la democracia, el Estado. Son estas situaciones límite en las que decimos: “Paremos un poco”, para reconstruir mejores sociedades. Es una mirada esperanzadora que tengo, porque soy un hombre optimista que tira para adelante, pero realísticamente implica mucho trabajo.
¿Por qué un estudiante debería elegir una universidad jesuita frente a una del Opus?
Porque la universidad jesuita va a ayudarte a trabajar mejor el vínculo entre fe y razón, a dar lo mejor de vos como profesional, con una identidad y un propósito, para la mayor gloria de Dios.
¿Y la universidad del Opus no ofrece eso?
También, pero nosotros tenemos una espiritualidad de la que estamos orgullosos, igual que ellos.

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